Sobre Un erudito en problemas, de Ruy Krygier (Mansalva, 2016)
En una entrevista reciente,
César Aira dijo: “Para el gran público, la novela comercial sigue siendo la
vieja novela decimonónica. Luego hay esa pequeña minoría de los que queremos
innovar, y una pequeñísima minoría de lectores a los que les puede atraer eso.”
En este sentido, Un erudito en problemas,
de Ruy Kryger (Mansalva, 2016) propone algo nuevo. Como otrora Faulkner en el
distrito de Yoknapatawpha, Krygier despliega en Wepeyenso City un imaginario excéntrico
y cosmopolita. Escrita en el lenguaje distanciado de las traducciones, una
ciudad o la alegoría de una ciudad que nos recuerda que vivimos en una sociedad
postcapitalista, apocalíptica y pornográfica. Los desadvertidos que busquen alguna
forma del realismo convencional en su novela van a encontrar, no obstante, retazos
de storybord, policial negro, novela de aventuras, folletín, bricollage, cine
trash y la velocidad en ascenso de una historieta a la que no le falta la
fuerza erótica de Milo Manara. Barroca, hilvanada a través de relatos sueltos que
arman una trama donde conviven el exotismo, la extrañificación, el delirio
futurista y extranjerizante, la exageración, las muertes, las drogas, el
imaginario del desastre, el rarismo y el humor negro. Su trama hiperbólica,
escurridiza y cambiante da cuenta de una época actual, aunque no haya fechas
que precisen un calendario. ¿Cuáles son los problemas en los que el
protagonista, Arturo Crush, es experto o se especializa? ¿Las drogas, el
dinero, los contactos, el know how de
un ambiente? Hay mucha burla al mundo del arte: “Me deprime la gente sin
talento. (…) ¡Los artistas! No me gustan cómo hablan, cómo son, los mataría si
no fuese porque vivo de ellos.” A la vez, el libro de Krygier enarbola una
reflexión sobre la experiencia de las drogas, que para algunos puede resultar
inenarrable: “Necesitaba rayar una piedra como si fuera su cerebro hasta el
amanecer junto a un vaso de whisky del tamaño de un balde.” Hay en este libro
una hilaridad premeditada en el montaje de las escenas y en los diálogos, así
como una mirada irónica para mostrar el mundo de los emporios económicos, con la
intensidad de una caricatura: “Dinero, dinero, siempre fue lo único que te
interesó. Sos como un yonky de la guita”, le dice Arturo Crush a Erica. El
dinero como símbolo de libertad o como su contracara nefasta sobrevuela el
libro como el fantasma del comunismo en el manifiesto de Marx y Engels. Pero lo
raro y lo excéntrico no son lo central del estilo de Krygier sino la manera
impredecible en la que se hilvana la trama, sus largos títulos. Sinuosos,
raros, sus personajes parecen salidos de un cómic. “Droga. Escalofríos.
Chuchos. Nervios. Fajos. Cheques. Transas. (…) Diseño. Arquitectura. Vómitos.
Autos. Caviar.” La enumeración refleja, en parte, el tono del libro. La novela
de Ruy Kryger está mal escrita, en el sentido en que Roberto Arlt, en el
prólogo de Los lanzallamas, concibe
su propia “mala” escritura: “se dice de mí que escribo mal. Es posible. De
cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe
bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia.” Un erudito en problemas confirma la intuición
que propone que para escribir algo novedoso no se necesita reproducir o imitar
modelos previos, es uno de los casos en los que la originalidad es un mérito que
sale de lo raro y lo poco predecible.