En Mi ciudad
perdida (últimos bodrios), su quinto libro, Milita Molina vuelve a desplegar
su feroz potencia de escritura.
Los libros de Milita Molina son aire fresco. Es
abrirlos y empezar a respirar. Con cada nuevo libro uno lo comprueba. Enseguida
están ahí, en la primera frase, las palabras viboreando. En su vida. En sus
sutiles modulaciones. Una frase que se lleva a la otra, que la va llevando.
Al igual que los best-sellers, los libros de Milita
Molina se leen de un tirón. Son adictivos. No es que sean, sin embargo, de
“fácil” lectura. A no confundir. Nada más en las antípodas de la fácil lectura
que los libros de Milita Molina. Tampoco es cuestión de “anécdota”, de
argumento. (“Me he preguntado por un instante sobre qué escribir y el
hundimiento fue completo”, Los
sospechados). El argumento en Molina es algo que se dibuja sobre el pucho, digamos,
algo que aparece y desaparece mientras se va tejiendo el “bodrio”.
¿Entonces? Es otra cosa lo que atrae, lo que imanta. ¿Qué?
El lenguaje, por supuesto. El lenguaje, que, como en Beckett, va empujando la
lectura. Acá, lenguaje argentino. Dictados del “demonio de la torsión”. Silbidos
cambacerianos, lamborghinianos. Música, sí. Pero música de “bodrio”. La
cacofonía como una vía posible, entonces, como un descubrimiento. Una belleza
ripiosa, de “irse al carajo”.
Mezcolanzas. Cruces. Lo alto y lo bajo. Y por detrás,
sosteniéndolo todo, irrumpiendo a cada rato, el andamiaje destartalado de la
risa. Filosa, “canalla”, la risa. Siempre.
Como Los
sospechados y Melodías argentinas,
sus libros anteriores, Mi ciudad perdida
es un libro sin red, de “una intemperie que lo arrasa todo”. Un libro de
“tecleteos”, de una “imaginación moderada”, de “pura holganza”, que hace foco sobre
todo en la sintaxis. En la partitura. El vértigo y la destreza de “anotar y
ejecutar el pentagrama simultáneamente”. Pura disponibilidad al presente de
escritura. Hacerles frente a los soplos del espíritu. Estar ahí, “como el
torero frente al toro” (Kerouac por Burroughs). Si no, “¿para qué escribir,
para qué vivir?”.
¿Género? ¿Novela? ¿Relatos? ¡Qué importa! “Un borroneo
feroz y sin concierto.” “Bodrios o frangollos.” Nostalgia de la literatura: el
único género que practica Molina, “esa droga que se paga caro”. Que nos deja
solos. ¡Solísimos! De ahí su libertad, su gracia.
Hace tiempo ya que Milita Molina tuvo su revelación, su satori; hace tiempo ya que descubrió que “podemos decir lo que se
nos cante, ¡si total!”.
Al igual que John Coltrane, que en sus últimos discos guardaba
“luto por la tonalidad” (Joachim Berendt), Milita Molina guarda luto por la
literatura. Lo dejó bien claro en Melodías
argentinas.
“El estudio de la belleza es un duelo en que el
artista da gritos de terror antes de caer vencido” (Baudelaire citado por
Molina). La escritura como derrota, como fracaso. Pero también como dicha. Como
felicidad. La felicidad del naufragio (Bataille). Porque ¿qué importancia tiene
la literatura al lado de “la muerte que nos toma la sopa”?
Publicado inicialmente en la REVISTA Ñ (27.02.2013)