8.9.15

Entre escombros de fuego, por Isaac Castro



Un western del frío, el último libro de Carlos Battilana, propone incertidumbre desde el mismo título y sin leer una sola página. Pero ese enigma, que te invita a pensar varias hipótesis afortunadamente derrumbadas por el propio peso de los poemas –aunque yo me aferre a la idea de la película invernal, de la epopeya de lo cotidiano congelada en un fotograma perpetuo–, no es el único acertijo. Hay una obsesión que se desdobla en cada verso devenido  interrogante y confesión

Así, lo que surge es la pregunta acerca del amor, pero de ese que poco y nada tiene que ver con el romanticismo, y que se refiere, en cambio, al de los afectos cercanos, la estirpe y la amistad. Un sentimiento que para Battilana es, de todos modos,  insuficiente y escaso: "amo/ con pobreza/ como pude". Una afirmación categórica, que cobra otra dimensión al poner al descubierto sus imperfecciones mediante un yo que toma el riesgo de pensar en voz alta.

Por otra  parte, lo que aparece en este texto es la cuestión de la escritura y las palabras, cuya recurrencia las convierte en una suerte de refugio ante el inevitable paso del tiempo y la fugacidad de la vida. Si en Narración –la anterior publicación de este poeta descomunal– ya se ponía de manifiesto el poder de la literatura concebida como una intensa forma paralela de existencia, es en Un western del frío donde esa necesidad imperante de elegir las letras se convierte acaso en un refugio y, a su vez, en la única alternativa capaz de darle sentido a la ficción de nuestra permanencia: "las palabras nuevas/ son también cosas/ pequeñas balsas/ adonde estar un rato/ adonde tender el cuerpo" o "¿qué extraña mutación/ qué rara metamorfosis/ contienen/ las leyes del lenguaje?/acosados/ por narraciones y palabras".

Si las mejores preguntas son las que no tienen respuesta, entonces Carlos Battilana asegura su supervivencia en un cotidianidad confusa donde son sus pasiones literarias lo que alivian el vacío de las interrogantes. Mientras tanto, y con una precisión asombrosa y un estilo minimalista, casi de orfebre,  Un western del frío se las ingenia para relatar de manera genuina  –sin solemnidad, arrogancia ni lugares comunes– la madurez biológica,  los hijos, los recuerdos cada vez menos claros, el hogar más íntimo, la falta de certezas, y diversos paisajes que, en silencio y para siempre, dejaron de ser lo que alguna vez han sido.