Arrodillada de cara al inodoro con su canastita verde
desinfectante, Mariela aplasta fuerte la lengua y sumerge los dedos índice y mayor en el túnel
de la garganta como otras veces. Las arcadas son anzuelos de lágrimas que
saltan involuntarias al pantano oscuro de sus ojos y la saliva se vuelve espesa
como la voligoma que usa en el colegio. Un esfuerzo más y eso empieza a subir:
lo siente en la contracción del abdomen, en el sudor que le empaña las axilas,
en el tucutún pavoroso del corazón que
golpea las puertas del miedo y lo deja entrar. Pero un esfuerzo más y ya se
hace indetenible, corrosivo, ácido y azufre que derrite el esófago, los
dientes, las encías y empieza a brotar en borbollones de fideos con crema, de
dulces, de impulsos estúpidos masticados sin control. Y en ese picadillo
inmundo que se va ahogando en chapoteos con espuma, Mariela ve la cara
envidiosa de sus amigas, los ojos anhelantes del chico que desea, el cuerpo que
debe caber en el top que va a estrenar esta noche, y hasta las mariposas que se
volaron en la infancia cuando no importaba el espejo. Cuando el espejo no
importaba.
Si…
Si ella se hubiera levantado fresca
y reposada. Si hubiera sentido que el martes era una hoja en blanco con un
poema nuevo por escribirse. Si hubiera sido capaz de sonreír a su reflejo
cansado. Si se hubiera sentido joven o hermosa a pesar de ese reflejo cansado.
Si hubiera perdonado al espejo.
Si el agua de la ducha hubiera
salido caliente. Si no se hubiera erizado hasta las falanges mismas de su
noción de frío. Si hubiera podido quitarse la escarcha de los huesos con la
bata de plush o con el secador de pelo. Si hubiera encontrado algo deslumbrante
para ponerse. Si hubiera sentido que no importaba.
Si hubiera podido desayunar sus seis
mates felices frente a la computadora mientras se hacía la hora de irse. Si
hubiera salido temprano al trabajo. Si le hubiera parado el primer colectivo.
Si hubiera llegado a horario esta vez. Si le hubieran dicho buenos días, si
alguien la hubiera besado en la mejilla o susurrado un tibio, de
compromiso, qué linda que estás. Si
hubiera recibido algún mensaje, si hubiera mirado por la ventana y hubiera
visto que el sol y las ramas jugaban a las sombras chinescas y hubiera
adivinado un león o un dromedario.
Si hubiera olvidado por un rato el
vacío del estómago o la culebra inquieta removiéndose incómoda en la garganta.
Si hubiera podido respirar pausado y hondo como le habían malenseñado. Si
hubiera podido quitarse el hormigueo del brazo como una costra reseca, con ese
placer casi orgásmico de la uña. Si hubiera podido retorcerle el cogote sin
miedo al pájaro negro, frenético, que se retorcía tan cerca de su pezón
izquierdo.
Si hubiera contenido el impulso
ciego de atravesar corriendo el ventanal de la oficina, tercer piso a la calle.
Si hubiera tenido alas.