Un western del frío, el último libro de
Carlos Battilana, propone incertidumbre desde el mismo título y sin leer una
sola página. Pero ese enigma, que te invita a pensar varias hipótesis
afortunadamente derrumbadas por el propio peso de los poemas –aunque yo me
aferre a la idea de la película invernal, de la epopeya de lo cotidiano
congelada en un fotograma perpetuo–, no es el único acertijo. Hay una obsesión
que se desdobla en cada verso devenido
interrogante y confesión
Así, lo que surge es la pregunta acerca del amor, pero
de ese que poco y nada tiene que ver con el romanticismo, y que se refiere, en
cambio, al de los afectos cercanos, la estirpe y la amistad. Un sentimiento que
para Battilana es, de todos modos,
insuficiente y escaso: "amo/ con pobreza/ como pude". Una
afirmación categórica, que cobra otra dimensión al poner al descubierto sus
imperfecciones mediante un yo que toma el riesgo de pensar en voz alta.
Por otra parte,
lo que aparece en este texto es la cuestión de la escritura y las palabras,
cuya recurrencia las convierte en una suerte de refugio ante el inevitable paso
del tiempo y la fugacidad de la vida. Si en Narración –la anterior
publicación de este poeta descomunal– ya se ponía de manifiesto el poder de la
literatura concebida como una intensa forma paralela de existencia, es en Un
western del frío donde esa necesidad imperante de elegir las letras se
convierte acaso en un refugio y, a su vez, en la única alternativa capaz de
darle sentido a la ficción de nuestra permanencia: "las palabras nuevas/
son también cosas/ pequeñas balsas/ adonde estar un rato/ adonde tender el
cuerpo" o "¿qué extraña mutación/ qué rara metamorfosis/ contienen/
las leyes del lenguaje?/acosados/ por narraciones y palabras".
Si las mejores preguntas son las que no tienen
respuesta, entonces Carlos Battilana asegura su supervivencia en un
cotidianidad confusa donde son sus pasiones literarias lo que alivian el vacío
de las interrogantes. Mientras tanto, y con una precisión asombrosa y un estilo
minimalista, casi de orfebre, Un
western del frío se las ingenia para relatar de manera genuina –sin solemnidad, arrogancia ni lugares
comunes– la madurez biológica, los
hijos, los recuerdos cada vez menos claros, el hogar más íntimo, la falta de
certezas, y diversos paisajes que, en silencio y para siempre, dejaron de ser
lo que alguna vez han sido.