Preguntas a editorxs
Hoy responde Sebastián Maturano, de Borde
Perdido
Podrías
definir tu proyecto editorial. ¿En qué año arrancó? ¿Cuántos títulos llevan
publicados desde entonces? ¿Quiénes son lxs editores?
Borde Perdido arrancó en
febrero de 2013 en la ciudad de Córdoba, pero el cumpleaños quedó fijado en
junio de ese año, que fue cuando presentamos nuestro primer libro, Poemas sentimentales, de Silvio Mattoni.
Esa actividad, que se hizo en Casa 13, fue también la presentación pública de
la editorial.
Al comienzo los editores
fuimos mi amigo Pablo Toia y yo, con el acompañamiento de Victoria Dahbar. Desde
mediados de 2014 quedé al frente del proyecto.
Por
otro lado, venía con la idea de Borde Perdido como editorial desde unos años
antes, tipo 2010 y 2011, incluso pensando el proyecto como algo más amplio, lo
que incluía la idea de que fuera, entre otras cosas, una galería de arte
dedicada al dibujo, pero eso no pudo hacerse por cuestiones de espacio. La Colección
Dibujo vino a “saldar” esa idea de alguna manera. En ese tiempo tenía como
referentes el Club del Dibujo que hacía Claudia del Río en Rosario, y también a
otros proyectos como Eloísa Cartonera, Belleza y Felicidad, y venía de una
experiencia en una imprenta autogestiva que hacía, entre otras cosas, libros.
Al mismo tiempo, cuando me vine a vivir a Córdoba en 2010 (yo soy de Mendoza),
me encontré con muchas pequeñas editoriales que hacían un gran trabajo y
habilitaron de alguna manera la posibilidad de hacer una editorial como algo posible.
Es decir, había en Córdoba una escena, con autores, editores, lectores, gente
que se interesaba por los libros de producción local, librerías que les deban
espacio, ferias, coloquios, etc.
La idea principal de
Borde Perdido, desde el comienzo, fue hacer un cruce entre literatura-escritura
y artes visuales, que eran nuestros principales intereses. Esto, en los
primeros años, se relacionaba con el modo en que hacíamos los libros, que eran
armados y encuadernados de manera artesanal y llevaban un grabado en relieve en
las tapas, tipo xilografía, pero con una técnica alternativa que permitía la
impresión de las copias sin la necesidad de una prensa. También en las
colecciones estos intereses y búsquedas se hacían presentes, porque si bien dividimos
el catálogo en Colección Poesía, Colección Narrativa y Colección Dibujo, a
veces se presentaban títulos que podían estar en una u otra colección. Años
después inauguramos la Colección Ensayo, que estuvo como premisa desde el
arranque, pero llevó más tiempo poder materializarla. Todo esto se dio en un
incesante proceso de prueba y error, teníamos algunas cosas claras, pero
desconocíamos muchas otras cosas, que aprendí en el mismo hacer. Creo que el
hacer es lo fundamental, al menos en mi caso.
Mucho tiempo compré papel y encuadernaba yo, imprimiendo interiores y tapas en
otras imprentas, una de ellas llamada Plan B, imprenteros metaleros de quienes
me hice amigo y fueron importantes durante un largo periodo. Después hubo un
lapso de casi tres años en que imprimí los interiores en mi casa, con una
máquina casera, y mandaba a encuadernar y laminar las tapas a un taller. Hace
tres años que envío todo a una imprenta local y yo me encargo con exclusividad
de la edición, corrección y diseño. Además, como siempre, de la difusión en
redes sociales, diseño de flyers, distribución (aunque tengo un distribuidor en
Bs. As.), organización de presentaciones, etc.
¿Qué
estás leyendo?
Soy un lector,
fundamentalmente, de literatura argentina. Pero en los últimos años vengo muy
copado con un autor suizo llamado Friedrich Dürrenmatt, del que me volví medio
fan y me conseguí todos los libros que pude encontrar. Al mismo tiempo leo
muchas cosas al mismo tiempo y tiendo a olvidarme de lo inmediato, de lo último
último están Todo no es suficiente de
Fuguet, Los malditos, que es una compilación
de Leila Guerriero sobre “escritores malditos” de Latinoamérica, El cazador oculto de Salinger, La lectura: una vida de Daniel Link, La merma de María Moreno, y otras cosas
que vengo leyendo para un proyecto de libro en el que estoy trabajando. Estoy
leyendo de otra manera a Arlt, que es un autor que durante mucho tiempo no me
atrajo, no me gustaba digamos, y ahora lo estoy leyendo de nuevo y ando medio
fascinado, sorprendido con la fuerza que tiene, con su verdad: las aguafuertes son
de hace más de cien años y parecen haber sido escritas ayer, eso es
impresionante y me conmueve, al mismo tiempo que me hace pensar en nuestro
presente.
¿Cuáles son esos autores a los que
siempre volvés?
Vuelvo siempre a Leónidas
y Osvaldo Lamborghini, Fogwill, Alejandro Rubio, Levrero, Isidoro Ducasse,
Laiseca, la primera edición de Osvaldo
Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce. En los últimos años se
incorporaron Libertella y Silvia Schwarzböck.
¿Cómo
es el proceso de lectura de un manuscrito? ¿Cómo selecciona los proyectos para
publicar? ¿Qué tiene que tener un libro para que te interese publicarlo?
Lo central es la lectura,
el encuentro con la lectura del material. Creo que lo fundamental de la
editorial es que desde el comienzo, antes que editores, éramos lectores, gente
apasionada (aunque suene cursi o romántico) por la literatura. Para mí la
verdadera literatura genera un encuentro con la verdad. Aunque no se sepa bien
qué es eso.
Cuando leo para la
editorial pienso mucho en lo que quiso hacer el autor/a, intento pensar en eso,
no leer todo el tiempo desde mi mirada ni dejar todo sujetado a mi gusto
personal, tratando de imponer mis criterios sobre otro, si no, por el
contrario, intento pensar qué quiso hacer ese otro con su texto y qué puedo aportar
para que ese material, si es lo que necesita, pueda crecer o mejorar, etc.
Me
gustan los autorxs que tienen una búsqueda propia, que intentan una búsqueda,
que arriesgan.
¿Hay algún género que te interesa
especialmente?
Me gustan todos los
géneros y el catálogo de la editorial es bien diverso en cuanto a eso, lo que
me interesa es el trabajo con la lengua, el trabajo con la escritura, el filo
de lo que sucede entre esas cosas.
¿Cuánto
intervenís en los textos que publicás?
Hay editores que quieren
que el autor haga el libro que ellos quieren, yo no trabajo en esa línea. Pienso
la edición como algo relacionado con la escucha. Intervengo en cuestiones
formales que pueden incidir en lo estético también. Quiero decir, cuestiones de
sintaxis, gramática, ortografía… Pero como decía, partiendo de la pregunta “¿qué
se quiso hacer con este texto?”. Cuando me meto con cuestiones de estilo las
pienso para la estética del texto que estoy leyendo. Y siempre es una
conversación. La edición, para mí, es conversación y escucha. Al menos eso
intento. ¡Puede fallar!
¿Qué
relación buscás entre el arte de tapa y el texto que presenta?
Durante mucho tiempo
pensé que las tapas eran una suerte de afiche. Quiero decir, yo vengo de una
formación en las artes visuales, y, en una práctica, digamos, militante, ligado
a cuestiones del arte política, artivismo, con un colectivo llamado La Araña
Galponera. Con ellos hicimos, entre otras cosas, una gran intervención urbana
llamada Primera Bienal de Fotocopias, en 2009, en la ciudad de Mendoza, en la
que participaron artistas y escritores de la Argentina y muchos países de
Latinoamérica. Entonces, regresando, pensaba que las tapas eran afiches, pero a
una escala más pequeña, aunque sin embargo debían destacarse, porque alrededor habría
más tapas, de otros libros, en otros espacios. Eso por un lado. Por otro, una
tapa funciona a varios niveles de comunicación, es decir, para mí, el arte de
tapa dialoga con el título del libro pensado como un enunciado, conviven esos
dos aspectos en un mismo plano visual. Entonces ahí ya tenés dos elementos: la
palabra escrita e impresa y la imagen (ilustración, obra visual, etc.). A esto
se agrega el “contenido”, digamos el libro mismo, o el texto mismo. Una tapa,
creo, es una síntesis de todo eso. A veces se puede poner el acento en el
título, otras en el tema, a veces en todo eso. Hay libros que son muy
abstractos y cuesta mucho encontrarles una imagen. Ahí aparece el diseño, que
es, en definitiva, lo que integra todo: títulos, arte de tapa, contenido. Al
mismo tiempo no creo que el arte de tapa deba ser una referencia súper literal
con el título o con el tema del libro. Una tapa es, ante todo, un llamador, una
invitación a quien se encuentre con el libro.
¿Qué consejos le daría a los escritores
que buscan publicar sus obras?
No sé si consejos, pero
sí diría dos cosas: que no se desalienten y que muchas veces un “rechazo” (o
una aceptación) editorial no tiene que ver con una cuestión de “calidad
literaria” sino con la pertenencia o no pertenencia a un determinado circuito.
A esto habría que ampliarlo, pero lo dejo ahí. También diría que lo más
importante es escribir, y que escribir ya contiene elementos de edición. En
cierta forma, el primer editor de un texto es el propio autor.
Por otro lado, diría que es
fundamental la lectura, darle bola a los pares y a los contemporáneos, hay
gente que escribe y quiere publicar y no leyó a autores básicos de los últimos
cuarenta años. También es importante leer a los amigos. Leerse. Eso no quiere
decir que no haya que leer a los “clásicos”, al contrario.
Creo que no hay que dejarse
obnubilar por las operaciones de prensa, los premios, los likes, los streaming,
las tendencias: hay mucha mentira disfrazada de corrección política en todo
eso. Te venden cualquier cosa por el simple hecho de que vende. También hay
autores que escriben para venderse, no para vender sus libros, para venderse
ellos. No digo que esté mal, no soy nadie para decir qué está bien y qué está
mal, pero digamos que ese no es mi viaje. Hay muchos elementos extraliterarios
que operan todo el tiempo y dicen “esto es la literatura hoy” y claramente no
digo que no lo sea, pero claramente no es lo único. Las vidrieras de Yenny y
los rankings de venta mienten. También hay mentiras en los circuitos alternativos
a los grandes conglomerados que replican las mismas lógicas del “mercado”, y
hablo de cuestiones netamente estéticas, es decir políticas. (Y sabemos que en
las mentiras siempre se juega una verdad y que las mentiras también dicen
verdades: hay que leerlas). Se tiende a buscar la buena redacción, no la
escritura, a que todo sea demasiado prolijo y limpio, que se “entienda”.
También diría que es
importante trabajar los textos, leerse a sí mismo, corregirse, compartir el
material propio con otros lectores. Al mismo tiempo no habría que depositar
toda la fe en los talleres literarios, que están bien y los celebro, pero a
veces tienden a formatear demasiado al gusto del tallerista o la “época”, o
generan una especie de peregrinación que se agrega a una especie de currículum
que dice “fui al taller de tal o cual”, etc.
Creo que es importante
pensar en dónde está parada uno, salir del agujero interior, levantar la cabeza
y mirar lo que pasa alrededor, pensar en dónde se para uno, que no se está
aislado, que hay una historia, que no empezó todo hace dos días. La escritura
es algo que hay que pensar desde la misma práctica y también en el tiempo, un
tiempo largo, entrecortado, sostenido y fragmentario. A lo mejor a todo esto me
lo digo, sobre todo, a mí mismo.
¿Cómo ves el futuro del mercado editorial
y cómo esperás que cambie en el futuro?
Yo lo veo complicado y al
mismo tiempo creo que siempre fue complicado, aunque nuestro tiempo tiene sus
particularidades. Pienso que las pequeñas editoriales van a seguir existiendo,
porque aunque suene medio cliché, son esos proyectos los que mantienen viva a
una forma de circulación de propuestas estéticas que no se sustentan solamente
en la cantidad de ejemplares vendidos. De todas formas es difícil. Yo veo
editoriales pequeñas que tienen cuarenta años de existencia y me referencio en
ellas. Pienso que si lograron seguir durante todas esas décadas, con lo
compleja que es la historia social, política y económica de nuestro país, otros
proyectos podrán continuar también. Al mismo tiempo el futuro se presenta
adverso como el presente. Estamos en una época de preguntas, de reflexión y de
acción. No hay nada seguro, lo provisorio e inestable, digamos “la toldería”,
como dice Osvaldo Baigorria, siempre está presente, incluso en la gran masa de
cemento que habitamos día a día.