23.12.15

Los años turcos, por Leandro Ribot



Si el diario La Prensa tiene razón, tiene que estar equivocado el país, pero si el país tiene razón, tiene que estar equivocado el diario La Prensa y todos los que tengan conexiones con él. John William Cooke (circa 1950)

En noviembre de 2001, Mirta Legrand conversaba con Armando Ribas sobre la situación de nuestro queridísimo país. Perón se fue en el 55, dijo Ribas, y preguntó, sentado a la mesa, con aire desafiante, enfrente de los demás comensales, ¿por qué los que vinieron después no cambiaron las cosas? Mirta recapituló un poco para su audiencia la pregunta del abogado y economista Ribas diciendo que estaba haciendo referencia al origen de la decadencia y el desorden en la Argentina. Ribas sostuvo que hasta el año 30 la Argentina era un país del primer mundo. Pero, contradiciendo al común de las opiniones, siguió Ribas, muchos se creyeron que Argentina lo que tuvo fue la Pampa húmeda, pero se equivocaron, lo que el país tuvo, según rescató el tipo del ajetreo del pasado, fue a Alberdi y a Sarmiento. Lo que tuvo, insistió, fue un proyecto político increíble, porque construyó un país a partir de un desierto. Y según Ribas, los argentinos, en algún momento, ¿cuándo?, ¿en la década del 30?, ¿después de la década del 30?, no lo dijo pero aclaró que lo que no ellos no sabían, ¿quiénes no lo sabían?, ¿Ribas lo desconocía o eran los argentinos, eran todos los argentinos los que desconocían lo que Ribas estaba por decir?, ¿quiénes lo desconocían de entre todos los argentinos que lo desconocían?, ¿los cuarenta millones de argentinos lo ignoraban?, ¿los cuatro millones seiscientos sesenta y cuatro mil quinientos cuatro jóvenes que muchos años después cobrarían la asignación por salario familiar lo ignoraban?, ¿los trece millones de pobres que en el futuro habría en el país en ese momento lo ignoraban?, ¿quiénes lo ignoraban?, ¿qué era lo que ignoraban? Ribas no lo dijo. Pero, por su parte, el economista José Luis Espert, el doctor Espert, de impoluto traje gris, reveló que el país insistía en el modelo de hacer déficit fiscal y cerrar la economía y que según él, el doctor Espert, experto en crisis, no le convenía al país ni a los argentinos una economía  que no fuera muy abierta y que no compitiera en serio con el resto del mundo, sólo para geografías plurales, un país con costos en dólares realistas, una economía que no compitiera solamente con Brasil, algo que habían intentado muy poco los argentinos, porque según él había un problema muy serio: era muy cara la economía argentina en dólares, una de las economías más cerradas del mundo, la economía argentina. Esta competencia, que añoraba Espert allá por noviembre del año 2001, no remitía solamente al Mercosur sino a todos los productores, a los productores de todas las naciones del mundo. ¿A los productores de problemas también? ¿A los productores de materia prima en Zimbawe, Corea del Norte y Bielorrusia también? Cómo saberlo si al doctor Espert lo interrumpió un miembro del gobierno de esa época difusa, el ingeniero Nicolás Gallo, secretario general de esa presidencia, interrumpido por Espert, para sorpresa del señor Ribas, diciendo que no todos los países aceptaban la apertura que proponía el estudioso del mercado global, el mentado Espert, experto en cosas plurales. El caso del limón tucumano rechazado en detrimento del corte californiano por el gran campeón del comercio mundial, los Estados Unidos de Norteamérica. Los limones tucumanos y la economía en la boca sucia del ingeniero Gallo tenían un regusto a cosa fraudulenta, adulterada, incierta, a noche, a confusión, a zozobra vacilante, a desazón parlamentaria. Ese era, quizás, visto ahora desde esta otra orilla del presente, ese era el país amado por la señora Mirta Legrand, pérfida y tembleque de la cintura para abajo, y por Ribas. ¿Y los caños de acero de exportación? ¿Y la miel mendocina de primera calidad? El ingeniero Gallo proponía estudiar lo que hacían los otros, la integración económica del mercado común europeo y todas esas economías más abiertas que se bajaban los pantalones ante las grandes potencias y protegían las crematísticas que los productores argentinos exportaban sin abrir su hacienda; y, siendo caros en dólares. Dieu et mon droit!, desde la época insulsa en la que Ramón Ortega era gobernador de la siempre bella Tucumán y arengaba a favor del cultivo del limón y en detrimento de la difusión de recetas caseras para fabricar cocaína, el mismo Palito Ortega que décadas atrás cantaba: “La gente en las calles parece más buena, todo es diferente gracias al amor” y había luchado encarnizadamente para evitar el monocultivo del limón, ¿qué pasó? Ni Mirta Legrand ni Armando Ribas sabían lo que pasó. Un país tan lindo. ¿Canadá o Australia también eran responsables? Mirta no era responsable, una señora educada, provinciana, cortés, atenta, servicial, interesada, galante, política, bienhablada, comedida, prudente, falsa, Mirta, la señora que brindaba con sus comensales amablemente, brindaba por la paz con corrección, refinamiento, sin orégano en los dientes, ella no podía de ninguna manera ser responsable de los problemas de nuestro querido país, Mirta fue inocente, era inocente en el 2001, su inocencia solo pudo haber envejecido, como ella, una vieja inocente, especialista en almuerzos, en brindis, en no salir perjudicada con las crisis, en las buenas intenciones de sus almuerzos. A todo esto, el doctor Espert tomó otra vez la palabra para sugerir que había problemas culturales que explicaban la decadencia argentina aunque no eran, según él, una cuestión meramente cultural sino una cuestión de sistemas y de regímenes, pero en esencia, según Espert, en promedio, él veía una cultura económica argentina muy facilista, corporativa, prebendista, a la que le costaba y no le gustaba competir. A esa cultura no le gustaba competir. Fue en ese momento, cuando Espert dejó flotando cierta intriga en sus palabras, que el señor Ribas aseguró, disiente radical de la cultura de izquierda, que habiéndose aumentado el gasto público como se aumentó entre 1991 y el 2000, esa medida destruyó totalmente el sistema productivo, como pasó en México, en el sureste de Asia y en algunos países de África. Espert tomó la palabra, otra vez, para afirmar que estaba de acuerdo en lo que decía Ribas, cabe aclarar, el más viejo de los demás almorzantes al que se lo veía cansado, casi podría decirse que sugería una derrota en su mirada cansina, como si la vida lo hubiera vencido y ni los libros de Alberdi ni los de Sarmiento hubieran hecho nada por él en todos esos años de vejámenes y desgaste para aliviar esa derrota sutil, pero volviendo al tema del almuerzo de ese mediodía de noviembre de 2001, lo que Espert aseguró fue que lo que hizo Cavallo había sido demencial, arrebatador, tonto, bruto, malicioso, ruin, taimado, a saber, su decisión de  aumentar el gasto público como lo incrementó y atrasar el tipo de cambio como lo arrinconó y encarecer a la Argentina, esa burbuja que fue la economía argentina desde 1991 hasta 1994, durante las privatizaciones que no existió, ¿qué no existió?, según Espert no existió, fue un espejismo desde el punto de vista de la realidad, ¿qué realidad? No hubo argumento razonable que pudiera dilucidar qué era lo que estaba invadiendo la noción de realidad en el pensamiento de Espert. ¿La cuestión argentina económico-política que interpelaba a todos aquellos que tuvieran una mínima inquietud cívica no existió? Imposible saberlo, hoy, desde esta otra orilla del presente. Entonces, Mirta le preguntó a cada uno de sus comensales: ¿Por qué creen ustedes que la Argentina está así? Y todos respondieron: El problema de la Argentina es que hay argentinos.