18.7.16

César Aira



Cometí un crimen, me atraparon, me juzgaron, y me dieron treinta y cinco años de libertad. Tuve que interrumpir el proceso de formación de mi carácter y adaptar medios y fines a condiciones nuevas que me eran desconocidas. Mientras otros combatían la intuición en animales interesantes yo colaboraba en la intuición de la lluvia y el buen tiempo. Quedé completamente desmoralizado. ¿De quién temía ahora? me preguntaba. ¿De mí mismo? Inicié una dieta estricta. Debía estar liviano y ágil para desplazarme en el campo minado del tiempo. Y mantenerme informado, atento a la menor vibración del presente. Dos periódicos se disputaban mi atención en aquella época, Le Matin y Le Soir. Buscaba en ellos una prueba de realidad. Las noticias de uno desmentían las del otro; así que en las contradicciones me darían la clave con la que obtener el perdón. Pero el perdón ya me atravesaba el pecho como una espada. Ese soldado que yacía muerto a mis pies, no lo había matado yo. Yo había matado una idea.


Tomado de: La copiadora manuscrita. Buenos Aires, año 4, nº 2.