Mi hija se llama Priscila.
Es una criatura hermosa
y la quiero con locura,
sin embargo debo reconocer
que tiene un defecto:
no existe.
¿Pero no existir
es un defecto?
No quisiera entrar
en disquisiciones filosóficas,
y adivino los argumentos en contra:
que no puedo abrazarla, ni besarla,
ni ir de paseo juntos,
ni invitar a sus amiguitos
para que vengan
a jugar con ella...
Quizás sea cierto,
pero yo a su vez tengo la ventaja
de vivir sin miedos
ni preocupaciones,
porque gracias a Dios
a mi hija adorada
nada malo le puede pasar.
Priscila no existe,
es verdad,
de todas maneras yo la amo.
Y ella me ama.
Y eso es suficiente
para iluminar mi vida.
Tomado de: A Carlos Pertius: El espacio, Buenos Aires, Mansalva, 2017.-