Fuga
de capitales. Recesión catastrófica. A Milei lo subieron los peronistas y lo van a bajar los mercados.
Argentina, qué pena que sigas sorda al grito de la mayoría. Un país que se deja
esquilar como cordero asustado. Y todo porque seguimos en manos de los mismos
estafadores de siempre.
BlackRock
manda. El pulpo de los pulpos.
Administra más de 9 billones de dólares. Maneja la guita de jubilaciones,
seguros, gobiernos y millonarios. No presta, invierte. Bonos, acciones,
edificios, rutas, todo lo que huela a negocio. Tiene hasta una máquina,
Aladdin, que usan los bancos para que les diga qué hacer. Tentáculos en Apple,
Amazon, Tesla, petroleras, bancos, tecnológicas. Y cuando Larry Fink habla, el
mundo calla. Esa es la colonia a la que estamos atados.
Ya
lo vivimos. Massa, cuando tuvo la
economía en sus manos, le dio sin piedad a la maquinita. Las Leliq, la deuda
con los bancos, triplicaron toda la guita que había en la calle. Y después, ¿a
dónde fue? A laburar para Greylock Capital, otro fondo buitre que también nos
apretó en la renegociación de Guzmán. Todos los caminos conducen a Nueva York,
nunca al pueblo.
El
ajuste no para. Cambalache 2.0. El riesgo
país lo dibuja BlackRock y nosotros lo sufrimos. Se fugaron 18 mil millones de
dólares en una semana: medio millón de casas evaporadas. Caputo festeja con su
casta financiera, los intereses los pagamos nosotros. Infame endeudador serial,
enemigo de jubilados, discapacitados, hospitales públicos. Y a la par, Espert,
iluso que pretendió mejicanear a los narcos; paredón y bala para el que piensa
distinto. Cultura del odio, del plomo y del miedo.
Arriba
de todo, los amos. Scott Bessent, ministro de
economía de Argentina, yankee del ‘62, socio de Soros, fundador de su propio
fondo, ahora secretario del Tesoro en el segundo mandato de Trump. Quinto en la
línea de sucesión presidencial. Lo pintan como progre porque es LGBT y está en
lo más alto, pero no deja de ser un tiburón que maneja la billetera más grande
del planeta. La diversidad usada como maquillaje del saqueo.
Y
los voceros de siempre. Feinmann, mercenario con
micrófono. Se excita leyendo a Bessent, pero la lengua larga le pasó factura:
condenado por inventar noticias truchas en A24, acusando a Urien de asesinato
sin una sola fuente. Eso es la prensa que nos manipula: operadores disfrazados
de periodistas, sirviendo al poder financiero y excitándose con el látigo de
los amos.
La
conclusión es una sola. Si no rompemos con estos
parásitos —los pulpos financieros, los ministros mercenarios, los medios
operadores—, seguiremos siendo colonia.
Y las colonias no tienen futuro: tienen verdugos.