14.2.11

Religión a destiempo, por Mariano Massone






y soy feliz, tanto
como hace tiempo lo era, destituido por norma.

Pier Paolo Pasolini, La religión de mi tiempo


Encuentro una nueva forma de divinidad en cada una de las obras que me interesan. No es por insistir, o quizás si. Pero quizás sea un deseo contenido dentro de mí que se expresa en todos mis escritos: se necesita una nueva forma de creer. Y el problema de la fe es hoy uno de los temas centrales aunque todos quieran mirar para otro lado.

En el documental Jesus Camp. Soldados de Dios se muestra una tarea de aleccionamiento por parte de unos evangelistas hacia unos niños que, vestidos como militares, danzan, gritan, lloran y bailan. Todo de una manera desastrosamente extática. Estos evangelistas relacionan directamente, sin ninguna mediación lógica, la idea de amor a Dios con la guerra de Irak y rechazan un libro por difundir la brujería, ese libro es Harry Potter. Locos hay en todos lados, pero parece que más en Estados Unidos. O quizás los locos norteamericanos tienen un andamiaje simbólico que los locos de nuestro país no tienen. Los de acá se quedan en una simple mueca de oposición a… sin que se les caiga una idea de la cabeza, aunque sea alocada (esto se puede ver en la oposición frígida que tuvieron como posicionamiento ciertos diputados frente al matrimonio gay).

Pero más allá de estos bordes de alocamiento de las religiones creo que es necesario creer en algo. Esas creencias tiñen nuestras opciones, también estéticas, y quizás yo pueda, algún día, trabajar tranquilamente, sin replantearme tanto de qué manera se construye ese mundo simbólico que cada uno puede vivenciar en su cuerpo y que, si tiene las armas suficientes, lo puede traducir en obras de arte.

Pasolini, quizás, puede ser la clave para dar una salida de lo religioso, tal como lo entiende el Vaticano. En el libro Divina Mímesis presenta el ascenso trunco hacia una mímesis con lo real, ya no como real sino como espacio divino. En ese ascenso se irá encontrando con diversos personajes. La rememoración del título a dos libros que trabajan el problema de la divinidad es demasiado obvia. Recordemos el capítulo “La cicatriz de Ulises” de Mímesis de Auerbach donde se contrapone, por un lado, el trabajo con el lenguaje en la épica griega, donde se produce un recorrido de superficie, es decir, la trama se desarrolla a partir de los objetos y los personajes y de su estar y transitar en el mundo (mucho más parecido a lo que, en la poesía argentina de los ochentas, se llamaba objetivismo pero con el dinamismo que esta poesía no tenía, siempre tan fiel al objeto fijo y estático) y, por otro lado, el trabajo con el lenguaje en la épica judía, donde se produce un recorrido en profundidad, donde ya no importa tanto el accionar de los personajes sino cuán hondo cala la palabra de Dios (como un cuchillo que produce un tajo en el cuerpo) en los hombres que son perseguidos por otros hombres. En este sentido, la Biblia tiene una conciencia de la multiplicidad y de la opacidad de la palabra que La Ilíada y La Odisea no tienen. En el siglo XIX, Gustave Flaubert le escribía a Louis Colet una de sus tantas cartas de amor:

"¡No, no soy un hombre antiguo! ¡Los hombres antiguos no tenían enfermedades nerviosas, como yo! Tampoco tú eres la griega, ni la latina; estás más allá: el romanticismo ha pasado por ahí. El cristianismo, aunque queramos negarlo, ha venido a engrandecer todo esto, pero estropeándolo, introduciendo el dolor. El corazón humano no se ensancha sino con una hoja que lo desgarre."
La idea del amor, ya no platónico, sino unido al dolor, según este autor, es causa del cristianismo (podríamos decir que también es causa del barroco, que vio en el momento de la comunión un acto de antropofagia: ahora nos comemos un dedito de Cristo o uno de sus intestinos… y que se renovará cuando Perlongher explique en uno de sus reportajes que se recopilaron en Papeles insumisos que el neobarroco es un tajo textual-sexual en el cuerpo).

Después de todas estas marcas históricas, ¿podemos ser tan ingenuos de pasar la hoja y decir “Dios ha muerto”, lobotomizarnos de esa manera? Es necesario creer sino nos suicidaríamos. La creencia tiene más que ver con un suelo desde donde orientar nuestra vida que con un paradigma bien establecido dictado por el Vaticano. Quizás, podríamos llamarle prejuicios, creencias, plano simbólico o como quiera llamárselo, da lo mismo. Eso es.

Para finalizar, quiero agregar que una sola persona, en una ficción, se dedicó a escribir ese mundo donde Dios realmente había muerto. Ese fue Héctor Libertella en El árbol de Saussure: Mundo utópico pero escalofriante, donde el presente se comía todos los tiempos y sólo quedaban sujetos sin historia, sonámbulos, que sólo se definen por un estar abajo o arriba de un árbol, el de Saussure.