7.9.12

Bienvenidos al tren, por Mariano Dupont


Una primera novela que tiene al lenguaje como protagonista.

En la literatura argentina cada tanto se produce un milagro y aparece una primera novela como Convoy, de Esteban Bertola. Muy cada tanto, es verdad. Pero a veces pasa. Y es la felicidad. La felicidad de toparse con una novela que no busca adecuarse al murmullo tedioso de la época. Al murmullo familiar. Al sonsonete. Aire fresco, o sea. Novelas que parecen caídas del cielo. Del espacio exterior. De otra galaxia. Objetos no identificados. ¿Qué es esto? ¿De dónde salió? ¿Cómo se agarra? ¿Eh? Sí: Convoy es una novela que se desmarca, que no hace los deberes. Que no hace de la copia su mejor cualidad. Desde el comienzo, con “Pajarracos”, Bertola parece advertirnos: ésta no es “una novela más”. Esto es otra cosa. Algo distinto, eh. Al menos eso intento, parece decirnos Bertola, como aclarando la voz, en esas primeras páginas en las que la escritura va de sacudón en sacudón, de repliegue en repliegue. Escribir distinto. Apoyando la oreja. Y enseguida la belleza de “Caravanerías”. Una belleza inactual, fuera del tiempo. Los parentescos hay que ir a buscarlos allá lejos. No está el guiño a la parálisis de todos los días. No hay “actualidad”. Tampoco fórmulas, recetas, truquitos. Faltan los yeites de la novela “joven” argentina. Una novela desacatada, sola, Convoy.

Convoy es, claro, novela del lenguaje. “El lenguaje mete la cola”, se dice por ahí. Bertola en una entrevista: “La escritura es un paisaje para perderse”. Y perdidos en el paisaje con Bertola, coreando, van sus personajes: Cecilio, Tocayo, el egresado Berazategui, Maqui, guarda primero, guarda segundo, los gallos. Entre otros. Una comicidad siempre al borde, asordinada, que se apoya en las volutas del lenguaje, en sus posibilidades sonoras. Ni bajo ni alto. Es el “poema habitando el relato”. O el relato el poema, como se quiera.  Notas. Bitácoras. Todo mezclado. Una mezcolanza en la que todo convive. Un tren que es un ciempiés. Retiro-Tucumán. Idas y vueltas. Del estribo al comedor. Paradas, sobre todo paradas. Ritmo sincopado. Traqueteo y teoquetrá. Combinatorias. Viboreos (“Me voy por el deshilachado de los pasillos con el paso trunco” o “con el movimiento del tren se mueve mi cerebro y escribe mi mano”), melodías improvisadas (“Entonces me vienen al cerebro o salen de los sucuchos adonde viven entre mucho escamoteo unas palabras”). Está claro: nada que comunicar. Simplemente, Dios en los detalles: la belleza de “dos tábanos [que] se afilan en un charco hecho con el agua que pierde un caño”.


Nota publicada por primera vez en la revista Los Inrockuptiblesen el número de julio de 2012.