Envejece un hombre –entre vista y elocuencia,
entre pepinos y hojas de té–
como humo que sube, como el descenso del agua. Se acerca la
oscuridad.
Dentro de ella hay cabello que encanece, la pérdida de los dientes.
Como una anécdota de los viejos tiempos
y como un extra en una obra de teatro. Envejece un hombre.
¡¿La cortina del otoño cae con un ruido sordo?!
El rocío está fresco. Sin embargo, perdura la música.
Él ve un ganso que se quedó atrás, un fuego extinguido,
un talento ordinario, una máquina inmóvil, un retrato incompleto,
cuando los amantes jóvenes salen a caminar, un hombre envejece
y las aves cambian de mirada.
Ha tenido suficientes experiencias como para juzgar lo bueno y lo malo,
pero disminuyen las oportunidades, como arena
que se escapa por entre los dedos, mientras se cierra una puerta.
Un hombre joven vive dentro de él;
su habla es el alma en el cuerpo,
y el viajero que él arrebata es un espantapájaros.
Algunos construyen casas, otros bordan y otros más apuestan.
El spiritus mundi sopla en el viento de la vida,
y sólo un anciano puede ver la destrucción que siembra.
Más voces se apiñan en sus oídos
igual que su cuerpo se ha de apiñar en un cajón de madera;
es el final de una secuencia de juegos:
esconde los éxitos y esconde los fracasos.
En los travesaños, en el hueco de un árbol, ha ido escondiendo
tiras de papel, cubiertas de frases sobre el amor y el dolor.
Para él, ya no es posible cosechar.
Para él, ser libre ya no es posible.
Envejece un hombre, y vuelve al instante de su juventud
antes de morir como un animal. Sus huesos
están lo suficientemente duros como para soportar la historia
y ser tallados con las irrelevantes amonestaciones de generaciones
venideras.
entre pepinos y hojas de té–
como humo que sube, como el descenso del agua. Se acerca la
oscuridad.
Dentro de ella hay cabello que encanece, la pérdida de los dientes.
Como una anécdota de los viejos tiempos
y como un extra en una obra de teatro. Envejece un hombre.
¡¿La cortina del otoño cae con un ruido sordo?!
El rocío está fresco. Sin embargo, perdura la música.
Él ve un ganso que se quedó atrás, un fuego extinguido,
un talento ordinario, una máquina inmóvil, un retrato incompleto,
cuando los amantes jóvenes salen a caminar, un hombre envejece
y las aves cambian de mirada.
Ha tenido suficientes experiencias como para juzgar lo bueno y lo malo,
pero disminuyen las oportunidades, como arena
que se escapa por entre los dedos, mientras se cierra una puerta.
Un hombre joven vive dentro de él;
su habla es el alma en el cuerpo,
y el viajero que él arrebata es un espantapájaros.
Algunos construyen casas, otros bordan y otros más apuestan.
El spiritus mundi sopla en el viento de la vida,
y sólo un anciano puede ver la destrucción que siembra.
Más voces se apiñan en sus oídos
igual que su cuerpo se ha de apiñar en un cajón de madera;
es el final de una secuencia de juegos:
esconde los éxitos y esconde los fracasos.
En los travesaños, en el hueco de un árbol, ha ido escondiendo
tiras de papel, cubiertas de frases sobre el amor y el dolor.
Para él, ya no es posible cosechar.
Para él, ser libre ya no es posible.
Envejece un hombre, y vuelve al instante de su juventud
antes de morir como un animal. Sus huesos
están lo suficientemente duros como para soportar la historia
y ser tallados con las irrelevantes amonestaciones de generaciones
venideras.
Traducción: Françoise Roy
Tomado de: Poesía china contemporánea. Abriendo alas hasta el infinito. Antología bilingüe, Leviatán, Buenos Aires, 2016.