(Sobre La
pasión del Varela, de Manuel Alemian; La Carretilla
Roja 2017)
1/
Embridado entre signos Manuel Alemian come puré ante la
Esfinge.
Al costado de su mano, -el primate monista del ojo/
bamboleado en un domo prismático- flota en el temblor de un halo marronáceo un
nuevo libro: La pasión del Varela.
Viñetas, grafismos situacionales de humor autista, líneas
in-tensivas sobre un grumo liso de gelatina.
Uno en particular, me llama a la tensión:
precisamente, la secuencia “casi” (que sucede en el libro a un dibujo titulado:
“Stress”). Son 5 movimientos.
1: Se balancea
2: Cuelga de los pies
3: Se sienta en la barra
4: Se hamaca cual acróbata
5: pero cae.
El acróbata es un punto casi, sobre la barra fabrica el mal
a bar, con una gracia en la tensión que recuerda los poemas tipográficos
animados de Ana María Uribe, o la fábula tecleante del acróbata y la pulga.
1: Se balancea
2: Cuelga de los pies
3: Se sienta en la barra
4: pide un café
5: Pero cae.
2 /
Es un ácaro casi transparente, microscópico, va cruzando la
página en bisectriz. Deja un murmurio en el polvo, huellas de simulácaro crecen
a su paso.
“La duración -la más simple- es el paso de un corte a otro.
El paso de un estado a otro no es un estado. La duración es el paso vivído de
un estado a otro, irreductible”. Lo que pasa entre dos cortes, envuelve la
afección. El afecto de paso. Ni ahí, ni acá, en el vaho de lo que se
hace pasar. Así, transvasado de eco va afectado nuestro ácaro.
Va tarareando:
“Cómo estraga el amor los cuerpos, amiguito! Qué de dibujos
traza la huella mientras se aleja, en el humo de lo audible su canción que
canto, el manto sacro de un ácaro mecánico:
… Dame guerra, Señor. Prepárame.
Soy el soldado nadie, fijo en su móvil
perdido en la espesura
y perdiendo el espesor …