Eliot y Corbière
Las estrellas menores de la constelación del simbolismo francés han quedado más bien opacadas a la vista del público de la poesía por el esplendor de la máxima trinidad: Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud (orden cronológico de nacimiento). Sólo alcanzan cierto brillo secundario un par de estrellas no tan rutilantes: Verlaine, el gran maestro de Rubén Darío y de otros varios modernistas, y Lautréamont, figura de peso para el surrealismo y sus estelas. Entre los demás, apenas si aparecen muy de vez en cuando, y más traídos a colación por haber oído de su influencia en otros que por haberlos leído, los nombres de Tristan Corbière y Jules Laforgue. Dos poetas que, junto con Rimbaud y Lautréamont, integran la romántica nómina de simbolistas franceses fallecidos en plena juventud. Aunque, dicho sea de paso, los otros tres mencionados tampoco fueron muy longevos: Baudelaire sucumbió a los cuarenta y seis, Verlaine a los cincuenta y uno y Mallarmé, el veterano máximo, a los cincuenta y seis.
Édouard-Joachim (alias Tristan) Corbière nació en una
casona familiar vecina a Ploujean, hoy Morlaix, departamento de Finisterre (fin de la
tierra, ese dedo de Francia que se adentra en el Atlántico), sobre la costa de Bretaña,
el 18 de julio de 1845, y moriría allí mismo de tuberculosis el 1º de marzo de
1875. Su padre, entre otras cosas, había sido marino y escribió novelas
marineras muy populares. El hijo también navegaría, y emplearía vocabulario y
motivos marineros en sus versos. Aprendió a tocar la gaita y mostró buenas
dotes para el dibujo y la caricatura, talentos de los que se mofa con un
quiasmo en su “Epitafio”. Entre otras anécdotas que pintan sus tendencias,
parece ser que un día se presentó ante una tía con un corazón de oveja
diciéndole: ¡aquí está mi corazón! Llegada la edad de la escuela secundaria, lo
enviaron a un liceo de Saint-Brieuc, otra localidad bretona, como
pensionado. Según su correspondencia de ese período, no se sentía para nada a
gusto. Lo más grave fue, con todo, la irrupción de un reumatismo articular, que
comenzó a desfigurarlo. De allí en más tuvo una vida de cierta trashumancia. Continuó
por un tiempo el liceo en Nantes, donde tenía un tío médico. Intentó algún
tratamiento al cabo infructuoso en el sur del país. Viajó unos meses por
Italia, según se refleja en algunos de sus poemas. Se instaló bastante tiempo en
la casa veraniega familiar de Roscoff,
sobre la costa bretona, donde empezó a escribir en serio, por así decirlo, porque
su seriedad era hermana gemela del sarcasmo. Los lugareños, por su delgadez y
paso dislocado, lo apodaron Ankou, un espectro bretón de la muerte. Allí
conoce en 1871 a una actriz italiana amante de un conde y la transforma en su
musa poética Marcelle. En pos de ella se muda al año siguiente a París. Su vida metropolitana
no es muy adecuada para un enfermo ya de tuberculosis. En 1873 publica su único
libro, Los amores amarillos (Les Amours Jaunes), en una edición de quinientos
ejemplares solventada por el padre que pasó por completo inadvertida. Al año
siguiente, tras una crisis de su dolencia, va a buscarlo la madre y se lo lleva
de vuelta a la casa natal, donde morirá varios meses más tarde.
Poco y nada
de esto habría sobrevivido hasta aquí de no haber sido porque en 1883 un primo
del poeta les recomendó aquel libro a los directores de una revistita de
vanguardia donde colaboraba Paul Verlaine. Para hacer una larga historia corta,
como dice una expresión inglesa, al año siguiente Verlaine publicaba la primera
edición de Los poetas malditos, con
ensayos sobre, en ese orden, Corbière, Rimbaud y Mallarmé (en 1888 aparecería
una segunda edición ampliada a seis poetas, uno de ellos el propio Verlaine
bajo anagrama). De todas maneras, aunque el entusiasmo bien argumentado de Verlaine
puso a Corbière en escena y le atrajo la atención de un Huysmans (en su novela A contrapelo, 1884) o un Laforgue (en
sus notas póstumas), entre otros varios, el llamado de Los poetas malditos a una reedición de Los amores amarillos tardaría en concretarse hasta 1891. Luego
irían haciéndolo suyo todas las vanguardias francesas, hasta el surrealismo
inclusive, y Ezra Pound comenzará el capítulo dedicado a él dentro de la
sección “Un estudio sobre poetas franceses” de su libro Instigaciones (1920) con esta sentencia: “Corbière me parece el
poeta mayor del período”. T. S. Eliot, por su parte, le rindió homenaje en su
poesía, a principios y a fines de su carrera, y lo recordó varias veces en
ensayos, conferencias y afines.
“Como
rimador y como prosodista no tiene nada
de impecable, es decir de fastidioso”, observaba Verlaine en Los poetas malditos, y luego: “Su verso
vive, ríe, llora muy poco, se burla mucho y bromea aún mejor”. Dos buenas
aproximaciones a la poesía de Corbière resumidas por él mismo en un verso de
“Epitafio” que Eliot en su homenaje ascenderá a título: “Mezcla adúltera de
todo”. Una poesía donde confluyen Bretaña, París y Nápoles; la aldea, la
urbe y el mar; la poesía romántica de un Musset y la folclórica de las
canciones populares; el coloquialismo y la sofisticación; todo regado por un
sarcasmo desgarrado, que el poeta aplica antes que nada a sí mismo.
En
materia de versificación, Corbière no llega todavía al verso libre rimado de
Laforgue, pero apunta ya un poco en esa dirección: mezcla metros (“Epitafio”
comienza en alejandrinos y continúa en octosílabos –que en castellano se
contarían como eneasílabos–), se permite incluso a veces alguna irregularidad (alguna
sílaba de más o menos) y hace un uso raro de recursos que influyen en el metro tales
como la diéresis.
¿Cómo accede
Eliot a él? A fines de 1908, luego de haber estudiado literatura francesa
durante su segundo año en Harvard y haber cumplido veinte años, leyó un libro muy
influyente en el ámbito de la poesía en lengua inglesa a partir de su primera
edición de 1899: El movimiento simbolista
en literatura, del poeta y ensayista inglés Arthur Symons. Entre otros influidos
de nota se contaron desde la primera hora un amigo irlandés de Symons, William
Butler Yeats, y un compatriota de éste, el entonces jovencísimo aprendiz de poeta
James Joyce, que iba a enseñarle algunas cosas al Joyce narrador. Eliot leyó la
entonces reciente edición neoyorquina de 1908, donde no sólo no estaba incluido
Corbière, que nunca llegó a estarlo, sino tampoco Baudelaire, incorporado por
Symons en la edición de 1919. Estaban en cambio allí Laforgue, la influencia
más decisiva en el joven Eliot, y Verlaine, cuya lectura lo conduciría luego a
Corbière.
Mucho de
lo que el joven Eliot encontró en Corbière lo había encontrado antes y en un
tono más afín a su sensibilidad en Laforgue, quien ya había estilizado el
sarcasmo feroz de su antecesor con el pincel de una fina ironía. Pero el blanco
del sarcasmo y la ironía fue a grandes rasgos el mismo en los tres: la sordidez
del paisaje humano, externo e interno; la fragilidad de la comunicación, y el
propio papel escasamente decoroso en ese escenario del mundo.
De aquella
sorna al mismo tiempo dramática y desdramatizante
aplicada a todo pero ante todo a uno mismo son buenas muestras el poema de
Corbière “Epitafio” y el de Eliot “Mezcla adúltera de todo” que lo homenajea,
parte de una serie de poemas escritos en francés e incluidos en la edición
inglesa del libro Ara vos prec (“Ahora os ruego”, palabras de Arnaut
Daniel en Purgatorio, XXVI.145), de
1919, republicado al año siguiente en Estados Unidos como Poemas. Pero hay más para notar.
Eliot
escribió “Canción de amor de J. Alfred Prufrock” a mediados de 1911, al cabo de
un año de estudios en París. En el tono y el encuadre, hay allí más Laforgue
que Corbière. Sin embargo, tienta ver en ese joven que se proyecta viejo algún
parentesco con el joven que en “Epitafio” se proyecta muerto. Y hay más.
“Epitafio”
es el fin del principio: concluye la sección introductoria a Los amores amarillos. El epígrafe
inventado del poema –poema que, por lo demás, remite a un fin, según sugiere el
título– es una larga frase sin fin que despliega una especie de círculo vicioso
donde fin y principio se muerden sin cesar la cola. Tentador emparentar todo
ese juego con las oraciones inicial y final de East Coker, segundo de los Cuatro cuartetos de Eliot: “En mi
principio está mi fin”, “En mi fin está mi principio”.
Del poema
de Eliot conozco al menos tres traducciones, todas ellas en verso libre no
rimado; en orden cronológico: la de José María Valverde en Poesías reunidas (Madrid, Alianza, 1978); la de Alberto Girri y
Enrique Pezzoni en Retrato de una dama y
otros poemas (Buenos Aires, Corregidor, 1983), y la de José Luis Rivas en Poesía completa (México, UAM, 1990).
Del poema
de Corbière conozco dos: la de Clara Janés y J. M. Martín Triana en Antología poética (Madrid, Visor, 1984),
en verso libre no rimado, y la de Carlos Pujol en Los amores amarillos (Valencia, Pre-textos, 2005), en alejandrinos
y endecasílabos no rimados.
Por mi
parte, intenté en ambos casos atenerme a cierta base de metro y rima, aunque
con algún margen de elasticidad, tal como se permiten los propios autores.
Agradezco
a Alejandro Bekes y a Mariano Fiszman observaciones que me permitieron corregir
o mejorar varios detalles, porque mi francés está un tanto perdido en lontananza,
y a Nicolás Gelormini, que confirmó mis investigaciones sobre un par de
palabras alemanas, idioma del que apenas tengo una vaga sospecha. Su amable colaboración
no les transfiere, por supuesto, ninguna responsabilidad por mis decisiones.
Quiso
el dios de las coincidencias que, sin saberlo, concibiera este trabajito sobre
el autor de Los amores amarillos para
una revista-blog que le debe la mitad de su nombre. Brindo por esa divinidad.
Tristan
Corbière
Epitafio
Salvo los enamorados en su
comienzo o su final que quieren comenzar por el fin hay tantas cosas que
finalizan por el comienzo que el comienzo comienza a finalizar por ser el fin
el fin de eso será que los enamorados y otros finalizarán por comenzar a
recomenzar por este comienzo que habrá finalizado por no ser otra cosa que el
fin vuelto lo que comenzará por ser igual a la eternidad que no tiene ni fin ni
comienzo y finalizará por ser también finalmente igual a la rotación de la
tierra donde habremos finalizado por no distinguir más dónde comienza el fin de
dónde finaliza el comienzo lo que es el comienzo lo que es todo fin de todo
comienzo igual a todo comienzo de todo fin lo que es el comienzo final del
infinito definido por lo indefinido: Igual a un epitafio igual a un prefacio y
recíprocamente.
Sabiduría de las naciones
Se mató del ardor, o murió de pereza.
Si vivió, es por olvido; he aquí lo que deja:
– No ser su propia amante fue su única queja. –
No nació para ningún corolario,
A él siempre lo empujó el viento contrario,
Y fue sobras guisadas de algún modo,
Una gran mezcla adúltera de todo.
Un no sé qué. – Mas el dónde
ignorado;
Un oro puro, – mas sin un centavo;
Nervios, – sin nervio. Vigor sin fuerza alguna;
Un impulso, – con una torcedura;
Alma también, – y sin violín alguno;
Amor, – mas semental peor no hubo.
– Nombres de sobra para tener uno. –
Corredor de ideal, – idea de nada;
Rima rica, – y así jamás rimada;
No habiendo estado, – de vuelta venido;
En cualquier parte hallándose perdido.
Poeta, aun a despecho de sus versos;
Un artista sin arte, – o bien lo inverso,
Filósofo, – de juicio muy disperso.
Gracioso serio, – no hubo gracia en él.
Actor, no supo nunca su papel;
Pintor, tocar la gaita era su veta;
Y músico: tocaba la paleta.
¡Una cabeza! – pero sin cabeza;
Loco de más para saber ser bestia;
Se tomaba un mentad por aumentad.
– El verso en falso era su verdad.
Pájaro raro – y de pacotilla;
Muy machote... y a veces muy zorrilla;
Capaz de todo, –bueno para nada;
Bien el mal, mal el bien él chapuceaba.
Pródigo como el hijo aquel del cuento
Del testamento, – mas sin testamento.
Bravo y, por miedo a veces a lo chato,
Metedor de ambos pies dentro del plato.
Colorista a rabiar, – mas palidísimo;
Incomprendido... –más aún por sí mismo;
Lloró, desafinó al cantar perfecto;
– Y fue todo un defecto sin defectos.
No fue alguien, ni algo en
general.
La pose era su estado natural.
No posante, – posaba para único;
Harto ingenuo, por ser por demás cínico;
Creyente en todo, sin creer en nada.
– Su gusto en el disgusto de asco estaba.
Muy crecido, – por estar muy cocido,
A nada menos que a sí parecido,
Se divertía con su aburrimiento,
Despertaba aun de noche en ese intento.
Paseador mar adentro, – a la deriva,
Tal como un pecio que jamás arriba...
Muy Sí mismo para aguantarse en
todo,
Seco de espíritu y de seso beodo,
Concluido, pero sin saber concluir,
Se murió esperándose vivir
Y vivió, esperándose morir.
Yace aquí, – corazón sin corazón, mal plantado,
Logrado por demás, – como fallado.
traducción de Pablo Ingberg
Épitaphe
Sauf les amoureux commençants ou finis qui
veulent commencer par la fin il y a tant de choses qui finissent par le
commencement que le commencement commence à finir par être la fin la fin en
sera que les amoureux et autres finiront par commencer à recommencer par ce
commencement qui aura fini par n’être que la fin retournée ce qui commencera
par être égal à l’éternité qui n’a ni fin ni commencement et finira par être
aussi finalement égal à la rotation de la terre où l’on aura finit par ne
distinguer plus où commence la fin d’où finit le commencement ce qui est le
commencement ce qui est toute fin de tout commencement égale à tout
commencement de toute fin ce qui est le commencement final de l’infini défini
par l’indéfini – Égale une épitaphe égale une préface et réciproquement.
Sagesse des nations
Il se tua d’ardeur, ou mourut de paresse. / S’il vit, c’est par oubli;
voici ce qu’il laisse: // – Son seul regret fut de n’être pas sa maîtresse. –
// Il ne naquit par aucun bout, / Fut toujours poussé vent-de-bout, / Et ce fut
un arlequin-ragoût, / Mélange adultère de tout. // Du je-ne-sais-quoi. –
Mais ne sachant où; / De l’or, – mais avec pas le sou; / Des nerfs, – sans
nerf. Vigueur sans force; / De l’élan, – avec une entorse; / De l’âme, – et pas
de violon; / De l’amour, – mais pire étalon. / – Trop de noms pour avoir un
nom. – // Coureur d’idéal, – sans idée; / Rime riche, – et jamais rimée; / Sans
avoir été, – revenu; / Se retrouvant partout perdu. // Poète, en dépit de ses
vers; / Artiste sans art, – à l’envers, / Philosophe, – à tort et à travers. //
Un drôle sérieux, – pas drôle. / Acteur, il ne sut pas son rôle; / Peintre, il
jouait de la musette; / Et musicien : de la palette. // Une tête ! – mais pas
de tête; / Trop fou pour savoir être bête; / Prenant un trait pour le mot très. / – Ses vers faux furent ses seuls
vrais. // Oiseau rare – et de pacotille; / Très mâle... et quelquefois très fille;
/ Capable de tout, – bon à rien; / Gâchant bien le mal, mal le bien. / Prodigue
comme était l’enfant / Du testament, – sans testament. / Brave et souvent, par
peur du plat, / Mettant ses deux pieds dans le plat. // Coloriste enragé, –
mais blême; / Incompris... – surtout de lui-même; / Il pleura, chanta juste
faux; / – Et fut un défaut sans défauts. // Ne fut quelqu’un, ni quelque
chose. / Son naturel était la pose. / Pas poseur, – posant pour l’unique;
/ Trop naïf, étant trop cynique; / Ne croyant à rien, croyant tout. / – Son
goût était dans le dégoût. //
Trop crû, – parce qu’il fut trop cuit, / Ressemblant à rien moins qu’à lui, / Il
s’amusa de son ennui, / Jusqu’à s’en réveiller la nuit. / Flâneur au large, – à
la dérive, / Épave qui jamais n’arrive... // Trop Soi pour se pouvoir
souffrir, / L’esprit à sec et la tête ivre, / Fini, mais ne sachant finir, / Il
mourut en s’attendant vivre / Et vécut, s’attendant mourir. // Ci-gît, – cœur sans
cœur, mal planté, / Trop réussi, – comme raté.
T. S. Eliot
Mezcla adúltera de todo
En Estados
Unidos, profesor;
En
Inglaterra, en cambio, periodista;A grandes pasos es y con sudor
Que a duras penas seguirán mi pista.
En Yorkshire, un cabal conferencista;
En Londres, un poquito de banquero,
Me tomarán el pelo por dinero.
Es en París en donde yo me pongo
Un casco negro de menefreguista.
En Alemania, luego, soy filósofo
Sobrexcitado por la Emporheben
Al aire libre de la Bergsteigleben; [1]
Yo vago siempre de aquí para allá
A golpes varios de tralá lalá.
Desde Damasco hasta Omahá.
Una vez celebré mi día de fiesta
En un oasis africano a pique
Vestido en cuero de jirafa zafio.
Allí van a mostrar mi cenotafio
Frente al tórrido mar de Mozambique.
traducción de Pablo Ingberg
Mélange Adultère de Tout
En Amérique, professeur; / En Angleterre, journaliste; / C’est à grands pas et
en sueur / Que vous suivrez à peine ma piste. / En Yorkshire, conférencier; / A
Londres, un peu banquier, / Vous me paierez bien la tête. / C’est à Paris que
je me coiffe / Casque noir de jemenfoutiste. / En Allemagne, philosophe / Surexcité
par Emporheben / Au grand air de Bergsteigleben; / J’erre toujours de-ci de-là / A
divers coups de tra là là / De Damas jusqu’à Omaha. / Je célébrai mon jour de
fête / Dans une oasis d’Afrique / Vêtu d’une peau de girafe. // On montrera mon
cénotaphe / Aux côtes brulantes de Mozambique.
[1] Emporheben: “elevación”; Bergsteigleben: “vida de montañista”; ambas en alemán.
Para ver los poemas en su versión original y la traducción en columnas paralelas:
http://www.pabloingberg.com.