Ya no quedan libros raros en nuestros días.
Es fácil leer en Burzi la monstruosidad, que no es
lo marginal, ni por mucho que se le parezca. Que no sea común leer historias
como las que el autor elige escribir, no significa que sea marginal. Hay muchas
posibilidades de caer en una lectura ramplona a la hora de enfrentarse a la
textualidad de Sueños del hombre elefante.
La pregunta podría ser: ¿qué es lo que se busca con
este libro?
Entonces podemos leer una serie de gesticulaciones
que sobrecargan las referencias obvias y las vuelven un objeto suntuoso. Leer
esas referencias, simplemente, obtura el análisis. Las referencias no muestran
más que una forma de reproducir paternidades y filiaciones.
Es justo mencionarlas, como es justo decir que el
sol se esconde a determinada hora.
La red de referencias que se producen en el texto
pueden ser abordadas de la siguiente manera: la ontogenia, o el proceso de los
organismos, considerada como una serie de formas que cambian a lo largo de todo
individuo orgánico durante su vida, está inmediatamente determinada por la filogenia
o el desarrollo de la runfla orgánica a la que pertenece. La ontogenia es una
breve, y no menos rápida, rememoración de la filogenia, establecida por la
función fisiológica de la herencia y la adaptación, y presenta cambios
significativos con respecto a generaciones pasadas.
La pregunta podría ser más interesante: ¿Sueños del hombre elefante logra
producir un sentido propio, a pesar de las referencias o éstas terminan por
fagocitarlo?
Es como un
ángel visto desde el infierno, se
dice en “El trabajo del fuego”. Frase no menos acertada, porque lo que Burzi
logra, con ingenio y efectividad es escapar a sus padres, logra un cambio sobre
la mirada de las cosas, instala una nueva posibilidad, un nuevo sentido a las
redes. La intención está llena de sutileza. Aquí me afirmo: no quedan libros
raros en nuestros días, pero sí se puede ir en un sentido distinto.
Entonces lo productivo es la mostración de una
direccionalidad otra, alterar el punto de vista, alumbrar la oscuridad que
habita per se. Esta funcionalidad distinta de la oscuridad se produce en un mundo
posible que es un mundo que no está a mano del lector, sino como dijo Leticia
Martín: “Burzi parece haber viajado a la
edad media para encontrar en su cantera inmensa de represiones y oscuridades
las fotos que después reordena en un collage sobre el que sitúa a sus
personajes”. (Ciclos de vida y muerte” en Revista Tónica Nº4.) No hará que la monstruosidad o lo maravilloso emerja en lo cotidiano, al estilo
de José María Marcos en Los fantasmas
siempre tiene hambre, sino que buscará una zona íntima y personal, y con
zona íntima hablo de entregarse al goce de inventar un mundo nuevo.
El placer de lo inenarrable surge en estas páginas,
de aquello que aparece en lo no dicho, en lo que se soslaya y el escritor logra
sugerir. Los intersticios que no pueden ser escritos se vuelven atractivos y de
una potencialidad imposible.
De alguna manera, Burzi logra mostrarnos ese otro
mundo, su mundo, y volverlo real, volver a esos personajes parte de un universo
posible.
Un mundo
propio siempre es el mejor, y es
lo que también contrae la mirada en Sueños
del hombre elefante, un extrañamiento donde el contexto se pierde y le da a
Burzi la posibilidad infinita de encontrar otras tramas, de una eficacia
singular, distintas de las que se pueden leer en la nueva narrativa Argentina.