El concierto me encantó. Escuché con elegancia
por encima de la música, valga la expresión. El director me emocionó. Por otra
parte, tengan en cuenta las razones que me asisten para considerarme un hombre
culto. ¿Acaso hay que abismarse a todo trance en las creaciones artísticas? En
ocasiones parece aconsejable, pero no siempre es imprescindible. Yo dejaba
fríamente que me resbalase lo que pretendía cautivarme. Para resarcirme de la
falta de emoción, inicié conversaciones mudas con mis vecinas, ocupación a la
que supe imprimir un sentido más profundo. Aquí rozaba con delicadeza una mano,
allí hacía que unos ojos refulgieran porque los miraba con calor. ¿Era difícil
relacionarse con una pierna? Semejantes conexiones son siempre inequívocas y
por ende se comprenden en un santiamén. Es imposible no apreciar la ternura
formulada con sentido común y expuesta con cierta elegancia. Mi pie halló
ocasión de apelar a un piececito que parecía sentir inclinación por el lenguaje
que hablaba. Por consiguiente, yo estaba abrumado de trabajo en todos los
sentidos, si se me permite la expresión. ¿No es el arte el criado de la vida, a
la que debe animar y hacer feliz? Por tanto, cuando se extinguió la última nota
y la gente se levantó, también yo abandoné la sala de conciertos en un estado
de ánimo inmejorable. Bajé por la escalera como alguien que acaba de cumplir
con su deber. En el guardarropa ayudé a unas damas a ponerse el abrigo, como es
obligado, atención que encantó a las interesadas. Considero la galantería uno
de los más grandes placeres. Por consiguiente, digo con razón que el concierto
me satisfizo.
(1925)
De: Lo mejor que sé decir sobre la música, traducción del alemán de Rosa Pilar Blanco, Ediciones Siruela, 2019.-