(Jorge Quiroga y Javier Fernández Paupy)
BC: En esa época
actuábamos de alguna manera un poco como grupo. Entonces nos debíamos las
lecturas de lo que cada uno hacía solitariamente. Era un acontecimiento
encontrarnos. Como supongo que hoy es para otros. Se trataba de encontrar la
voz de cada uno, la voz “literaria”. Raramente hacíamos lecturas en voz alta
como se hace entre la gente de teatro. La
lectura de una novela, un cuento, incluso un ensayo es lectura solitaria.
Solitariamente el público va acceder a ella luego. Incluso se puede leer,
habitualmente lo hemos hecho, en la soledad de un inodoro. La lectura en voz
alta no era muy común entre nosotros.
JQ: ¿El grupo quiénes eran?
BC: Éramos un
grupo desunido. Al principio Correas, Sebreli y yo. Pero con el tiempo se fue
desgajando y éramos más bien dúos que hablaban ¿mal? de un tercero. Con Sebreli
estoy alejado desde hace años. Y Carlitos está muerto.
JQ: Correas
también estaba peleado.
BC: Bueno,
Correas se peleaba con Juan José… yo cuando conocí a ambos los conocí a través
de Adelaida Gigli, la ex mujer de David Viñas. Cuando los conocí, los conocí
separadamente aunque Adelaida me los presentó como un grupo: Masotta, Correas y
Juan José. Y yo los traté separadamente. Jorge Lafforgue se acercaba también a
ese grupo, pero menos. O menos conmigo, quizás. Carlos, cuando yo lo conocí
tenía una relación muy dramática con Juan José que presumía –yo presumía– una
relación íntima previa entre ambos, quizás dolorosa. Se habían intercambiado
cartas por ese motivo supuestamente amoroso. Sí, sí leíamos cartas, me estás
haciendo acordar, cartas filosóficas, cartas como ensayos, cartas justicieras, cartas
seguramente publicables más tarde, en un tiempo futuro. Quizás escribían las cartas pensando no sólo en lo
que había pasado entre ellos sino en una edición póstuma, inmortal. (Risas).
JFP: Sebreli
incluye una en sus Memorias, en el apartado que le dedica a Correas.
BC: ¿Incluye
una? No me acordaba de eso. Yo creo que Juan José tiene cartas. Lo que pasa es
que Juan José es ocultador, no creo que las muestre. Sí, eran cartas, eso sí,
porque además yo era receptáculo de las cartas de los dos. De alguna manera,
los dos me venían a leer la carta que le habían escrito al otro. Había una, esto
era año 52 me parece… Una que… muy íntima… sí.
JQ: ¿Y
Masciángioli?
BC: Tenía más
contacto con Juan José. Con Carlos tenían pocas afinidades.
JQ: ¿Y la novela
Los adolescentes de Masciángioli,
está?
BC: No, tampoco
la encontré en ningún lado, no pude leerla. Supongo que como Carlos hizo
desaparecer Los jóvenes, Jorge dejó morir Los adolescentes. Ambos entraron en la edad de la razón.
JQ: ¿Tenés idea
de qué trataba?
BC: No, no. Con
Jorge sólo tuve siempre un trato distante, casi protocolar. Yo lo conocí a
Correas en plena transición de ficción a ensayo filosófico. No hablaba de su
escritura de juventud ni de las de otros. En ese momento, lo único que había
publicado era este cuento “La narración
de la historia” que escribió un poco
hinchado las pelotas porque había mucha gente, como Celia Durruty que le
preguntaba ¿cómo es levantarse un tipo? Él mismo creo que lo dice en alguna
parte. En ese momento estaba abandonando la literatura, cosa a la que retornó
después porque Chanetton es posterior
a eso. Estaba abandonando la literatura y al mismo tiempo estaba por reiniciar
su carrera en Filosofía y Letras. Porque él había dejado la universidad más o
menos en el mismo momento en el que la dejó Juan José… con la caída de Perón.
Pero luego rebobinó su vida y se recibió y ejerció…
JQ: Habría que
buscar esa novela de Masciángioli, por lo que dice Correas en el prólogo de Los jóvenes.
BC: No me
acuerdo. La novela de Masciángioli que recuerdo es El profesor de inglés que era también un tema homosexual, lo editó
Fabril y fue un éxito de librería, digamos.
JFP: Este texto, Los jóvenes, ¿lo leíste muchas veces?
BC: Lo leí bastante.
Consideraba admirable su estilo. Era como un modelo de escritura. Me había gustado mucho. Después del proceso
que tuvo en 1960 por “La narración”, un día en mi casa, muy ceremoniosamente me dio
Los Jóvenes como algo que a él no le
quedaba ninguna copia y que me pedía que yo guardara. Nunca me explicó muy bien
por qué, si era para que lo editara o era para que, simplemente, lo metiera en
el fondo de un baúl, cosa que hice hasta después de su muerte.
JFP: ¿Nunca
hablaron del texto?
BC: Yo no
recuerdo haber vuelto a hablar de Los
jóvenes. Él sabía de mi opinión acerca de la novela porque mi opinión era
muy encomiástica, muy exuberante, muy fuerte. Incluso yo le recomendaba que la
publicara. Por un lado, había que encontrar la fórmula. Porque con esta novela
sí que lo metían en cana. Hoy no, pero en aquel momento era una novela… es
todavía…
JQ: Es muy
radical la novela…
BC: Sí, además
el empleo de un lenguaje genetiano que en aquel momento estaba como ingresando
a Argentina, a Buenos Aires.
JQ: Es peor…
BC: Es más
vulgar que Genet. Porque tiene vulgaridades muy fuertes que es lo que le da el
atractivo. Incluso toma cosas de la cultura
popular… en ese sentido, él, si bien en su escritura que yo sepa nunca la
reivindicó, él era muy adicto a la cultura popular. Él, por ejemplo, estaba
escribiendo un trabajo muy importante sobre la revista Rico tipo, un análisis desde el punto de vista de las mitologías
que armaba la revista acerca del porteño. Bueno, eso creo que está perdido. Creo
que no lo pudo reponer nadie. Porque escribía mucho. El Diario de él… también… Yo
no sé si el hermano se lo quedó o dónde está. No lo encontramos porque la muerte
súbita, el suicidio, hizo que no
supiéramos… y ya hacía tiempo que mi relación con él era esporádica.
JFP: ¿Leíste
fragmentos del Diario?
BC: Sí, también
eso nos leía. Pero siempre ocultaba algo. Porque el Diario, yo supongo, hablaba
de nosotros, de Juan José, de Lafforgue, de Masciángioli, de Carlitos Marchi.
JQ: El Diario es
para confesarse…
BC: Claro,
entonces no sé qué diría. Porque él era malévolo. Carlitos lo que tenía de
interesante es que era malévolo. Era agudo y malo. Pero malo. La maldad de él,
si se puede llamar maldad, venía de su posición crítica frente al mundo.
Entonces, cada adhesión tuya a un hecho, por ejemplo, ser vicepresidente de Argentores, como soy yo ahora, a él lo
hubiese escandalizado, seguramente, porque no es una posición de un intelectual,
de un artista, sino la de un funcionario. Entonces él en eso tenía una mirada
crítica que no tenía ni Juan José que es un ex maestro de escuela, ni la tenía
Masotta. Masotta, de alguna manera, se fue en seguida a España y perdimos la relación
con él. Masotta también incursionó en los mundos universitarios y no de la
manera, me parece, o no con el resultado con que lo hizo Carlitos.
JQ: Alrededor de
la Universidad
también, ¿no? Cursos privados, alrededor de los estudiantes.
BC: No ancló…
JQ: Masotta no
se recibió, por ejemplo…
BC: No, él se
convierte en lacaniano por participar en corrillos psicoanalíticos, por hacerse
psicoanálisis, por ser analizado.
JQ: Es que era
costumbre de los intelectuales no terminar.
BC: Es que en
esa época había algo de repudio hacia la Universidad al mismo tiempo. Porque se
consideraba a la escolástica como un paso ínfimo, menor. La Universidad era apenas una fábrica de diplomas y no otra
cosa.
JQ: Kuhn hizo un
guión que se basa en la novela
BC: Él con Kuhn
no tenía buena relación.
JQ: Ocurre que
en ese tiempo se va formando el mito de la juventud, en el 55, en todos los
ámbitos, internacionalmente, en el arte, en todos lados...
BC: Sí, la nueva
ola francesa aparece en ese momento… lo nuevo empieza a tener una gravitación,
la juventud…
JQ: James Dean,
los ’50 y los ’60…
BC: Sí, 50 y 60…
JQ: ¿Correas tenía
conciencia de eso? ¿Hablaron alguna vez de eso?
BC: No, eso al
revés. En aquella época no nos sentíamos partícipes de un movimiento juvenil, ni
nada menos, ni le interesaba. No le interesaba…
JQ: Él tiene una
posición crítica...
BC: Por eso, quizás
Los Jóvenes sea una humorada acerca
de eso. No recuerdo haberlo discutido a fondo. Era algo que sobrevolaba entre
nosotros que estábamos de acuerdo en que era una chantada eso de que los
jóvenes por ser jóvenes son distintos a los viejos o a la…
JFP: ¿Te parece
teatral este texto, Los jóvenes? Que
transcurre todo en un mismo ambiente cerrado, son seis tipos.
BC: La palabra
escénica es corta para poder expresar este texto, digo yo. Es una pregunta
linda porque me estás haciendo pensar en esa posibilidad…. Pero, para que esto
sea el mismo escándalo… no. Yo de acá tomo los chistes, esos chistes
populares.
JFP: ¿Vos tenés
una pieza sobre Correas y además un texto testimonial?
BC: No sé si es
testimonial. Es teatral, un texto teatral. Se llama “Correas”. Cuento más la relación de Carlos con la última mina que con
él estuvo. No con Marta, su esposa.
JQ: Yo conocí
una que estaba en las calles Paraná y Rivadavia, por ahí, sobre la calle Paraná
me parece. No sé cuál es, si es la segunda o la tercera.
Ahora, leyendo Los jóvenes, vos lo leíste del original,
yo lo leí del libro que salió ahora, la pregunta que se me ocurría es si él
varió de posición estética. Por ejemplo, una cosa que dice en el postfacio José
Fraguas, cita que él dijo en algún lugar que le interesaba una literatura del
escándalo. Lo que te pregunto es si varió de posición estética.
BC: No, lo que
yo recuerdo de él es totalmente fiel a sus principios. Fiel a sus principios,
fiel a su manera de ver el mundo y por lo tanto fiel a su producción poética, a
su producción literaria. Yo no veo que haya…
JQ: Una vez le
pregunté a Carlos sobre Osvaldo Lamborghini y se sintió muy reacio y me dijo
que él escribía en una manera más tradicional. Una cosa más de escritura
formal, no tan vanguardista. Sin embargo, este primer texto si lo comparás, aún
la primera parte del Chanetton con
esto, hay diferencias.
BC: Hay
diferencias, de esa prosa con esa, sí…
JQ: Usa la
pornografía, distintos registros, no es el más pudoroso…
BC: El estilo
posterior de él tiene una escritura más tradicional, más clásica que esta, esta
es única, esta es su producción.
JQ: Es
Lamborghini 40 años antes…
BC: Sí, mejor que Lamborghini…
JQ: Ese estilo…
JFP: ¿Le ves
ribetes clásicos?
BC: Tendría que
releerla. La leí por última vez cuando escribí mi obra de teatro.
JFP: Vos hablás
de lirismo genetiano…
BC: Pero no
sería capaz, en este momento, de reflexionar sobre literatura alguna, porque es
un campo que se alejó de mí, de alguna manera. Pero sí reconozco que hay
diferencias entre esta escritura y la escritura posterior. Esta a mí me
divierte más que la posterior. La posterior incluso llegó a aburrirme, en algún
momento. Hay cosas de Chanetton que
no me gustan. A mí lo que me parecen geniales son los artículos.
JFP: ¿Y los
relatos de Un trabajo en San Roque?
BC: Eso me
interesó mucho más. Lo que pasa es que tengo una relación dual con todo esto. Chanetton la leí en borrador, como ésta,
en borrador, en el momento. Después la volvía a leer editada. Pero todo lo otro
lo leí en edición. Y cuando yo había dejado la literatura y estaba inmerso en
el mundo del teatro. Me pongo en otro
sitio en la lectura, en otro punto de vista. A mí me cuesta mucho volver a
reflexionar o a escribir ficción
literaria. No leo novelas y no escribo novelas ya. Me aburro. Entonces yo no sé
si es Carlitos que me aburre en Chanetton
o soy yo que tengo una actitud distinta. Además yo no soy un crítico.
JQ: Sebreli hace
todo una estrategia de negación. Dice como que está agotado, que no dice nada.
Hay como una estrategia para valorizar el Correas de Ensayos de tolerancia, sobre todo La operación Masotta y negar La
narración de la historia. Sin embargo yo creo que ese relato es tan
interesante como lo otro…
BC: Es posible.
Te vuelvo a repetir, estoy fuera de lo narrativo en este momento y no tengo
manera de sopesarlo. Pero en el momento en que yo leí Los Jóvenes escribía ficción. Yo estreno teatro de viejo, después
de los 40, más o menos. En el 68 empecé a escribir teatro. Tenía 34. O sea que
escribí y estrené de grande.
JFP: Pero siempre
estuviste relacionado con las letras…
BC: Sí, pero fui
abandonándolas y por ahí odiándolas, no lo sé, eso tendría que preguntárselo a
otro, al analista o a alguno. No sé si es uno de esos amores en que vos para
apartarte de tu primer amor lo negás o lo convertís en algo... Pero me cuesta
ahora juzgarlo.
JQ: Esto
reformula toda la obra, ¿vos pensás? Que la cambia.
BC: Yo creo que
esta es la verdadera obra de Carlitos. Ésta además está escrita sin límites, de
alguna manera. Ésta se parece a como él era, a como él hablaba, a como él era
en la amistad. Mientras que los otros libros yo sentía que eran más
descripciones de un intelectual frente a la realidad. Ojo, no quiere decir que
si ahora los lea no cambie. Yo sentía eso…
JQ: Es que
Correas era dos personas, era la persona académica, erudita, lector de Hegel,
Lacan, y el otro, el atorrante…
BC: Eso era lo
que hacía la fascinación de Correas. Esa dualidad hoy se da poco en los
artistas o intelectuales, de acá del país.
JFP: ¿Vos qué
edad tenías?
BC: Yo tengo 77,
él ahora tendría 82, 83 más o menos. Yo lo conocí a él y a Juan José y a todos
ellos a los 18. Yo pintaba, hacía Bellas Artes y escribía. Entonces, motivado
por David [Viñas] y por su mujer de ese momento, dejé la pintura. Empecé a
escribir, a escribir y a escribir. Mi novela
Adiós a la izquierda la escribí a los 22.
JFP: ¿Y él cuando
te pasó el manuscrito qué edad tenía?
BC: Y… él
tendría 24.
JFP: Un
pornógrafo…
BC: (Risas )Imaginate en
aquella época. Él y Juan José avanzaban sobre joven que veían porque era su
metodología, digamos… seducirte…
JQ: ¿Dónde se
veían?
BC: En mi casa,
yo vivía solo. También en la casa de él. Está esa foto famosa que hay suya, con
un Perramus. Es en el balcón de su casa, es una foto armada, digamos,
organizada. No reíamos mucho con esa foto porque parece que salía del submundo.
En su casa, él tenía esas viejas casas tipo chorizo en la calle Garay, entonces,
en la parte delantera él ocupaba ahí con toda su biblioteca que para mí era
inmensa en ese momento. Estaría su lugar de dormir ahí también, separado por un
cortinado. Y ahí leíamos a Borges y discutíamos a Borges. Después, bueno, uno
se encontraba en cafés. Y cuando yo hablo de mi casa, tenía un caserón en Entre
Ríos y Caseros. Yo empecé a meterme con gente de teatro. Venía alguna gente de
teatro. En el 55 hubo una huelga en el Conservatorio de Arte Escénico. Y yo
tenía cierta relación con ellos. Había actores interesantes, Susana Rinaldi,
María Cristina Laurenz, Alfonso de Grazia, Carlos… muchos… y se reunían en
casa. También en casa se reunían Juan José, Carlos y Masotta. Ellos estaban muy
enojados porque yo no les daba la llave de la puerta de calle. Yo les daba la
llave solamente a mis amigos de teatro y a Masotta que venía con Nené, su mujer
después, a coger a mi casa. Porque en aquella época no había hoteles
alojamientos o eran muy poquitos, estaba el del bajo, el que estaba frente al
Luna Park. Entonces, no le daba la llave ni a Carlos ni a Juan José porque,
suponía, iban a venir con tipos. (Risas). Bueno, Oscar terminó celebrando su
matrimonio con Nené, en esta casa. Al respecto hay una foto en mi página de
Argentores de ese día, 27 de marzo de 1958, donde estamos Iaros, Sebreli, Nené,
Massotta, yo y Adelaida Gigli. ¡Sebreli la incluyó entre las fotos de su libro “Cuadernos” pero mediante un artilugio
nos eliminó a Nené, a mí y a Adelaida! ¡Quedó él entre Iaros y Massotta! ¡Qué
bárbaro!
JQ: Un quilombo…
BC: Además, la
casa, si bien yo la usaba, era de un tío mío. Y yo decía, si llega a venir mi
tío me mata. Fue al revés. Un día, mi tío era un señorón de guita de Tandil,
con una estancia y qué sé yo. Y me cayó una noche que estábamos de joda. Una fiesta…
el hijo de puta, yo digo, ahora me mata, me saca la casa. No, se quedó en la
joda. (Risas). Y quería hacer otra. Che, cuando hagas otra, avisame. Esta
anécdota quizás ilustra desde otro punto de vista cuál era la relación que
teníamos y responde la pregunta de cuándo lo veía.
JFP: Eso de lo no
pequeñoburgués que vos decís en la película sobre Correas… es muy vívido… su
rechazo a los ambientes acartonados.
BC: Era como la
antítesis de los lugares profesorales. Porque era ir en busca de lo vulgar. Era
la antítesis de ese grupo que en la misma película son los profesores
compañeros de él, los del Centro de Estudiantes. Era como la antítesis de eso.
Cuando salíamos a caminar, Juan José no era de caminar tanto, no sé por qué o
será que con él caminábamos más, pero veníamos del centro, de ir al cine, y nos
veníamos caminando del cine hasta Entre Ríos y Caseros. Y después decidíamos
hacer caminatas a la Isla Maciel
o a Barracas. Barracas era otro lugar que caminábamos. Caminábamos por el
paredón del Rawson para allá atrás. Todo esa zona, de lo que era antes el
Hospital Rawson. Íbamos a tomar cerveza, le gustaba la cerveza. Tenía una
actitud de integrarse a lo popular. Además en ningún momento por su aspecto,
porque él era desaliñado, nunca se lustró los zapatos, nunca, nunca, ni se los
hizo lustrar menos, no se usaba zapatillas en aquella época, se usaba poco,
bueno al final usaba zapatillas por un problema que tenía en los pies y porque
no tenía un mango en esos últimos años, usaba zapatilla y traje, como quizás
está de moda hoy en algunos lugares pero esto es antes. Y bueno, caminábamos y
él se mimetizaba, digamos, con los almacenes, bares en los que se encontraba.
En ese sentido, él admiraba bastante a Borges. Tenía con Borges una relación
dual, también, por sus declaraciones políticas… en aquel momento Borges estaba
vivo y decía cada cosa que era terrible. Pero tenía al mismo tiempo una
admiración por la prosa de Borges, por la escritura de esos cuentos
seminarrados que tienen que ver con el Sur.
JQ: ¿Y de Arlt
no hablaban?
BC: Sí,
hablábamos mucho de Arlt. Los dos teníamos y seguimos teniendo hasta el final
me parece una relación muy amistosa con Arlt, muy fuerte. El que se empezó a
apartar de Arlt fue Juan José, al que con el tiempo le empezó a interesar más
Proust que Arlt, a nosotros no. A nosotros nos interesaba más Arlt que Proust.
Y él estuvo conmigo, con Arlt, bastante cerca de mis estrenos. Pero no me entendía las obras de teatro. No
podíamos armar una comunicación. Porque lo que discutíamos en literatura siempre
era quién de los personajes era uno
mismo. Eso lo discutíamos cuando hablábamos de literatura. Y en teatro eso es muy múltiple. El autor se deshace en todos los
personajes. Es muy difícil objetivar un Yo transferido… esa era una gran diferencia…
JQ: Claro, él
escribía una literatura que, yo digo, es muy de identificación… él está
identificado con Arlt.
BC: Claro, sí,
sí, seguramente. Yo estrené una adaptación de El juguete rabioso que era una novela que le gustaba mucho a él
también. Más quizás que Los siete locos
y que Los lanzallamas. Y la vio, me
ayudó, vio ensayos. Hicimos todo aquello que hacíamos cuando leíamos
literatura, cuando leíamos narración. Cosa que cuando yo me metí exclusivamente
en teatro dejamos de hacer y como te decía, teníamos esas discusiones. Cada vez
que veía una obra mía me decía: ¿Y quién sos vos? ¿Quién sos vos? En teatro no
se puede analizar así.
JQ: Aparte todo
lo que él escribe en ficción es autobiográfico.
BC: Claro,
claro, pasa por él todo. Además, creo que quizás la literatura para publicar o
escrita ayuda más a ficcionalizarse uno mismo que el teatro donde la presencia
de los actores es como una oposición a uno mismo, de repente. Porque uno puede
armar un personaje que se parece a algo de uno, pero después, seguramente que
el actor lo hace patadas, lo destroza, hace otra cosa.
JQ: Él, yo me
doy cuenta, todo lo que hizo fue para ser outsider y no canonizarse.
BC:
Oficializarse nunca…
JQ: Pero ahora,
como alegoría, lo canonizan. ¿Por qué ahora lo canonizan?
BC: Bueno yo
estoy asombrado. Supongo que él estaría asombrado también. De que pasara esto.
Yo no sé si esto es una moda pasajera o si es algo que está metido en la
entraña misma de nuestra cultura minoritaria. No me doy cuenta todavía. A mí me
sorprende también. Y creo que él estaría asombradísimo de que tengamos esto acá
delante, hoy, esto medio tan secretamente y estuviera la edición ahí y grabando
y hablando… porque él tampoco se daba con ese mundo…
JQ: Yo conocí
quienes trabajaron continuamente…
BC: Para ser la
posteridad…
JQ: Trabajar
para ser canonizado… estratégicamente, medio perverso…
BC: Lamentable…
Correas, no, en absoluto. Correas todo lo que hacía parecía distinto a lo que
había hecho. Había como un cambio múltiple que no lo ayudaba a ser reconocible.
Vos leés a Borges de punta a punta y es
Borges, lo reconocés siempre. Pero a Carlitos no. Leés y tenés que, me parece,
hilar fino. No había una consecuencia natural de la escritura anterior. Es
decir, esto [Los jóvenes] no tiene un
hijo, o una prosecución en el estilo…
JQ: Igual es un
misterio. ¿Por qué te lo dio?
BC: Yo tengo la
imagen del momento en que me lo dio. Y la memoria, viste, siempre es así como
imágenes que te asaltan. Y eso es un recuerdo… Fue muy circunspecto. En una
puerta, yéndose, fue algo premeditado evidentemente porque fue en esta casa que
yo te digo que vivía. Pero fue en el dintel de una puerta, así como algo que
había que ocultar. Yo tuve esa sensación. Y nunca más volvimos a hablar.
JQ: ¿Fue una de
las primeras cosas que escribió? Está escrito a los 22 años.
BC: Yo creo que
sí, pienso que sí. Además de los que habla…
JFP: ¿Los
personajes son reconocibles?
BC: Yo no los
reconocí, pese a que sé quién era cada uno.
JFP: Son todos
epítetos…
BC: Yo sé quién
es la Lagartija Chupadora.
(Risas). Él es el caballo o la yegua... La Flor Podrida creo que era Jorge
Masciángoli. Los otros fueron… Carlos Enrique Marchi era actor. Mi primer
librito de cuentos salió porque Héctor Miguel Ángeli, uno de estos chicos, tuvo la nobleza
de incluirlo en su colección de poetas. A Masciángoli como dije lo traté poco, era como un pequeño aristócrata que trataba a
los otros como si fueran pelotudos o basura.
JQ: No era
jodido Correas pero también se mandaba la parte, eh…
BC: No, Correas
era malévolo. Era malévolo. Yo sabía que si tenía una discusión conmigo, después,
seguramente, iba a hablar mal de mí. Cosa que de alguna manera no sé si está
mal…
JQ: Arrugaba.
BC: ¿Sí,
arrugaba? Era duro, eh.
JQ: Sí, un día
estaba totalmente en pedo en El ojo mocho
y llegué yo y me empezó como a avanzar. Le dije que no me hinche las pelotas y
se quedó muza, eh.
BC: Es posible.
Además no tenía agallas físicas. Cuando íbamos a recorrer algún lugar así, pese
a que iba adelante, decía: Che, mirá estos tienen escopetas…
JQ: En eso es
arltiano. Arlt era igual…
BC: Él lo quería
a Arlt mucho. Su libro sobre Arlt me pareció fantástico.
JFP: Y tu
relación con él, vos como amigo y librero, ese espacio que compartían...
BC: Una de las
cosas que hacíamos era volver caminando. Muchas veces venía a la Librería Santa Fe.
JF: ¿Iba
seguido?
BC: El que venía
más seguido era Juan José porque coincidió que yo empecé a trabajar ahí y él se
mudó a dos cuadras. Así que a Juan José lo tenía todos los días. Y Carlos venía
pero una vez, dos veces por semana.
JQ: ¿Compraban
libros?
BC: Afanaban. Juan José me pedía prestado y los devolvía. Carlos era más pudoroso.
JF: ¿Y tu pieza
sobre Correas?
BC: No sé lo que
voy a hacer. El lugar del manuscrito de Los
jóvenes me parece que sigue siendo la Biblioteca Nacional.
El lugar es la Biblioteca. Carlos
tenía buena relación con Horacio.
JFP: Y al margen
de lo que pienses hacer ahora y al margen de la apropiación que hay o no hay
ahora, ¿podés comentarnos algo de tu texto sobre Correas?
BC: Tengo que
hacer lo que te dije que hacemos los teatristas, reconsiderarlo otra vez,
releerlo, porque no solamente es la publicación de Los jóvenes lo que afecta
ahora la obra teatral de una manera digamos impresionista, sino que lo que me sucede ahora es que también aparece
el documental sobre Carlitos y eso es transformador, transforma, digamos la
audiencia. Yo no esperaba que el documental existiera –aunque fuera bueno o malo, no importa eso–
que Carlitos estuviera ahí, yo creí que
iba a ser el primero, no porque quería ser el primero sino porque había algo en
mi escritura inédito sobre él, pero ya no es inédito él, ahora él es un mito
popular.
JQ: Una
reivindicación de los académicos joven. Esa es una vía. Y la otra es la de los
lectores.
BC: Sí.
JQ: Nosotros
éramos correístas antes como lectores, no como académicos. Tenemos que buscar
esa reivindicación. No la otra.
BC: No tengo
nada en contra de los jóvenes (Risas) pero son muy jóvenes y a mí me sorprendió
mucho que ellos hicieran un documental así.
JFP: Hay cosas
generosas, testimonios…
BC: Además que
se apasionaran sobre la vida de él me pareció muy sorprendente. Me pregunto entonces si el documental, la
publicación de Los jóvenes, estas
charlas y estudios sobre Carlitos no serán el broche verdadero de la vida de Carlitos. Si
realmente es necesario el estreno de mi obra teatral “Correas”.