Lo que nos pertenece
Lo que nos pertenece y
lo que no nos pertenece. Lo que anhelamos.
Los susurros en la
noche, como el batir de alas de pájaros en agonía.
No es voluntaria esta
necesidad de asistirnos. Es inevitable y continua.
Es la materia voluble
e invisible que sostienen las vigas de lo cotidiano.
La distancia es una
canción de cuna grabada en nuestro inconsciente.
Ecosistemas
superpuestos. Abundancia, insuficiencia. Bipolaridades.
Todo se vuelve relativo.
Volátil. Vivimos una utopía esculpida en hielo.
Desde aquí, una
historia comienza y una historia termina. Una vez más.
Lo que nos pertenece y
lo que no nos pertenece. Lo que nos subyuga.
Todos los instantes se
comprimen en uno solo. El único instante-deseo.
A nuestro alrededor
las cosas se modifican despacio. ¿Lo percibimos?
¿Somos capaces de
darnos cuenta de la reestructuración de la materia?
Dejaste tu perfume
esparcido en las sábanas. Me recuesto sobre ellas.
Tu presencia es un
fantasma que abrazo. Simulando un teatro de amor.
Acaricio el recuerdo
de mis sensaciones. Beso tus labios de ectoplasma.
La realidad es un
libro escrito con tinta invisible. Bienvenido, naufragio.
Por ahora quedémonos así
Por ahora quedémonos
así. Exactamente donde estamos. Después vemos.
Quedémonos suspendidos
en el filo de la noche. En el borde del acantilado.
Después vemos qué
hacemos. Cómo resolvemos esta experiencia sensible.
Tenemos tiempo para
pensarlo. Todo el tiempo del mundo, que es mucho.
Por ahora, quedémonos
así. En el minuto anterior a que las cosas sucedan.
Justo en el instante
anterior a que suceda todo y nada. Un segundo antes.
En ese instante que
media entre un suceso y otro. Ese instante tremendo.
Luego soñaremos cosas
complejas y raras, que olvidaremos sin remedio.
Entonces simularemos
alguna interacción cotidiana, residual y fantasmagórica.
Bajo este cielo
surcado por misiles teledirigidos a distancia y bombas de fuego.
Lo cierto es que
quisiéramos derramarnos en el otro, pero estamos asustados.
Estamos rodeados por
esta angustia de sabernos incapacitados para el diálogo.
Todo esto que queremos
y somos. Las aspiraciones que tenemos y guardamos.
Lo irremediable de uno
mismo. La sombra que al fin lo disuelve todo en bruma.
La sensibilidad propia
y la sensibilidad ajena, que nos atraviesa de lado a lado.
Un lobo hambriento en
busca de su presa. En el bosque. A la noche. Al acecho.
Si pudiéramos
Si pudiéramos salirnos
de nosotros. Abandonar nuestros cuerpos cansados.
Salirnos hacia fuera de
nosotros mismos, como quien parte rumbo al Espacio.
Si pudiéramos hacerlo,
no dudo que lo haríamos sin darle demasiadas vueltas.
Simplemente nos
saldríamos de una. Chau, hasta luego, nos
vemos la próxima.
Saldríamos
catapultados desde adentro de nosotros, directo hacia la vía láctea.
Si te he visto, no me acuerdo, diríamos, mientras nos retiramos silbando bajo.
Pero, claro, no
podemos prescindir de nosotros mismos y de todas estas cosas.
No podemos ignorar que
existen el sol, la luna y las estrellas. No funciona así.
¿Será por eso que
tenemos que soportar el estigma de continuar encerrados?
Nos pesa la certeza
sensible de continuar pese a todo, fieles a nosotros mismos.
¿Pero es que acaso
podemos evitarlo? ¿Es que tenemos alguna otra alternativa?
No podemos hacer otra
cosa que continuar día a día creyendo nuestras mentiras.
Somos autores y
protagonistas de esta historia inverosímil que nos representa.
Todos somos
responsables de este argumento, involucrados en la misma trama.
Este sentimiento de angustia
nos hace sentir el peso de la soledad y la ausencia.
Vos y yo somos como
flores que habremos de robar del paraíso nunca recobrado.
Todas nuestras convicciones
Todas nuestras convicciones
colapsan, dando lugar a estas mitologías.
Todo lo que me dijiste y lo que yo
te dije, argumentos destemplados.
El amor es algo así como un animal
absurdo, bello, salvaje, enigmático.
Y todo lo que yo tengo para
ofrecerte, me lo dejé olvidado en algún lado.
Ya no te pido nada y no te exijo
nada. Pero me gusta cuando pasan cosas.
Me gusta cuando el color del cielo
se desarma despacio, sobre mi cabeza.
Me gusta cuando ríes y lloras,
mientras yo te susurro mis poemas al oído.
Me gusta cuando hacemos juntos todas
esas cosas que no podemos decir.
Me decís que el amor no tiene
límites y yo te digo que eso quizás es cierto.
Me decís que, por lo tanto,
cualquier amor te viene bien. Y yo consiento.
Sin embargo no es materialmente
posible la coincidencia de dos lugares.
Estamos limitados y condicionados
por la geografía, el tiempo y el espacio.
El amor libre me parece bien, pero
no podemos tener tanto amor ahora.
Podemos tener un amor hecho de
agendas y planificaciones particulares.
Un amor reglamentario, hecho de
salidas específicas y cenas planificadas.
Podemos abrazar la certeza de que
nuestras convicciones han colapsado.
Nuestro mundo
Nuestro mundo es
pequeño. Pero suceden muchas cosas.
Hablamos de música, de
cine, de nuestros libros favoritos.
De nuestras salidas y
de nuestras parejas y nuestros amigos.
No hay mucho más para
declarar. Trabajo, carrera, familia.
Sin embargo, todo el
universo parece comprimirse en esto.
Lo que te digo y lo
que me dijiste y lo que queremos decir.
Lo que escuchamos y lo
que queremos escuchar. Palabras.
Básicamente, todo el
universo se estructura sobre palabras.
¿Será por eso que
sentimos el impulso de escribir poemas?
¿Será por eso que
sentimos esta sed por escuchar promesas?
Todo es vano al fin.
Juramentos. Palabras de amor y de odio.
Todo lo sólido se desvanece en el aire, escribió Karl Marx.
Nuestro mundo es
pequeño. Pero está colmado de sensaciones.
Sufrimos y gozamos y
tratamos de darle un sentido a las cosas.
A veces creemos
vislumbrar algo de lo que hay detrás del límite.
Pero de lo que hay
detrás del límite no sabemos decir más nada.
Supimos tener diecinueve años
Supimos tener
diecinueve años y el corazón lleno de preguntas.
Nos quedábamos hasta
la madrugada y cantábamos canciones.
No importaba que no
entendiéramos nada, estábamos iluminados.
Componíamos melodías
pegadizas con tres acordes en octavas.
No nos importaba
arribar a ningún puerto seguro, daba lo mismo.
Sólo nos importaba
beber vino tinto y sentirnos apacibles y locos.
Ninguno tenía
formación académica, pero igual lo intentábamos.
Nuestras guitarras
supieron guiarnos por el camino de la sabiduría.
La noche era un
material precioso, que modelábamos como arcilla.
Llenábamos cuadernos y
cuadernos con poesías y plegarias cyborg.
Algún día grabaríamos
un disco y nos volveríamos ricos y famosos.
En realidad nos burlábamos
del éxito y estábamos orgullosos de eso.
Si pudiera volver el
tiempo atrás, insistiría con la materia dispersa.
Confundidos entre la
gente, alcanzaría con repetir la vieja fórmula.
Bajo el cielo azul nos
volveríamos profetas de un idioma increado.
Nuestro lecho de
muerte sustituido por una nave sin timón ni destino.
Tomado de: Luciano Alonso. Breve historia de la guerra intergaláctica, Milena Caserola, 2017.-