El
hombre sentado
en
silla de ruedas
doblado.
Mira,
levanta
gris
de la tarde.
Solo
con el trapo rojo,
el
saco,
los
pies que apenas
sordean.
Levanta
la mano:
es
por
la ropa
que
le regalan:
endurecido
mote.
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Hay personas.
Hay
seres caminando.
La
certeza
de
un día que se repite
en
el aburrido paisaje
de
la estrella bajando
a
calzada,
a
piedra rota,
a
corteza de vida.
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Una
lluvia arreando sombras,
que
duda de ser,
de
venir,
en
de veras
del
cielo cobre.
Agua
empinada.
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Suelo
embarrado de desdichas.
Tierra
desmadrada
sujetando
hombres.
Paese
siniestro,
duerme,
melancolía.
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Casas
bajas,
casuarinas,
bufido.
Tacos
de madera.
El
destino encerrado en el pueblo,
la
simple tarea,
el
molino,
los
simbólicos hierros,
la
madeja solitaria,
la
vejez.
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En
el intrincado pueblo,
la
voz del nieto
recorriendo
calles.
Suave,
cristaliza,
sombrea,
pagando
pena.
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La
fortuna
de haber creado un hogar.
Unas
paredes donde guarecerse
de
habladurías
y
desgracias.
Círculo
marcado.
Sitio
soportable.
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Nostálgicos
vecinos
de
lo que no existió.
Jóvenes
subiendo la cuesta endiablada.
Telas
que tapan la carne del cadáver.
El
funebrero dijo:
sus
restos.
Pero
todavía no se había descompuesto.
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Mar
tierra
inundada,
esa
tierra mojada.
Cadáveres
bamboleantes,
algas
de mineral.
Peces
entreverados
en
las cuerdas
de
un arpa sofrenada.
Cavidad.
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Las
casuarinas
desde
el sol hasta la copla.
La
luz.
El
vendedor de tierras,
silbando
el
abandonado
cuerpo.
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Silencio
de madre.
El
sanjuanino siente
cómo
se va la tarde
detrás
de los sauces.
Entre
tanto,
unos maizales:
patriotas
endiablados
pidiendo
justicia.
Levanta
polvo el grito
descosido
de años.
Estampa
quebrada
por
la cortina sin flecos,
que
mueve trazos de sombra.
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Atrás
de todo,
del
misachico,
tapao
con los barracanes,
o,
con
puyos azules.
Miro
al pirquinero,
de
barba
y
acullico.
Lo
tengo cerca;
Ensolado,
aguaitando.
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No
se te apure el vino
cuando
canta el alma,
la
baguala;
erke
jujeño
nombrador;
el
sarro en la tumba
de
diosito.
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Muerte,
muerte:
la
doble voluntad.
El
molde
anti
natural
con
el que
nos
hicieron.
Ese
párroco
consolando
desgracia.
Cúpula
cruzada.
Quedan
las raíces
del
suelo
soterrando
madera.
El
grumo,
agua bendita;
la
capelina sin forma.
Los
arbustos
que
acarician temprano.
“
Y esta es la promesa que él nos ha hecho: la vida eterna “
Se
espera
hasta
que acomoden las flores.
Puede
haber alguien que llora.
Espera
que termine.
El
sacerdote tiene todas las palabras:
sólo
el desvelo padece.
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Se
hubiera quedado…
la
posibilidad Eliotiana.
Habría
sido,
caminando
por el pasillo,
escuchando
las voces
de
la casa.
Amistoso
consigo mismo.
De
la negra alfombra
el
hilo manoteado,
recuerda
voz,
humo
dulce,
el
cabello caído en ramas,
la
moda tendenciosa
de
la novela por entregas,
el
hijo;
la
desgracia de ir entregando
los
ojos,
menoscabado
por la tercera edad;
el
último cairel sin sombra.
La
preocupada mente
descuartiza la escena
de
la prima absorta
ante
el vestido que quebró
el
señor de las medias cortas.
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Y
las vigas
de
las maderas del techo
están
ensobradas
por
el misterio
de
haber visto.
Turbias
generaciones
de
personas marcadas
por
el manto
del
amor.
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