16.11.11

La mañana sol de limón (IV), por Hugo Savino






Sueño de tiempo borrado, de cara a tiempo borrado y cuidado con lo proustiano remanido, con los jueguitos de la evocación realista, no, ponerse en el exacto culo de botella del tiempo borrado y avanzar, tampoco la esquelética nada o la ensalada del tiempo que fue, jerga filosófica alemana, no, varias direcciones, en el culo de botella del tiempo, el crudísimo duro tiempo sin ecos, al eco, no ponerle el oído, sólo la vía del fragmento, acá, en esta mañana que ya tiene sus enemigos, acá ninguno fue más allá de nada, fracaso, y sí, por qué no, espero la cara de David, la busco en la mueblería de Barracas o en el Oldsmobile 50 que traía a Roque Juan del hipódromo, y claqueaba la puerta cuando bajaba, coche puro nickel, ya vendrá, esperábamos a Roque Juan y a su banda y yo la oía desde la sala: un eco habría sido importante y él: para qué, sólo sirve de eco a autoglosa, oh los maníacos de la autoglosa, David que era el hermano de Jacobo que eran hijos de no sé quién pero que eran los amigos adorados de Roque Juan tenían sus vicios, clandestinidades.

Turf regla del Temple, qué más tengo que explicar todo entró en la zona de la discreción hasta perderse entre silenciosos, mudos a la hora de alguna confesión, ahora rasco en mi memoria hago listas que me responden por escrito.

Quedó lejos, apenas el remiendo de una evocación. No quiero escribir que se lo comió el tiempo, es muy obvio, no, se perdió, ese café de turfistas se perdió, como los oficios, y yo no me fui al culo del mundo, estoy acá, en el culo del Tiempo, del mundo, y no quiero que lo resentido se cuele en mi fraseo, no quiero, sé que entra por la ventana, pero si le pongo luz de la mañana, amaneceres, ensoñaciones, viento, si no hago historia social, qué carajo me importan los grandes relatos heroicos, pero de los vientos hay uno que me interesa, el blizzard, un viento glacial del norte, pero acá, un blizzard en Paláa y Lavalle es una factura con dulce de membrillo, quién le puso ese nombre, cuándo, errático panadero machucado de harina del fondo del siglo. Valeria Girela me pasa una especie de cartografía que sigo puntualmente, es como leer el movimiento de marionetas que salen de la luz diáfana de los meses borrados, de los días que ya no están en la cabeza de nadie, todos tipos solitarios de mi pasado, asalariados del culo del tiempo, algún chaleco grasoso que repta en el galpón de Sarandí, perdido en una caja de herramientas, o en una pared engrafitada de la casa de Paláa.

Y salimos con la mañana de las 10, febrero de 1950, sol muy fuerte, en un camión Ford, faltaban dos años para el motor Willy-Overland que innovó la mudanza de corta distancia o de poco bártulo, mudanza del ratón argentino pateado de inquilinato a inquilinato, y salieron del pesebre barracas, los camioncitos subieron por Olavarría hasta Montes de Oca, ruta del desalojo, se metieron en el puente Pueyrredón bajando por Maipú, Avda. Belgrano hasta Lavalle a la derecha, y Paláa al quinientos, otra vez a la derecha. Mitad de cuadra. Ahí paramos. Nos fuimos con todos y todo, cargamos las vacas y las ovejas que no teníamos y fue una fiesta, sí, turro chantre de la ideología metete a Marx en el culo por favor, sí, fue una fiesta a los tumbos adoquinados, mañana de los pájaros y los árboles, nos dejaron ir, de Barracas a Avellaneda. Irma cerró la puerta gris hierro maciza de Olavarría y Patricios, y qué quedó del pasado. Pateados, pero se veían las voces, adelante. El puente Barracas era la Aduana de la salvación, desalojo, palabra de mano larga, de zarpazo al futuro, de vergüenza, de manotazos en el vacío. Y promesa de soledad en un rincón de cualquier casa. ¿La visión empezó ahí? ¿Está antes que la emoción o antes que la palabra? ¿O viene después? ¿Cuándo? ¿Viene o sobreviene? Todos cantarán, bolsillo vacío más, bolsillo vacío menos, todos cantarán. Se pusieron a ver voces, contra lo que me digan, por más que digan que es loco ver voces, y llegamos con esa visión a Paláa entre Berutti y Lavalle, calle de árboles grandes, sombra divina, a la mañana sol de limón que se hizo canto de inquilinato, alivio, ya pasamos la frontera, todos metidos en el toco mudanza, voces, visiones, canastos, vasos y platos envueltos en papel de diario, las cosas frágiles, la ropa en bolsos, los abrigos en un rincón, la vida del seco tiene esos ruidos, esos rumores, es horrible, por qué no, sí, pero esta claridad alimonada que viene del cielo acompaña la mudanza de ese año, ¿definitiva?, vamos barranca abajo en luz matinal, ensoñaciones aceleradas, que hay que ocultar, alejarse sin avisar, el hilo secreto de la memoria en canto de canto de voces que me siguen porque vamos hacia, ni un ladrido en la mañana, sólo ojos que nos miran, vamos con cara de desalojados, es el primer día, hay que armar carpa, miran mientras pasan, ¿nos ponen ojos amables? es mi salvación ir hacia, me quedé con eso, es mi inicio en la peregrinación, toco peregrinación que me pondré en el bolsillo, o dejaré en el ropero, o debajo de la ropa, lo sacaré o saldrá solo, me lo llevaré con lo puesto, olfatearé el lugar, los lugares, siempre la distancia, bendita distancia, bendita soledad, no dejaré que me eduquen para que la acorte, no, de distancia a más distancia, me iré, relojeo con la herida en el otro bolsillo, mirada chirusa, mirada taimada, mirada para adentro, el toco de la desconfianza también, a patadas recibidas, venganza ritmada, el relato borra el recitativo, me lo mandó en una carta y después lo vi en uno de sus prólogos, eso lo saben los mejores, el relato es otra peste, le regala la memoria a los piojos del pasado, el miedo llega con los zánganos que te zumban promesas, y entonces en el oído nos pusieron el recelo, nos enseñaron a escuchar los tonos de la mentira, bicho canasto de la pereza enemigo del vislumbre, del resplandor, de la soledad, y llegamos, salimos de Olavarría y Patricios y llegamos a Paláa 556, Avellaneda, estadía del alivio, ¿lugar de la santidad? y bajamos todos los bártulos y canastos y la Singer de Irma, dos madejas de lana merino, un pieza de seda índigo, una caja de madejas lana púrpura, un pieza de paño azul y otro gris, siete años estaremos, bien alimentados, maldita pereza, incuba de vicios, lamentos, quejas, come memoria, y todo el santo frusquino de su carcaza, pero ahí estoy, Paláa 555, puerto de llegada, llamalo como quieras, de encallado a encallado, también buscaré el olvido, por qué no, lo buscaré siempre, contra todos, por el culo del tiempo del olvido, apareció el primer mendrugo, nada pobre, manjar de la mudanza, comida no falta, buenos zapatos, ropa de verano, la tribu de cuatro llega equipada, el busto de Chopin, Consuelo al lado, fatal, clásico, y sí, pero tendremos miedo infinitamente, ¿exactamente por qué camino fuimos? ¿quién nos llevó? ¿qué no teníamos que ver? no queríamos cambiar de opinión, no podíamos, pero ahí estaba esa luz de la mañana, cielo sin nubes, sí, íbamos por la mañana sol de limón.

A los ponchazos de casa a calle, de calle a avenida, de avenida a puente, de puente a Avellaneda. Parada o bajada al pie de la montaña. Todas las presencias vendrán a contar lo suyo. Por la intuición a sugerencia de movimiento, a ramalazo de sonido. Porque esa pregunta que se hace Jack Kerouac es para siempre escandalosa: “¿Dónde encontró esa sonoridad ritmada?”.

Quiero evocar un plato de hace años, pero no en relato, no, y desde ese día traduciré lo que se dice no lo que se quiere decir, el relato no oye el canto, es un llorón que cuenta siempre la misma queja, las mentiras que te comen las palabras, esa horrible palabra eficiencia, maníacos de la eficiencia narrativa, o de la eficiencia política, arrogancia del pequeño burgués que te explica por qué está bien que la gente se cague de hambre, raro ejemplar de imbécil que le explica a los que nacieron escorados por qué tienen que leer a Platón, pero escorado y todo, si nació en la ciudad, pertenece a la ciudad, aunque lo pongan afuera, pertenezco a la ciudad, ¿es una ensoñación paranoica? ¿hay de eso? ¿o no hay?, le voy a preguntar a ese que me llama fracasado y me da lecciones, pero no sabe que llegué aquí en febrero del 50, como cualquiera, abandonado en el toco del tiempo, ni más ni menos, el Oldsmobile 1950 de David estaba siempre lustrado, nickelado, era mi futuro, Daniel Riquelme llega al café cruzando Paláa y patea las hojas amarillas y resecas del otoño, dejó a Renata en el colegio, me cuenta que abandona uno de sus trabajos y pide una hamburguesa con papas fritas y cebollas confitada o acarameladas, el pan de viena bien tostado.

Jesse James lo dijo bien: “Me estoy convirtiendo en un problema para mí mismo.”

Sacudones paranoicos progresivos.

Por la costura de la posibilidad, pero nadie fue más allá, acá nadie pasó esa barrera, salieron una vez, y saldrán otra, bajarán por el puente, se juntarán en esa casa inquilinato, pondrán una pared en el medio para tener más intimidad, medio bíblico por supuesto, se teñirán de tiempo ido, pondrán sus anillos y pulseras en la mesa de luz, algunos libros, revistas, a las cuatro de la mañana desde la sala oirán la bosta de caballo, a las siete todos arriba, no queda ni un carro, ahora es la leche, mate cocido, pan con manteca, facturas, radio, todos en rejunte, a soñar, duros de la nuca, el movimiento, el polvo en las cosas, ya salieron varias veces, y llegaron, ahora se puede ir lento, abandonarse, lo escrito, escrito está, y cada uno con su partida, al carajo la influencia, pegajoso concepto, al carajo, ahora el polvo, el viento, el pasado, la conversación, mejor no pongo la mano en mi bolsillo, mejor no, sigo mi camino, personajes de la divinidad, sí, eso, sólo eso, las gallinas se quedan en Sarandí, acá no entran, todos los locos furiosos duermen a pata suelta, la radio está bajísima, ventilar la sala, falta para que yo descubra al poeta argentino, falta un poco, y al final será un pomposo, no ve nada, no oye nada, predica la poesía, oye en poesía, rapaz del sentimiento, también me iré de ahí, otra mudanza, no me acuerdo de esa cita sobre la serpiente brillosa y taimada, y la lectura, y me haría falta, pero sé que tengo que cuidarme, hablarme, esa cita la llevé mucho tiempo en el bolsillo, proclive como soy a dejarme avergonzar por el burgués vaguito mantenido desde la cuna, glosador de la tradición de su familia, tipejo que va de la idea noble a la idea sublime, acá no hay ninguna familia que glosar, yo escribo la visión de los que iban de una pieza a la otra, hablamos de cosas distintas, no hay como escribir para despejar la confusión y romper definitivamente, cada uno su camino, ahora estoy en el patio.

Misterio del tero Sarandí, otro caso de historia borrada. Nadie lo recuerda. Es otra marca en el orillo pero tengo que demostrarlo. Intriga de tero que entrará en el colador de las preguntas. ¿Algún sauce? No sé. Las gallinas, aunque haya gente que las deteste, gente finísima, ya no son un enigma. Pero apareció el gallinero barroco de Santo Domingo, gallo blanco cresta roja y gallina blanca, que merecería una observación. Se verá. Como la historia de esa comida. Necesito un ensimismamiento. Alegría de tiempo pasado para poner el hilo en la aguja. Veré. No olvidar que escribo en porteño. ¿O alguno cree que el porteño no suena? No lo reivindico, tampoco lo juego contra escribir salteño, o jujeño. Las aburridísimas reivindicaciones de lengua. No me interesan. Mejor insistir con el sonido. Vibrato infinito, desplegado, amplio como el Río de la Plata, todo siempre en movimiento, ¿medio social? no me dice nada, ¿la bestia rústica, altiva de desplante? la puse en barbecho, una manera de decirme que ese estragado pasó a personaje no esperado, camino del olvido, tampoco no sé adónde va todo esto, pero está el sonido que se escucha, única brújula hasta salir del aguamiento novelesco.

Todos se la comen a Lola con los ojos reaparece por el aura que había dejado bolsa de rejilla en la mano chueca rechueca pasa por abajo de los arabescos del árbol centenario de la esquina que no se inmuta el único y entra en la panadería otra vez pasa por mí para mí para quién maldita Lola no termina de ir a cocinar, decidite, sí o no Lola, mucha pereza mucha indolencia, y me acuerdo por qué me acuerdo que Neneta se separó de su marido, vaguito, mantenido, incompatibilidad, lo dijo ella en Mona Lisa, ¿los mantenidos terminan pateados? ¿Lola va a Mona Lisa? ¿se hace las uñas? Me caigo en los ojos de Lola, la voy a oír contar su vida, ya adentro de sus ojos, engualichado por su voz, Daniel come la hamburguesa, pide una cerveza, Lola sigue pasando por el agujero del tiempo inmediato, Lola no sabe nada de la cachimba de Pipa e´moco, qué puede saber una treintona para cuarenta, tampoco me ocupo del espíritu del lugar, del barrio, horrible el barrio, qué es eso, no, prefiero los lazos oscuros del afecto, una desesperación poco ruidosa, apenas perceptible, pero el barrio, no, sólo la memoria, el recontracaminar de Lola con esa bolsa, ahora una bolsa celeste Decatlhon de plástico, por la otra vereda, me está enloqueciendo, me saco su imagen de la cabeza y me pongo a escucharme los ecos de los ecos remanidos de una escritora que le dice a otra escritora, qué retahíla de mujeres escritoras que se pasan los dimes y diretes cayol, y yo que escucho ecos, no quiero, te cagan, los ecos, pero la vanidad, maldita vanidad del eco, ahora que voy por el fragmento III de un cuaderno publicado, esa escritora me aprueba sin que yo le pida aprobación, me perdona la vida, pero tiene que leer de nuevo, no le puede gustar lo que yo escribo, ya no, que no me lea más, que no me apruebe más, no le gusta lo que escribo, que se resigne, ahora llovizna y Daniel pide café, hablamos un rato, tenemos pacto de conversación, no es poco, vive en la otra punta del puente y yo bajo cada tanto, por Barracas a Mitre izquierda a Avda. Belgrano, Plaza Alsina al lado de la casa de Barceló, viejísima historia borrada, Sixto Palavecino no es mío pero lo escucho, no me lo robo, no, lo escucho, el padre de Daniel se parece a Don Sixto, hay un gran orfebre de la voz que lo puso en frases de las barrancas de Juan de Garay y no jodan más, no lo evoquen más, suelten, están sus libros, sus libros sublimes están ahí.

Caminamos por esa plaza eterna como la lluvia, Alsina, Daniel saluda al payaso del colegio y de las fiestas infantiles que está haciendo trámites. Plaza Alsina donde nunca me faltan tramoyas que me atraen - no está la Catedral –demolida, o se cayó o se esfumó–, no está, hay otra, moderna, creo que me gusta, vamos despacio de Lavalle a Alsina, rebaño católico mejor que rebaño de sociedad, me entiendo, tomo nota, registro la palabra lobo, registro algo sobre el rencor, esta cita: “El resentimiento es la flor más preciosa de la pobreza. Eso es.”, anoto la palabra amargura, me recuerdo un lema: no contar confidencias sólo te pagan con sentimientos, a nadie, tres veces a nadie, los monstruos del sentimiento acechan, no te dejan ir, te ponen el gancho, no te dejan solo, al final encuentran la herida y ya está, te sueltan con desplantes, no te cruces en la línea de tiro de esos furiosos, odian las ciudades, los cafés ruidosos, y yo amo el ruido, y los cafés con música y esos donde la gente ve partidos, no me molestan, mugrientos cafés de alguna lejanía, exhibiciones de billar, ¡oh lo perdido! ¡que nunca tuve! marca en el orillo de heridas que no valen una confesión, grisalla del pasado monocromía, queda el traje medio crema de Lalo, saldo de tienda en Pacífico, eso es el culo del tiempo se entiende, ese traje en monocromía repetida, pero no creo que se entienda, yo había llegado ahí en la somnolencia del mediodía, ¿de ahí el amor a la luz alimonada de la mañana?

Me gusta repetir nombres, lugares escenas, me gusta porque me gusta y me gusta porque molesta a la autoridad de las palabras, los que leen por palabras se irritan, toman nota, sacan el lápiz, corrigen en el aire, toman el té en compañía de otros policías de la literatura, los pobres hacen gesto de náufrago, sus marcas son marcas en el agua, ¿habrá que quedarse con los enemigos de mis amigos que serán mis amigos? y sí, las mejores lecturas las hace el oído del enemigo, los que tachan palabras, duermen parados, carajo de carajo a esos mancos, mejor los amigos ocupados que te olvidan despacio, imperceptiblemente, ya ni te leen, no tienen tiempo, sí, mejor, se pierden en sus sueños nubosos de la novela que no les sale, dimos toda la vuelta y al fin nos alejamos, ¿cuándo nos olvidamos mutuamente? es una bendición no verlos más, lejos el balbuceo mitómano de sus citas de manual, de sus libros leídos por la mitad, pero ya no importa, en este mundo de imbéciles llenos de ideas generales me protejo en el secreto, ¿qué nos separa? los viejos proyectos fracasados, casas derrengadas, mudanzas interminables, en rastrojeros arruinados, ¿qué realismo quieren? ¿el lavado y organizado? ¿o ese medio fantástico de caballos que hablan con el gaucho? ¿el de denuncia? para mí, ningún realismo, apenas notas registradas así, como vienen, desencajadas de otras lecturas, tarados del realismo límpido y decente abstenerse, si quieren la soledad lúcida de la lectura, no jodan, lean al novelista que se ocupó de la gente que pataleaba en el fondo del agujero o a ese otro que es el mejor novelista del amor.

Aquiles Ferrario tiene esa frase bendita sea, esa que necesito para enfrentar a los sinceros a los malhumorados a los trágicos a los que te responden desde su putísimo humor de arrogantes: hoy no quiero mañana no sé veremos te cuento te digo perdón: “No necesito tu sinceridad”. Así, corta, sin un gracias, sólo la fuerza de ese no necesito, no me la des, no te la pido. Mi gusto por las rupturas. El sincero hurga en tu intimidad, olfatea tu grieta, te la hace presente, te pone su caca de pájaro educado en la familia de escritores, te reconviene, te difama a la hora del té, te invita a volver a la familia, llora lágrimas de cocodrilo por nada, te supone feliz, su drama único está en el carnaval de su sinceridad, de su desplante, se escuda en la palabra malentendido. Mueve mi paranoia, la pone activa, huyo, me protejo, me hago clandestino, me va a leer, no puede con la curiosidad, querrá ver si escribo cada vez peor, si me repito, lo confirmará, se quedará tranquilo, lo contará por teléfono en el acto, mostrará mis cartas, el teléfono es su estupidez, correrá la bola, tratará de que esto no se edite, lo quemará en los círculos. Pero yo vuelvo a la cocina y agarro la silla y sigo. En el fondo de lo negro de la pared se ve a Lola, anda por ahí, no busca nada, aprendió a esperar en todo lo que perdió, no llora, hay que mirarla varias veces, escucharla, que camine adelante, mirarle el culo, está ahí, en esfumato, sigue pasando, creí que se había ido, sigue pasando, bolsa de red, vestido de tirantes, escote fatal, lo chueca del caminar me pone en la madeja de los celos, agranda el abismo, miro al tipo que lee el diario, lo envidio, está ahí metido, bien vestido, entra la rubia alta que se parece a Sandrita, se sienta, compañera de oficina, agarra el otro diario, todos van de Lola a ella, la rubia, guerra de las mujeres, en el otro rincón, la grandota de la valija sigue con sus papeles, se hizo casi invisible, las reglas literarias son moscas negruzcas que se paran en el terrón de azúcar, insistentes, entran por la ventana, planean y ahí están, no se quedan en su rincón, pegajosas, las espantamos, seguimos nuestra charla.