En algún lugar estoy sola; como
siempre, como nunca; desde los veinte, en el mismo punto de la soledad que
trilla por buscarse un lugar personal; sola, caminando, coreografiando las
calles planas de la cuadrícula de las ciudades en las que vivo y viví.
Se agotan, las calles sí que se agotan y por alguna extraña razón siempre se llega a alguna parte.
La pampa abre y cierra su costura sólida, recta, de cabo a rabo. Y yo me crié ahí y así. Y las sierras eran asunto de dinosaurios durmientes, dinosaurios que nunca se incorporaban, dormían la eternidad y yo me crié con esa convicción ahí y así, surcando los fines de semana la línea recta de la entrada al pueblo de familiares serranos. Había solamente una curva.
Años más tarde, un paso y otro por la avenida ensayando en la cabeza y la ciudad la inminente coreografía y un sátiro que un mediodía de poca gente prueba mostrarme su masculinidad desde un auto hasta el punto de una inflexión erecta que le aborté. Corrí como loca y desahucié sus intentos. Pobre sátiro; suerte rápida y lúcida la mía. Ahí y así.
Años antes, un paso y otro y otro por las calles desérticas a las horas habitadas del pueblo. Clases de inglés y estudio de danza en otoño, invierno y primavera en la otra punta, sola, a conciencia de los peligros del pueblo en el eco de la voz de mamá; todo, todo el trayecto de la cuadrícula. Las curvas eran asunto de domingo, alrededor de la plaza y una camioneta que la miraba a ella, madre joven y hermosa, de rabillo, un conductor que no era papá.
The Pretenders lo muestra en el videoclip: gente caminando sola por la ciudad y, ella, de flequillo largo, guantes negros y campera de jean, portadora de una voz inconfundible que previene sobre los peligros de la falta o escasez de arte de cualquier índole.
Pina Bausch era muy rigurosa con la cuadrícula. Lo aprendí y lo leímos en inglés con mi alumna y amiga bailarina. Caminan, sus bailarines caminan, se descuartizan en movimientos, vuelan, reculan, se empapan bailando, desarticulan las caras y los cuerpos, pero nunca, nunca pierden la noción de la cuadrícula.
Ahora, acá y así, todavía la cuadrícula. Y las líneas verticales y horizontales en mi patio de ciudad, de un Mondrian que las pintaba masculinas y femeninas, en la fusión entre lo estático y seguro y lo dinámico e impredecible.
Se agotan, las calles sí que se agotan y por alguna extraña razón siempre se llega a alguna parte.
La pampa abre y cierra su costura sólida, recta, de cabo a rabo. Y yo me crié ahí y así. Y las sierras eran asunto de dinosaurios durmientes, dinosaurios que nunca se incorporaban, dormían la eternidad y yo me crié con esa convicción ahí y así, surcando los fines de semana la línea recta de la entrada al pueblo de familiares serranos. Había solamente una curva.
Años más tarde, un paso y otro por la avenida ensayando en la cabeza y la ciudad la inminente coreografía y un sátiro que un mediodía de poca gente prueba mostrarme su masculinidad desde un auto hasta el punto de una inflexión erecta que le aborté. Corrí como loca y desahucié sus intentos. Pobre sátiro; suerte rápida y lúcida la mía. Ahí y así.
Años antes, un paso y otro y otro por las calles desérticas a las horas habitadas del pueblo. Clases de inglés y estudio de danza en otoño, invierno y primavera en la otra punta, sola, a conciencia de los peligros del pueblo en el eco de la voz de mamá; todo, todo el trayecto de la cuadrícula. Las curvas eran asunto de domingo, alrededor de la plaza y una camioneta que la miraba a ella, madre joven y hermosa, de rabillo, un conductor que no era papá.
The Pretenders lo muestra en el videoclip: gente caminando sola por la ciudad y, ella, de flequillo largo, guantes negros y campera de jean, portadora de una voz inconfundible que previene sobre los peligros de la falta o escasez de arte de cualquier índole.
Pina Bausch era muy rigurosa con la cuadrícula. Lo aprendí y lo leímos en inglés con mi alumna y amiga bailarina. Caminan, sus bailarines caminan, se descuartizan en movimientos, vuelan, reculan, se empapan bailando, desarticulan las caras y los cuerpos, pero nunca, nunca pierden la noción de la cuadrícula.
Ahora, acá y así, todavía la cuadrícula. Y las líneas verticales y horizontales en mi patio de ciudad, de un Mondrian que las pintaba masculinas y femeninas, en la fusión entre lo estático y seguro y lo dinámico e impredecible.