Sobre General Pico, de Sebastián Lingiardi
Lo que fue Maracó, en la
ancestral designación mapuche, y hoy llaman General Pico, aparece retratado por
la lente de Sebastián Lingiardi con una mirada que vuelve al mito de una
comunidad. Los hábitos de una pueblo, su destino de motos, autos y bicicletas
son la medida del tiempo. Pero sobre todo este retrato fílmico parece estar
medido por la sensibilidad de los animales y su encanto. Los perros de la calle
de General Pico sugieren una percepción enrarecida del ambiente y su lenguaje
misterioso atraviesa la película como una antena de emociones por fuera de las
palabras. Los perros, protagonistas oblicuos de esta película, se quedan dormidos
al sol mientras escuchamos de fondo la exégesis de una señora sobre las
películas del Festival de cine de General Pico. El gesto supone un
distanciamiento con el discurso racional. Estos perros vagabundos ignoran la
señalética del pueblo, donde todo abusa del campo semántico “Pico”, y están más
vivos, o parecen estar más vivos, que sus habitantes. Porque los animales son la
medida de este pueblo entre ganadero e industrial y Lingardi no busca enarbolar
una santidad lumpen de los perros, o quizás sí, pero lo que me parece significativo
es que su perspectiva devuelve los rigores de un sentido por fuera de todo
discurso verbal. Como si ese refrán gastado que dice que una imagen vale más
que mil palabras no estuviera agotado y pudiera mostrar algo que ningún registro
de lenguaje puede alcanzar.
Lingiardi capta una sensibilidad evanescente y saca la radiografía de un pueblo con su pasividad y sus vaivenes. El movimiento de un día cualquiera, la intensidad de una jornada cívica, las hojas que vuelan para perderse por las calles. Y un delicado tratamiento del sonido acompaña las imágenes. La película de Lingiardi tiene más que ver con Dziga Vertov que con un neorrealismo. Habría en su película una forma de expresionismo donde lo que importa no es tanto la representación de lo real como la expresión de sus manifestaciones en la mirada de su autor. Los planos, escenas y secuencias de esta película por momentos parecen tener una parte de azar objetivo. No se puede guionar el bostezo de un perro o la corrida de un gato por una medianera. Algo del orden de la epifanía sobrevuela esta película que persigue la belleza fugaz del instante. Incluso es posible pensar, al ver General Pico, en la distancia que hay entre el arte y la industria cinematográfica. Si la industria está encorsetada por esquemas de producción que responden a las aceptaciones y servilismos del mercado, esta película legitima una expresión propia.
Por otra parte, la película de Lingiardi revive, desde una perspectiva novedosa, el debate filosófico entre el realismo y el nominalismo, esto es, el dilema de cómo percibimos la realidad. Carlos Mastronardi (Cuadernos de vivir y pensar) observa: “A pesar de Platón y de Mallarmé, ningún vocablo corresponde a la realidad que designa. La palabra separa. Establece deslindes, nada más.” Mark Twain, en su Diario de Adán y Eva, le hace decir a Adán, en relación a la pulsión de nominar que descubre en Eva: “sigue fijándole nombres a las cosas que no lo necesitan, y que no acuden cuando se las llama por ellos”. La cita de Twain resuena en una línea de Godard que, a su vez, reaparece en General Pico. Shakespeare (“La tragedia de Romeo y Julieta”, acto segundo, escena segunda) hace notar que lo que llamamos rosa exhalaría el mismo perfume con cualquier otro nombre. General Pico, de Sebastián Lingiardi, confirma esta sospecha.
Lingiardi capta una sensibilidad evanescente y saca la radiografía de un pueblo con su pasividad y sus vaivenes. El movimiento de un día cualquiera, la intensidad de una jornada cívica, las hojas que vuelan para perderse por las calles. Y un delicado tratamiento del sonido acompaña las imágenes. La película de Lingiardi tiene más que ver con Dziga Vertov que con un neorrealismo. Habría en su película una forma de expresionismo donde lo que importa no es tanto la representación de lo real como la expresión de sus manifestaciones en la mirada de su autor. Los planos, escenas y secuencias de esta película por momentos parecen tener una parte de azar objetivo. No se puede guionar el bostezo de un perro o la corrida de un gato por una medianera. Algo del orden de la epifanía sobrevuela esta película que persigue la belleza fugaz del instante. Incluso es posible pensar, al ver General Pico, en la distancia que hay entre el arte y la industria cinematográfica. Si la industria está encorsetada por esquemas de producción que responden a las aceptaciones y servilismos del mercado, esta película legitima una expresión propia.
Por otra parte, la película de Lingiardi revive, desde una perspectiva novedosa, el debate filosófico entre el realismo y el nominalismo, esto es, el dilema de cómo percibimos la realidad. Carlos Mastronardi (Cuadernos de vivir y pensar) observa: “A pesar de Platón y de Mallarmé, ningún vocablo corresponde a la realidad que designa. La palabra separa. Establece deslindes, nada más.” Mark Twain, en su Diario de Adán y Eva, le hace decir a Adán, en relación a la pulsión de nominar que descubre en Eva: “sigue fijándole nombres a las cosas que no lo necesitan, y que no acuden cuando se las llama por ellos”. La cita de Twain resuena en una línea de Godard que, a su vez, reaparece en General Pico. Shakespeare (“La tragedia de Romeo y Julieta”, acto segundo, escena segunda) hace notar que lo que llamamos rosa exhalaría el mismo perfume con cualquier otro nombre. General Pico, de Sebastián Lingiardi, confirma esta sospecha.
Para ver General Pico, de Sebastián Lingiardi: http://www.cinemargentino.com/ films/914988763-general-pico