Viscosa suerte verde y cagadora. Incluso los que
subestiman las herencias. Siempre se piensa que vienen con o sin plata,
con o sin propiedades, con o sin. Pero lo que está obturado de las herencias es
la mejor parte. Es la letra chica, indeleble, escrita en nuestros destinos con
sangre. Son esos pequeños detalles. Porque la vida está hecha de detalles, a
veces tristes, otras veces no tan indeseables.
Para colmo, el baño es un espacio de encontronazos, de avisatajes, de odios a primera vista. Uno se da vuelta para mear y ve cómo en el bidet se acumularon uñas cortadas. Y ver ese detritus no alegra la mañana, es mal presagio. Pero basta. Hay mucho para hacer. El día recién está clareando. Ser orfebre es ser un poco gallo. Y ser gallo es tener la garganta tristemente afinada.
De la literatura presidencial el orfebre prefiere ni oír
hablar. Como si su desconocimiento en materia de política fuera su sola ética.
A pesar suyo, sobrevolaba como fondo o paisaje de conversación, esta cantinela:
Entre el nacimiento y los seis años –dijo Perón– se forma el subconsciente de
los niños... ahí es donde hay que meterles el peronismo. ¿Tanto? Así parece.
Pura roña sindical.
Escuchó azorado un diálogo entre un joven militante y un ex
funcionario que lo doblaba en edad y pertenecía a la vieja guardia. Hablaban de
índices alarmantes a nivel mundial, de niveles de inflación a nivel global. De
pronto la palabra imperialismo salía de sus bocas como si fuera algo
automático. Al imperialismo sabemos vencerlo sin tirar un tiro, dijo alguien.
El rostro de uno de los que sostenía la conversación parecía el de un anciano.
Sin embargo, era un joven que contaba la historia de un panadero que quiso
cambiar dólares y no pudo. Un hombre del pueblo que ha sido engañado. ¡Qué
pueblo ni pueblo! Idealismos de juventud. Dejá de lado el pasado y tus
prejuicios pequeñoburgueses, dijo el otro tipo, esto no es idealismo sino
realidad, te dije que vamos primeros en inflación a nivel mundial y te parece
una pavada. Los tenía preocupados el porvenir de la patria, cómo dormir
tranquilos y sin un peso o sin que el país tenga una moneda sólida. Parecían
ensayar aires de importancia en la mesa del café.
El orfebre, en esto hay que insistir, prefería ni oír
hablar esas cosas. Leyó por ahí que las chicas no se conformaban hoy
con hacer abortos. Las chicas “comprometidas” con el mundo de hoy querían
además participar en una revolución sangrienta. Y que se supiera. Como si
se pudiera acabar con la mierda tirando la cadena. Conocía a todos los
cornudos, los señalaba, no sé qué placer encontraba en eso. Las pelirrojas
tienen el destino de los animales, decía. La ictericia en el aire y el tarot en
la mesa.
Pero hay que decirlo: Kafka nunca fue kafkiano.
En una esquina basta que uno de los dos frene para que el
choque no exista. ¿Para qué inventaron los carriles? En 2012, cuatro facturas
cuestan 10 pesos, algo debe andar mal. El orfebre quería ver la transmisión de
una guerra civil, en vivo, desde la televisión. En el país de los “campeones
del mundo” y de los asesinos seriales con bajos recursos. Él quería saber para
qué se inventaron los carriles. Siempre se decía, hay que elegir un carril y
tomar el centro, pero todos hacen como si nada. Veía asombrado a la multitud
descarrilar, ir de un lado a otro, como al tuntún, como desorientados y a la
pesca de una carril de pertenencia. Y así con todos los órdenes de la vida:
ideas políticas, chistes de sobremesa, comentarios de actualidad. El orfebre
los veía cambiarse de carril uno por uno. Los carriles de la derecha son
“más lentos” mientras que los de la izquierda van “más rápido”. ¿Pero para eso
existen? ¿Para regular velocidades? ¿Qué extravagante utopía se esconde detrás
de las líneas blancas de los carriles? El orfebre no podía entender.