13.1.18

Rayos, por Denise Koziura Trofa



Miró cómo se elevaba esa construcción frente a su casa y entonces le quedó claro que en el futuro, los rayos de sol serían solo para aquellos que los pudieran costear. Sintió un profundo odio por los nietos del finado Don Manuel, que no habían esperado nada para rematar la casa del viejo. Pirañas. Murmuró y después los maldijo. Pensó entonces que sería lindo tener poderes sobrenaturales y estiró la mano en dirección a la nueva edificación. Se le tensó el brazo, la mano, pero nada. Ni un mísero vientito. Pronto le dio culpa lo que estaba haciendo y se hizo la señal de la cruz. Volvió adentro. Luchó por ocuparse y pensar en otras cosas. Al rato estaba de nuevo afuera con los brazos cruzados. Por lo menos era domingo y no se oía aquel molesto martillar. Miró a sus plantines, y al ligustro que se erigía frente a su casa, con pena. Ya no les daría el sol de la tardecita. Ahora se tendrían que conformar con la luz del mediodía. Por poco llora mirando las flores. Sacudió el puño de nuevo en dirección a la construcción, contendiendo la bronca. Y golpe.
Un ruido a cosa enorme que cae y pega de seco contra el suelo.
Se acercó dos pasos, y achicó los ojos para ver entre la nube de polvo. El calorcito pronto le alcanzó la cara. Era el atardecer que se filtraba a través de la construcción que se había venido abajo.
Se miró las manos callosas con sorpresa y orgullo, y acarició al árbol de la vereda.