¿Acaso es tan importante?Bueno, debe de serlo. Debe serlo de alguna manera.Sí, seguramente, de otro modo yo no trabajaría tanto en ello cuando bien podría descansar, abandonar.(Henri Michaux)
UNO
Lo performativo sobreentendido. Tras el bullicio, la cautela;
la alusión creativa frente a lo explícito. Como quien no dice esto. Acá. Sino que con sapiente deixis
se escabulle, evitando apresar lo que menciona. Porque sopesa tal vez, como
apostata, el poder pasarle la lengua a lo que fuere, y antepone el ápice, tan
solo, para preservar su misterio. Fijación gozante. Mi mami no lo hará. Cito frases escritas por Walas. Creo que me
dispensa de la formalidad el evento de usarlas en la vida. La genealogía de sus
letras, quizás, se remonta al prejuicio culto de la composición alegórica. Hubo
una canción de Caetano Veloso que se llamó Alegría,
alegría y que representó todo ese cúmulo de modernidad que se suponía,
todavía, realizable. Sin embargo, bajo los presupuestos de otra trama
comunicativa, digamos, como quien dice: en
nuestro tiempo: en este mediodía o en
esta noche, en donde se ha abandonado la pretensión del ejemplo, expreso, yo expreso, que no debemos de ser
ingenuos ni perezosos, amewos: nadie, pero nadie, posee un lenguaje arcano. Si
la comunicación se plantea como indirecta, si es errática, la cosa, el sonidito
siempre resulta en lo siguiente: una pura pretensión belicista. Vos nunca lo sabrás.
Todo esto trata de una escena nocturna, en verdad: onda
rockers. Oscuridad sobre oscuridad, se admitirá, sin embargo, que siempre se
deambula por un terreno incierto. O que ni apenitas anda estando, para poder
volver. Sobre sus pasos. Narro. Y acá me pongo por aquí entre paréntesis, mega
cómodo, sentado en una mesita de bar, para dar una ilusión de presencia. No
querría dejar de darme nunca el gusto de ser un espejo de mis pasiones. Reconstruyo
la escena. Es simplísima: se sitúa un martes del año pasado. Les recuerdo que connoté
la carencia de luz y hablé de las alusiones: se me agrandan los ojos. En la Trastienda no había casi nadie, lo
que no dejaba de constituir un confuso contrasentido a las expectativas
mercantiles, porque se había anunciado que tocaba Massacre. Punto. Punto.
Punto. Si la crónica requiere, yo prescindo. No sea cuestión de que se me encuentre
en la entrada, todavía, mirando sin participar. O participando sin mirar. Nunca
se sabe. Si les dijera que siempre en la entrada… ¿Y si les dijera que siempre hay
una entrada y que todo se paga con biografía? Que nadie me cite. Ahora soy
maestra y hago música electrónica, pero antes fui secretaria. Y antes, antes, antes,
pretendí la conversión personal de niño a futbolista por insuficiencia de
condiciones informativas. No es elocuencia si les digo que después entendí que
había instituciones. Ruido de sirenas.
En este relato, como ocurre habitualmente, también había una
entrada de hermosa marquesina. Luminiscente. Y seguridad. Sorteando eso, un
rato más tarde, si uno se manifestaba dispuesto a creer en lo que oía, una
impresión se sobreponía a las letras: que el rock no debía ser la cultura, que
debía negarla. Que no se trataba de estrategia ni de ser resistente. Tampoco de
constituir una subcultura ya devenida en antigua, sino de explorar, levemente, un
conjunto de módicas posibilidades: apenas
una luz. Cito. Las canciones pregonaban ocupar desarticuladamente espacios
en el marco de una ciudad que engendra enfermedad: pánico alucinatorio y frustración. Incidencia. Movimiento. Prácticas
chiquititas como besarse, amar, curtir, patinar, alucinar –si se pudiese-, revelarse
y desesperar hasta que algo pasase. Manifestaban aquello que no puede dejar de
hacerse por puro deseo. Describir una letra de rock, más una letra de rock en
castellano, más una letra de rock en inglés, más otra letra de rock en castellano
no explica nada. Ni lo pretendo. Obstinado teatrino de la repetición. Insistencia
sobre insistencia. Massacre tocó como si no importase tal vacuidad pública.
Hizo lo que hace siempre, del mismo modo, con idéntica intensidad. Ejecutó con
idéntico dispendio de energía, como en sus anteriores y posteriores presentaciones,
el mismo repertorio. Mirando a Cueros, no pude dejar de recordar un cuadro
truchísimo que la pibita Sensación tiene en su cuarto. El arte, evidentemente,
no reconoce contextos, me dijo, Zatti.
DOS
Veleidosamente, en mi atención, la retórica de Massacre, a
nivel del sentir-pensar, se detuvo en el vínculo. La sujeción. En lo que
ocurría entre el sujeto, casi un universal-rock, y su práctica. ¿Qué es el
rock?, ¿cómo se hace? ¿Con qué instrumentos? ¿Bajo los protocolos de qué
intensidad? ¿A qué decibeles? ¿Con qué presupuestos de complejidad,
sofisticación y desidia? Punto. Punto. Punto. La guitarra construyendo una
pared de sonido en acordes jazz rock. Es
la octava maravilla. Definición ontológica que plantea una presunción: que
las artes del rock sean contraculturales. Dale
muerte al faraón, / para la liberación mental. Quisiera mencionar que todos contribuimos a la
espectacularización de la cultura, porque hay algo que con siniestra habilidad
se despliega de manera subrepticia en nuestros hábitos. Movimiento que incluso
traiciona nuestra causa, antiquísimo juego de poder, cuando nos creemos libertarios.
Fatalidad de haber llegado tarde o no sé qué. O desconozco. Como quien
dice en este mediodía o en esta noche, analizo cuando pretendo excederme. No dejo de
notarlo, debido a que todo esto, desde ahora en adelante, se tratará de un
texto académico; además, he escuchado un sonidito de cosa beligerante. Estuve
ahí, esa noche. Si en las letras de Massacre el rock es definido como portento,
en principio, lo que pretendo hacer notar es que lo que continúa la trama de su
canción se plantea entre lo que se concede y lo que se matiza, en una doble
temporalidad signada por un acontecimiento pasado -donde se supondría que el
rock habría fusionado una forma de lenguaje a una forma de vida- y su
persistencia diacrónica. Esa es la delimitación de la zona en donde la
experiencia presente se articularía. De allí, su posibilidad discursiva: Aunque ya no es himno de boicot a Vietnam.
Su persistencia. Una temporalidad en la que los próceres contestatarios de ese
ritual eléctrico, ungidos y entronizados, ya
no sufren la persecución. Incorporación a un mercado de intercambio que
pareciera haber neutralizado su fuerza impugnadora, bajo un aspecto de masividad
que los exhibe, a la vez que los mitologiza.
El presente es yo estuve ahí plácidamente esa noche, y otras
noches, escuchando. Escribo esto un 25 de abril de 2015. Supongo que se está o
no en el mainstream, pero que esa eventualidad no recubre un aspecto electivo;
no del todo, si el goce está situado en eso que se llama hacer rock. ¿Qué implican la vacuidad y la saturación? Omnipresencia
del mercado y del poder. Empero, donde el grano de la voz, en su superposición significante a la letra,
pretende una dicción corrosiva tras el megáfono, el discurso distorsiona
y no. Querido lector: que no se te encuentre mirando sin participar. O
participando sin mirar. Esta operación supone un espacio de disidencia en la implicación
de los códigos, situación concreta que ocurre
entre el discurso y los cuerpos exhibidos. Propuesta anticomprensiva, quizás,
por su margen de dificultad. Velocidad de skate para circular en el terreno de
la inter-referencia. (No me privo de nada.) No para todos: para el que pueda comprenderlo.
Sólo, porque el otro, en este caso, es el idiota, el careta, la policía, la
madre o el padre. (Vivimos en Bélgica). Tanto
amor, tres minutos; canción con solo de guitarra. Carece de estribillo a
nivel poético, pero lo posee a nivel musical. Se da en un entre lugar. En un
cruce entre lo hegemónico-esperable y lo sorpresivo, frente a la incapacidad
auditiva: Dibujaban el cielo con crayón, / y, sin embargo, se rayaban a veces. / No
duraba mucho ese bajón, / no les entraba tanto amor. La producción de
Massacre, como banda, se entreteje en esa situación. Persecución de una canción
pop-rock-punk entrevista detrás de una pátina de espectáculo, pero construida
sobre el agüita de la disidencia y de la singularización lingüística. Posee
algo idiolectal: -¡Ey!, cuando seas
grande, ¿qué Querés ser? / le preguntaron en cada test. / -Marido, quiero ser. Todas
las letras de Massacre participan, aunque en diversa modalidad, con distinta
producción residual, de procedimiento y desecho, en ese evento comunicativo que se establece de modo desviado e indirecto. Remiten
a un sistema móvil de referencias en donde lo errático se manifiesta como
signo constituyente: Te leo al revés.
Se prestan imantadas a una intensidad frenética de reiteración,
cuyo punto álgido acontece durante el estribillo. Actividad de entrar y salir
del mismo agujero referencial, de carácter supuestamente materno, ya que se
trata de presupuestos lingüísticos (1). Acá, se dará por sentado que participo –aplaudo-
y miro. Un poco canto.
Insistencia, entonces. Porque se desea lo que recubre una
evidente conclusión. Producción y producto de un cuerpo enunciativo continuo,
conexo y orgánico. Sujeto a una posición que resulta secundaria al orden del deseo:
Ningún invierno empieza / hasta que no
seas vos / quien dé por apagado el sol. Un sujeto paciente y agente de su
práctica a un tiempo. Massacre no pareciera pretender evitar la masividad, sino
tender una red hacia ella. Un asunto situado al nivel de la táctica. Singularidad
en lo colectivo. Comunidad imposible o marco de posibilidad. Potencia
desarrollada, precisamente, en su accionar como banda. El rock pensado en tanto
asunto compositivo. Okey. Si no, ¿cuál sería el sentido profesional de todo lo
que se hace, sino ocupar ese lapso temporal que se da entre la articulación de
nuestros primeros fonemas y la postrera expiración mortuoria? ¿Cuál su valor?
Por entrada, ahora menciono la salida.
Cuando digo luz de la
calle, digo que había un murmullo de sirenas. Pretendo manifestar algo que
en algún otro momento fue terrible y que todavía sigue siéndolo.
(1)
Se elide aquí la publicación de un esquema porque el autor se ha percatado de
su ineficacia. Arrepentido, elude,
asimismo, su trasposición ecfrástica. Sugiere, sin embargo, imaginárselo como
algo semejante a la flechación de un ánade, aunque vista desde lejos.