20.3.17

La locura de existir, por Mirta Nicolás


Sobre Un erudito en problemas, de Ruy Krygier (Mansalva, 2016)


En una entrevista reciente, César Aira dijo: “Para el gran público, la novela comercial sigue siendo la vieja novela decimonónica. Luego hay esa pequeña minoría de los que queremos innovar, y una pequeñísima minoría de lectores a los que les puede atraer eso.” En este sentido, Un erudito en problemas, de Ruy Kryger (Mansalva, 2016) propone algo nuevo. Como otrora Faulkner en el distrito de Yoknapatawpha, Krygier despliega en Wepeyenso City un imaginario excéntrico y cosmopolita. Escrita en el lenguaje distanciado de las traducciones, una ciudad o la alegoría de una ciudad que nos recuerda que vivimos en una sociedad postcapitalista, apocalíptica y pornográfica. Los desadvertidos que busquen alguna forma del realismo convencional en su novela van a encontrar, no obstante, retazos de storybord, policial negro, novela de aventuras, folletín, bricollage, cine trash y la velocidad en ascenso de una historieta a la que no le falta la fuerza erótica de Milo Manara. Barroca, hilvanada a través de relatos sueltos que arman una trama donde conviven el exotismo, la extrañificación, el delirio futurista y extranjerizante, la exageración, las muertes, las drogas, el imaginario del desastre, el rarismo y el humor negro. Su trama hiperbólica, escurridiza y cambiante da cuenta de una época actual, aunque no haya fechas que precisen un calendario. ¿Cuáles son los problemas en los que el protagonista, Arturo Crush, es experto o se especializa? ¿Las drogas, el dinero, los contactos, el know how de un ambiente? Hay mucha burla al mundo del arte: “Me deprime la gente sin talento. (…) ¡Los artistas! No me gustan cómo hablan, cómo son, los mataría si no fuese porque vivo de ellos.” A la vez, el libro de Krygier enarbola una reflexión sobre la experiencia de las drogas, que para algunos puede resultar inenarrable: “Necesitaba rayar una piedra como si fuera su cerebro hasta el amanecer junto a un vaso de whisky del tamaño de un balde.” Hay en este libro una hilaridad premeditada en el montaje de las escenas y en los diálogos, así como una mirada irónica para mostrar el mundo de los emporios económicos, con la intensidad de una caricatura: “Dinero, dinero, siempre fue lo único que te interesó. Sos como un yonky de la guita”, le dice Arturo Crush a Erica. El dinero como símbolo de libertad o como su contracara nefasta sobrevuela el libro como el fantasma del comunismo en el manifiesto de Marx y Engels. Pero lo raro y lo excéntrico no son lo central del estilo de Krygier sino la manera impredecible en la que se hilvana la trama, sus largos títulos. Sinuosos, raros, sus personajes parecen salidos de un cómic. “Droga. Escalofríos. Chuchos. Nervios. Fajos. Cheques. Transas. (…) Diseño. Arquitectura. Vómitos. Autos. Caviar.” La enumeración refleja, en parte, el tono del libro. La novela de Ruy Kryger está mal escrita, en el sentido en que Roberto Arlt, en el prólogo de Los lanzallamas, concibe su propia “mala” escritura: “se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia.” Un erudito en problemas confirma la intuición que propone que para escribir algo novedoso no se necesita reproducir o imitar modelos previos, es uno de los casos en los que la originalidad es un mérito que sale de lo raro y lo poco predecible.