La flor
no se parecía a ninguna otra más que a sí misma y sin embargo era una flor.
Espléndida, roja y de hojas verde oscuro, vigorosas, como vainas, el sexo
femenino que llama a una niña.
“Je sui
désolé”...
Desolada,
sí, se detiene frente al fruto, se persigna y sintiéndose absuelta distrae la
mirada de niña traviesa cuando de rabillo advierte un colibrí.
***
Asomó la cabeza por la ventanita del
kiosco, miró a un lado y al otro, todo eso con la velocidad de la cabeza de un
gorrión. Se pareció a un gorrión, pero los gorriones, al árbol, van al árbol y
éste estaba justo frente a la ventana; ella, a la ventana y a trabajar, con
desconfianza amarilla y dificultad con el idioma. A veces la desprecio porque me gustaría que
desconfiara menos de mí que no soy de su país.
Pero volvamos a la cabecita oriental
asomada por la ventana del kiosco cuando de repente se oye un verde gorjeo de
gorriones por entre las ramas del árbol lima-limón. Entonces limonada de
gorjeos de la que la oriental vende a precio comercio, fría o natural,
cualquiera, o mejor dicho todas las que los kioscos ofrecen. Se asoma, revuelven por entre las ramas, mira
a un lado y al otro, gorjean, con sincronización de orquesta; me impresiono,
suspiro y me da placer imaginarlo escrito.
Atravieso la escena. Ahogo el vacío,
escribo todo en mi cabeza; de verde y amarillo lo imagino y con el ritmo de la
cabeza de un gorrión.
***
Apareció debajo de la cama, rota. Rotos los
platos también, pero en la cocina. Nadie miraba, nadie veía, nadie oía que los
destrozos eran tan grandes.
La rota debajo de la cama amenaza, y
amenaza; amenaza con tornarse pictórica, la muy sagaz; sólo porque apareció
rota debajo de la cama.
Frágiles los platos rotos de la cocina también.
Amenazan, y amenazan; amenazan con
tornarse aún más burgueses y reclamar indemnización, los muy mediocres.
Ella en cuclillas acerca las dos partes
desparramadas sobre la alfombra que de blanca había pasado a ser rojo tinto.
Nadie pero nadie mira, ni ve, ni oye que
los destrozos contaminan toda esa casa.
Ella acierta ociosa el punto justo de unión
de los cristales en el trayecto a la cocina.
Más tarde, mientras espera alcanzar el
punto caramelo, piensa en el momento en que llegue la señora para plantear su
desacuerdo con los destrozos innecesarios.
***
A veces aparezco
reflejada en el agua. Me produce mareos, o náuseas. Por las ondas expansivas
del agua. Deforman mi cara. No es que eso me desagrade. En realidad lo de las
náuseas es más que nada orgánico. ¿Qué más?...
A veces aparezco en
el fondo del agua. Tendida. Y ya no sé qué ojos son los que me miran. Tendida.
¿Se entiende?
Es en ese momento
cuando empiezo a desesperarme. Allí tendida.
Me despierto y me
levanto. Entonces me levanto.
Estoy tendida sobre
el piso de listones de madera. Recostada sobre la mano, miro a través de la
ventana de infinitos paneles de vidrio. La brisa de afuera me agrada; las
respiraciones recobradas de adentro, no. Creo haber hecho una buena clase. Al
menos los músculos empiezan a hacérmelo notar. Veo las ramas del árbol verde
lima agitarse, las hojas también. Es la brisa que por momentos se pone rabiosa
y convierte el espacio en un gran laberinto sin resolución. En el otro extremo,
un piano de cola en sombra y una música de cajón. Cuerpo como una tabla a la
deriva respiro entrecortado para tapar la respiración de las demás. Y pienso en las náuseas. Ahora la música es de
bolsillo: ahogada, a punto de extinguirse. La clase se diluye. Pero la brisa no
aminora. Una paloma se lanza al precipicio. Parece que los vecinos han tendido
las sábanas. La brisa, cuando rabia, hace que se asomen por la gran pared de
ladrillos pintados al agua.
***
La noche del Sahara. Locos los locales en
la pista de la disco del pueblo, estupefactos los jóvenes hijos de hacendados
de la Capital que los miran bailar. Los del pueblo se mueven al ritmo de chan,
chan, chan; chan, chan, chan: Sahara
Night, Sahara Night. Los ricos se
divierten mirando desde abajo el espectáculo de Sahara Night, Sahara Night.
Se dicen cosas al oído, que se devuelven con risitas finas, de Palermo Chico de
la Capital. No se sienten invitados a ascender y participar; para ellos: No Sahara Night, No Sahara Night.
Lejos, sí, el desierto real, que sólo nos
llega a través de buenas fotos, fotos de autor o periodísticas en la revista First mensual, a la que acceden los de buen pasar, porque tienen Diners y pertenecen al Diners Club. Sí, sí, al Diners Club, Diners Club.
Entonces en el recuerdo Sahara Night y Diners Club conviven en una misma melodía pegadiza: chan, chan,
chan, Sahara Night y Diners Club... El
club en el medio del desierto africano, avant-garde, para bailar, para bailar.
La noche del Sahara en el club, exuberante, para gozar, para gozar. El eco,
reminiscencia tribal, se choca y rebota seco en las paredes de la memoria bajo
el ritmo pretencioso y fusionado de la noche del Sahara en la revista First del Diners Club, Diners Club.
Febrero de 2015