Mierda en los pies
camino al defecadero.
Los tobillos hediondos,
humillación del cuerpo.
Dormías con tu Ilíada en las manos.
El olor de sus páginas
impregnaba
tu sueño.
Me pregunto qué edición tendrías.
Imagino su lomo
como de animal gastado,
sin pelaje.
Dioses invisibles
venturosas cadenas.
La musa sin voz
cantaba.
1
De cara a los
abismos
del mar
te leo
Reinaldo
como el Cronida,
de ancha voz,
así la tuya se
vierte en mis oídos
las palabras
fluyen
de tu lengua de
miel
hacia la mía
nuestro beso
de múltiple
descendencia
se hace música
me escribo en vos
como en un
pentagrama barroco
me hago sonido y
silencio
la cumbre nevada
del Fitz Roy
y lo divino
2
Del semen que se
derrama
en los abismos
del mar
nace tu escritura
hecha de furia
y esperma
tu cuerpo
y el banquete
olímpico de otros cuerpos
Afrodita en la
noche
3
Palas Atenea en
la prisión del Morro
la mano de Aquiles
sobre el puño de
plata
la tuya
se aferra al lápiz
milagroso
la libreta
manoseada por un
deseo
salvaje
el calor, las
chinches,
el pegoteo infame
de los cuerpos
la escritura
4
la belleza
es un vértigo
un camino a la
nada
inventás tu deseo
buscás
eso que una vez tuviste
y que sólo el
cuerpo ajeno pudo darte
perder la
libertad
pudrirte
y ver
pudrirse la carne tan deseada
en el olvido
las palabras no
llegan al Morro
para iluminar
la noche
la prisión hiede
te va matando la
vida
Reinaldo
obligada al
silencio
5
Prometeo robó el
fuego de los dioses
para darlo a los
hombres.
Vos das tu semen
al cuerpo de la
noche.
Se desata
el río del
lenguaje.
Corriente divina
cae
sobre tus
piernas.
6
Mar sucio el tuyo
Reinaldo
no las límpidas
orillas
ni la negra barca
que se lleva a la
Criseida.
La marea ardiente
canta
lenguas de
libertad.
Se escribe Troya
en tu sexo.
La frescura de la
arena
no calma el
deseo.
El resonante mar
de Aquiles
es el tuyo.
El Morro habla,
te clava en
el oído
la voz de los
profetas.
7
La escoba de tu
madre
no llega a tus
rincones.
Que ella
encuentre su tiempo,
restos de lo no
vivido.
Que busque, que
limpie,
que arrase
hasta amontonar
sus penas
y tirarlas
después
cuando ya no
la mires.
8
De la tristeza
de ese vacío al
que fue a caer como un puro
desecho
el tiempo de tu
madre
del abandono que
la dejó crucificada en la espera
antes de que
nacieras
del resentimiento
triste
de su femenina
pasión por lo imposible
nació tu deseo
tu ímpetu de
huracanes
el fuego que te
quema.
9
Piel atormentada
camino, me
arrastro
me quedo en la
noche
para no caer
Montañas azules
contra
un cielo de
piedra.
Mis dedos arden
sucios de vida.
Y el mar
Reinaldo.
tan lejos.
10
La pavura de las
olas
te hace tiritar.
Apretás la Biblia
contra el pecho
como si quisieras
cavar
un agujero
en la carne que
grita
y hacerla callar.
11
Los cuerpos
para salvarte
si la escritura
no alcanza
Se estrella el
mar
contra el
malecón,
duele.
El desprecio a
Fidel te mantiene vivo.
Apoyás la frente
que te quema
contra las rejas.
Aplacás tu ira
en el frescor de
la mente.
De tu destino es
la prisión
Reinaldo,
no tuya.
Tuya es la
inmensidad del mar
y el cuerpo que
se expande
se expande
se expande.
Huelo la sal,
las olas
se oscurecen
en tus dedos de
tinta.
Tus ojos queman
vida,
consumen la
inmundicia
de la servidumbre
fijos
en una libertad
que me deja sin
aliento.
La muerte te
abraza,
sin cabeza
sin piernas
heroína mutilada
por las guerras.
Dormir
romper los días
con imágenes filosas,
traídas del infierno.
Cortajear las
horas, degollar las noches lentas
entre piojos y
roña
y cuerpos
torturados.
Nocturna libertad
de manos truncas
te rodea el
cuello con sus brazos.
A soñar
Reinaldo.
12
La vida me
desborda
el mar
que me obliga a
ser su lengua
y como sierva
impotente
a traducir en voz
baja sus secretos.
La debilidad del
aire
me intoxica de
dulzura
aroma a Dios
humedecido
Aunque me quede
quieta
tropiezo con la
vida,
aunque me esconda
Se demora en mi
piel
se mete por mis
poros
me arrasa
la vida
si no fuera por
la muerte que trabaja sus restos
no quedaría su
huella en mi memoria.
Intento
mantenerla lejos
como a un perro
rabioso
o un cristiano
que defiende sus fronteras
de los
excesos bárbaros.
13
me abro a la
muerte
como vos
Reinaldo,
tan colmada
14
no necesito de
otro que me ayude a salvarme
en la batalla
yo
y la alquimia imposible
de convertir en
vida
mi carne
analfabeta
sobrevivir
cada día
entre palabras
ajenas
silencios
enormes como
heridas de guerra.
15
No quiero
como tu madre
un amor fijo.
Quiero un
encuentro único
un choque de
miradas
una indecente
explosión de
almas
que me lance al
infinito
16
Detrás del muro,
el tan pesado
mar
17
me consumo en vos
para salvarme
mis cenizas
se desparraman al
viento
como lluvia de
huesos
milenarios
lluvia blanca
venida de lo alto
de cárceles
inversas
de dolores
profanos
de tronos
desnudos y oxidados.
18
Sin cuerpo, al
fin.
Porque mi cuerpo
alimentó tu cuerpo
hasta hacerlo
mío.
Desaparecí en tus
playas,
en tu noche insular.
Mis ojos
hasta encontrar
los tuyos,
se abrieron paso
en la piedra,
murallas
sangrientas
de la prisión del
Morro
Veo lo que ves,
te escucho.
Y es como si el
eco de un yo perdido
me nombrara.
Siento tu
desparpajo y tus ansias.
Te leo, a vos,
Reinaldo
a mí.
Tu centro vital
es tu escritura.
Y en ese mar me
lanzo,
en ese mar me
curo.
I9
Voluptuosidad de
arroyos.
El aguacero rompe
los márgenes
del cielo.
Los relámpagos
acrecientan el exceso
y es como si Dios
te golpeara.
En el pentagrama
de la piel
que sangra
se inscribe con
la noche
la sinfonía cruda
de tu infancia
20
Querés volar con
el aguacero
como los pájaros
y elevarte en
oración
sobre
los árboles.
Caer, jamás.
Resistir la
violencia del agua que te corta,
te parte en mil
pedazos
la tormenta te
convierte en hombre:
poseer con tu
miembro infantil todos los árboles,
los abismos,
húmedos, abiertos
en la madera.
Te pertenecen las
cuevas arenosas del lecho del río
que se derrama en
la orilla,
las frutas maduras,
caídas.
Tu cuerpo de niño
se deja azotar por relámpagos
que trazan,
en vos,
signos
enloquecidos.
Sos un palpitante
pentagrama en el que la tempestad
escribe notas
celestiales.
21
El río se
desborda
se levanta
serpiente erotizada por músicas prohibidas
a oídos humanos.
22
tu letra infantil
cabalga sobre el trazo
débil
de tu madre
escrito en la
niebla del otoño
cubano.
23
Te odian
Reinaldo
fornicador
manchado por la vida.
El Gran Loro
y sus fieles
cierran
la puerta
sepulcral
a tus espaldas.
Los dogmas de la
nueva religión
te empastan la
boca
duele cada
palabra
la lengua
en carne viva.
Cuba
te condena a una
hoguera
seca,
sin fuego.
Te quieren
puro
sin mezcla.
Exiliado
de tu decir y tus ansias.