17.8.17

Breve historia de la guerra intergaláctica, por Luciano Alonso



 Lo que nos pertenece

Lo que nos pertenece y lo que no nos pertenece. Lo que anhelamos.
Los susurros en la noche, como el batir de alas de pájaros en agonía.
No es voluntaria esta necesidad de asistirnos. Es inevitable y continua.
Es la materia voluble e invisible que sostienen las vigas de lo cotidiano.

La distancia es una canción de cuna grabada en nuestro inconsciente.
Ecosistemas superpuestos. Abundancia, insuficiencia. Bipolaridades.
Todo se vuelve relativo. Volátil. Vivimos una utopía esculpida en hielo.
Desde aquí, una historia comienza y una historia termina. Una vez más.

Lo que nos pertenece y lo que no nos pertenece. Lo que nos subyuga.
Todos los instantes se comprimen en uno solo. El único instante-deseo.
A nuestro alrededor las cosas se modifican despacio. ¿Lo percibimos?
¿Somos capaces de darnos cuenta de la reestructuración de la materia?

Dejaste tu perfume esparcido en las sábanas. Me recuesto sobre ellas.
Tu presencia es un fantasma que abrazo. Simulando un teatro de amor.
Acaricio el recuerdo de mis sensaciones. Beso tus labios de ectoplasma.
La realidad es un libro escrito con tinta invisible. Bienvenido, naufragio.



 Por ahora quedémonos así

Por ahora quedémonos así. Exactamente donde estamos. Después vemos.
Quedémonos suspendidos en el filo de la noche. En el borde del acantilado.
Después vemos qué hacemos. Cómo resolvemos esta experiencia sensible.
Tenemos tiempo para pensarlo. Todo el tiempo del mundo, que es mucho.

Por ahora, quedémonos así. En el minuto anterior a que las cosas sucedan.
Justo en el instante anterior a que suceda todo y nada. Un segundo antes.
En ese instante que media entre un suceso y otro. Ese instante tremendo.
Luego soñaremos cosas complejas y raras, que olvidaremos sin remedio.

Entonces simularemos alguna interacción cotidiana, residual y fantasmagórica.
Bajo este cielo surcado por misiles teledirigidos a distancia y bombas de fuego.
Lo cierto es que quisiéramos derramarnos en el otro, pero estamos asustados.
Estamos rodeados por esta angustia de sabernos incapacitados para el diálogo.

Todo esto que queremos y somos. Las aspiraciones que tenemos y guardamos.
Lo irremediable de uno mismo. La sombra que al fin lo disuelve todo en bruma.
La sensibilidad propia y la sensibilidad ajena, que nos atraviesa de lado a lado.
Un lobo hambriento en busca de su presa. En el bosque. A la noche. Al acecho.



 Si pudiéramos

Si pudiéramos salirnos de nosotros. Abandonar nuestros cuerpos cansados.
Salirnos hacia fuera de nosotros mismos, como quien parte rumbo al Espacio.
Si pudiéramos hacerlo, no dudo que lo haríamos sin darle demasiadas vueltas.
Simplemente nos saldríamos de una. Chau, hasta luego, nos vemos la próxima.

Saldríamos catapultados desde adentro de nosotros, directo hacia la vía láctea.
Si te he visto, no me acuerdo, diríamos, mientras nos retiramos silbando bajo.
Pero, claro, no podemos prescindir de nosotros mismos y de todas estas cosas.
No podemos ignorar que existen el sol, la luna y las estrellas. No funciona así.

¿Será por eso que tenemos que soportar el estigma de continuar encerrados?
Nos pesa la certeza sensible de continuar pese a todo, fieles a nosotros mismos.
¿Pero es que acaso podemos evitarlo? ¿Es que tenemos alguna otra alternativa?
No podemos hacer otra cosa que continuar día a día creyendo nuestras mentiras.

Somos autores y protagonistas de esta historia inverosímil que nos representa.
Todos somos responsables de este argumento, involucrados en la misma trama.
Este sentimiento de angustia nos hace sentir el peso de la soledad y la ausencia.
Vos y yo somos como flores que habremos de robar del paraíso nunca recobrado.



 Todas nuestras convicciones

Todas nuestras convicciones colapsan, dando lugar a estas mitologías.
Todo lo que me dijiste y lo que yo te dije, argumentos destemplados.
El amor es algo así como un animal absurdo, bello, salvaje, enigmático.
Y todo lo que yo tengo para ofrecerte, me lo dejé olvidado en algún lado.

Ya no te pido nada y no te exijo nada. Pero me gusta cuando pasan cosas.
Me gusta cuando el color del cielo se desarma despacio, sobre mi cabeza.
Me gusta cuando ríes y lloras, mientras yo te susurro mis poemas al oído.
Me gusta cuando hacemos juntos todas esas cosas que no podemos decir.

Me decís que el amor no tiene límites y yo te digo que eso quizás es cierto.
Me decís que, por lo tanto, cualquier amor te viene bien. Y yo consiento.
Sin embargo no es materialmente posible la coincidencia de dos lugares.
Estamos limitados y condicionados por la geografía, el tiempo y el espacio.

El amor libre me parece bien, pero no podemos tener tanto amor ahora.
Podemos tener un amor hecho de agendas y planificaciones particulares.
Un amor reglamentario, hecho de salidas específicas y cenas planificadas.
Podemos abrazar la certeza de que nuestras convicciones han colapsado.



 Nuestro mundo

Nuestro mundo es pequeño. Pero suceden muchas cosas.
Hablamos de música, de cine, de nuestros libros favoritos.
De nuestras salidas y de nuestras parejas y nuestros amigos.
No hay mucho más para declarar. Trabajo, carrera, familia.

Sin embargo, todo el universo parece comprimirse en esto.
Lo que te digo y lo que me dijiste y lo que queremos decir.
Lo que escuchamos y lo que queremos escuchar. Palabras.
Básicamente, todo el universo se estructura sobre palabras.

¿Será por eso que sentimos el impulso de escribir poemas?
¿Será por eso que sentimos esta sed por escuchar promesas?
Todo es vano al fin. Juramentos. Palabras de amor y de odio.
Todo lo sólido se desvanece en el aire, escribió Karl Marx.

Nuestro mundo es pequeño. Pero está colmado de sensaciones.
Sufrimos y gozamos y tratamos de darle un sentido a las cosas.
A veces creemos vislumbrar algo de lo que hay detrás del límite.
Pero de lo que hay detrás del límite no sabemos decir más nada.



 Supimos tener diecinueve años
  
Supimos tener diecinueve años y el corazón lleno de preguntas.
Nos quedábamos hasta la madrugada y cantábamos canciones.
No importaba que no entendiéramos nada, estábamos iluminados.
Componíamos melodías pegadizas con tres acordes en octavas.

No nos importaba arribar a ningún puerto seguro, daba lo mismo.
Sólo nos importaba beber vino tinto y sentirnos apacibles y locos.
Ninguno tenía formación académica, pero igual lo intentábamos.
Nuestras guitarras supieron guiarnos por el camino de la sabiduría.

La noche era un material precioso, que modelábamos como arcilla.
Llenábamos cuadernos y cuadernos con poesías y plegarias cyborg.
Algún día grabaríamos un disco y nos volveríamos ricos y famosos.
En realidad nos burlábamos del éxito y estábamos orgullosos de eso.

Si pudiera volver el tiempo atrás, insistiría con la materia dispersa.
Confundidos entre la gente, alcanzaría con repetir la vieja fórmula.
Bajo el cielo azul nos volveríamos profetas de un idioma increado.
Nuestro lecho de muerte sustituido por una nave sin timón ni destino.


Tomado de: Luciano Alonso. Breve historia de la guerra intergaláctica, Milena Caserola, 2017.-