29.8.13

Hebe Solves: un retrato, por Jorge Quiroga







A Hebe  Solves la reencontré un día en el patio de las magnolias, en una vieja casona de  la calle 3 de febrero del  barrio de Belgrano (había sido,  según dicen, propiedad de Eduarda Mansilla), sentada a la sombra del antiguo árbol, leyendo un libro, mientras detrás corría el rumor de un tren que no se veía.
Allí funcionaba la Escuela de Capacitación docente, donde  concurrían  maestros y profesores a presenciar clases de perfeccionamiento, los dos éramos  profesores.
Y allí estaba Hebe, como si se hallara en  un mundo paralelo, su cabeza de cabellos muy blancos ocultaba lo que leía, me sonrió, como si el tiempo que había transcurrido no existiera.
Yo  la conocía de hace añares, cuando  ambos vagabundeábamos y divagábamos por la calle Corrientes, ella era algo así como la reina de esas veladas  interminables. Siempre fue una mujer muy hermosa y siempre estuvo envuelta en amoríos, arrebatos pasionales y discusiones muy graciosas.
Cuando me miraba, o me dirigía la palabra, lo hacía tan dulcemente, como si nuestra amistad se ubicara en un espacio especial.
Hablaba lento, con un tono de voz muy  bajo y  acentuando levemente lo que decía.
Escribió  poemas, casi todos ellos rondaban su vida personal, retrataban su existencia, ya que era una mujer que utilizaba la literatura para exponer sus pequeños dramas, descubrimientos y tenues alegrías.
La frecuenté  siempre y su mirada resumía el pasado común, hasta conocí y visité a su madre, Ester, muchas tardes charlé con ella en el gremio. Nunca me voy a olvidar del rostro incrédulo de Hebe; cuando la veía en  la casa de la calle Paraná nos reíamos mucho.
Tomaba un viejo ascensor hasta el tercer  piso, y ella me esperaba en la puerta, su expresión indicaba que me habías estado aguardando.
Como  cuando la reencontré un día, leyendo un libro, con la cabeza blanca ocultando lo que leía y  levantándose después  para saludarme, como si  nunca nos hubiéramos ausentado.


                                                          *                                                                                                    


EL EXILIO

Es de  noche o madrugada y las  rocas
de la pendiente  relumbran. La luz
se desprende del sufrimiento y borra
la  mano que la toca. Las figuras

son máscaras que nadie desaloja.
La sombra también ilumina, Padres.
Cierro los ojos al dolor y nombran
los otros lo que ven. Sufren y arden

encadenados, solos, ciegos, juntos
y perdidos, construyendo ciudades
donde vivir a tientas. Y en la fosa

encontramos nuestro país, la música
de los exiliados, aquel  idioma
nuevo, viejo y olvidado a la vez.


(Heve Solves, en: Desalojados, 1984-1989)  



OTRO PUENTE

Hay puentes que se aferran a la tarde
cuando la calle es sombra, pura sombra
extendida en la luz que ya no arde.
Miro hacia atrás. Mi historia borrosa

se  parece al olvido, vuelve al cruce
de las vidas ajenas, es el hueco
que  traza el horizonte  y hunde
su  pie en la oscuridad. Soy y no muero

cuando dejo de ser en la mirada
que ya fue; es el pasado lo que vuelve
como sueño de amor, y nunca alcanza.

Será  por eso  que la noche es puente
entre los dos y anuncia otra mañana
donde nos mire un sol más inocente.


(Heve Solves, en: El fiel de la memoria, 1992-1994)



LA TERRAZA DE TARDE

Vuelve  el invierno sobre la terraza desierta
y  la lluvia a la puerta del cuarto me visita
como un amigo pródigo.
Se imprime la caída
en el casco cerámico de  los ventiletes
en el destello de las latas
en la mancha de sombra del reboque.

La  mampostería envejece
Humedeciéndose en las miradas.
Yo no quiero salir al aire libre.
Miro, te veo
conducir la sonrisa entre palabras
como baja entre grietas o perfiles de guano
un hilo barroso de agua.

Y no puedo dejar de estar aquí,.
A  veces
son las nubes cerradas ojos ciegos
donde me veo mirarte y me sorprende
la curva de  tus cejas,
la  línea central de la barba que se bifurca
en  la garganta.

“Uno no se reconoce”,
oigo decir a la voz que cae
en  gotas gruesas
como el techo sobre un charco
y se transforma en otra.
Eso que humedece y repica.

Al  fin , la  intemperie
guarece de la mirada distante
de  las horas que pasan
vengando  el haber sido.

(Heve Solves, en: El fiel de la memoria, 1992-1994)