14.2.16

La muerte del Orfebre, por Roberto Escaleno



Las ofensas hechas con poca prudencia son recibidas con mucho odio pagadas al centavo.
Hugo Savino


11 de Septiembre y Emorroide. Narco Pollo. Qué insulto. Mezclar el nombre de Marco Polo y vincularlo a una actividad ilegal cuando el viajero y mercader nunca fue un ilegal, aunque sí un gran traficante de opio. El Gran Khan lo quiso recluir en sus negocios clandestinos, el tráfico de arroz pindonga —sí, granos de arroz verga, al comienzo los chinos eran una raza de gigantes que fueron disminuyendo su tamaño a medida que aumentaban en número, de ahí sus actuales políticas de reproducción— a las indias descubiertas en secreto, o qué se creen que a mi abuela le decían China por el curso de Ikebana que hizo ¡mi propia piel parece de arrollado primavera! En fin. Cosas. Ahí estábamos todos en la esquina de la pollería Narco Pollo, producto de un error, de una triste falla. Pensar que estuve largo rato mirando en esa dirección, en esa esquina, pero no lo veía. Hasta que Longorraba nos lo marcó, al negocio, él lo vio primero. Y el que mira algo primero lo mira dos veces, saber impopular, claro está, las minas de esa benévola tarde de enero pasaban, tomaban café, leyendo con las gambas cruzadas, mucho vestido estampado con vuelo, chatitas, teta, culo, pelo suelto, hasta una sesentona atlética y rubia con el pelo por la cintura en jumper con las caderas descubiertas parada en la puerta del bar con un perro de pelaje lacio cobrizo. Todo estilizado como en una ciudad ajena.

Y la pollería infame, con ese nombre, ahí, era como el inconsciente. Eso que siempre estuvo ahí, pero nadie lo vio, salvo Freud, que lo develó. Como América y Colón. O como el fastidio de la vida de hotel. Pero vayamos a lo que nos reúne. No es el Narco Pollo. Como decía, eso fue solo un accidente de la cartografía de la ciudad. Lo que nos reunía era la muerte del Orfebre, su funeral. Lo del Pollo Narco es otra cosa, es solo un pollo accidental, cultural, engordado con hormonas de morfina para encubrir la venta de cocaína en la tarde, solo un Pollo-fachada. Nadie podría sospechar que detrás de esos pollos engordados y detrás de ese nombre tan jocoso, podrían vender fafafa o traficar antigüedades, o etc. Pero helos ahí. Un accidente atrapado en otro accidente.

La muerte del Orfebre también lo fue. Ahí estábamos, como cuatro ilusos mosqueteros, siete treinta de la tarde, en la puerta del Cisne Blanco del barrio chino, esperando que pasara la pompa fúnebre del Orfebre. Pero todos sabemos que así como hay atajos hay malditos desvíos. No sabemos si la pompa fúnebre cumplió su ritual. Sí sabemos que la dueña china del lugar nos negó unas cervezas para brindar en su nombre, porque la muy turra pretendía que comiéramos cuatro arrolladitos primavera como requisito mínimo para darnos una mesa. La vez anterior comimos algo, las rabas estaban 45 pesos las diez unidades, qué raro, pensé, y sí, lo que se esperaba no fue una fritada dorada y crocante, sino un engrudo de goma insípido; y el interior y sabor de los arrolladitos también baratísimos, indiscernible. Nos negamos. No transamos con los chinos, y menos con las chinas. Pero el hecho de que nos rechazaron, porque aquello fue un rechazo tajante, real, nos hirió en lo más profundo de nuestra tarde. Una herida en la yugular de la tarde. La Casa se reserva el derecho de admisión. Siempre así. Hay cosas que no cambian. Pero no nos pueden obligar a comer comida china a las siete de la tarde. No señor. Nosotros solo queríamos despedir con dignidad a nuestro amigo, a nuestro enemigo, a nuestro todo.

El Cisne Blanco era el punto de encuentro. Pero como nos desterraron en pleno barrio chino, terminamos en Emorroide, esquina de Narco Pollo. Cinco horas reloj hablando sobre diatribas, sobre poemas perdidos de Vicente Luy, sobre la sexualidad de Gabriela Sabattini, fue ahí cuando Longo notó que estábamos ante esa pollería tan extraña, que era como el Tercer Mundo, que siempre anduvo ahí, sin Tercero alguno, como  suele decir Lancelot.

Le dimos un destino distinto a las alegrías del Orfebre, y a sus tristezas. Porque uno tarde o temprano muere. Aprendemos a vivir muriendo. Esta vez le tocó a él. Cuatro disparos en su nombre, cuatro episodios de su muerte. Escaleno dice o Simon Leys says.

Escaleno era algo que nos faltaba en nuestra vida y si a veces hablamos en tercera persona, es porque somos del Tercer Mundo. Todo fue tan vertiginoso que no supimos cómo darle cuerpo, ni forma, ni colores. Pero, Longorraba, del submundo, tercera persona de tu hermana, acechaba los pulpos con luz blanca mirando a través de la tinta disuasiva, tenía un agujero en el jogging por donde salía uno de sus testículos, el derecho. Pero no llegamos a diseñar los personajes en verdad, alguna cualidad bosquejada, puede ser. Y el diseño es la piedra angular de toda cosa de nuestros tiempos, como la flamante fachada de Narcopollo, si no podés con eso, directamente no podés. Como un espejo que esconde su reflejo. Es lo mismo que los romances. Eso es lo que pasa cuando inventás romances estilo Lancelot, donde no hay nadie.

La moza se llamaba Rosario, no murió, pero se llamaba. Rosario, coordenada café París. La colombiana tuvo que migrar, de bar en bar. Rosario a secas. Ahora en 11 de Septiembre, Siga la Vaca, esquina Emorroide, dijimos. Rosario a secas y sin apellido, bien colombiana. El problema es que en este país si no tenés apellido sos un bastardo, y si no tenés tetas los hombres ni te preguntan el nombre. Así que así estamos, tocando las cuentas del rosario cuando rezamos, como si fueran pezones. Escaleno es un hombre del Renacimiento, que se corta el pelo a sí mismo, de a ratos, en ataques de locura y que no puede vivir en el Renacimiento porque el país todavía ni terminó de nacer, se corta las uñas, se mete el hisopo, se ilustra. Descubrió que el mejor antimicótico es el meo, entonces como un abuelo se relaja de dorapa antes de abrir el grifo de la ducha, con manos libres, sin Bluetooth.

Rosario vino al rato, y Longo dijo tetardaste un montón. Lancelot objetó “nooooooooooo” frente a esa réplica tan vulgar. Lentamente le fue calibrando los párpados, buscándose el rosario bajo la remera. Si no hay queso no hay juntada, dice L., se lo trajeron con pimentón rojo y oliva. Pero no nos desvíemos todavía. La reunión era solo por la muerte del Orfebre, tan trabajador, tan educado, tan reputado como Yahvé, el Neocalvinista que envidiaba al zaguero Mouzo. De tanto relamerse con Osvaldo Lamborghini le fue creciendo ese bigote, tal cual, bigote Roberto Mouzo en el que apoya el bidón de agua para negar su palabra en pos del fraseo, reducir el concerto grosso de sus combinaciones verbales a las líneas de un solo jazzero. Tomaba agua, mucha agua:
–Tratá de meter toda el agua en ese hoyo.
–Pero eso es imposible –replicó el teólogo–, ¿cómo pensás meter toda el agua que es tan inmensa en un hoyo tan pequeñito?
–Al igual que vos, que pasás de largo el misterio que es Gomsterfi.
Y cuando descubrió a Mouche sin tegobi en Boca 30 años después, directamente se tuvo que mudar a España. Pero Kerouac es otra historia.

Un cuadrado de provolone quedó fuera del plato cuando nos fuimos. La poesía es amoral y primitiva, es enigma, decía Escaleno, apellido que le pusieron los amigos cuando por pasarse de vivo le reacomodaron el tabique nasal. La única opinión literaria que yo tengo es que LLanusi es dictatorial porque es demagogo, lisa y llanamezzi. Como Casas. Al igual que el poeta con el nombre de la mayonesa (John Gelman). Y el de la cumbia (Oscar Caruso Cucurto). Decilo Enzo, le solíamos decir a Román Riquelme, para que termine de recitar, de poder decir algo, de redondear una sola idea. Pero no tenía llegada. Esa clase de gente extraña y sin sentido del humor, esos hijos de neorrealistas italianos mal traducidos al riverplatense, socialistas berretas, traficantes de chimentos. En fin, gente sin sentido común y sin sentido del humor. No podían estar entre nosotros, en víspera de funeral y de pompa fúnebre.

Pero como no se cumplió, como nunca la vimos pasar, no todavía, la vida quedará en posición de espera hasta nuevo aviso.
¿Un Evita vale más que un Roca o vale menos?pregunta Lancelot.
Solo la historia lo dirá resolvió con congruencia N.

La pregunta bisagra que una mujer le hace a un hombre es si tiene auto o no. Anotala. L. lo dice. Yo agrego otra: ¿A qué te dedicás? Ahí siempre perdí, ni una respuesta ordinaria me sale, bah, a veces sí, pero no. El otro día en un chat una mujer anónima me dijo de manera categórica, como si me conociera como mi vieja, que mi vida era una mentira, y me tuve que tomar dos rivotriles para terminar ahí mismo con el día.

¿Hay algo más triste que hablar con una mujer mientras se pinta las uñas de los pies? Seguro. En eso, en la esquina, como una aparición, el coche fúnebre descapotado, blanco, con los dos cuernos de buey en la trompa del orfebre cornudo, las minas de blanco con arreglos florales en el pelo montadas al féretro arrojaban roscas de jazmines y conchas, pétalos y panaderos que soplados desfloraban los ojetes más contritos, el cajón labrado con sus poemas de caligrafía ígnea empezaba a chispear. Llegando por 11 de septiembre se detiene antes de la esquina Almorraga, la procesión de una cuadra hasta Roosevelt también se clava dejando espacio de maniobra para ubicar la cola del vehículo en la calzada de descarga de la pollería. Nos Acercamos. El olor a dólar, cisne blanco, Celine Dion pura, nos hachó los ojos; y la comunicación cambió a una lengua salida del acre flujo del gas de cocaína, que respiraba cualquiera en las cercanías. Las paredes desaparecieron al momento que el cadáver descendía oblicuo a las digestiones opiáceas del local. Hablábamos como insectos guturales, o moluscos gimientes, no sé, pero nos entendíamos, y veíamos por los muros fílmicos cómo la carne transparente del orfebre se desprendía de los huesos en tumores blancos y saltar un remolino de pan rallado y caer en freidoras. L. se acercó al mostrador a preguntar el precio de las patitas. El esqueleto perfecto con algunos trazos rojos y violetas era exprimido hasta la extenuación de su médula ósea. Un torturador chino experto en anatomía mamífera extraía con florete próstata, de gran valor en las tiendas más exóticas del barrio. El mencionado gas y un gran surtido de genéricos similares también eran vendidos a anestesistas privados y odontólogos, surtidos desde el Zeppelin Led Topacio de La Morsa y Vergara Leumann, que Longorraba descubrió con visión de molusco, cómodamente fatigando divanes a gran altura, siguiendo atentos el destino de los prófugos del verano con largavista, ubicándose virtual e intelectualmente protagonistas del pleno dinamismo criminal, pero desde el lado uruguayo.