Edité a ambos autores cuando
estaban empezando y puedo atestiguar que la enemistad entre los dos viene de
hace décadas
El
mundo literario sabe que Bret Easton Ellis se enfrentó al apogeo de David
Foster Wallace el otro día en Twitter, llevado por una ira tartamudeante y
serial por su lectura de la recientemente publicada biografía de Wallace de D.
T. Max,Toda historia de amor es una
historia de fantasmas. Algunos podrían decir que Ellis está siendo
excepcionalmente hostil y poco generoso en torno a un trágicamente atormentado
escritor quien, habiéndose ahorcado a sí mismo, no está en posición de
defenderse. Se lo marqué a Bret conociéndolo y no estoy en posición de ser moralista.
Ahora bien, estoy en la posición única de haber publicado ambos fenomenalmente
talentosos y opuestos escritores en el momento en el que estaban empezando y
creo conocer algunas cosas que están por debajo del resentimiento explosivo de
Bret Easton Ellis.
Era
un joven editor en PenguinBooks en 1985 cuando recibí las pruebas de imprenta
de Menos que cero de Simon and
Schuster para considerar una reimpresión. Ya lo había visto a Bret Ellis en un
panel de PEN hablando sobre la influencia de los 60’s en la ficción
contemporánea y fui gratamente conducido por su impávida y seca elocuencia,
todo un refrescante contraste con las decepcionantes devociones izquierdistas que
usualmente circulan en esos cónclaves. Amé Menos
que cero. Simplemente la amé. Encontré ecos de Didion y Antonioni y
Nathanael West y pensé que era un logro perturbador en la California
neonihilista y un presagio de algo muy siniestro desarrollándose en la cultura
de ese tiempo. Al principio, fuimos por una tirada de tapa blanda, el libro se
volvió una sensación y un bestseller
en la edición de tapa dura y, eventualmente, pagamos 99.000
dólares por los derechos en un remate, en ese tiempo una suma impactante para
una primera novela. Un año después la publicamos en nuestra serie de Ficción Americana
Contemporánea y también se volvió un bestseller.
Mientras tanto, Bret estaba siendo agrupado por la prensa literaria con
JayMcInerney y Tama Janowitzcomo uno más dentro del Brat Pack literario que
encontró su tema en los jóvenes y en los desperdicios de las rondas drogadictas
de la vida nocturna de ambas costas. Lo que no estaba enteramente mal, pero
dejaba de lado las reales diferencias entre esos tres escritores instalando entre
ellos una reacción violenta y desagradable.
En
1986, ni bien publicamos la edición de Menos
que cero, el manuscrito de la primera novela de David Foster Wallace, La escoba del sistema, apareció en mi
escritorio. (Eso es lo que los manuscritos hacen, aparecer en los escritorios,
no en las casillas de correos). Y también la amé. Simplemente la amé. Pero por
muy diferentes razones, por supuesto. Acá, en lo alto de una corriente de
minimalismo norteamericano, y en un contraste distinto al de las novelas
sórdidas de Ellis y McInerney y Janowitz, era grande, inteligentemente retomaba
las novelas imperiales de los grandes blancos posmodernos, Barth y Coover y Gaddis
y DeLillo y especialmente Pynchon, todos escritores con los que me formé como
lector. Bueno, ¿qué tenemos acá?,
pensé. Entonces registré el libro, hice lo más que pude para editarlo, (podés
leer sobre la inutilidad de la empresa en la biografía de Max), y la publicamos
como un original de la serie Ficción
Contemporánea Norteamericana. Las reseñas fueron más de lo que se podría
haber esperado por una primera novela, y muchas de ellas, trazaban una profunda
diferencia entre la hiperinteligencia de Wallace y el acercamiento maximalista
de la obra de los Brat Packers quienes ya estaban recibiendo un azote crítico. Siendo
Bret Ellis uno de esos autores que está pendiente de todo, esas comparaciones
ingratas no hubieran escapado su atención. El anschluss llegó con la publicación de su subestimada segunda novela,
Las leyes de la atracción, que
también reimprimiríamos en Penguin a pesar de una cascada de desaprobaciones.
A
finales de 1988 me mudé de Penguin a W W Norton, llevando conmigo el segundo
libro de David, la colección de relatos La
niña del pelo raro, que Penguin se negó a publicar por razones legales.
(Larga historia.) El título de la obra, sobre un grupo de punks de Los Ángeles que
descontrolan un concierto de Keith Jarret, me hizo pensar en una obvia y exacta
parodia al tono desafectado de Bret Ellis y a su temática y se lo dije. David,
siempre tramposo sobre sus influencias (apenas admitía haber leído Pynchon),
negaba haber leído alguna vez algo de la obra de Bret, una mentira obvia que
dejé pasar. Aunque estoy seguro que a Bret le molestó la noticia cuando se publicó
el libro.
Era
eso: dos jóvenes escritores de moda (perdón) de casi la misma edad, enormemente
diferentes en temperamento y estilo, habitando el mismo multitudinario círculo
literario y acompañandosu arrojo mutuo. Sé que David envidiaba la destreza con
la que Bret Ellis y su grupo de colegas llevaban los desafíos de su carrera
literaria y se castigaba a sí mismo por esa envidia. Ambos pelearon fuerte y
exitosamente en sus batallas en contra del alcoholismo y el abuso de sustancias.
(Los vi a los dos en distintas
circunstancias tomar muchos tragos en un tiempo asombrosamente corto, oh, oh).
Los dos surgieron al publicar novelas que agitaron el avispero cultural. Psicópata Americano, una puesta macabra
que amplificó cada cliché de la
escoria de la cultura yuppie al grado
del gran guiñol, creando una tormenta de fuego cuando la “mentalidad literal”
(de los que hay muchos) se equivocaron al recibir la broma. La broma infinita transforma los
tormentos personales en un vasto diagnóstico metaficcional de nuestra adornada
condición de entorno cultural, y raramente sonaron las primeras notas de una
pregunta por una sincera ironía libre que se volvió una regla de estilo en la
generación de David y en las que lo sucedieron.
Por
el momento, el estilo de Wallace domina y eso es lo que vuelve loco a Bret
Easton Ellis. El comienzo del discurso de graduación de David en el Kenyon College, “Esto es agua” asumió el
estatuto de manifiesto y de declaración última. Pero, un hijo de la posguerra con
el alma marcada como yo, no lo compra
como una guía para el comportamiento correcto. Se siente incómodamente cerca a
esos libros de afirmaciones, sin duda inspirados pero de empresa cuestionable
cuando la materia difícil llega. Realmente creo que David fue el escritor más
fino de su generación, pero su modo de vida ingenuo pareciera colapsar al
primer impacto de las dificultades implacables de la vida. Era necesaria una
inyección de Montaigne y Marco Aurelio.
Encuentro
a Bret Ellis pícaro, cínico, frágil, salvajemente desilusionado con una mirada
curiosamente refrescante del mundo. Es el Loki o el Trickster del mundo
literario (o quizás el Lou Reed), clavando palos afilados en nuestros ojos y
desafiándonos si pudiéramos entenderlo. Hacele frente a eso. En una cultura que
tiene la frase “¡Buen trabajo!” en rotación permanente, él parece decir, una y
otra vez: “¿Me estás jodiendo?”. Es incorregible, no es un buen tipo, a él no
le importa ser una mejor persona, de ninguna manera está buscando tu
aprobación. Bien por él. Algún universitario valiente debería pedirle un
discurso de graduación.
De
todos modos, me considero ridículamente afortunado de haber estado en los
comienzos de estas dos pujantes carreras literarias. Dos historias extrañamente
gemelas que aparentemente tienen todavía algunas vueltas pendientes entre sí.