6.11.21

Al filo del tiempo, por José Fraguas

(Sobre El pasado irreal de Jorge Quiroga)


De nada puedo hablar o pensar si no es existencia, estado, y no es existencia lo que nunca estuvo en mi sensibilidad como imagen o afección.

Macedonio Fernández


¿En qué consiste la irrealidad del pasado a la que hace referencia el título del último poemario de Jorge Quiroga? ¿Es irreal porque es construido y por eso inventado y quizás literario? ¿Será real entonces el presente? O se tratará más bien de un tiempo verbal nuevo, un pretérito que no es perfecto ni imperfecto sino irreal. Quiroga no da una respuesta o da muchas y logra que la poesía hable como ella sabe de cosas como el tiempo, el espacio y la memoria.

Para Quiroga el pasado es un conjunto de fragmentos que como los trozos del vidrio roto de la ventana de la cocina que aparece en uno de sus poemas: “se mantienen en un equilibrio inestable / pueden lastimar / o quedarse inmóviles”. Y su poesía explora con sobriedad porteña los bordes dentados del fragmento: “Los restos tienen una fuerte atracción”, la recurrencia de lo que no está y sin embargo persiste negado con inquietante intensidad: “Teresa está en algún lado de la casa / y ya no dirá lo sabido / porque no espera en la puerta / como siempre”.

La percepción tiene sus tiempos.  Al mirar involuntariamente, poco antes de dormir o medio ya sumergiéndose en el sueño, se capta algo, de súbito y tan solo un instante: “Hay un momento/ que esa presencia / asoma prendida / por alguien / que entorna una puerta / estremecida y solitaria”. También en la  morosidad del recién despierto aparece una mirada nueva que se detiene en la actitud de los muebles o el modo en que entra la luz a la habitación de siempre.

Soñadores, insomnes, locos, videntes y alucinados  pueblan la poesía de Quiroga. “Qué ve que nosotros no vemos”, es el primer verso de uno de los poemas.  En lo no dicho, lo presentido, lo sospechado, lo silenciado parece haber algo más significativo que cualquier afirmación directa pero esa huidiza verdad solo permite ser entrevista, rodeada.

 

El pasado irreal efectúa también un asedio poético de los espacios, privados y públicos, íntimos y compartidos así como de las fronteras más o menos borrosas que los separan. Hay una exploración recurrente de los lugares, la ciudad, las calles, la casa, la habitación. Desplazarse por la vereda es como pensar, hablar o escribir. A veces se camina sin sentido como quien divaga pero también se toma contacto con el afuera, con los otros a los que se observa y registra. En algunos textos las individualidades se diluyen en un conjunto de siluetas: “se aglomeran en la calle estrecha/ todo tipo de vagos”.  Pero de vez en cuando alguien recibe una luz cenital que lo vuelve personaje, una nena que juega sola, un anciano que se protege del sol. Hay algo de Van Gogh en el modo en que son retratados esos seres, por las pinceladas espesas pero también por la capacidad de entrever y mostrar su pulso interior. Alcanzan dos palabras para definir a un personaje, “maestro insólito”, por ejemplo.

 

Hace siglos un poeta español afirmó que ante la fugacidad del tiempo, si juzgamos sabiamente, “daremos lo no venido por pasado”. La poesía de Quiroga lejos de ver pasado en el futuro, encuentra en lo vivido, a través de los diferentes modos del recuerdo y del olvido pero también en la rica diversidad de miradas posibles, desde el registro objetivo al delirio, un material que relampaguea iluminando lo sentido, lo vivido y lo posible.

 

Tomado de: Escritos en las mangas