9.8.23

Los ocasos precipitados, por Santiago Armando

Era Jerusalén con Maslatón, don Carlos. en un mercado de opio hashich y porro. Porro normal y porro para Bitcoin, él no consume estupefacientes, yo me quedo fumando uno y le digo El inglés más cheto del mundo lo hablan las adolescentes de Acassuso y las feministas recatadas de izquierda se burlan de envidia colectiva, todo normal”, y poco de él, solo observa cómo están las cosas. Hay una cajita con un faso de Bitcoin y nadie controla y están Lacro y Nicolás a la gorra que sí meten mano, y llega Masco con pelo largo viniendo del colegio y me ve diciendo que se viene a fumar uno después otro y el mostrador no tiene cuidadores y las paredes de roca son milenarias y estamos ahí contento yo que viene Masco con ganas de fumar, y Maslatón al que según recuerdo seguía por otro aro caleidoscópico.


Vivía en mi cuenta vacía de Facebook, un gran ambiente transparente que daba a las vistas crepusculares de Marte, vecino de Carlos Maslatón. Había puesta una foto de él borroneado en una playa justo entre donde van mis pies en una balanza vieja o tal vez un raro inodoro y me cotizaba en alza entre sus veintiocho mil seguidores, Carlos era mi vecino soltero, todo era solista y abierto y entonces estoy acostado abro los ojos y con su pija encima mío sin molestarme su cuerpo obeso me puertea, lo rechazo naturalmente, él mediante una suerte de códigos políticos y afectivos comunes se me fue acercando en el edificio abierto hasta el ojo de mi culo, pero todo bien, y como no había otra forma de relación más que esas formas de lectura fructífera de mi culo, por esa negativa a ser penetrado, Maslatón desapareció mientras yo cerraba unas cortinas también crepusculares por donde espiaba mi familia, en eso corro la puerta del departamento y salgo para sacar a una loca que se metía en el departamento de Maslatón y que reconozco de su muro que aparece de traje y corbata en su oficina ostentando fotos con mujer e hijos.

Don Carlos venía a despertarme, dejé las persianas abiertas, es temprano, le muestro los cuartos de las gambas con racimos de frambuesas de carne enormes, se los muevo.

Era un psiquiátrico con primario escolar mejicano, de primero escribir después publicar. Osvaldo estaba por salir, estaba preso por la dictadura, principios de los ochenta, no se había podido ir a España. Estábamos sentados uno a cada mesa juntas como a un metro, yo escribía y él se levantó a buscar hojas de carpeta Nro. 3, las de secundaria, escribía en eso. Yo escribía con el cuerpo encimado en mi cuaderno y, reventado de obeso, tocaba todos los confines de la sala. OL miraba la tele, había unos dibujos animados de células, unas rojas otras amarillas que se hacían relevos.
En este sueño como en el otro con Sánchez ellos estaban nada dispuestos a conversar, y con la sensibilidad del cuerpo despectiva con mi presencia. Me despierto a hacer pis y vuelvo a soñar con él, ya estaba libre, o se había escapado, tenía mucha hambre. Estábamos en La Farola de Núñez, de noche, frente a la heladera de vidrio con budín de pan y dulce de leche en enormes merengues con coronas de guinda, y Osvaldo abrió la puerta de la heladera con plato y cuchara y empezó a mezclar todo y a zampárselo como un animal, Zelarayán y Germán García miraban, y él les dijo: soy peronista conservador.
Osvaldo era grandote, medio Gore, había sido Capitán de Los Pumas, con sobrepeso pero despierto como un chico de la calle, el hijo argentino de Ferrucio Lamborghini. Tenía una camisa blanca con rayas verticales azules y yo le apretaba los músculos y sonreía, y sus rulos que siempre envidié, ya se habituaba a tenerme alrededor, creía yo, pero se metió adentro de la heladera y desapareció.

Con Néstor Sánchez soñé hace unos meses, no lo anoté, no lo recuerdo mucho, andábamos por los pasillos de una especie de palacio de pretor romano decadente, en la hora crepuscular, y había jabalíes empalados al fuego, lleno de moscas,  y ánforas y divanes y frutas, y larreta con rulos a los costados entalcado como un haitiano en taparrabos, con los labios frambuesones, y estábamos solos, él con un saco oscuro y camisa blanca, miraba todo sin expresión y hacía muecas de infortunio.

                                                                                    ***

Estoy en una fiesta donde un amigo de mi hermano trata de abusar físicamente de él, entonces lo tomo del pelo y empujo su cabeza contra las brasas de un fogón maldiciéndolo hasta que su cabeza de chacal se hace una braza sin vida y los demás murmuran como fariseos desaprobándome, y siento que se me fue la mano y digo: que los espíritus malignos me lleven, y acto seguido me disuelvo en varios enjambres de langostas furiosas y despierto.

                                                                                     ***

El lugar tomó vida de una foto vieja. Éramos judíos en una aldea cuando llegaron tropas regulares, estábamos rodeados, el caballo de la casa dormía adentro parado entre unos postes, yo traía agua, calle de barro, se sabía que en cualquier momento abrirían fuego, parecía que estaban ahí desde siempre, como los más grandes de la secundaria tan temidos, más rubios pero opacados, más fuertes. Detrás de la línea de casas avanzaron, alguien me ayudó a enredarle los huevos a uno con el alambre de púa de la medianera, y vi la cara de otro de mi secundaria y me enardecí, ya habían hechado fuego a tres casas de la mía, no teníamos armas, ni siquiera un hacha encuentro, veo a una mujer con trenzas irse al bosque por una picada.

                                                                                     ***

Soñé que era el 36 y volvía a mi casa de infancia, a una reunión con los de mi colegio y otros pitucos de San Isidro como si me hubieran corrido la escena del gaucho con concha de Manucho Mujica Lainez y Silvina Bullrich, y me senté a la mesa de un tío en bikini apoyando el pavito como una mina y diciendo “¡qué lindo vientito!”, alguien supuestamente me conocía, eran todos dandys nazis, había un tío político y uno del colegio, Robirosa; y tuve que decir quién era y cuando quise acomodar mis explicaciones se levantaron y caminaron por el jardín hacia otras personas, había un gaucho    nazi con camisa parda, como esos que se disfrazan prolijos en las peñas pero camisa parda y con la banda nazi en el brazo, gigante, ahí me di cuenta de que me estaba jugando la vida así en tanga, pero yo quedaba atrás, la gente se iba hacia unas aves de corral de pico largo sobre un claro de arena, parecían empetroladas, aves del 30 todavía vivas y se inclinaban a tocarlas como si también hubieran vuelto de otro lado, y eran bien recibidas y amadas con arrobos en las redes.

                                                                                     ***

Largo sueño con Leopoldo María Panero. Con su poema-vida de juventud de la que no me queda un solo verso. Solo rock, pucho, mate, porro, también un padre cagando cincuenta minutos con el diario. Salimos, o entramos por unas arboledas luminosas de Acassuso, saliendo de una vuelta al secundario, dejando los estudios, su paso de mártir redimido, y de santo, visitamos unas mujeres en una reunión de familia que jugaban a las cartas entre hombres muertos de televisión y negocios de almacén en un piso por escalera que antes de salir era un bar donde pegamos, y ya estábamos puestos, con cadencia de Sánchez el cuerpo es un reloj de tango, dos stoners en la ballena de piojos, era un baile de balde la vida y queda una antología: Agujero Nevermore. La vida la joda ese poema antes de las primeras internaciones. La música estaba muy fuerte en casa y salgo con el sobretodo negro, todo de negro y camisa blanca, y la voz de bobo de mi hermano menor al dejar la casa que me cierra la puerta, y vuelvo la estrello y despierto.

                                                                                   ***

Julio Cortázar como un ladri vivía arriba de una Shell vieja en Beccar, lo vimos cuando El Piña paró a inflar las gomas y Belén se bajó a saludarlo, era su ídolo. Nos invitó a pasar. Mientras hablaba con ella me mandó a sacar su libro Socorro en la parte de arriba del placard. Yo lo leía y le dije, ¿Sabe Julio? Esto cuando lo leí a los 18 años ya no me gustaba, no me banco los socorros literarios de papel, ni de los más grandes como usted, don Julio, dije con autoridad de tallerista de Abelardo Castillo.
Julio no me dejó terminar y me mandó a buscar otro mientras le pasaba éste a Belén, entonces me asomé otra vez al placard y vi un fajo de francos suizos y me los metí en el bolsillo. El Piña ya había inflado las gomas, Belén se despidió emocionada, y nos fuimos a tomar unas birras.

                                                                                 ***

Estaba peinado en armonía con el quilombo cotidiano en el Stand de la empresa en Cataratas un día más, cerca de temporada, todo normal, en el mostrador mi ticketera, aseado, flaco, bien. Sigo mirando y veo a un yanqui caminando por el pasto fuera de la senda, muy flaco, con los ojos desencajados, rascándose la espalda. Entonces le clavo la vista en la cara y me ve y se me viene al humo directo y me pregunta con tono desafiante ¿sabe usted lo que significa esa mirada en mi país?, y le contesto: me chupa un huevo su país esta tarde de sol, señor. Y le agrego: Man, your slip is hangin', literalmente que se le escapaba la enagua, queriéndole referir que se le notaba mucho la fisura. Y naturalmente se enderezó y su cara se hizo sobria, dijo gracias, y siguió por la senda como un turista más.

                                                                                ***

Cuando era un escriba esclavo de los egipcios para la pirámide les llenaba los papiros y los frescos y obeliscos con el pictograma de mi pajarito. “Vamos a tener problemas por tu culpa, pedazo de pelotudo”, me decía Moisés.

                                                                                ***

Llegaba a mi librería subterránea, mi refugio la galería donde algo encontraba, una escalerita de mármol en caracol hacia las columnas dóricas de la entrada, mi pequeña Yenny; y estaba mi querido Mariano, que atendía, relajado, me da unos libros y me dice que la autora de uno de estos quería conocerme, que iba a venir. Iba a dar una charla sobre de qué iba, o daba, su gusto literario, y la gente naturalmente se fue apiñando en torno a mí y arranqué una perorata motivadora, que era un concurso de belleza, mujeres hermosas salían de mi boca, las señoras se reían, señoras grandes, Mariquena Monti se me abalanza y me mancha la mejilla con un beso, y otras señoras de la cultura, mas prosigo envalentonado y alegre diciendo boludeces, y Mariano hace un comentario marcando como que ya me estaba yendo de boca, entrando en equívocos y haciendo cagadas. Comentamos unos libros y se venden todos, los anaqueles quedan vacíos, la gente se va. Veo el hipódromo de San Isidro y comprendo que es hora de ir para allá.


Tango 78’

Savino daba con pinturas burreras que siempre estuvieron ahí, en Roque Saenz Peña y Libertador, cantores con la boca abierta, caballos, toros campeones, pinturas alusivas a letras del contrario, y fui al Atlético a mostrarle a mis amigos de cuando jugaba y tuvo éxito el paseo y me armé un kiosquito turístico y se llenó de gringas, y me gustaba una que me daba bola y solo pensaba en seguir el recorrido hasta la noche, en seguir la joda de las minitas ganando con códigos savineros pictóricos del hipódromo de San Isidro y llevarme una a la oscura tribuna matadero. Sueño con la música del Tata Cedrón pero decía “... Los grandes molinos savineros...”.


                                                                                 ***

Andábamos todos con la ira política como una rabia o virus todos enfurecidos y yo con la idea fija colgar a los ideólogos más apestados de meter a las masas en ojetes de deudas. Me miro en el vidrio del ómnibus y tenía en la mejilla tatuado un sello de la Wehrmacht, y el bigote profuso nietzscheano cortado recto sobre el labio superior, como un Facundo rubio, espléndido.
Caminaba por la matanza en todos lados y me pescan y meten en un bondi de razia donde era posible matarse con cuchillos de carnicero, y mientras me imaginaba como mataba a Milei, lo hacía, lo desguazaba con intuición quiropráctica, viendo sus carnes de vaca todavía lo escuchaba hablar de la Inflación Core. Llegamos a un hospital colonia o un ojo me ve y me extraen del bondi, comparezco arrodillado ante un mulato arrugado de overol naranja que me identifica y dice elimínenlo, llevo el rosario, esperando con ansias el disparo. Me hacen arrodillar frente a una vieja cartelera marrón con letras amarillas y empiezan preguntas y confirmaciones, contesto alto y fuerte la última, arrodillado, con la pistola en la nuca: “¿Es necesario?”, “¿Es necesario qué?”, contesto. “Seguirlo”, me dice; y grito "¡No. Yo soy libre en mi patria!". Y apartan el arma de mí.

                                                                             ***

El mundial de clubes se jugaba en el conurbano funebrero. Mamá tenía una panadería en la villa y estábamos todos mezclados los gringos con peruanos paraguas, bolitas, santiagueños, polacos, armenios. Había pasillos en las veredas con las tolderías y explanadas con canchitas de hormigón, ropa colgada, y todos jugábamos y al tiempo como que laburábamos y estaba Feinman de preceptor que era la cana, había pozos ciegos y mierdita que saltaba porque nos cagábamos bien de risa todo el tiempo, era como el centro del mundo del fútbol y todos nos hacíamos chistes va y viene, y en eso aparece Cristiano Ronaldo a jugar con los pibes y lo achuramos, llegó a la panadería trozado, me tocó meterlo en el horno de la panadería de mi vieja que era un Fairlane negro y Messi comentaba “Uh dale, todo el tiempo dicen que este gomina es el mejor del mundo” yo le dije “Pero Maradona dijo que Cristiano no es menos que vos.”, estaba Antonella también, que aceptaba todo, muy linda, a un costado. Lalo Mir me dijo que le deje a él el asunto y lo acomodamos en el Fairlane porque venía la cana y pasó Cristiano Ronaldo como un lechón u otra tanda de pan.



La edad de Mick Jagger (Savinera)

Taco, taco. Casi sordo en el andén, casi ciego. Antes me guiaba por vibraciones, las luces y campaneos de la vía. Ahora me llevan puesto. Un pendejo me cruza la pierna en la escalera: puteada al oído. Por arriba los trenes nuevos silenciosos, los pasillos dan a una suerte de aeropuerto angosto. Casi me agarra un Toshiba amarillo una vez, Hernán me sacó del brazo. Tengo las piernas duras, las rodillas no me vuelven derechas, tampoco los cuartos a la cadera. Desde que levantaron la estación Belgrano C le taparon el amanecer a los primeros pisos. Todo ese riel de hormigón acostado desde Nuñez hasta Dorrego por no hacer barreras nuevas. Al quiosco de diarios lo mandaron para La Pampa, ¿pero qué venden aparte de muñequitos de plástico? Sacaron los bares peatonales, sánguches de mierda de parado con humedad de aceite de meses, una feta de jamón, queso o salame con pan humedecido, a Luis le gustaban. Comer ahí después de trabajar parecía tentador todo eso en el mostrador, mismo las facturas de plaza Constitución. Solo se podía comer un panchito con Chisaps y llevar la revistita de cuentos eróticos con teléfonos. Una vez encontré un Malone Muere de Octaedro veinticinco pé, cuando no usaba anteojos.

Por Juramento en la mano de los edificios voy como alambre chueco, engañabaldosas. La librería con cartel fileteado voló con la obra: La Porteña, tenía buenos saldos. Un Paradiso Casa de las Américas por Cintio Vitier, lo revendí bien. No voy por la plaza desde que pusieron los caniles de arena para descanso a los paseadores, y las baldosas que deccían San Isidro que le mandó Posse, un beso.
Las baldosas horribles que pone Larreta no se mueven, qué va a escuchar ahora Bruno Gelber que vive en Once y le pusieron esas del microcentro, ¿porqué no ponen adoquines?, Posse se los vende, los tiene todos encanutados en un galpón.  El capricho de un porteño distraido había inventado un berretín nuevo: el recoge-soretes de perro. Recoge-soretes de Macri. El macrismo nos inculcó que levantar el sorete del perro es un deber, antes lo hacía el portero con la manguera. La Bullrich quiere una colimba civil voluntaria.

Pendiente ascendente hasta O'Higgins. Adelante mano izquierda el museo Sarmiento con libros usados sobre el mármol bajo las rejas, La República de los Sabios 20 pé. Omar en Santiago también la encontró regalada en la vereda. En la plaza nada, después enrejada, después con feria que pasó a la recova de la Inmaculada Concepción. Llena de satanistas las ferias, en todas siempre alguno. Nunca pude hacer nada en las plazas -con la pelota nos corrían los placeros, de noche drogones, a la mañana las jeringas-, ni en los cafecitos de grande, me las tienen por el piso los del café. La camperita azul Wrangler en el mismo local anterior a la Yenny, años en la vidriera, 65 convertibles. Quedaban los libros del amigo en Galerna la última vez que pasé, ¿cuánto tiempo pasó?, para eso salí a la calle, calculo seis cuadras más. Autos frenados con el semáforo rojo... (Esperar a que el semáforo se ponga en rojo y asegurase de que los autos estén detenidos, Pedro Monzón dixit)… cruzar Jurabildo a las manos de enfrente y caminar por la luz, Sunny Side of the Street. Ya no venden guantes de lana para las manos duras de frío, el frío en las manos y los cuchillos, miedo de los cuchillos domésticos al escribir. Las manos tan precisas, y los ojos más cómodos en el LED de la pantalla. El hombre mira el LED más que al fuego, la gráfica se acabó con los últimos asados del basurero. Miro en la luz del día, ¿qué hay? Bufarras con vahos ácidos, camino escorado.

Variaciones de guríes. Para mí serán unos meses más de escribir y listo, al hospital. Anónimo, podré seguir durmiendo y estar inmóvil. No dejo ni dientes postizos. Dos bombillas de alpaca -una tapada en agua aflojando. Tres mil carillas de cómics en verso, un libro de sueños, abortos de novelas de poemas rebobinados con el backspace, un Word con cuentos. Todo el montoncito de bytes deleteado por un pariente.

Pibitos en camperas violetas y palitos con globos cromados, las viejas galerías, la joyería con la cara de Chiche Gelblung “Acá respetamos el valor de tus afectos”, Churba tirada abajo por Tower Records hecha un emporio de zapatillas, la Samsung, la Yenny de Etcheverría que me tomé un rivotril y me olvidé que me metí en el bolso el Band of Gypsies de Jimi, toda esa cuadra de luz con copitos custodiando los rosas Barbie. Mamá sacó las viejas muñecas de Luli, le digo que las pongo en Amazon con otros saldos de Mercado Libre y se las vendemos a  las masas mejicanas y chilenas.

El tipo sin piernas ni brazos en un carrito de rulemanes enfrente del quiosco de diarios de la Yenny no está más. Nunca le di, siempre divertido con birra de canuto me miraba fijo cuando subía la escalera mecánica, como si me esperara, pero ahí mismo en esa boca subió Ricardo Bochini con un traje de la tintorería con forro de plástico al hombro. Hace poco vi al de la pierna pelada del Mitre, se la había vendado, ¿cuántos años con todo podrido al aire?, la bolita interna del hueso del tobillo morada, toda la pierna descarnada, sigue por ahí ese. Conducta en exhibirse. Quedan pocos mendigos, y aquel que cantaba los temas de Luismi con voz de cañería que persuadí de callarse, aerofonistas con amplificador dentro del vagón de Subte, se fueron, algo hicieron mis cartas al director de La Nación, nos subían la presión a los viejos. Nunca les di un peso salvo una vez a un trompetista con bandoneón.

Avanzo a Galerna. Un Banco Nación. Desde chico no entro a un Nación. ¿Qué pasará con los bancos si todo puede hacerse por teléfono? Maslatón: que tener la plata en el teléfono impide las corridas bancarias. Pero ya inventarán algo para hacer filas: Galpones de solución final para viejos, te la hacen fácil con morfina, hasta que se olvidan de cambiar el tanquesito de aire. Si escucho a Louis Armstrong me tiro al tren, escucho tecno para escribir versos, y me leo con rock, no me sirven los tangos.

El olor a meo que tengo ni me importa, y si me cago me cago, me cambio el calzón cuando le sube la temperatura, y por flojets súbitos de cúbito acostado, ya no avisan los esfínteres. A los cuarenta y cinco años se me quebró la pascualina por fibromialgia y aguantar pedos, y empezó el olor a meo como un halo, sorpresas de la biología de comer, pastillas, puchito. Todos en el bondi aprisionando el olor a mierda de las tripas. Arreglo de Spinetta a música del film papel higiénico. No escuchan cuando les piden usar perfume. A Mick Jagger le hicieron una tanguita reforzada, deben haber sido los nietos que celosos de sus números.

Le digo al Rulo de Galerna que me de todos los libros de Juan Manuel Gioannini que tenga. Veinte por ciento de descuento: diez por pago en efectivo, diez sin factura. Lo aprendí de Sandro Barrella que lo dejé cagarme, Sandro Barrella de la Norte, Maslatón me avivó otra vez. El librero no conoce a Juanma, los empleados de librería son tan analfabetos como cualquiera… me llevo el nuevo de Céline. La traducción de Guerra es un menjunje de jergas hispanoamericanas más comprensible. Otras cuotitas de crédito en Mercado Libre y yerba y pucho de arriba. Capaz voy a un mayorista de estampitas en Villa Lugano y me traigo una caja del Sagrado Corazón y otra de la Virgen de Luján para ofrecer en los trenes.

 

Ribera, Besairs


Van y vienen cangrejos en diagonales

por los hormigones partidos

cric cric-cric

en la orilla del río

como uñicas claqués

y más atrás

en el césped,

El Parque del PRO

con los dirigentes sentados

en sillas de plástico, de las buenas:

Patricia, Santilli, Ritondo, Horacio

Mauricio y su primo

bajo el gazebo amarillo.

 

Está saliendo el sol de nuevo

y los cangrejos

en pasitos diagonales,

marrones son los de río

criccriccric-cric

bailan, y el público

les tira pochoclo

-lo trajo Larry,

que los altera,

se acercan y se alejan

de acá para allá,

cric cric,

y los políticos miran

la coreografía

en silencio,

conspicuos, esperando al orador

y aparece Milei por la costa

con su traje azul

bajo el camperón negro de cuero

con los pelos resecos, perdiendo el color

huyendo del viento con drones

mirando si lo siguen

y pisa un cangrejo

dos, tres, y le gusta

los pisa

y los patea a la mierda,

al viento con drones

y prueba un pochoclo

del piso de hormigón,

y el viento le susurra:

salados. Patricia Bullrich

le pinta pochoclos

con lápiz de labios

y le tira:

Cerezas, dice el viento,

y más al sur de la costa

por abajo de Arquitectura,

sobre un paredón gris caído

una parrilla con chorizos

Massa de blanco lo mira

el chori esperando,

el viento se calma,

se agrisan las brasas,

y una música hindi macrista

de flauta

lleva a Javier a Sergio, el parrillero

que saca un chori y se lo empana

con chimichurri,

Javier mira ansioso,

como calabaza de presidio,

pero se solaza el viento,

le alisa el traje.

cae el barro de su calzado,

y baja el enjambre de drones

de videos y fotos

de Twitter y noticieros,

pero se van se levantan ahí

viene Conan,

su Grandanés Metafísico,

con su hermana

Karina Skeletor,

y vuelven volando

por los cielos plomizos

a su cueva,

-un viejo galpón de colectivos.

 

Esmeralda Mitre pare

los drones de la SIDE

que persiguen escuchan y graban

a civiles morosos

a empresarios y políticos,

periodistas, deportistas.

Como abeja reina los maneja, Esmeralda.

Se hicieron

con restos y detritos

de teletipos

y moldes de imprentas

en su útero

-biología mamífera de la familia,

con ojos de mosca

por donde mira Larreta.

 

Diario afgano

Las letras, los blancos calcinados, la tropa de humvees artillados, los Budas detonados. Los alazanes blancos, fusiles en alto. Les brotan las tetillas a balazos, hacen blanco en el ojo de la frente, el de la iluminación: luces disco rosadas y Barbies Minajs gordas con pelo teñido con rulos Claudia Maradó, uñas leds de pintitas afiladas. Nada me perturba, paso con el opio con salvoconducto a la Rusia
I Want My, I Want my MTV… yo les traigo munición y nuevas Kalashnicovs. Soy un amo de la guerra, no existo. Veo sombras de culos en el fuego tras mi carpa, no quiero carne de cabra ni yogur, solo ginebra y el tabaco salteño armado. Los guachos me guardan la puerta, la intimidad nunca existió. Cago como cagan los camellos pero un poco agachado, les mancho la arpillera con un jeroglifo: estoy hecho de signos, no lo puedo evitar. Me duermo por falta de agua y matan a las minajs, despierto. Dejan sus cabezas sobre las faldas de Budas maltrechos. Aparecen las flacas con burkas, ahijuna me gustan. Hablan un llanto de oriente como cacatúas, se inclinan, las toco, de afuera me miran. Prendo una bolita de opio y espíritus negros salen de la noche, me chupan, me chupan, no se me para, los alejo, me duermo.

La mañana limpia sobre cal y azufre oxidado. Como cabra fría y chupo ginebra suiza. La marcha a Mazar I Sharif entibia mi cuerpo, sigo en el antiguo camino de seda.
La cabeza se entretiene en el puñado sterling: forro de pampas con cambios. Pasa el desierto en cámara lenta, soy un holograma que ven unos pocos recién nacidos. Hago las cuentas para las baterías antiaéreas de Itaipú, las once del Iguazú Superior y la vieja Yaciretá. Taiana me mira, le digo que arreglo yo con Los Paisa, que no se preocupe, pero insiste y le digo que no se meta. Maslatón aparece por el Spaces y aborto todas las ventanas argentinas. Voy para Mazar a levantar lo de Los Paisa, que también arreglan mano a mano con unos aliens que soban también, larretas de otras dimensiones que se alimentan con guasca, y todo lo hago por mi país. Vamos Massa. Sergio Espera con Malena, Intendenta de Tigre, en Mazar I Sharif. Aparezco. Sergio con sus camperones chinos de siempre. Malena con un trajecito estampado con unas vegetaciones con picos rosados y gafas cafés. Me señalan el galpón Marolio y cargo todo el Hashish en mi tornado. Con estos cuartos cuatridimensionales podría meter a toda mi familia y partir al planeta que compré, pero empecé a trabajar de grande, y mis sobrinos tendrán mejores posibilidades.

                                                                                   ***

26 de julio, 2023. Era un edificio hospital, parecía mi colegio primario. La recepcionista de mi antiguo psiquiatra, la señora Garbarino, y le hago mi gesto de paquete Gorositho hacia consultorio, yo había hablado con Daniel Kreiman que era psiquiatra y me había invitado a ser su paciente en ese despacho de dirección de hospital lujoso, verde, sombrío, alfombrado y con bibliotecas de carpintería llenas como una escribanía de lujo. Yo estaba acostado y aparece Dani, y saca la goma de ajustar venas y mira a la puerta, entra un pibe joven, un médico, ahí sentí algo raro, Daniel me llamaba a no preocuparme con una sonrisa y me paré, empecé a gritarles y desaparecieron. Le pregunté a la recepcionista qué pasaba y me dijo llanamente que era una rutinaria cita de drogarse y coger. Yo empecé a insultarla y salí al pasillo del hospital desnudo, tomé la escalera hacia arriba y veo doblando por el pasillo a un enfermero yéndose con una jeringa cargada advirtiéndome que no haga bulla. Seguí dando vueltas desnudo por el enorme hospital verde y me perdí. Después encontré el despacho y estaba mi viejo doctor Vinacour, incómodo por mi desnudez pero con su naturalidad impertérrita, la recepcionista se desmorona en excusas serviles con el doctor pero ya me la había visto enmantecada y seguí deambulando perdido por los pasillos en bolas sin remedio y la música que me sonaba se adelanta, Mis Amados se Unirán para Matarme es una marchita de la guerra final de la especie pegada a mis pasos. Me llenan bolas 24/7. Ahora tengo paz.

Pasa de uva con moco usa Aqua Di Gio

Por insuficiencia de palabras, jardín del infinito. Me masajeaba un neutrinario de bitcoins, y aire y celeste y un rosario de hojas rosas para escribir sin espinas. Gimnasia en drogas indicana kush, una x-dona rísper con dos rivotrilex, mate caliente me falta más aire, ahí estás, con el paso del tren Zárate-Suárez, sobre el bañado de barrio cerrado no secado aun que vi yendo a Gualeguaychú, en ese tren pasé de viaje egresado consuelo dos parejas: entoblerene el serrucho del garque a Lorene: "Me comiste el último repostero Gándara de envase amarillo que yo tenía criogenado como Walt Disney", y bordas rosas blancas en un ojete de geriátrico con pizza Calla, -Dulce Lamela, ¡Dulce Lamela! Llamaba a la enfermera, pero esa ni bola, a la del turno nocturno le gustaba chupar verga de muertos.

Bajo la armonía de las hasanas tantras, la contractura humanizada que chupa el cangrejo fumaporro. Las primeras trazas del alba sueltan un pedo silbando en su cama. Belén me empuja, ¡qué hacés!, ah, si queríais chupármelo me doy un bidetazo y vuelvo, digo dos años después, a las cortinas de la siesta. Siempre encuentro algo en mi tiempo perdido.