Tus padres, tus inclinaciones sexuales, el miedo, el
aburrimiento. La paranoia, el desvelo, un sueño o una oportunidad y su brillo
incómodo. Creo que son nueve.
Se puede falsificar todo menos el dolor, lo único verdadero
y el único motivo verdadero de la falsificación.
Hace frío y estamos juntos en una plaza tomando té caliente
que preparaste, apoyamos los vasos de plástico en una mesa ajedrezada. Tenés
miedo que el plástico se derrita con el calor, meditás un poco, dudás. Yo te
miro servir el té y esperar. Nos quedamos callados largo rato, tomamos pequeños
sorbos tímidos, sólo eso. Después sacás un libro de arte y me hablás de no sé
quién y de Toulouse-Lautrec.
Algunas noches los hombres abandonan sus cuartos dejándolos
vacíos. Teléfonos que no funcionan, heladeras sin comida y emociones
pudriéndose adentro con un olor de animal muerto. Algunas noches los hombres
abandonan la soledad de sus cuartos.
Tus ganas de tirarte el I Ching, una película de ciencia
ficción, las horas muertas, la promesa de un bonsái, un puente viejo y un perro
amarillo.
Paso la aspiradora por la alfombra demasiado sucia, hace
como seis meses que no lo hago. Paso la aspiradora y pienso en dos manchas que
están pegadas, adheridas a la alfombra. Las dos son mías o de la época en la
que el departamento me perteneció. Trato de recordar cuándo se hicieron esas
manchas, hace cuánto que están ahí. La primera es una mancha de café y tiene
aspecto de isla o de zona erógena monstruosa. La segunda mancha es más oscura y
tiene aspecto de una figura que corre y es alcanzada por un disparo que
la hace estallar. Las dos manchas clavadas en el piso como figuras de un test
de rorschard, una de las pocas cosas que dejo al irme.
Simple descarga de semen sobre la computadora. Tiempo
perdido, todo queda en eso. Personas presentándose de la peor manera.
Un gato gotea los techos con pasos suaves y una mirada verde
río mezclada con mar. Desde la ventana pienso en todos esos barcos que se
estrellan en la noche. A esta hora, algunas personas bajan las persianas.
Me salteo las noches iguales y duermo en los recreos. En
sueños te veo jugar al tenis contra un palacio rojo, sonreís al verme. Estás
más linda, te digo. Hubieras llamado, me decís. Te cambio la pelota de tenis
por una naranja y empiezo a comerme con asco la pelotita. Te respondo que lo
intenté pero necesitaba hacer el viaje.
Tomado de: Marco Castagna. Dylan en el desierto, Ascasubi ediciones, 2014.