A Dani Leber, con afecto.
“Y de pronto te alza, te lanza, te
quema
hace luz en tu alma, hace fuego en tus
venas
y te hace gritar al sentir que te
quemas
te disuelve, te evapora, te destruye,
te crea...”
El
amor, Massiel.
Querido Simón. Ya sé, ya sé. Me estoy adelantando a los
hechos. Y bueno, es también para que me vayas conociendo. Este aspecto es parte
fundamental de mi personalidad, que se entienda bien, fundamental. Soy
atolondrado, ansiosa... pero no una histérica cualquiera (sí, con a, después te
explico). No confundamos. Ávido de algo es una cosa; no saber de qué, es otra.
Yo sé lo que quiero, sé todo lo que puedo llegar a querer a alguien y también
lo que necesito. Soy muy ávida. En un antro al que iba cuando empecé con todo
esto que soy ahora, una amiga mía se hacía llamar María Ávida. “Ávida María,
para usté”, decía ella trágica cuando alguien le dirigía la palabra con mala
energía. Yo pensaba que ella era así todo el día y no sólo cuando se subía a la
tarima. Que iba a hacer las compras así, con vestido de noche, y cuando le
decían “Gracias, señorita” ella respondía a los gritos “Ávida María, para
usté”. Pero qué va. ¿Qué sería hoy de la vida de María? Ni idea. El sueño de
ella era ser, también, aeromoza. Me la imagino por los cielos, uniformada con
el trajecito azul de dos piezas, culona, de rodete, empujando con gracia ese carrito
compacto lleno de viandas entre los pasillos de un avión de una línea caribeña.
Porque para eso sí que tenía el physique
du rôle ella—se escribe así, dice Google. Una diva, la veo. ¿Ves como soy? El
delirio éste que tengo no tiene comienzo ni va a tener final, porque también,
sabelo, deliro un poco. Y por eso, antes que avancemos, necesitás saber todo lo
que tengo que advertirte. No te asustes, no va a ser larga la cosa. A veces
pienso qué hubiese sido de nosotros si me conocías en esa época de antes,
cuando hacía otro tipo de espectáculos, con más tacón, corsé y peluca. A vos te
imagino de figurante, de bailarín de show, haciendo los números que hacés en la
calle pero con María Ávida, La Rimel o Gran Gút, hoy todas en el más allá. Y pienso
que nos cruzábamos en los pasillos yendo al camarín. Bueno, camarín lo que se
dice camarín, no, porque esos lugares no tienen, pero en el baño, ponele, que
se transforma, como todo lo de ahí, en algo que no es, pero con onda y fantasía.
No sé si me hubieras avanzado como lo hiciste hace un rato en la calle, la
verdad. Porque ahí una estrella como vos y otra como yo no se atraen en lo más
mínimo, al revés, sacan chispa, viste. Así que mejor no pensar por ese lado.
Pero te figuro de bailarín, algo así. ¿Puede ser? Seguro que bailás bárbaro.
Vos pensarás que no te
conozco. Es verdad, pero en parte, nomás. Te veo y al toque te saco la ficha. Tengo
una práctica que podría dar cátedra. Es verdad que me equivoqué fiero algunas
veces. Y es cierto que esas veces que me equivoqué fueron muy importantes,
porque pensé que esa gente era para toda la vida, pero después, para todo lo
demás, nunca fallé. Pero ahora, con distancia, entiendo que era una negada: que
no quería ver los indicios de lo efímero que podían resultar esas personas, que
claro, prometieron amor para toda la vida y, se sabe, cuanto más prometen,
menos cumplen. No me prometas nada vos, eh. Nada de futuro en tus labios,
Simón. Si habré llorado, mirá. Lo que habré gastado en colirio, nene. Seca
estoy. Me pasó con el hijo de una amiga de mi mamá a los 12, con un compañero
del secundario a los 16, con el que hacía la colimba, ¿cómo se llamaba? Bueno,
con el colimba ese. También con el sonidista del Pozo Voluptuoso, y con el hijo
de la boletera de Pecado’s. Ah, me faltaba con el chico del 8º, cuando vivía en
Caballito. Me dijo que era soltero y nada que ver. Cuatro críos tenía ya el
desgraciado. Igualitos al padre, por suerte. La que me señalaba como su hermana
terminó siendo la mujer. Un monstruo ella. Bueno, él también, pero qué fuerte
que estaba. Yo notaba algo raro en ese vínculo. Con razón. El asunto es que con
todos esos me enganché súper mal, pero en fin, si supieras la actitud que
tuvieron al principio. Reyes. Cualquiera se engancha así. Regalos, agasajos,
pizza en Banchero y bingo. Y eso que, por ejemplo, el soldadito no me gustaba casi
nada al principio, eh. No fue amor a primera vista. Ni ahí. La remó y mucho la trabajó
para que terminara enganchándome. Pero al final... flor de atorrantes todos. Vos
no vayas por ese lado, eh. Que enseguida me gustaste. Me encantó esa forma en
que me encaraste, tan directo y sincero que casi no reacciono. Un shock. Menos
mal que la neurona se activó y me hizo sonreír ante tu piropo, que estuvo muy
bien por cierto. ¿De dónde lo sacaste? En general son guarangadas los piropos.
El tuyo no. Un poema resultó. Fue lo primero que me dijiste. ¿Te acordás? ¡Qué
te vas acordar! Desmemoriado. Ves: ahí tenés una. Yo voy a vivir, entendelo
bien, voy a vivir de esos gestos tuyos. Y voy a construir castillos con
eso que me digas o me des a entender. Así que ojo con el pico de acá para
adelante, nene, porque me podés hacer re-mal si no te medís conmigo. Controlate,
eh. Podés dar rienda suelta a la imaginación, sí. Pero mirá que soy muy
sensible. Y más con la edad.
Ya con los malabares que te
vi hacer ahí en la senda peatonal, querido, te ganaste el billete. Muy bueno,
en serio. Un Cirque du Soleil. Mirá
que yo conozco algo al respecto. Qué agilidad en la perfomance. Ah, pero lo que vino después, cuando te viniste a la
ventanilla. “Con vos estoy muy enojado” me dijiste. Yo debo haber puesto una
cara. Nene, qué manera de empezar. “Sí, con vos”, seguiste apuntándome con el
dedo. “Anoche, en la caja de bombones que tengo en mi mesita de luz, en vez de
una docena, sólo encontré 11”. Pensé que me ibas a acusar de haberme afanado un
bombón. Un loco. Pero no. El remate fue otro: “¿Quién te dio permiso para
salir?” Y ahí reaccioné, por suerte. Te confieso que casi no lo entiendo y me
lo pierdo, porque soy un despiste, pero como te decía, reaccioné con esa
sonrisa que heredé de mi mamá que sé que es pura gracia y mueve montañas. Y
entonces, de la nada, sacaste la flor. Atrevido. Qué caballero. “Hágase cargo
de lo que dice, saltimbanqui” dije agarrándome la flor con un entusiasmo de
colegial. Vos seguías sonriendo. ¿Te la esperabas? Eso lo aprendí en teatro de
improvisación, que hice mucho cuando era más joven. Hay que ser rápido, viste;
ingenioso, ocurrente, enseguida ponerle chispa. Yo tengo eso. No sé si te lo
imaginabas. No creo. Frunciste la boca, como que me ibas a decir algo y te
quedaste mudo. Pichón. Por suerte te ayudé a salir del apuro preguntando “¿Te
puedo tutear?” Y antes de que el semáforo se ponga verde, me dijiste que sí y
que te llamabas Simón.
Ay, te hubiese dado la
billetera entera si era por mí. Pero los documentos, el carné, la tarjeta del
súper... Ya perdí mil veces todas esas cosas y tengo que prestar más atención
con las pertenencias, porque después vivo haciendo duplicados. “Pará que me
acerco a la vereda y busco algo.” La verdad, te lo habías ganado. Te di plata,
la estampita de la Guadalupe y hasta la granadina que me había comprado para
mí. Todo es poco. Te hice reír, ¿no? Es que soy así: pura bondad cuando me
tratan con afecto. Una lassie.
Las cosas buenas son como
las malas: vienen así, de golpe. Por eso hay que estar espabilado y no perderse
la oportunidad de que un día cualquiera sea el
día. Y vos apareciste de repente en ese semáforo que ya es para mí más
importante que el obelisco.
Te aclaro ya mismo que el
auto no es mío, eh. En el momento tuve que mentirte, diculpame. Es que ante tu
pregunta, bueno, salió lo que salió. “El coche, la ruta y el destino me
pertenecen, niño”. Es una mentira chiquita, piadosa. Vos me entendés. A la
gente le encanta que uno tenga auto. La verdad es que no tengo ni pienso tener.
Bastante me costó sacar el registro. El auto es de mi hermano. ¿Tenés familia? Tengo
un hermano más grande que se llama Alberto. Ojo. En realidad me parece que es
medio hermano. Digo yo, bah. Nada que ver conmigo. Cero arte él. Pero es bueno tanto
como puede. Debe ser la culpa. De chico era malo, malísimo. Esta marca que
tengo acá en el brazo me la hizo él cuando éramos pibes. Estábamos jugando. Me dijo
que iba hacerme un tatuaje con una birome. Un Bart Simpson me iba a dibujar. Yo
estaba feliz con la idea. Y de pronto sentí un dolor agudo y entré a los gritos
pelados. Cuando miro me había clavado la bic. Dios mío, qué bestia salvaje mi
hermano. Casi me desangra. Imaginate la locura que tenía. Los celos, pobre, lo
hicieron así. Después se calmó. ¿Sos celoso vos? Ojalá que no, porque los celos
carcomen el alma y se sufre muchísimo. Mirá mi hermano. Vos sos chico todavía...
bueno, no tanto. Ya tenés pelo en todos lados, ¿no? Apenas menos que yo debés
tener. Igual no importa. A lo que voy es que los chicos de ahora no son
celosos. Por suerte son más evolucionados en todo. Están re-avivados. No tienen
prejuicio. Yo soy algo chapado a la antigua. Me gusta que me celen un poco. Un
poco, insisto. Ser celoso es como querer poseer todo. Alberto era así. Ahora
no. Cambió. La mujer y las nenas lo cambiaron. Tengo dos sobrinas que son dos
soles, te juro. Es lo mejor que hizo Alberto en toda su vida. Mi mamá estaría
orgullosa de él. A veces, cuando tengo que llevar las cosas para un número, me
presta esa nave que tiene en la que me viste. Pongo los bártulos en el baúl y
listo. Voy de acá para allá y de allá para acá. Estoy armando un número en El
Averno, ¿conocés? Bernardo de Irigoyen y Brasil, antes de pasar la autopista.
Bernardo, ojo, no Hipólito; no te vayas a equivocar. Bernardo, como el de Bernardo y Bianca o Bernardo el del
Zorro. Fijalo. Yo hago así. Fijo relacionando cosas que nada que ver pero que
se tocan en un punto. Ponele: para acordarme de comprar yogur pienso por
separado: yo - gur. Gurú, pienso. Entonces, en el súper, como gurú es una
palabra especial, rara de olvidar, la digo, y al toque me viene el Yo y armo yo-gur.
Ahora si es de vainilla, bebible o de otra índole es más complicado. Es
cuestión de práctica. Funciona. Cuando me pases tus datos, te hago entrar
gratis al Averno. Seguro que te va a encantar. Es algo nuevo lo que estoy
preparando. Ah, sorpresa. Pero avisame cuando vengas, así le pongo una
sobredosis de fantasía al show y te mando algo para tomar a la mesa y te miro
un poco. A lo mejor hasta te dedico un tema. Podríamos armar algo juntos, ¿no?
Vos con tus piruetas y malabares, yo con mis payasadas. ¿Sos de ensayar? Yo soy
muy constante, te aviso. Y enérgico. A la mañana, apenas me levanto, entro a
los gritos “¡Al ensayo, vamos todos al ensayo!” Me lo digo a mí mismo, pero es
para tomar coraje y arrancar el día de buen humor y con actividades. Si no, me
agarra una fiaca brutal y me quedo entre las sábanas hasta las tres de la
tarde. Pero si empiezo así, nada. Energía pura soy. ¿Te imaginás despertándonos
juntos vos y yo? ¿Y preparando un número? Te confieso que ese es mi sueño.
Tener un novio que sea mi novio para todo. Ya sé que es un imposible, pero
bueno ché, no puedo dejar de soñarlo. Además, quién sabe, ¿no? A lo mejor es un
sueño tuyo también. Ahora que lo sabés, te animás y agarrás viaje. ¿Vos sabés
manejar?
Ya te habrás dado cuenta
que soy artista. Actor de varieté, para ser exactos. Desde los diecinueve. A lo
mejor oíste hablar de mí o me viste alguna vez. En una época me hacía llamar
Maxi Max. Pero el dueño de un kiosco me dijo que no podía usar ese nombre
artístico porque él ya lo tenía en su local desde hacía varios años. Y que lo
perjudicaba, que a lo mejor le decían que lo habían visto a la noche, actuando
por ahí. La gente es tremenda. Hago playback,
stand-up, mímica... Hasta salí en la
tele. Estuve en el Videomatch con
Tinelli y después con la Roccasalvo. Es verdad que no gané nada, pero vieras
todo el trabajo que tuve después de eso. Cena-show, cumpleaños de quince y
despedidas de soltero. Vos sabés de qué va el asunto, porque lo tuyo es del
ramo también. ¿Sos clown? ¿Hacés telas? Acrobacia con telas, digo, ¿sabés? Yo
hice un año entero cuando tenía 22, pero no era lo mío. No puedo mantener el
eje. Me salgo. Para la muestra de telas tuve que hacer el tirabuzón y no sé por
qué se aceleró la cosa, no pude regular y chau, me mareé y lancé todo. Un asco.
No sabés cómo quedó la tela. Igual que no me digan nada porque eso suele pasar.
Nunca lo dicen. Pero soy el único que confiesa siempre. Seguí haciendo unos
meses más, pero sólo me dejaban correr haciendo ochos, sosteniendo la tela bien
arriba a modo de cinta larguísima que no tenía que tocar el piso. Igual lo hice
para explorar. Siempre hago una capacitación. Estudio mucho yo. Ahora estoy en
un taller de poesía. Me tengo que expresar constantemente, ¿entendés? ¿Te gusta
leer? Te digo la verdad, no leo mucho. Pero leo cosas importantes que cultivan
la mente. Antes era Dolina. Ahora me encanta Rolón y retomé a Luisa Delfino,
que era la favorita de mi vieja. De ahí saco personajes para mis números. Algunos
son mujeres y me maquillo. Vieras con qué arte. Por eso se me pegó una manera
de hablar y ya ves, no distingo género. Como que me da lo mismo. Además,
aprendí que hay algunas palabras que suenan mejor en femenino y otras con o de
varón. A ver, te tiro ejemplos... Rubia va con a, siempre. A mí sale: “El
chabón de ahí es rubia” o “ese policía
es rubia”. En cambio, guacho va
siempre así en masculino. La mujer de la panadería, que siempre se queda con el
cambio, “es guacho”. Oscuro también,
va siempre con o final, más allá de lo que aluda. Y al referirme a mí mismo
hago igual. Soy histérica (con a) y un loco (con o) al mismo tiempo. Después me
van a salir más casos. Te juro que enseguida te acostumbrás.
Podía hacer un número
pensando en vos, a lo mejor, Simón. Podría imitarte. Hago buenas imitaciones,
guarda. En una época y en ciertos ámbitos era lo que más me pedían que haga.
Pero en general eran personajes con energía negrísima los que más pedían, por
eso, de a poco, dejé de hacerlos. Ahora busco más en las publicidades de la
tele o en los diarios, o en las revistas que traigo de la peluquería. Por
ejemplo, ahí recorté una nota que dice que en Miami está de moda hacerse un corte
de pelo con la forma de la cara de tu personaje favorito. Y hay una foto de uno
que se hizo, en la nuca, la cara de Michael Jackson. Entonces es como que va
por ahí con dos caras: la suya adelante y la de su ídolo en la nuca. A mí me
asombran esas cosas. Yo no sé cuál me haría. Marilyn, puede ser. O Laura
Ingalls. ¿Vos?
Igual hay que buscar mucho.
Y leer cosas serias, también. Porque a lo mejor un día te surge un número de
algo trágico, como una vez que leí Azabache.
¿Lo leíste? Es larguísimo. Pero bueno, de todo puede salir algo, ¿no?
A vos te leería lo que
quieras. Tengo excelente declamación. Eso lo digo con orgullo. Te recito cualquier
cosa. De chiquito leía muy bien. Bueno, en realidad ese es mi fuerte. La
memoria y la declamación. Los números los armo a base de esas dos cosas. Busco
letras de canciones y las leo en voz alta sin la melodía y entonces les encuentro
otro sentido. Todo es según la entonación que le dé. Yo empecé con la doble
cassetera armándome pistas para actuarlas encima. Ahora lo hago con la
computadora. Ésta que tengo ahora la compré en Garbarino hace unos años, con lo
saqué de una publicidad que hice para Argencard —ya te voy a contar esa
aventura. Te la presto cuando quieras. Tengo Netflix en la compu. Podemos ver
una película nueva ahí. Venite un día a mi casa y vemos qué hay. Prendo la
sanguchera que me regalaron para mi cumple y hacemos unos tostados de queso y
vemos Netflix. ¿Cómo te manejás con la tecnología? Vos tenés un flor de celular,
turro. Te lo ví. Alto celu te conseguiste, eh. ¿Es de la NASA? Tiene de todo ese
modelito. Cuidalo. Que no te lo rompan las clavas. El mío es de 1810. Ni
whatsapp tiene. No importa, mi sobrina me dijo que se le puede instalar el
Candycrush, al que soy adicta y experta. Si jugamos, te gano. ¿Qué apostás?
¿En serio va eso que te
gustaría conocerme? Bueno, más te vale. No lo puedo creer pero sé que es verdad.
Empezaste vos, eh. Remember. Además,
ya es tarde. Yo estoy volando por las nubes de Beirut. En una tarjeta aparte te
anoté todos mis datos, con letra bien chiquita pero clarísima. Urgente vas y te
lo plastificás, nene, así no los perdés. Ponela con la SUBE. Viste la fecha de
nacimiento, ¿no? Soy de escorpio. Obvio. Me parece que vos también. Me juego la
cabeza a que sos escorpiano, Simón. Simón-Simón, el escorpión. Te va. Ay, ya me
duele la mano de tanto que va escrito. Se me tuerce la letra y vas a pensar que
tengo un problema de dislexia. Un horror.
Ah, antes de devolverle el
auto a mi hermano me voy a sacar los lentes de contacto. Así me ves de mi color
verdadero. Esa es la prueba de fuego. Los verdes me quedan mortal, ya sé. Los
uso siempre, hasta para dormir. Pero mi abuela, que Dios la tenga en la gloria,
me dijo que mis ojos son más hermosos que cualquier par de zafiros, que son
dulces e intensos como los caramelos media hora, que no los reniegue y que con
ellos, si quiero, el mundo es mío. Dios lo quiera. Ya es hora.
Y listo. Ahora que ya está
todo dicho, pongo esto en un sobre con tu nombre y me mando de vuelta a esa
esquina donde nos conocimos, rogando que todavía estés ahí, radiante como te vi
hace un rato, para dártelo y que sepas, de puño y letra mía, como soy y todo lo
que podríamos llegar a ser si salís conmigo.
Buenos Aires, abril
2017