AMarta Bilbao, Nuria Carriedo,Dardo Cocetta y Daniel Merro
Viajero solitario arranca en la voz. Como todos los libros de Jack
Kerouac. Con una ficha introducción del propio Kerouac. Es el año 1960: está
obligado a leerse – está solo – sus amigos duermen. Literariamente hablando. Queda
la visión de alguna Mardou tejida en
el flirt del mal. Alguna Joyce Johnson que lo sabrá leer cuarenta años después.
Las mujeres saben leer muy bien a Jack Kerouac. El motivo de este libro es el viaje – solitario. Los trenes, las
personas, el misticismo, la soledad hasta el solipsismo, la indigencia, la
auto-educación. Los recovecos para ocultarse en la noche industrial
norteamericana. La lectura tramada a la vida. La evocación de los libros
amados. “Su alcance y su propósito son sencillamente la poesía, o la
descripción natural”.
“De lo que habla la
escritura de Jack Kerouac es de captar todo lo que está pasando incluso cuando
nada parece estar pasando. No habla de un argumento (plot) o de una acción; con pocas excepciones, no habla siquiera de
personajes. Habla sobre la percepción. Habla sobre la conciencia, y la
mortalidad, y la compasión. Es una meditación sobre la vida.” (Helen Weaver –
trad. Mariano Dupont).
Vale la pena
repetirlo, para nada: lo que nunca se perdonó, lo que no se perdona, lo que no
se perdonará – es la escritura sin argumento, el desacato a esa vaca sagrada
llamada plot. Usan la palabra en inglés
los cronistas de suplemento que creen que el súmmum del plot son las series de televisión. Kerouac logró novelas que no se
pueden contar por teléfono. Sin argumentos. No se pueden filmar. O sólo John Cassavettes
puede hacer algo. Kerouac medita en
sus novelas como Monk medita en el piano. Pascal era uno de sus héroes. Y si
empezamos a pensar seriamente en que el inglés era su segunda lengua, que dejó
una nouvelle escrita en
francocanadiense llamada La nuit est ma
femme, en la que estaba trabajando un mes antes de escribir En el camino (Joyce Johnson), podemos
seguir el impulso a Pascal. Y la palabra meditación usada por Kerouac se
convierte en una larga frase de muchos libros. Línea francesa:
Pascal-Balzac-Proust-Céline. ¿Mucho? Los
angustiados que quieren leer toda la literatura en unos meses dirán que es
mucho. Jack Kerouac no retrocede frente a sus visiones alucinadas, les pone
voz. Las ve con el oído. Kerouac anota. Todas las novelas de Kerouac salen de
su sistema de notas. Escritor de cuadernos y libretas. “Miro mi libretita – y
me concentro en las palabras de la
Biblia” – (Viajero solitario).
La Biblia, que leyó en francés. Mientras mira a los vagabundos que duermen en
“sus lechos de la eternidad”. Hay una eternidad Kerouac, y hay una eternidad
Macedonio Fernández. No son la misma eternidad. Inventores de eternidad.
“Leí y estudié solo
toda mi vida. En Columbia batí el record de inasistencia a las clases para
quedarme en mi cuarto. Escribía una pieza teatral diaria y leía a, digamos,
Louis-Ferdinand Céline en lugar de los “clásicos” del curso.” (Viajero solitario).
Y de repente, se da cuenta de que los compañeros
de las complicidades duermen. Como le pasó a Macedonio Fernández. Que se fue a
tomar mate solo. Con sus cuadernos. Macedonio Fernández y Jack Kerouac: escritores
del exorcismo: “La escritura infinita de Macedonio, todos sus libros, sus
cartas, su obra entera, tiene algo de exorcismo por el cual un hombre escribe
sin parar un interminable texto porque teme que, si deja de hacerlo se le escapará
la Eterna, como se le escapó Elena al amante esposo Macedonio una noche de 1920
o se irá Consuelo a la que ahora tiene” (Álvaro Abos, Macedonio Fernández, la biografía imposible). Como se le escapó
Mardou. Y Kerouac pone a sus Mardou en su escritura
infinita. (Y las eternizó.) A sus vagabundos, a sus trenes, a esos
ferroviarios que pasan. Va ligero como un fantasma por las colinas de San
Francisco. Mira un zaguán y lo inventa Dickens:
“el zaguán moteado de polvo en el viejo Lowell Dickens de ladrillo de 1830.”
Anota los silencios del día. Los silencios del lenguaje. Todo Jack Kerouac es
una larga rememoración de lo viajado, de lo Mardou
amado bajando por la “curva de la eternidad”, por esa calle, ¿hacia el tren?, o
escribir para no habitar “nunca en la farsa que es la vida real de este mundo
lleno de ruido”.
Pierre Guglielmina (el
gran lector de Kerouac junto a Joyce Johnson) anota: que en las librerías
norteamericanas los libros de Kerouac hay que pedirlos en el mostrador, son,
junto a los de Nabokov, los más robados. Kerouac es un escritor que conquistó
lectores extremos que desacatan la censura que decretó la república de los profesores. Que no tolera a los escritores que
se auto-educan. Que insisten en escribir libros no permitidos. Literatura
privada. De lector a lector. Sin intermediarios. Jack Kerouac escribe los motivos del lenguaje. Anotó la ilusión
que surge de la visión, y de la ensoñación, en todos sus infinitos matices. En
todos sus detalles. Anotó el motivo
borracho pensativo que “encuentra su lazo de amor en la silla giratoria de los
bares solitarios – todo ilusión.” (Viajero
solitario) Escribió adentro de ese “todo ilusión”. Y lo desplegó en el
tiempo. La decisión Jack Kerouac de andar solo está fechada: 1953 – “Porque
sabe que se aclaró a sí mismo, que puede leerse y leer todo, decirse y decir
todo. Salir del tiempo” (Pierre Guglielmina). Escribir como ejercicio de
actividad, no para gustar, conocer y vivir y escribir y leer, juntos, no
dejarse comer por el tiempo de los contemporáneos: “¡Escribo La leyenda de Dulouz no para que me
alaben, ni para que me censuren! Únicamente por la sencilla razón de que me
comprometí a hacer el trabajo de la piedad (en la medida en que ningún otro
sabe cómo hacerlo) antes de mi Nirvana. --- Es una enorme construcción no
solicitada de una Catedral que empezó a construir un enamorado del mundo que
enseña el fin de todas las cosas.” Lo no solicitado incomoda a los censores. Kerouac
está frente al vacío de la eternidad: es el primer ladrillo de una Catedral. Si
uno se anima. O catedral o plot. No
hay medias tintas. Viajero solitario es,
también, el viaje de un pinche de cocina
que pela papas en el vértigo del lenguaje. Es la prueba de un escritor que sabe
leer y leerse. El pinche de cocina Jack Kerouac sigue en la anotación, no la suelta,
todo su arte está ahí: los motivos:
“El piloto vuelve del desayuno; conversa amablemente conmigo; va a ser capitán
de un barco, se siente bien. – Le hago un comentario acerca de las anotaciones
sobre las estrellas que encontré en su cesto. – “Suba a la sala donde están los
mapas de navegación”, dice, “en los cestos de papeles va a encontrar cantidad
de anotaciones interesantes.” Kerouac contradice la leyenda berreta del
escritor que arroja los papeles al cesto. Y alguien los rescata. Al contrario,
reafirma un épica: la de un Kerouac que escribe para un tipo llamado Kerouac
que está en la otra punta de la mesa. Y guarda el papelito más insignificante,
ese justamente, perdido. Toda la visión en una nota. Una nota que te salva del
infierno. Y que servirá para los viajes que se escribirán. Registros para la
eternidad. Kerouac va a buscar las notas al lugar donde van a parar todos los
libros. Conciencia aguda del destino de la lectura y de la publicación. Y tampoco
es para tanto: del cesto de papeles a la música: un paso más y “Encontré en el jukebox varios discos buenos de Gerry
Mulligan y los puse.”
Un libro de Kerouac es
un frotamiento a todos los libros de Kerouac.
Pesa lo que dice, por
eso ni alabanza ni censura, porque no es un hombre de estilo: los eternos
perezosos del presente, piensan que Jack Kerouac creó un estilo, que tiene un
estilo: “¿El estilo, esa comodidad que se instala e instala el mundo, sería el
hombre? ¿Esta adquisición sospechosa con la que, al escritor que se regocija,
se le hacen cumplidos? Su pretendido don se le va pegar a él, esclerosándolo
sordamente. Estilo: signo (malo) de la distancia incambiada (pero que hubiera
podido, hubiera debido cambiar), la distancia donde equivocadamente permanece y
se mantiene respecto a su ser y a las cosas y a las personas. ¡Bloqueado! Se
había precipitado en su estilo (o lo había buscado laboriosamente). Por una
vida ficticia, abandonó su totalidad, su posibilidad de cambio, de mutación.
Nada de lo que estar orgulloso. Estilo que se convertirá en falta de coraje,
falta de apertura, de reapertura: en suma una incapacidad. / Trata de salir de
ahí. Camina lo suficientemente lejos en ti mismo para que tu estilo no pueda
seguirte.” – (Henri Michaux)
Tiene lo suyo para poner
ahí, en el acartonado y psicoanalítico debate sobre el estilo: lo pone entre
paréntesis, como un agregado, un remate: “(Y Dios es el único crítico que se
preocupó poco por el estilo.) ¿Eh?”.
Kerouac no se dejó
seguir ni atrapar por el estilo. No fue abanderado de su generación. Dio ese
paso de radicalidad absoluta: se puso en huelga frente a su generación. Y carga
con la “irresponsabilidad” de no haber tomado las banderas de la revolución
cultural. Más respetabilidad que el estilo revolución
cultural: imposible pedir. La vio en 1949 a Madre respetabilidad. Empezó a sentir sus manotazos. El gancho cézanne del que lo querían colgar. Y no
era justamente Gabrielle la que quería maternizarlo: “La escritura que surge de
esta experiencia corresponde a los dos frentes en los cuales Kerouac tiene que
luchar. Clandestinidad en la casa e invisibilidad angélica afuera. Presencia en
la ausencia de presencia.” (Pierre Guglielmina). Es hora de terminar con lo
Kerouac atado a su madre. Kerouac no escribía en lengua materna. Fue
terminante: “Permítanme decirlo con más precisión, en francés traducido al
inglés.”
El descubrimiento de que
en Balzac hay un sonido: “¿Cuál es el sonido de Balzac? Lo adivinaré más tarde.
Quizás sea “¡Hup! ¡Hup!” (Diarios. Trad.
Martín Abadía).
William T. Vollmann
tiene una imagen kerouac que me
sirve: “Para decirlo de otra manera, cuando uno apuesta a un tren carguero, eso
es algo que se parece mucho a la vida (Badger una vez más: “Sé dónde subir y
dónde descender, pero no tengo nada de un experto)”. Se me ocurre que Kerouac
subía y bajaba así de sus libros. Nunca
escribió una de sus novelas como un experto de la narración. Se deseducó desde
muy joven. Se iba a casa a leer, para renovarse: y “Pasaba los siguientes pocos
días consumiendo libro tras libro que podían alimentar su escritura. Leía los
sermones de John Donne y La montaña de
los siete círculos de Thomas Merton y revisaba Ulises, los discursos de Ahab en Moby Dick, leía Muerte a
Crédito de Céline. Después estudiaba Hamlet
línea por línea, empezaba a pensar en Red Moultrie (y posiblemente en él mismo)
como un Hamlet auto-estopista, pobre y místico.” (La voz es todo, Joyce Johnson). Todos hicieron la confusión
clásica: creyeron conocer al escritor Jack Kerouac y apenas conocieron a Jack. Es
inútil: los profesores no leen el Contra
Sainte-Beuve. Peligra el trabajo. Casi ninguno de sus contemporáneos
entendió su capacidad de lectura: “Estos
son los frutos de la lectura… tendría que leer más.” Pierre Guglielmina hace esta pregunta: “¿Hay
una relación entre la declinación de la lectura y la falsificación de la
historia del siglo XX? Sí. Y Kerouac es a la vez uno de sus primeros testigos y
una de sus primeras víctimas”. Casi ninguno de sus contemporáneos pudo seguir
“la diversidad infinita de sus lecturas” (Guglielmina). Esa diversidad es una
condena a soledad. Es tan fatal como escribir por afuera del plot. El plot es la enorme mitología
de respuestas que se da una generación. Entonces: o plot o huelga ante la generación.
Y ahora que todos
vuelven a las leyes de la narrativa, que aparece los clowns que predican la
tercera persona como obligatoria – el triunfo de la comunicación – debemos suponer
que Jack Kerouac entra en alguna opacidad, cae del lado de los libros no
permitidos.
Jack Kerouac: "Acepto
el desamparo para siempre." Y escribe de mil manera posibles el vacío y el
infinito de una eternidad: “Y vuelvo a
mi cuarto ínfimo, gris, con la luz borrosa de la madrugada del domingo; se
extinguió ya el frenesí de la calle y de la noche anterior, los vagabundos duermen,
alguno que otro estará desparramado en la acera, la botella vacía en el
alféizar de una ventana – mis pensamientos giran con el vértigo de la vida.” (Viajero solitario)
Jack Kerouac es uno de
los tantos Finn MacCools del Tiempo que se sienta en la barra de un bar. Y ahí
espera el motivo. Entiende que hay
que dejar que Earwicker hable hasta el final.
Jack Kerouac: “Aquí
mismo en Lowell me siento y observo el panorama.”
En el año 2011 se
publicó la traducción del libro de Bruce Cook: La generación beat: Crónica
del movimiento que agitó la cultura y el arte contemporáneo. Un libro
publicado en 1971. Casi contemporáneo de lo que Cook llama movimiento. Cook sólo puede pensar en términos de movimiento. O sea:
no puede leer a Jack Kerouac. Y es un libro contra Jack Kerouac, de una
ignorancia literaria monumental, un acta de acusación al viajero solitario que nunca aceptó ser el papa de la capilla beat.
Un acta de acusación al jazz y una defensa del rock como música del porvenir,
de la paz, de la armonía universal. Una salsa de estupidez cósmica donde Allen
Ginsberg, ese inagotable charlatán como dice Jan Zabrana lleva la voz cantante. El otro dormido es William
Burroughs, y un poco más que Ginsberg –cree que Kerouac se asustó “de lo que él
mismo inició.” Burroughs no entiende nada del salto Kerouac afuera del tiempo
de la generación. Ni sospecha que Kerouac no inició nada. Que tampoco se asustó
de nada. No sabe que la obra de Jack Kerouac es un continuo. Que no forma parte
de ningún movimiento cultural.
En el mar de las puerilidades
de la tercera persona, esa tía gorda que limpia la caca de paloma, Pierre Guglielmina
va por otro lado, sigue la señal de Viejo
Ángel de medianoche: Kerouac se habla a sí mismo, ¿cómo hablarle a dos
dormidos literarios? Kerouac siguió
leyendo y los otros pasaron a la declamación, a dar clases, pandereta en el
escenario de los rockeros, en suma: a mimar un público: en Viejo Ángel de Medianoche Kerouac lo anota en el canto 4: “&
Burroughs y Ginsberg estaban dormidos & tú estabas acostado en la
banqueta en ese momento fuera del tiempo
bajo la luz de la lamparita roja del bus & veías las cortinas de la
eternidad apartarse para que tu mano empiece y para que puedas ser el afectador
– & el efector – de la media vuelta completa & del profundo
resurgimiento del vestido piruetante de la literatura mundial hasta que se
convierta en algo sobre lo cual un hombre pueda poner sus ojos & leer en
continuidad por el placer de leer & el placer de su lengua en la boca &
no simplemente esas insípidas historias de una insípida aridez & de una
paranoia floreciente…” Es la constatación de su soledad y la percepción de que
ser parte de un movimiento implica escribir
historias insípidas de aridez insípida. De una inseguridad alquilada a
consultorio psy. En lugar de una paranoia activa. Tedio mayúsculo de la
tercera. Ginsberg que tiene más lucidez que Burroughs en cuanto a Kerouac entiende algo fundamental: “Parece que le
horrorizaba el estado policial que veía formarse a nuestro alrededor y decidió
permanecer tan alejado de él como le era posible. ¡Prácticamente se fue a la
clandestinidad! Así que, en cierta forma, Kerouac se tomó las cosas más en
serio que nosotros.” Kerouac olfateó
varias policías, la que no deja vagabundear: “Son tiempos difíciles para el
vagabundeo del vagabundo americano. Aumentó la vigilancia policial de las rutas
y autopistas, de las estaciones de tren, de las cosas, cuencas de ríos, muelles
y de los mil y un escondites de la noche industrial.” (Viajero solitario) Pero también la policía del consenso: carta a
Fernanda Pivano: “Ahora que llegamos a la madurez, puedo ver que no son más que
provocadores histéricos frustrados que tratan desesperadamente de llamar la
atención y que en la cabeza sólo tienen rencor hacia América y hacia la idea de
la gente común. Nunca escribieron con el menor amor sobre la gente común, como ya
usted lo pudo notar. Sigo admirándolos, desde luego, por su excelencia técnica como
poetas, así como admiro a Genet y a Burroughs por su excelencia técnica de
prosadores, pero los cuatro pertenecen al departamento “no quiero que me pongan
en ese marco” y de ahora en más quiero que sea así. […] Genet y Burroughs no
hieren tanto, porque metafísicamente no tienen esperanza; pero Ginsberg y Corso
son lo bastante ignorantes como para ser metafísicamente sanos y quieren hacer
del arte un racket.” Por algo lee a Balzac, que sabe que la policía es lo único
que permanece, cualquiera sea la forma de gobierno. “Caminé 65 cuadras a las 5
A.M. Leí 40 páginas de Cesar Birotteau [también conocido como Balzac.] Durante
años he estado devanándome los sesos con la idea de “En el Camino”, pero cuando
Balzac me advierte “no confundas la fermentación de una cabeza vacía con la
germinación de una idea,” siento que se refiere a alguien como yo.” (Diarios. Trad. Martín Abadía) Ya está escrita,
la separación que viene de lejos. Pasó a
carta. Fernanda Pivano es la confidente, otra mujer kerouac que leía a Pavese. ¿Quién hizo algún panegírico de las
mujeres que leen? La clandestinidad viajero
para escribir ese toco que ninguno de sus compañeros de movimiento sospechaba.
Burroughs, incluso, apoya el punto de vista de universitario americano de Bruce
Cook que se escandaliza que Jack Kerouac, un hijo de obrero escriba y encima se
ponga en la herencia de Proust y Balzac. Ni Cook ni Burroughs pueden escuchar
la fuerza de esa utopía y el humor que hay ahí. Y tampoco la declaración de que
el inglés era la segunda lengua de Kerouac:
“Bruce Cook: ¿No le parece asombroso,
un escritor que haya salido de un ambiente como ése?
William Burroughs: Sí –admitió, un poco
sombríamente–. Es asombroso. No puedo explicármelo. – Se interrumpió para pensar–
¿Le gustaría otro trago?”
La escena está
cerrada. Se llama envidia literaria: “el juego mundano de la poesía, del poeta
oficial y del poeta de corte en lo lúdico contemporáneo que hace de la poesía
un juego de sociedad” (Henri Meschonnic).
Kerouac domina el arte
del retrato. Por eso pasa por el francés. Por Proust. Lo que lo sacó del viejo
truco naturalista al que volvieron casi todos los novelistas – incluso los que
se declaran enemigos del mercado. Pero ¿a quién le importa este melodrama
barato de filósofos de instituto? Kerouac hace y deshace la visión en el cruce
de los viajes a los libros y de los cuadernos y libretas a lo vivido y, otra
vez, todo mezclado: (Marsella) “– sentí
el recuerdo imposible de haber vivido antes en esta ciudad, de haber tenido
allí familia y de haber visto estos árboles que la primavera hacía reverdecer.
– Qué vieja parecía mi vieja vida de Francia, mi origen francés – los nombres
de los negocios, épicerie, boucherie, como los nombres que leía en
el hogar franco-canadiense de mi infancia, como un domingo en Lowell,
Massachusetts. – Quelle différence?
Era muy feliz.” (Viajero solitario)
La literatura de
Kerouac cometió algunas infracciones gravísimas:
lista: reventó la Idea, le opuso el frotamiento, no aceptó la mitología de las respuestas, caminó hacia la desposesión, y a
más pregunta, no sólo se movió en el vacío, caminó por el silencio del lenguaje,
mientras viajaba hizo nudos de ensoñaciones en el aire, sin miedo, no se quedó remando en las discusiones inútiles,
no aceptó la dualidad, tampoco el género, su estrategia fue el pronombre yo. Tenía la firme convicción de que todas las mentiras se dicen en tercera
persona.
Ver cézanne: “Me senté en la vereda de un
café y tomé un par de vermouths y contemplé los árboles de Cézanne y el alegre
domingo francés: un hombre que pasaba con tortas y dos panes larguísimos y, en
el confín del horizonte, los tejados rojos y las lejanas colinas azules que
atestiguaban la perfecta reproducción de Cézanne del color provenzal un rojo que usaba incluso en las naturalezas
muertas de sus manzanas, un rojo ocre, y un fondo azul ahumado.” (Viajero solitario)
Kerouac camina las
calles de Avignon, entra en la Edad Media y desde una talla en madera Judas lo
mira fijo, se aleja despacito, sigue caminando por el polvo del mistral
anotando detalles. En los detalles ve por qué los franceses inventaron y
perfeccionaron la guillotina: un francés muy bien vestido recoge un guante que
se le cae a una anciana que baja del tren y en vez de correrla y dárselo, lo
deja en un pilar. Solo un no abanderado
puede descubrir el horror en esa pequeña escena. Y no se defiende de la
posibilidad del “atisbo de una vasta promesa, calles sin fin, calles, mujeres,
lugares, sentidos, y entendí por qué muchos estadounidenses deciden quedarse
aquí, a veces para toda la vida. –“ (Viajero solitario)
Va al Louvre: pasaje
de Brueghel a Céline: “No me sorprende que Céline lo amara tanto.” Y después llega
a Rembrandt – cómo no llegar a Rembrandt – Leónidas Lamborghini se escribió
autorretratos inspirados en Rembrandt – Kerouac escribe exactamente cómo ve - y llega a Renoir: y escribe
también los cuadros de Renoir: “”Renoir,
cuya pintura de una tarde de domingo
estaba maravillosamente coloreada con los sueños de nuestra infancia –
rosas, púrpuras, rojos, hamacas, bailarinas mesas, mejillas rosadas y risas.”
Sí, son los sonidos de Renoir. Vistos con el oído.
Kerouac escribe en el
hueco del tiempo, en el que pone algo de él en cada frase. Eso es una escritura
– esa palabra tan cacareada. Poner algo de uno ahí donde el tiempo hace hueco. Kerouac
anota esta expresión de Gisnberg: “Loco por el vacío”. Y acelera: “Hay un ruido
en el vacío que oigo: hay una visión del vacío; hay una queja en el abismo — hay
un llanto en el aire lóbrego: el reino está encantado.” (Diarios. Trad. Martín Abadía.)
Jack Kerouac es un
viajero que irrealiza toda ilusión de colectivo: “Yo no habité nunca en la
oscura y furiosa farsa que es la vida real de este ruidoso y laborioso mundo,
wuau.”
Kerouac escribe
visiones en el oído.
El vagabundo de los
recovecos de la noche industrial norteamericana tiene su canto: Jack Kerouac
escribe su extinción. En 1955 escucha la confesión definitiva de un viejo: “Ya
no quieren ratas aquí, aunque hayan fundado California.” Se terminó. Fin del
vagabundo. La policía de 1960 los buscará con sus faros y los sacará de esos
recovecos. Se terminó hace mucho, como el lumpen
Sánchez. O el croto Zelarayán. La
policía y la respetabilidad sociológica rascaron hasta el fondo del bolsillo y
acabaron con la pata suelta de langosta.
Kerouac vio – como Balzac – la función policía: “los héroes de televisión son
policías.” (Viajero solitario) – que
sobrepasa al policía. Al vagabundo lo
busca la policía. Al escritor que frasea lo fichan como indeseable. No quiero
asimilar el vagabundo al escritor que frasea, hay mucha distancia, es un
problema de estándares (como los estándares literarios que separan a Kerouac de
su generación – machaco), el vagabundo no tiene esas míseras ganas de no
quedarse solo, así que no comparo, pero Kerouac sigue a Céline: “El vagabundo
americano se extingue por la acción de los sheriffs que, como dijo Louis Ferdinand
Céline, consiste en “una parte de crimen y nueve de tedio”. ¿Entonces por qué no seguir la señal Céline?
Persiguen todo lo que se mueve. Kerouac renunció a vagabundeo en 1956. Auge de
la televisión. Kerouac renunció después de esta respuesta a la policía que le
pedía explicaciones por su manera de vagabundeo:
“estudio para recibirme de vagabundo.” La crítica nunca termina de pedirle que
explique Visiones de Cody.
“Los bosques están
llenos de guardabosques.”
No hay respuestas.
(Viajero solitario. La caja negra, 2013. Traducción de Pablo Gianera)