14.7.15

Escrúpulos, por Anahí Herrera


A la nieta más chiquita de Nilda le gustaba mirar por la ventana del tren el paraíso industrial que unía la estación de Liniers con su hogar allá lejos en Moreno. Era tal su pasión por observar y conocer que usualmente su madre lograba conseguirle un asiento junto al vidrio, para disgusto de los restantes pasajeros que con muecas burlonas y alguna palabra hostil daban a entender que también ellos tenían un buen motivo para ir sentados. Una tarde de domingo, Nilda y su nieta emprendieron el largo trayecto a casa. En la ventana, una gran mancha color café cegaba el estrecho campo visual de la pasajera. En su desesperación –y la impulsividad que eso conlleva– la nieta de Nilda forcejeó con su cuerpo hasta lograr desnudar su torso y erguida sobre las rodillas frotó el vidrio, en tanto la sonrisa alegre de Mickey Mouse de su playera adquiría la sombra propia de la boca adolescente femenina después de una jornada de besos y lápiz labial. Entonces Nilda, furiosa por el qué dirán, estampó su mano en la rosada mejilla porque… (y convengamos que eso está bastante claro) una prenda infantil jamás podría ser un trapo como en debido.

Tomado de: El triángulo de la Merluza, año 2 nº 1 / mayo 2015