21.3.15

Adeptos de la buena, por Tomás Pernigotti



Freddie abrió la ventana y saltó dentro de su cuarto. Por suerte, la habitación estaba vacía. Se vio parado, inmóvil, en el centro de su pieza. Luego comenzó a reírse, estaba realmente loco. Él venía del techo de su casa y acababa de fumar marihuana en su pipa saxofón. Disfrutaba de los fabulosos efectos del THC en su cabeza. Su mente divagaba en un estado de hipnosis casi alucinógeno, todo giraba y él se reía.
En ese estado, Freddie deliberaba mentalmente qué es lo que haría ahora. Podría escuchar música, ver una buena película o salir a caminar. Todas las cosas en ese estado son divertidas, su mente piensa de una forma distinta y todo lo ve con un sentido poético. Se le hace difícil dialogar con las personas, ya que su cabeza trabaja más lentamente y lo que sucede a su alrededor tiene un impacto muy grande en su consciencia. Sin embargo, ahora estaba parado en su habitación, viendo como a cada segundo los efectos en su cuerpo eran más y más fuertes, más y más elevados.
Él estaba tranquilo y su viaje comenzaba a tomar vuelo, cuando sorpresivamente y sin golpear la puerta, su madre irrumpió en su habitación.
–Hola Fred! –dijo la madre en un tono familiar y alegre.
Freddie, casi en estado de shock por la sorpresa, alcanzó a responder débilmente y con un nudo en la garganta:
–Hola ma.
–¿Todo bien? –se apresuró a preguntar la madre.
–Sí… todo bien –dijo. El mundo le daba vueltas y vueltas.
–¿Qué haces?
–Nada… todo tranquilo –dijo mirando el piso.
–Ah, bueno, tranquilo… –repitió la madre ante tal respuesta.
Inmediatamente comenzó a investigar la mochila de Fred. Metió la mano y sacó un pequeño cuaderno con anillado, lo abrió y comenzó a leer en silencio. A Freddie no le molestó, pero estaba paranoico, porque si su madre lo miraba a los ojos y notaba que estaban rojos, entonces se daría cuenta de que había fumado marihuana.
Freddie se tiró de espaldas en su cama, cerró sus ojos y los cubrió con los brazos. Deliraba y era como si el colchón lo absorbiera profundamente. Creía estar cayendo de espaldas en el vacío.
De pronto, su madre quebró el silencio.
–Fabiana me mandó una nota diciendo que estás faltando mucho al colegio, que cuides el límite máximo de tus faltas.
Freddie continuó callado y sin mover un solo músculo.
–¡Ya juntaste veinte faltas! Más te vale que cuides las pocas que te quedan.
Freddie sacó un brazo de su cara y dijo en un tono ronco y cansado:
–Mamá, no pasa nada, no me voy a quedar libre.
–¿Ah no, pendejo? –exclamó la madre– Ocho faltas te quedan.
Freddie respiró profundamente y volvió a apoyar el brazo en su cara. Estaba enfadado. Quería que lo dejaran solo, estaba alucinando.
–Además te esta yendo como el orto en las materias –continuó la madre–. Tu papá y yo hacemos un esfuerzo muy grande para pagarlo. ¡Así que vos hacé un esfuerzo por nosotros y estudiá!
–No voy a repetir el año vieja, ¡Es obvio!
–¿Qué es obvio, nene?
–Que no voy a repetir. Vos dejame a mí.
–¿Que te deje qué nene?
Él se sintió triste y culpable. Observó a su madre que seguía parada frente a su estante, dándole la espalda. La vio quedarse inmóvil un rato, sin decir nada. Luego de unos segundos, su madre finalmente se dio vuelta. Estaba llorando.
–Pero, ¿qué te pasa mamá? ¿Estás bien? –Freddie nunca habia visto llorar a su madre. Continuó en silencio esperando saber qué le pasaba.

Ella lo miró con lágrimas en los ojos y le extendió sus manos. En ellas, Fred contempló, dorada y reluciente, su pipa saxofón con restos de marihuana.
–¿Qué es esto?
Freddie se sentó al borde del colchón y explicó tranquilamente:
 –Es la sustancia divina. Con tan solo fumarla, podes abandonar tu cuerpo para convertirte en una música. Tus venas se transforman en vibraciones, la oscuridad es el silencio donde la música reside y tu espíritu baila. A su vez, intensifica los recuerdos y permite volver a vivir alguna escena del pasado muy linda. En cuanto abrís los ojos, te ves en el mundo. Y ahora, por esa extraña razón de haber fumado, sentís al mundo latiendo bajo tus pies. Sentís los cielos y la tierra, ves los animales tan libres y reales, expuestos a la intemperie y luchando por sobrevivir. La vida cobra un color diferente. Un sonido distorsionado pero hermoso. Cuando ponés una canción a sonar, te transformás en esa canción, sos esa canción, dejás de existir para convertirte en una música hermosa.
La madre quedó unos segundos en silencio. Mientras inspeccionaba la pipa preguntó.
–Si escucho una canción de Paul McCartney, ¿también sucede eso de ser la música?
–Sucede con todas las canciones, todas las veces que quieras.
–¿Tenés fuego?
Freddie le tiró su encendedor y le sonrió dulcemente.