12.7.16

Odio la poesía objetivista, por Francisco Garamona




Tal cual lo escuché

Ayer un niño me contó la historia
del perro suicida de Ballester.
Parece que este perro
era de un francés que
se fue a andar en canoa
por las islas de El Tigre
y un barco le pasó por encima
dejándolo sin vida.
El perro ahora anda solo
dando vueltas por las calles
esperando que un auto lo mate.



Tiene que cambiar

La fuerza de la noche era suave
y en la espesura de tus ojos
noté que ya no me seguías.
Yo vagaba con una yegua alba,
en la madrugada austera
aunque llena de todo lo que quisieras.
Bares repletos de histeria laxa,
paneles de sombra dibujados
con grullas atraídas
por el perfume de lo nuevo.
Era fácil conseguir buena madera,
para comenzar la construcción
de un barco inamovible,
que respondiera a los deseos
como un mudo que hace caso siempre
a los mandatos de un zorro justiciero.
En un momento dijimos con mi amigo:
“tenemos que elaborar un plan de lucha,
que sea regular, directo, incorregible”.
Él me miró y yo noté que me entendía,
caminamos por callecitas
de plomos y concretos específicos
como dos soldaditos que están juntos
dentro del arcón de un inmaduro niño viejo
en el tren de aprendizaje de su vida.



Unos

Se
vieron
en la
farmacia
y fueron
hasta
una
obra
en
cons-
trucción
para
estar
juntos
otra
vez.
Después
él
se
subió
a
su
bicicleta
y
ella
caminó
por
la
calle
de
tierra.
Se
hacía
temprano
de
noche
en
el
invierno.



Suave brillo de los ojos

Al lado de mi librería
(Padilla 865, Buenos Aires)
vi a un mendigo que estaba a punto
de darse un saque de cocaína.
La soledad de su imagen
de pronto me conquistó.
“¿Necesita algo mi amigo?”
le pregunté acercándome.
Sus ojos brillaron un poco,
con ese orgullo extinguido
del que hablaba Balzac.
“Lo que puedas darme
te agradezco”, me dijo.
Era de mañana, llovía,
y en la librería unos obreros
estaban haciendo una remodelación.
Le compré una cerveza
en el chino y le di unos pesos.
Hay que compartirlo todo.
¿Dónde andarás hoy joven
mendigo, bello y drogadicto?
Si yo pudiera escribiría tu vida
en un libro voluminoso de hojas de oro
arrancadas del árbol de la especie.
Contaría aventuras increíbles
para hacerte quedar bien.
Vos estabas solo, sentado
en el escalón de la entrada de una escuela.
Yo estaba solo también.
Te busqué muchas veces
por las calles del barrio
y aunque no lo supieras
me preocupaba por vos.
Tenía un montón de cosas para darte.
Pero no te encontré más.
¿Qué tenue hilo nos unía?


Tomados de: Francisco Garamona. Odio la poesía objetivista. Iván Rosado, 2016