6.10.25

La ruta de la edición: Borde Perdido

 Preguntas a editorxs

Hoy responde Sebastián Maturano, de Borde Perdido

 

Podrías definir tu proyecto editorial. ¿En qué año arrancó? ¿Cuántos títulos llevan publicados desde entonces? ¿Quiénes son lxs editores?

Borde Perdido arrancó en febrero de 2013 en la ciudad de Córdoba, pero el cumpleaños quedó fijado en junio de ese año, que fue cuando presentamos nuestro primer libro, Poemas sentimentales, de Silvio Mattoni. Esa actividad, que se hizo en Casa 13, fue también la presentación pública de la editorial.

Al comienzo los editores fuimos mi amigo Pablo Toia y yo, con el acompañamiento de Victoria Dahbar. Desde mediados de 2014 quedé al frente del proyecto.

Por otro lado, venía con la idea de Borde Perdido como editorial desde unos años antes, tipo 2010 y 2011, incluso pensando el proyecto como algo más amplio, lo que incluía la idea de que fuera, entre otras cosas, una galería de arte dedicada al dibujo, pero eso no pudo hacerse por cuestiones de espacio. La Colección Dibujo vino a “saldar” esa idea de alguna manera. En ese tiempo tenía como referentes el Club del Dibujo que hacía Claudia del Río en Rosario, y también a otros proyectos como Eloísa Cartonera, Belleza y Felicidad, y venía de una experiencia en una imprenta autogestiva que hacía, entre otras cosas, libros. Al mismo tiempo, cuando me vine a vivir a Córdoba en 2010 (yo soy de Mendoza), me encontré con muchas pequeñas editoriales que hacían un gran trabajo y habilitaron de alguna manera la posibilidad de hacer una editorial como algo posible. Es decir, había en Córdoba una escena, con autores, editores, lectores, gente que se interesaba por los libros de producción local, librerías que les deban espacio, ferias, coloquios, etc.

La idea principal de Borde Perdido, desde el comienzo, fue hacer un cruce entre literatura-escritura y artes visuales, que eran nuestros principales intereses. Esto, en los primeros años, se relacionaba con el modo en que hacíamos los libros, que eran armados y encuadernados de manera artesanal y llevaban un grabado en relieve en las tapas, tipo xilografía, pero con una técnica alternativa que permitía la impresión de las copias sin la necesidad de una prensa. También en las colecciones estos intereses y búsquedas se hacían presentes, porque si bien dividimos el catálogo en Colección Poesía, Colección Narrativa y Colección Dibujo, a veces se presentaban títulos que podían estar en una u otra colección. Años después inauguramos la Colección Ensayo, que estuvo como premisa desde el arranque, pero llevó más tiempo poder materializarla. Todo esto se dio en un incesante proceso de prueba y error, teníamos algunas cosas claras, pero desconocíamos muchas otras cosas, que aprendí en el mismo hacer. Creo que el hacer es lo fundamental, al menos en mi caso.
Mucho tiempo compré papel y encuadernaba yo, imprimiendo interiores y tapas en otras imprentas, una de ellas llamada Plan B, imprenteros metaleros de quienes me hice amigo y fueron importantes durante un largo periodo. Después hubo un lapso de casi tres años en que imprimí los interiores en mi casa, con una máquina casera, y mandaba a encuadernar y laminar las tapas a un taller. Hace tres años que envío todo a una imprenta local y yo me encargo con exclusividad de la edición, corrección y diseño. Además, como siempre, de la difusión en redes sociales, diseño de flyers, distribución (aunque tengo un distribuidor en Bs. As.), organización de presentaciones, etc.

¿Qué estás leyendo?

Soy un lector, fundamentalmente, de literatura argentina. Pero en los últimos años vengo muy copado con un autor suizo llamado Friedrich Dürrenmatt, del que me volví medio fan y me conseguí todos los libros que pude encontrar. Al mismo tiempo leo muchas cosas al mismo tiempo y tiendo a olvidarme de lo inmediato, de lo último último están Todo no es suficiente de Fuguet, Los malditos, que es una compilación de Leila Guerriero sobre “escritores malditos” de Latinoamérica, El cazador oculto de Salinger, La lectura: una vida de Daniel Link, La merma de María Moreno, y otras cosas que vengo leyendo para un proyecto de libro en el que estoy trabajando. Estoy leyendo de otra manera a Arlt, que es un autor que durante mucho tiempo no me atrajo, no me gustaba digamos, y ahora lo estoy leyendo de nuevo y ando medio fascinado, sorprendido con la fuerza que tiene, con su verdad: las aguafuertes son de hace más de cien años y parecen haber sido escritas ayer, eso es impresionante y me conmueve, al mismo tiempo que me hace pensar en nuestro presente.


¿Cuáles son esos autores a los que siempre volvés?

Vuelvo siempre a Leónidas y Osvaldo Lamborghini, Fogwill, Alejandro Rubio, Levrero, Isidoro Ducasse, Laiseca, la primera edición de Osvaldo Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce. En los últimos años se incorporaron Libertella y Silvia Schwarzböck.

 

¿Cómo es el proceso de lectura de un manuscrito? ¿Cómo selecciona los proyectos para publicar? ¿Qué tiene que tener un libro para que te interese publicarlo?

Lo central es la lectura, el encuentro con la lectura del material. Creo que lo fundamental de la editorial es que desde el comienzo, antes que editores, éramos lectores, gente apasionada (aunque suene cursi o romántico) por la literatura. Para mí la verdadera literatura genera un encuentro con la verdad. Aunque no se sepa bien qué es eso.

Cuando leo para la editorial pienso mucho en lo que quiso hacer el autor/a, intento pensar en eso, no leer todo el tiempo desde mi mirada ni dejar todo sujetado a mi gusto personal, tratando de imponer mis criterios sobre otro, si no, por el contrario, intento pensar qué quiso hacer ese otro con su texto y qué puedo aportar para que ese material, si es lo que necesita, pueda crecer o mejorar, etc.

Me gustan los autorxs que tienen una búsqueda propia, que intentan una búsqueda, que arriesgan.

¿Hay algún género que te interesa especialmente?

Me gustan todos los géneros y el catálogo de la editorial es bien diverso en cuanto a eso, lo que me interesa es el trabajo con la lengua, el trabajo con la escritura, el filo de lo que sucede entre esas cosas.

¿Cuánto intervenís en los textos que publicás?

Hay editores que quieren que el autor haga el libro que ellos quieren, yo no trabajo en esa línea. Pienso la edición como algo relacionado con la escucha. Intervengo en cuestiones formales que pueden incidir en lo estético también. Quiero decir, cuestiones de sintaxis, gramática, ortografía… Pero como decía, partiendo de la pregunta “¿qué se quiso hacer con este texto?”. Cuando me meto con cuestiones de estilo las pienso para la estética del texto que estoy leyendo. Y siempre es una conversación. La edición, para mí, es conversación y escucha. Al menos eso intento. ¡Puede fallar!

¿Qué relación buscás entre el arte de tapa y el texto que presenta?

Durante mucho tiempo pensé que las tapas eran una suerte de afiche. Quiero decir, yo vengo de una formación en las artes visuales, y, en una práctica, digamos, militante, ligado a cuestiones del arte política, artivismo, con un colectivo llamado La Araña Galponera. Con ellos hicimos, entre otras cosas, una gran intervención urbana llamada Primera Bienal de Fotocopias, en 2009, en la ciudad de Mendoza, en la que participaron artistas y escritores de la Argentina y muchos países de Latinoamérica. Entonces, regresando, pensaba que las tapas eran afiches, pero a una escala más pequeña, aunque sin embargo debían destacarse, porque alrededor habría más tapas, de otros libros, en otros espacios. Eso por un lado. Por otro, una tapa funciona a varios niveles de comunicación, es decir, para mí, el arte de tapa dialoga con el título del libro pensado como un enunciado, conviven esos dos aspectos en un mismo plano visual. Entonces ahí ya tenés dos elementos: la palabra escrita e impresa y la imagen (ilustración, obra visual, etc.). A esto se agrega el “contenido”, digamos el libro mismo, o el texto mismo. Una tapa, creo, es una síntesis de todo eso. A veces se puede poner el acento en el título, otras en el tema, a veces en todo eso. Hay libros que son muy abstractos y cuesta mucho encontrarles una imagen. Ahí aparece el diseño, que es, en definitiva, lo que integra todo: títulos, arte de tapa, contenido. Al mismo tiempo no creo que el arte de tapa deba ser una referencia súper literal con el título o con el tema del libro. Una tapa es, ante todo, un llamador, una invitación a quien se encuentre con el libro.


¿Qué consejos le daría a los escritores que buscan publicar sus obras?

No sé si consejos, pero sí diría dos cosas: que no se desalienten y que muchas veces un “rechazo” (o una aceptación) editorial no tiene que ver con una cuestión de “calidad literaria” sino con la pertenencia o no pertenencia a un determinado circuito. A esto habría que ampliarlo, pero lo dejo ahí. También diría que lo más importante es escribir, y que escribir ya contiene elementos de edición. En cierta forma, el primer editor de un texto es el propio autor.

Por otro lado, diría que es fundamental la lectura, darle bola a los pares y a los contemporáneos, hay gente que escribe y quiere publicar y no leyó a autores básicos de los últimos cuarenta años. También es importante leer a los amigos. Leerse. Eso no quiere decir que no haya que leer a los “clásicos”, al contrario.

Creo que no hay que dejarse obnubilar por las operaciones de prensa, los premios, los likes, los streaming, las tendencias: hay mucha mentira disfrazada de corrección política en todo eso. Te venden cualquier cosa por el simple hecho de que vende. También hay autores que escriben para venderse, no para vender sus libros, para venderse ellos. No digo que esté mal, no soy nadie para decir qué está bien y qué está mal, pero digamos que ese no es mi viaje. Hay muchos elementos extraliterarios que operan todo el tiempo y dicen “esto es la literatura hoy” y claramente no digo que no lo sea, pero claramente no es lo único. Las vidrieras de Yenny y los rankings de venta mienten. También hay mentiras en los circuitos alternativos a los grandes conglomerados que replican las mismas lógicas del “mercado”, y hablo de cuestiones netamente estéticas, es decir políticas. (Y sabemos que en las mentiras siempre se juega una verdad y que las mentiras también dicen verdades: hay que leerlas). Se tiende a buscar la buena redacción, no la escritura, a que todo sea demasiado prolijo y limpio, que se “entienda”.

También diría que es importante trabajar los textos, leerse a sí mismo, corregirse, compartir el material propio con otros lectores. Al mismo tiempo no habría que depositar toda la fe en los talleres literarios, que están bien y los celebro, pero a veces tienden a formatear demasiado al gusto del tallerista o la “época”, o generan una especie de peregrinación que se agrega a una especie de currículum que dice “fui al taller de tal o cual”, etc.

Creo que es importante pensar en dónde está parada uno, salir del agujero interior, levantar la cabeza y mirar lo que pasa alrededor, pensar en dónde se para uno, que no se está aislado, que hay una historia, que no empezó todo hace dos días. La escritura es algo que hay que pensar desde la misma práctica y también en el tiempo, un tiempo largo, entrecortado, sostenido y fragmentario. A lo mejor a todo esto me lo digo, sobre todo, a mí mismo.


¿Cómo ves el futuro del mercado editorial y cómo esperás que cambie en el futuro?

Yo lo veo complicado y al mismo tiempo creo que siempre fue complicado, aunque nuestro tiempo tiene sus particularidades. Pienso que las pequeñas editoriales van a seguir existiendo, porque aunque suene medio cliché, son esos proyectos los que mantienen viva a una forma de circulación de propuestas estéticas que no se sustentan solamente en la cantidad de ejemplares vendidos. De todas formas es difícil. Yo veo editoriales pequeñas que tienen cuarenta años de existencia y me referencio en ellas. Pienso que si lograron seguir durante todas esas décadas, con lo compleja que es la historia social, política y económica de nuestro país, otros proyectos podrán continuar también. Al mismo tiempo el futuro se presenta adverso como el presente. Estamos en una época de preguntas, de reflexión y de acción. No hay nada seguro, lo provisorio e inestable, digamos “la toldería”, como dice Osvaldo Baigorria, siempre está presente, incluso en la gran masa de cemento que habitamos día a día.