En una reversión del cuento de Edgar Alan Poe, me persigue la calandria.
Primero
fueron gritos. Unos cotorreos horrorosos que no había escuchado jamás. Pero
pensé que no era a mí. Que le gritaba así a la vida, pero no. La segunda vez
fue peor, caminaba al almacén, cuando el bicho me acechó, saltando de rama en
rama. Intimidante. Por supuesto intenté negarlo. No se lo comenté a nadie.
Asumí que eran ideas mías. Sin embargo no faltó nada para que confirmara todas
mis sospechas. Al día siguiente se me fue al humo. Iba distraída, lo que hizo
de la experiencia un hecho aún más traumático, el pajarraco se me vino encima,
planeando a mis espaldas y me pegó en la cabeza. Grité y sacudí manotazos para
todos lados. Alerté a más de un vecino. ¿Desde cuándo los pájaros hacen esas
cosas? Ellos me dijeron que a veces pasa. Que lo que tengo que hacer es
alejarme de ahí. Pero está atrincherado a diez metros de mi casa, no puedo ni
sacar la basura tranquila. Desde el episodio temo a todas las aves y solo tengo
que asomar la nariz para escuchar su jarana.
Me
acosa una calandria y no me atrevo a defenderme.
¿Quién puede vivir
tranquilo luego de matar un pájaro?