“Un
corazón entusiasta vale infinitamente más para el arte que las teorías más
ingeniosas reunidas”
En su foto de perfil en
boladenieve.org.ar sale de medio cuerpo, sonriente y abrazado a Evo Morales.
Una de sus obsesiones duraderas es la visión de Latinoamérica como futuro
accesible y reservorio de alegría. (“Que nunca nos falté un verano” fue su
plegaria tras pasar un tiempo en Inglaterra.) Fabricó libros con cartón
recuperado de la basura que valían en sus épocas tres pesos (menos de 1,50 U$D
al tipo de cambio). Popularizó junto a Washington Cucurto y Fernanda Laguna los
fundamentos de una vanguardia freak, moderna, peculiar a escala mundial, que lo
tuvo viajando al viejo continente en plan de enseñanza pícara para diseñadores
gráficos desorientados. Barilaro era el artista lanzado al asalto del concepto
de arte, cuyos contornos posibles podía delinear con una línea de harina en el
suelo, como se hace en la toma de un terreno. En el Delta del Tigre juntó
basura para elevar construcciones abstrusas y seguramente ilegales, trató de
fabricar licor y pesticida casero para plantas de jardín, se hizo amigo de los
malandras de la cuadra que regularmente se hacían fiar fernet del almacén y
andaban en lanchas estrepitosas, equipadas con motores preparados. A todos
ellos les hablaba Barilaro con la jocundia que antaño había dedicado a más
altos figurones, a quienes atrapaba con su sonrisa única, la que conoció Evo.
A un gato negro que lo
acompañaba en la casa isleña le puso de nombre Utopía. Para este Barilaro de la
energía y la torpeza, que hace borbotear la novedad política de su propia
fuente (“el artista tiene que tener onda, no técnica”), era posible pintar
cuadros de dos metros por tres en una noche y salía a venderlos a la feria a la
mañana siguiente. “Hay que colocar toda la mercadería antes de volverse a la
casa”, había aprendido de Cucurto. Ser artista es salir de los conflictos
siempre para adelante, no achicar nunca y mandarse con lo que hay: ir de
frente. ¿Y así todo el mundo podría ser artista, según Barilaro? Él lo dice de
otro modo: ser artista no importa tanto. “Una vez, discutiendo con una curadora
danesa sobre la etiqueta 'arte latinoamericano', le dije que solo me interesaba
la segunda parte, 'latinoamericano'. Si lo que hago es o no arte no me
preocupa; sí que sea latinoamericano”. (Carolina Benavente Morales, “Una visita
a la Carto”, Escáner cultural. 3 de abril de 2010).
Eso es ir de frente.
¿Pero cómo es un artista que va de frente? Lo decía Julio Rinaldini en 1919:
“La
belleza es hija de la sensibilidad; nace del entusiasmo, del amor, y conduce al
amor. El artista reside en el corazón. El arte no puede florecer cuando se
tiene un horror instintivo por las expansiones puras y verdaderas del corazón,
cuando se teme todo lo espontáneo, todo lo simple, todo lo que es del
sentimiento y se dirige al sentimiento. Un
corazón entusiasta vale infinitamente más para el arte que las teorías más
ingeniosas reunidas, y la ingenuidad está más cerca del genio que la
pedantería”.
“El talento está en el
corazón”, Barilaro dice. Es una de las frases más suyas y no es él. La escuchó,
le gustó y la pintó en una tablita de madera que colgó arriba de la cocina de
su casita del Tigre. Y desde entonces sí es de él. ¿Un regalo? Una tarea: ser
buena persona, abrir el corazón. No enrederarse con la guita. Al ego dejalo,
diría Federico Manuel.
“Siempre me dediqué al
arte y usé el diseño gráfico como herramienta de relación social, para hacer
cosas con amigos”, dice. Diseñar pequeñas utopías desde una posición
desautorizada y a la vez erudita es muy típico de él. Sus utopías son
expansivamente emocionales a la vez que torpes (tímidas, según la definición de
Gambartes) pero últimamente tienen una paciencia nueva que las rescata. El
Barilaro de hoy no es el de años atrás: ahora sigue el camino de Rinaldini de
enchufarse a trabajar sin ruido ambiente. Más pintura y menos levante. A
comienzos de este año lo he visto en Misiones, en lo de Florencia (Böhtlingk),
dibujar a mano alzada frente a una cascada y buscar ese chorreo de
iluminaciones al que hace referencia uno de sus episodios perlongherianos.
Después de un período negro (el de la conjetura política) Barilaro se pasó al
blanco (que se presume apolítico). “Veladuras de dorado con látex, una voluntad
de niebla o fog will impregna ese bosque de madrugada”. Ahora la onda no
es la onda sino la técnica, el rigor, la paciencia: típica voltereta de
geminiano.
El name dropping es de
tilingos (lo nuestro es el verso)
La serie De película,
realizada junto a Catalina Pérez Andrade, repone escenas que tuvieron lugar en
el sillón de la sala de atrás de La Internacional Argentina, donde a Barilaro
se lo puede encontrar habitualmente empilchado y radiante en medio del humo y
la bullanga. Siempre me llamaron la atención esos lugares de atrás de los
comercios, de uso interno. Puede ser porque mi mamá tenía una verdulería cuando
yo era chico y ahí me pasaba muchas horas en un depósito que había jugando con
los cajones en desuso. Es ese el espacio que señaló Michael Asher al desublimar
el concepto de arte: la trastienda de la galería donde se cocinan los negocios.
Pero en La Internacional el cuartito trasero es un lugar de brote querendón y
carcajada más que de toma y daca. Ya que estamos, una oportuna frase de
Francisco (Garamona): “Para Barilaro la pintura y el diseño son lo mismo: el
libro dibujado, la pintura escrita. Su pregunta fue siempre la misma: ‘si los
objetos hablaran, ¿qué dirían?’ Y encontrar la respuesta, encontrarla mientras
la buscaba, para mí es su gran aporte, su triunfo”. (Mauro Libertella, “Barilaro te pone la tapa”, Clarín, revista Eñe, 16
de octubre de 2015).
En De película los
amigos son los protagonistas: Juliana, Manuel, Francisco, Sergio. Parece un eco
de aquel Montequín que supo ser tan hiriente y hoy quedó polvoriento:
“En las veladas de ByF el público es el espectáculo,
y el frenesí de la celebración mutua impide la ironía o el sarcasmo [...].
“Gabriela, Fernanda, Leo, Cecilia, Roberto, Gary...”, solo el neófito o el
irreverente necesitan informarse de los apellidos, conocer el quién es quién de
las amistades”. (Ernesto Montequín, “Estertores de una estética”,
ramona, nr. 31, abril de 2003).
Fíjense que para
Montequín los nombres propios no hacen name-dropping. Al contrario,
forman una gran pavada universal, el antídoto barato de la ironía y el
sarcasmo. Pero Montequín no podía ver en lo barato lo genial y en la pavada la
revelación de algo único. Y por eso no jodió más, quizás. Para Barilaro name-gathering
sería un mejor término. Cuando recupera su trabajo como diseñador de libros
se trae muchos nombres en el morral. Otra pintura, consagrada al poder
feminista (sucesor del imperio proteccionista del Paraguay en las cavilaciones
históricas de Barilaro) sigue la lista: Milagro, Cat, Jackie, Higui... (Caribe
Trans*, acrílico sobre tela, 83x89 cm, 2017). El lector puede no darse cuenta
de quiénes son las referidas. (Lo contrario de lo que busca el name-dropper.)
¿Y las pequeñas pinturas de tapas de libros, con los nombres de los autores del
catálogo de Mansalva? Son pelotas picadas para llegar a lo importante: Barilaro
la patea y la va a buscar unos metros adelante, como sabe hacer Nico (Sánchez)
con la camiseta de los Pumas. Este es el Barilaro de la industria gráfica,
según la definición de Alejo (Ponce de León). ¿Barilaro habla de él o de los
demás? ¿Se recuesta en sus amigos o los devora? ¿Es autorreferencial?
Transpersonal. Las cosas propias son cosas de otros.
A través de estos métodos
llegamos a una obsesión continua en la vida de Barilaro: la frase buscada, el mot
juste que lo desespera o reconforta. Y las palabras, ay, pueden mentir. Él
lo explica:
“Estaba
en la bienal 2006 de San Pablo, en Brasil. Ahí me encontré un libro de título
“Proteja-me do que eu quero”, “Protect me from what I want”. Lo llevé para acá
y para allá por años. Está subrayado, anotado, manchado de pintura. Muchas de
esas frases me quedaron retumbando, especialmente las más complicadas de
traducir. A mí me interesó desde siempre la introducción del texto en las obras
de arte, tanto que me volví diseñador gráfico, no para vivir de eso y pintar lo
que me gusta sino al revés: diseñar lo que me gusta y pintar para vivir. Así
que estudié el slogan, el refrán, el haiku, el limerick. Frase corta, idea larga”. (Javier Barilaro, “Las palabras nunca
alcanzan”, radar, Página 12, domingo 18 de octubre de 2015).
“Barilaro es igual a
Barilaro”, dijo una vez en la cabaña del Tigre, que durante un tiempo
compartimos con Cecilia (Pavón) y su amiga Kathrin. Siempre que íbamos
volvíamos divertidos, repasando sus frases y ocurrencias en el tren. Con
Cecilia, que es calentona, a veces se peleaba por política, hasta dedicarle un
poema (“estás muy Lilita”, le lanzaba). Conmigo no se peleaba porque soy
llevadero al hablar pero le causaban desconcierto mis ataques de hambre y otras
actitudes ocasionales.
Cuando murió su antigua
gata estábamos con él y fue muy triste. Barilaro lloraba mucho; lo llamó la
mamá y se quedó tranquila viendo que estaba acompañado. Otro día estábamos
Kathrin, Máximo (Pedraza), Merlin (Carpenter) y yo. Ese día fue aburrido.
Barilaro cocinó con apuro (brasas fuertes y tapa sobre la parrilla) unos bifes
que había traído Máximo y que quedaron arrrebatados. En esa época ya andaba
obtuso, como si tuviera la luna en la espalda chupándole la energía.
Lo que me llamaba la
atención cuando lo visitábamos es que todo lo que hacía Barilaro tenía que ver
con una persona determinada: Victoria (Colmegna), Jackie (Ludueña), Cecilia, la
que fuera. A su gatita le dedicó un poema que nos leyó llorando y nos dio mucha
tristeza. En otros escritos aparecían Cecilia, Fernanda (Laguna) y yo mismo
(“el Clau, que siempre va por atrás” según recuerdo que decía). ¿Y qué arte no
va por atrás, Barilaro?
El juego de palabras que
más le gusta es el del verso como unidad métrica y como engaño, discurso
publicitario.
En el próximo jardín
¿Hay un arte que va de
frente, entonces, y otro que va por atrás? Prefiero (y quizás Barilaro
coincida) lo que decía el cineasta francés F.-J. Ossang: “avanzar, retroceder,
pero sobre todo, avanzar enmascado”. De máscara se puede usar cualquier cosa.
Fotos, telas, canciones, nombres: al final todo se convierte en otra cosa.
Barilaro en su vida atravesó tantas metáforas definiciones para el arte que son
mutuamente imponderables: el arte social, el colectivo, la participación, el
individuo, la bohemia, el no-hacer, el retiro, Retiro (el barrio), Perú,
Constitución, Inglaterra, San Isidro, Paraguay (otra vez). Pero así de volátil
como es, no puede hacer nada sin los demás. Y nosotros con él tampoco podríamos
hacer nada a solas: la obra de Barilaro hay que estudiarla coralmente. Es el
artista perfecto para grupos de estudio, “mesas de análisis” diría él. (que es,
además, un conocedor de muchos temas y vive estudiando cosas nuevas con su
novia y sus amigos.) Hay escritores jóvenes en nuestra ciudad que se juntan en
una casa a leer libros enteros en voz alta: una forma no agresiva y muy
vincular de estudiar y formarse. Deciden entre todos qué leer, y leen en ronda,
pasándose el libro. A los que nunca lo hicieron les cuesta hacerse la idea con
claridad.
“La obra que más me
representa será la próxima que haga”, dice Barilaro para despedirse. La
igualdad (B = B) queda irresuelta. Esa obra futura es similar a uno de los
libros de Sergio Bizzio (aquellos donde él mismo es su favorito), un libro
radiante al que Barilaro va a ponerle la tapa. Donde el campo se hace ciudad y
la ciudad se hace campo, una pintura se hace película, un afiche se hace poema:
En el próximo jardín
La ribera y Larrazabal
brindamos
y con los vasos vacíos
escribiremos en el
alambrado.
octubre de 2017