27.11.23

Sylvia Plath - Señora Lázaro

  

 

Lo he vuelto a hacer.

Cada diez años

lo consigo:

especie de milagro andante, mi piel

relumbra como la pantalla de una lámpara nazi,

mi pie derecho

es un pisapapeles, mi rostro,

buena tela de lino

judía, sin adornos.

Arráncame el pañuelo,

oh mi enemigo.

¿Inspiro terror?…

¿La nariz, la cuenca de los ojos, la dentadura completa?

Este aliento agrio

se esfumará en un día.

Pronto, pronto la carne

que el sombrío sepulcro se comió

estará en mí como en su casa

y seré una mujer sonriente.

Solo tengo treinta años.

Y, como el gato, siete ocasiones para morir.

 

Esta es la Número Tres.

Qué desperdicio

aniquilar cada década.

Qué millón de filamentos.

La multitud con sus bolsas de cacahuetes

se arremolina para ver

cómo me desanudan pies y manos:

el gran estriptis.

Damas y caballeros:

estas son mis manos,

mis rodillas.

Puedo ser toda piel y huesos,

pero sigo siendo la misma, idéntica mujer.

La primera vez que ocurrió tenía diez años.

Fue un accidente.

La segunda vez estaba decidida

a llegar hasta el fin y no volver jamás.

Me arrullé hasta cerrarme por dentro

como una concha de mar.

Tuvieron que llamarme y llamarme

y quitarme los gusanos uno a uno como perlas pegajosas.

Morir

es un arte, como todo.

Y yo lo hago excepcionalmente bien.

Tan bien, que parece un infierno.

Tan bien, que parece real.

Supongo que cabría hablar de vocación.

Es bastante fácil hacerlo en una celda.

Es bastante fácil hacerlo y estarse quieto.

Es el regreso teatral

a plena luz del día

al mismo sitio, el mismo rostro, el mismo grito zafio

y divertido:

«¡Un milagro!»,

lo que me deja fuera de combate.

Hay que pagar

por ver mis cicatrices, hay que pagar

para escucharme el corazón:

de veras que funciona.

Y hay que pagar, hay que pagar muchísimo,

por un roce, una palabra

o una pizca de sangre

o un mechón de mi pelo, un jirón de mis ropas.

Y bien, herr Doctor,

y bien, herr Enemigo.

Soy su obra,

su objeto más valioso,

el bebé de oro puro

que se funde en un grito.

Doy vueltas y me abraso.

No crea que subestimo su gran preocupación.

Ceniza, ceniza…,

que usted remueve y tantea.

Carne, hueso, ahí no queda nada…

Una pastilla de jabón,

un anillo de bodas,

un empaste de oro.

Herr Dios, herr Lucifer

cuidado

cuidado.

De la ceniza

con el cabello rojo me levanto

y devoro a los hombres como aire.

 

Sylvia Plath, 23-29 de octubre de 1962

 

 

 

Tomado de: Ariel, traducción de Jordi Doce, Madrid, Nórdica, 2020.