9.1.24

Ruta nueve, por Cecilia Bainotto

En el buen cansancio se arrastran las horas del día. Los gatos atentos sobre los techos, un pájaro al borde de la noche, una luciérnaga extraviada entre el ramaje, la taza de café con el filtro de tres cigarrillos, una luz intermitente de seguridad ciudadana hace círculos en la calle. Al otro lado de la medianera se han dormido los vecinos. Todo parece que habla y hasta el silencio me rumorea que es demasiado tarde.

 

Y ¿cómo es la cosa? 

La cosa que se des-cosa 

porque no fue  

y se partió en dos y no es la cosa. 

Son las cosas de 

las des-cosas que no fueron 

como ese piano partido al medio con media partitura  

en cada medio  

y en el medio una música  

que cada cosa escucha desde dos lugares diferentes 

las notas blancas y negras 

como las piezas  

en el ajedrez  

y la cosa ya estaba complicada con la otra cosa 

cuando apareció el go   

hace cuatro mil años 

también en blanco y negro  

go, go, you go...sigamos. 

El blanco y el negro se aparean 

el maestro muere 

cuando termina el torneo 

después 

el suicidio del relator 

orfandad expósita 

que deposita 

miles de argumentos. 

Nadie, 

nadie puede explicar 

cómo es el juego 

cómo es la cosa 

si es blanca o si es negra. 

¿Cambia la cosa? 

Nadie, 

nadie puede aventurarse 

tan suelto en el juego 

y decir: 

¡Así es la cosa!  

 

 

Cuando el cuerpo de la serpiente repta por las nervaduras dulces de las hojas y decapita los geranios el asombro nos revela que aquellos pétalos sencillos de balcones y patios eran un paraíso de color ante la nueva devastación por el extremo pulido del anfibio.  

Cerrá rápido la puerta. Los días no están para mercadillos de alhajas y frappes rosados en copas altas.  

No te distraigas. Ya tenés un anfibio reptador adentro de tu casa. 

 

 

En la plaza los perros tienen hambre, algunos parecen enfermos y los descaderados son ovillos de pelos sucios debajo de las arcadas de ligustros. Los padres les enseñan a jugar a las canicas a los chicos en las veredas, algunos aprenden rápido, otros más lento. El hambre tiene memoria en estos casos. Todas las mañanas el dentista de la cuadra está de brazos cruzados con chaqueta, pantalón verde y le sobran turnos para enmendar dientes. Los camiones amarillos de Prosegur pesan dinero adentro de los Bancos. Los automóviles en los garages se cubren de polvo, la gente camina y apenas se detiene ante las vidrieras que exhiben la misma ropa de hace meses. El supermercado de la esquina es una nave vacía y el chino reserva su pasaje de regreso porque la pandemia está cerca.  

El paisaje se desmantela con la improvisación de un desalojo y la mudanza no tiene destino fijo. 

 

 

No es lo mismo San Isidro que San Antonio de Padua. El color de las velas es diferente. Los manteles de los altares tienen bordados diferentes. A los adoradores solo los iguala la urgencia del semen. Los cuerpos de las trabajadoras de la urgencia tienen tajos en vísceras distintas. 

En el norte dan turnos. En el sur, se escucha una voz roja como la luz.  

¡Pase el que sigue!  

 

 

No es Samos, no es Cartagena, no es Córdoba de Sevilla. Es Córdoba de la Nueva Andalucía, reducto de eximios falsificadores con habilidades que fueron la salvación de muchos marranos. Las argucias son heredables por lo que se lleva tan bien con el diablo que atiende en Buenos Aires. Así se construyó un virrey nato.

 


¿Sabés qué fue de aquel poema de pocas líneas?

¿Sabés que fue del todo equivocado y solo un recuerdo el verdadero?

¿Sabés que fue de esa cresta blanca que se deshizo en una playa sucia con guijarros?

Contame para seguir con el espectáculo de la funámbula cuando ya no quedan versos

en el speaker de traje a rayas

que hablaba y hablaba 

sobre el escenario. 

Contame que fue de aquello porque solo tengo un recuerdo

una cara de prócer General

una mujer rubia con radioteatro de fondo

y un flaco alto que prometió

traerme un sueño.

Fue por ahí cuando te metiste "verdadero"

y la cabeza se aturde con un cuerpo azaroso que no corresponde

con caligrafías viejas y nuevas. 

Y la lucha latente,

el  afuera y el adentro, 

nunca son excluyentes.

Al fin de cuentas

dos lugares devorados

por la ingenua o alborotada 

curiosidad

en la que te mecés como ensueño.