12.9.15

El amor en Melito, por Mirta Nicolás


(Para el viejo aquel…, de Melito; Belleza y Felicidad, 2014)

El placer es como el nacimiento o la muerte, sólo nos sucede una vez, pero del nacimiento uno se olvida, y a la muerte se la ignora; el placer, en cambio, es ese instante único del éxtasis cuyo recuerdo o cuya ilusión nos mantiene en vida. Sólo una vez nos ocurre, pero el resto de la existencia, antes o después, no es más que una reflexión sobre el tema. Es ridículo, pero es así, tanto para las locas como para cualquier otro. Creemos amar a una sola persona, pero en realidad amamos tan solo ese destello de placer.
Copi. La guerra de las mariquitas
Melito evoca la gerontofilia en un poema de seis cantos entonados en la dicción de una música del siglo XIX. A su vez, conecta con esa parte Carlos Correas del amor entre un viejo y un chongo, tópico preciado en lo mejor de la literatura argentina. En Melito, el abismo de la tercera edad se funde con la pasión lumpen.

En Bernal hay un bar donde regalan droga
y ahí cuando vas te volvés directo,
tenso, musculoso y extático
como un perro en sus mejores días.

Visiones por fuera de todo efecto de miserabilización. Porque no hay moral de la pobreza en este poemario sino, muy por el contrario, una estética de condiciones de vida precarias que aportan una mirada luminosa, nueva, enamorada, casual y fresca por fuera de toda queja demagógica.  


Se abrieron las puertas del tren eléctrico
y entraste con tu mochila rota.
Te dije: “cerrala, te pueden robar”
y me contestaste: “yo te voy a robar
algo que no podrás recuperar…”
(…) Frenó el tren y te caíste encima de mí.
Sentí algo recorriendo mi cuerpo, 
eran tus manos, buscando mi billetera.
Soy jubilado y pensionado: no tengo un mango.
Pero mi hacha todavía está bien filosa.
Y te cortaste las manos.

Desde la cita de Salvador Novo, hasta su punto final, el poema despliega todas las formas del amor y del suplicio; lo arcaico y lo moderno conviven en estos poemas de manera singular. Para el viejo aquel… es una novela de aprendizaje en verso. Porque quizás sea un error de perspectiva dividir prosa y poesía. ¿Esa separación no será para que los libreros y los bibliotecarios puedan acomodar sin tropiezos los libros en los anaqueles? Porque en la experiencia real de lectura, todo entra en un mismo cajón desordenado de percepciones. Y esa cuestión de si estrofa o párrafo, de si narrador o yo lírico, es humo que venden en lata los profesionales de la no lectura. ¿Odisea no es una novela en verso sobre las aventuras de Ulises para volver a Itaca? Y los libros de Néstor Sánchez, ¿no están hechos de párrafos que siguen el aliento de un largo y mismo poema?

Soñé con vos, habían callosidades
en tus manos y eso me gustó.
Porque me di cuenta que eras un hombre
de trabajo. Yo abrí la heladera buscando
pan. Un viejo duro, eso sos vos, siempre lo supe.
En el recontraempaque de tus útiles de niño,
ya había un viejo esperándome,
acorazado bajo una mueca de tristeza…
Yo nací para la hoja ajada del libro,
me gustan los anticuarios,
soy un erudito de lo gastado,
busco aprender y aprenderme,
aunque la pija siempre es joven.
Me gustaría sacarme un ojo
para que me garches por ahí,
porque no puedo dejar de alucinarme al verte.
Te lo digo siempre, encarajinado y solo,
paqueado y sin amigos,
vos sos mi cama, mi lecho
y mi leche. Tengo mil formas de verte,
pero me quiero rendir al tacto de abrazarte.

Para el viejo aquel… puede hacer serie con algunos de esos relatos y crónicas que retratan marginalidades fugitivas desde sensibilidades únicas como “Él y ella” de Carlos Correas, “Algunos bares de Baltimore” de John Waters, “Reflexiones espeluznantes sobre la nafta, la locura y la música” de Hunter S. Thompson o “Secuelas de una larguísima nota de rechazo” de Bukowski.