(Sobre El pasado irreal de Jorge Quiroga)
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¿En
qué consiste la irrealidad del pasado a la que hace referencia el título del último
poemario de Jorge Quiroga? ¿Es irreal porque es construido y por eso inventado y
quizás literario? ¿Será real entonces el presente? O se tratará más bien de un
tiempo verbal nuevo, un pretérito que no es perfecto ni imperfecto sino irreal.
Quiroga no da una respuesta o da muchas y logra que la poesía hable como ella
sabe de cosas como el tiempo, el espacio y la memoria.
Para
Quiroga el pasado es un conjunto de fragmentos que como los trozos del vidrio
roto de la ventana de la cocina que aparece en uno de sus poemas: “se mantienen
en un equilibrio inestable / pueden lastimar / o quedarse inmóviles”. Y su
poesía explora con sobriedad porteña los bordes dentados del fragmento: “Los
restos tienen una fuerte atracción”, la recurrencia de lo que no está y sin
embargo persiste negado con inquietante intensidad: “Teresa está en algún lado
de la casa / y ya no dirá lo sabido / porque no espera en la puerta / como
siempre”.
La percepción tiene sus tiempos. Al mirar involuntariamente, poco antes de dormir o medio ya sumergiéndose en el sueño, se capta algo, de súbito y tan solo un instante: “Hay un momento/ que esa presencia / asoma prendida / por alguien / que entorna una puerta / estremecida y solitaria”. También en la morosidad del recién despierto aparece una mirada nueva que se detiene en la actitud de los muebles o el modo en que entra la luz a la habitación de siempre.
Soñadores,
insomnes, locos, videntes y alucinados
pueblan la poesía de Quiroga. “Qué ve que nosotros no vemos”, es el
primer verso de uno de los poemas. En lo
no dicho, lo presentido, lo sospechado, lo silenciado parece haber algo más
significativo que cualquier afirmación directa pero esa huidiza verdad solo
permite ser entrevista, rodeada.
El pasado irreal efectúa también
un asedio poético de los espacios, privados y públicos, íntimos y compartidos
así como de las fronteras más o menos borrosas que los separan. Hay una
exploración recurrente de los lugares, la ciudad, las calles, la casa, la
habitación. Desplazarse por la vereda es como pensar, hablar o escribir. A
veces se camina sin sentido como quien divaga pero también se toma contacto con
el afuera, con los otros a los que se observa y registra. En algunos textos las
individualidades se diluyen en un conjunto de siluetas: “se aglomeran en la
calle estrecha/ todo tipo de vagos”. Pero de vez en cuando alguien recibe una luz
cenital que lo vuelve personaje, una nena que juega sola, un anciano que se
protege del sol. Hay algo de Van Gogh en el modo en que son retratados esos
seres, por las pinceladas espesas pero también por la capacidad de entrever y
mostrar su pulso interior. Alcanzan dos palabras para definir a un personaje,
“maestro insólito”, por ejemplo.
Hace
siglos un poeta español afirmó que ante la fugacidad del tiempo, si juzgamos
sabiamente, “daremos lo no venido por pasado”. La poesía de Quiroga lejos de ver pasado en el futuro, encuentra
en lo vivido, a través de los diferentes modos del recuerdo y del olvido pero
también en la rica diversidad de miradas posibles, desde el registro objetivo
al delirio, un material que relampaguea iluminando lo sentido, lo vivido y lo
posible.
Tomado de: Escritos en las mangas