Resumen imaginado a
priori por encargo
En
El amhor, los orsinis y la muerte
Néstor Sánchez llevó al extremo su experimentalismo poético-narrativo, donde
experiencia y experimento son dos caras de una misma moneda.
Propongo
una pequeña tentativa inicial de inventario de recursos y procedimientos privilegiados
por él en esa empresa.
Agradezco
Tres
charlas muy enriquecedoras de la semana pasada: con Claudio Sánchez, con Carlos
Riccardo y por skype con Hugo Savino.
Cuatro citas primarias y una ausencia
Néstor
en entrevista de Juan José Salinas (Cerdos
y peces 12, mayo 1987):
El
fenómeno que nutre a la literatura es la resonancia, no la comunicación, como
pretenden casi todos los críticos.
Néstor
en entrevista de Jean-Michel Fossey (publicada en un suplemento de Madrid,
1972, y después en libro Galaxia
latinoamericana, Las Palmas, 1973):
Siberia blues,
por ejemplo, es más que nada la historia del tratamiento jazzístico de un tema
condenado de antemano a transformarse en testimonio naturalista (o, si se
prefiere, realista); El amhor, los
orsinis y la muerte representaría, en cambio, la voluntad de asumir un
mundo previamente fracturado (ya jazzístico) para ir transformándolo poco a
poco en una prolongadísima sonata, digamos de Scarlatti.
Néstor en El
drama sin atenuantes, conversaciones con Carlos Riccardo, p. 21 (la
conexión Gurdjieff):
... en Buenos Aires. ... me vinculo con un
instructor ruso. ... Recibo una noción de rigor, un instrumento, como es el
ejercicio de sentir el cuerpo, que me abre un mundo, un sabor de cosa muy
antigua, de ramificaciones y ramificaciones. Es una disciplina muy simple que
posibilita que la atención no sea interrumpida y que puedan ir percibiéndose
las distintas partes del cuerpo de una manera progresiva. Finalmente, uno
asiste al caos de sus funciones, que es el detonante de El amhor, los orsinis y la muerte. Es el trabajo, en la
desesperación de Felipa, por conseguir un elemento que detenga la asociación
mental.
Néstor
en Los libros, enero-febrero 1970:
El amhor, los orsinis y la
muerte... se parece mucho al libro que quería leer
hasta antes de escribirlo.
Ricardo
Zelarayán en Macedonio Fernández,
documental de Andrés Di Tella y Ricardo Piglia, 1995:
El
problema de Macedonio, y eso también pasa un poco con Juanele Ortiz [agrego: y hay
riesgo de que también con Néstor Sánchez], es que se ha hecho un mito del
personaje que impide su lectura, su lectura atenta, y además Macedonio es para
leer atentamente.
Canto de amhor, de orsinura
y de muerte
Improviso
sobre temas anotados.
Necesidad:
De
empezar por contar mi relación con Orsinis:
-Taller
literario, 1986 (yo 26 años): oigo nombre Néstor Sánchez como recomendado o
dado por tal vez Beatriz Sarlo en Filosofía y Letras.
-Encuentro
Nosotros dos de Seix Barral en
librería de Corrientes.
-Lo
leo en vacaciones de camping libre a orillas del Futalaufquen, enero 87 (yo todavía
26). Mi impresión fue: un Cortázar mejorado (ya no sabría decir, hace muchísimo
que no leo ni releo Cortázar).
-Febrero
88 (yo 27): Liliana Heer me invita a bar de Diagonal con Néstor y cía.
-Pronto
ubicamos ejemplares, no sé si de Siberia
(de la que yo me encontré un ejemplar de la edición príncipe de Sudamericana en
una librería de avenida de Mayo), pero sí seguro de Orsinis y Cómico en
ediciones de Seix Barral, en una librería de ¿Talcahuano?, y de Orsinis, edición príncipe de
Sudamericana, en el sótano de la librería El Lorraine (todos los números de
página que daré de Orsinis son de esa
edición príncipe).
-Leo
las tres novelas que me faltaba leer en orden cronológico. Se suma el entonces
aparecido volumen de relatos La condición
efímera (yo 27-28 años).
(Un
detalle personal orsinesco: en Orsinis aparece tres veces
nombrada la calle Sarandí –pp. 56 dos veces y 58–, donde yo vivía en esos
tiempos y donde por consiguiente leí esa novela que nombraba tres veces mi
calle.)
Mis
impresiones de joven experimentalista:
Línea
creciente Nosotros dos –> Siberia –> Orsinis = el
sumo experimento.
Cómico
= retroceso, si se quiere concesivo.
Condición
= una yapa.
Pero
la cumbre, donde llegó más lejos, la máxima ruptura, había sido Orsinis.
Aquella
experiencia de lectura orsinesca:
Tanta
intensidad que no soportaba leer más de dos o tres páginas por vez. Eso me
sugirió entonces esta imagen: escritura en estado de electroshock.
Una
sola vez me pasó algo parecido con una novela argentina: Diálogos en los patios rojos de Roberto Raschella, que leí por el
95. Más allá de las infinitas diferencias, como siempre que hay personalidad,
encuentro operaciones afines en ambos casos. Sánchez apunta a Charlie Parker,
Raschella a Gustav Mahler, pero los dos son música. Dicho sea de paso, Sánchez
tuvo que morir para que hubiera unas jornadas como éstas; ¿por qué no hacer
unas sobre Raschella mientras vive?
Volviendo
a Néstor, la experiencia de releerlo ahora:
Ahora
no sabría hacer escalas de mejor o menos mejor.
Pero
sigo teniendo un corazoncito en Orsinis.
Y
como es la más inasible, la que pide más del lector, quiero bombardear un poco la
presunta dificultad, mostrar que básicamente depende de la entrega al leer y
que allí espera una experiencia de lectura literalmente extraordinaria a quien
se aventure.
Cuestión
de actitud (a través de imágenes sonoras):
Hay
que entrar en una frecuencia de onda, la de esta escritura.
No
hay que pedirle lo que no es ni se propone ser.
Si
uno está acostumbrado a escuchar Vivaldi y le aparece Schönberg, o se abre a la
diferencia o mejor que siga escuchando Vivaldi.
Si
uno está acostumbrado a escuchar tangos de los años 30 y 40 y le aparece un
solo de free jazz, o se abre a esa
experiencia o se queda sentado esperando la melodía.
Hay
que entrar en ese free jazz y
disfrutarlo por lo que es o cambiar de radio.
Dos
imágenes de las tres primeras novelas en secuencia:
1)
Imagen musical:
Nosotros dos
es tango, no del todo tradicional, algo jazzeado, pero en clima tango.
Siberia blues
es bebop (de hecho, tiene
epígrafe de Charlie Parker): hay un desarmar en pedazos, pero el todo de esos
pedazos es perceptible todo el tiempo.
Orsinis
es free jazz, hasta los fragmentos se
desarman y rearman y vuelven a desarmarse y rearmarse todo el tiempo, hace
falta oído atento para percibir la unidad musical subyacente.
(Claudio,
Carlos y Hugo me recordaron que Néstor se manifestó en desacuerdo con el free jazz porque iba demasiado lejos;
¿tal vez él haya ido demasiado lejos con Orsinis?)
2)
Imagen arquitectural:
Nosotros dos
es la casa, casa peculiar en su construcción pero casa al fin.
Siberia blues
es las habitaciones de esa casa de construcción peculiar recorridas por partes de
manera peculiar.
Orsinis
es abrir la puerta de esa casa, tirar una granada y construir en el aire con
los fragmentos que salen volando.
Entremos
en la frecuencia de esa música.
Título
-Variación
sobre El amor, las mujeres y la muerte
de Schopenhauer, explicitada en el capítulo 2, dentro de una escena parisina
filmada por Godard:
...
donde acariciándose el pelo y militante hablaría y hablaría en falsete sobre el
amhor las mujeres y la muerte occidentales al paso de una pinaza color aceituna
con una sirena grave al salvar cada puente, con una sirena bochornosa.
(Nótese
ahí, de paso, la confluencia multiartística: cine, música –“en falsete”–, escritura
–Schopenhauer desde un punto de vista filo-Gurdjieff–.)
*
Son tres elementos: amhor, orsinis, muerte; en una novela de 33 capítulos: edad
de Cristo crucificado y también de Néstor mientras la escribía (final fechado
febrero 1969, justo cuando Néstor cumplió 34).
El
tres recurre de diversas maneras. Una es precisamente en el breve capítulo 3:
está dedicado a los 3 mosqueteros más D’Artagnan. Fantaseo que ese cuarto que
se agrega para fortalecer el conjunto puede tener que ver con el “cuarto camino”
de Gurdjieff.
-Elemento
1: amhor.
La
contratapa de la primera edición (Sudamericana) es una desgracia, despiste
mercantil:
A
través de la marihuana el autor [sic!]
accede a la vida como milagro...
Un
tipo tan avispado como Osvaldo Lamborghini, en su reseña hecha en ese momento (Periscopio, 1969), no se atreve a ir muy
lejos por ahí pero espeta lacónica-lacanianamente:
Un análisis desde el punto de vista fonológico (...) podría estudiar el valor de esas dos haches silenciosas, la de la marihuana
y la de amhor: el sostenido rigor de
la novela impide pensar que esa relación es puramente casual.
Nicolás
Rosa sí fue más lejos: escribió un ensayo donde transforma la sugerencia lamborghinesca-marihuanesca en el eje de todo.
Julio
Ortega, en cambio, un tipo que escribió dos o tres cosas más que interesantes
sobre Néstor y que estaba en contacto con él en Estados Unidos en momentos en
que se publica Orsinis, dice al
respecto en “Novela y poesía” (1970):
...
la solapa [error por contratapa] de la novela da una pista falsa al mencionar
la marihuana como única vía de acceso “a la vida como milagro”; no es la única
ni la principal clave...
Todos
los amigos de Néstor le hemos escuchado contar que probó marihuana una sola
vez, y que le pegó tan mal que nunca quiso volver a repetir la experiencia. Ruy
Rodríguez me la contó de primera agua: él había traído buena de Brasil, fumaron
juntos en grupo, a Néstor le agarró por el lado de la paranoia celosa por su
mujer de entonces (Vicky) y todo terminó de manera bastante desagradable.
Nótese,
a propósito de esa proveniencia brasileña de la sustancia, que a lo largo de la
novela aparece cuatro veces la palabra portuguesa maconha (que,
contra mi argumentación acá, también tiene su hache, aunque en su caso no muda)
y en este párrafo de p. 33 aparece dos veces la expresión “marihuana purísima”,
la primera aludiendo a su portador desde el extranjero:
...
Donald Gleason no estaba obligado a traer marihuana purísima desde su
país natal [México] hasta el barrio de Flores, o en todo caso a confesarlo una
semana después de instalado en la pieza que Batsheva se había visto obligada a
cederle en cuanto Felipa dedujo —o mejor comprobó— que se trataba de un
verdadero amigo y cómplice joven de Orsini (Heriberto); pudieron no haber
fumado marihuana purísima en esa pieza, graves, en compañía de la
lasciva Margarita Ferreira, o a lo sumo no insistir en fumar los tres —graves y
presagiosos— esa noche antes a la luz inestable de las velas, en la amenaza de
tormenta: Batsheva exagerando la intensidad de las pitadas y el número de
éstas, con la cabeza apoyada en la pared, si se quiere alusiva.
En
suma, como sugiere Ortega, no es que la marihuana no tenga nada que ver, sino
que quedarse ahí es un facilismo empobrecedor. Tiene que ver porque a su manera
es una búsqueda de una si se quiere suprarrealidad
y es además algo que en la novela se hace en grupo, con cierta reminiscencia,
se me ocurre, de Trabajo Gurdjieff.
El
propio Ortega da antes en el mismo artículo otra pista que coincide con lo que
yo le escuché decir a Néstor una vez, algo así como que “amor” es una palabra insostenible
por demasiado grande y a la vez por su demasiado uso, y que por eso había que,
por usar una palabra muy orsinesca,
desdramatizarla. Dice en esa misma dirección Ortega: “Una hache intermedia como
distanciamiento significativo”.
Siempre
en la misma dirección, me parece mucho más relevante como asociación con esa
hache fuera de lugar el “umor” sin hache de
Jacques Vaché, amigo y corresponsal de Breton mencionado en p. 153 con esa
ambivalencia nestoriana respecto a lo positivo y lo negativo del surrealismo (“el
flagrante pendejismo Rimbaud-Ducasse-Vaché”) y sobre el que Néstor publicó en
1970 (al año siguiente de El amhor...)
un ensayo que puede leerse en Ojo de
rapiña y como prólogo a las Cartas de
guerra de Vaché publicadas por Editores Argentinos Hnos., dos libros
aparecidos el año pasado.
El
humor es mucho más central y profundo que la marihuana en Orsinis: el humor amargo y desolemnizante,
como que desolemniza la palabra amor; un
humor al que ya volveré.
-Elemento
2: orsinis.
Qué
curioso esto de cambiar las mujeres de Schopenhauer, todo un género o especie,
por dos especímenes, uno humano masculino y otro lórico: Orsini (Heriberto) y el loro Orsini, traído por Heriberto
del trópico dentro de una caja agujereada de camisas wash
and wear. Tendría que leer Schopenhauer para poder
pensar mejor en el asunto. Necesitaría una beca para poder explorar con tiempo todos
los frentes que abre esta novela.
Heriberto
es el gángster argentino que oficia de
conexión con el gángster mejicano Donald
Gleason. Una resonancia de gangsterismo literario que viene ya desde Nosotros dos vía Siberia y que tiene algo que ver con cierta ética lumpen cara a
Néstor.
Orsini
loro es también invención literaria de origen multiartístico: en p. 128 nos
enteramos de que Heriberto, de paso por Nueva York tras asaltar un banco en Canadá,
y seguramente antes de pasar por el trópico y hacerse del loro propio, ve en el
Museo Metropolitano un cuadro que resulta ser, si uno investiga (como hizo Hugo
Savino que me pasó el dato), La dama
joven en 1866 de Manet, donde una joven conversa con su loro confesor,
cuadro revulsivo en su momento entre otras cosas por trasponer lo mítico de un
Courbet (Mujer con un loro, 1866) del
paisaje bucólico al interior en casa.
El
loro Orsini es a su vez una figuración de la repetición con variaciones propia
de la escritura jazzística nestoriana. Su principal repetición loruna es, por lo demás, absolutamente
literaria: repite make me a mask, “hacéme
una máscara”, título y comienzo de un poema de Dylan Thomas que es a su vez (en
versión completa del título, o make me
a mask) epígrafe de “El perseguidor”, cuento de
Cortázar inspirado en Charlie Parker (jazz por todas partes).
Claudio
Sánchez asocia esta duplicidad orsínica, Heriberto más loro, con una frase
según él de Gurdjieff: “El hombre es doble”. La máscara que pide el loro que le
hagan bien podría apuntar en la misma dirección.
-Elemento
3: muerte.
Es
el único de los 3 elementos del título de Schopenhauer que, acaso por respeto
reverencial aunque humoroso, permanece intacto. Dejémoslo para otra vez, por
las dudas.
Lo que puede contarse por teléfono
Coordenadas
sesentistas: epopeya cubana + compromiso sartreano = bajar línea, escritor
predicador de ideas desde un púlpito; + boom,
contar historias con color local; hay una alianza acaso implícita entre la
literatura supuestamente comprometida y el boom
editorial.
Néstor
lo dice por todas partes, en su ejercicio de escritura poético-narrativa pero
también en sus ensayos (ver Ojo de rapiña)
y en entrevistas: hay que romper con esas coordenadas achatadoras que ponen al
escritor por encima del lector y al lector en el lugar de discapacitado al que
hay que darle la comida masticada. No hay que contar historias acordes a ideas
preconcebidas, con personajes bien delineados según ideas tales, sino ir en
busca de lo que sucede en la escritura. Ir al lector activo que reclamaba Rayuela pero mucho más radicalmente.
¿Qué
hay de historia o argumento en Orsinis?
Este
poco (que sirve de base a la búsqueda o “improvisación musical”):
Un
grupo de personas se rejunta en una casa de Flores. Hacia atrás en constantes
retrospectivas recurren momentos significativos de esas personas. Hacia el
final lo que queda del grupo asalta disfrazado (make me a mask)
la Caja Nacional de Ahorro Postal, frente a Plaza Congreso. A continuación, a
manera de cierre, la policía los rodea en la casa de Flores. Se terminó el
cuentito, que acá ocupa tres renglones y en la escritura de Néstor unas 270 páginas.
Dicho
sea de paso: en esa ex sede de la ex Caja (hoy dependencias del Congreso)
trabajaban en ese momento (y desde mucho antes y hasta mucho después) los
poetas Raúl Gustavo Aguirre, director de la revista Poesía Buenos Aires y discreto líder del grupo homónimo, y Edgar
Bayley, amigo de Aguirre y de Néstor. Gente que renovaba desde los años 50 la
poesía argentina. No creo que la elección de ese lugar para el asalto literario
sea ajena a aquella amistad.
Algunos esbozos de algo así como personajes
Hay
dos personas o personajes o entidades personales que parecen proyectarse
ancestralmente sobre el rejunte: la tía Felipa y el tío Ismael. Los dos mueren,
concretando el tercer elemento del título: ...
y la muerte. Ismael, suicida después de haber llenado cuadernos de notas y
acometido la novela El hombre de la bolsa;
Felipa, enterrada en el cementerio de Flores mientras el rejunte se pasa flores
ida y vuelta en tono jazzeado umorístico
desdramatizante. (También muere Orsini lórico
en escena de un tiro del pistolero mejicano Donald Gleason con su Colt cuarenta
y cinco, p. 237.)
El
tío Ismael, observan Ortega en el trabajo antes citado y Carlos Riccardo en uno
suyo de los 80 que saldrá en estos días en una nueva edición de El drama sin atenuantes, es una especie
de Morelli más radical. Yo diría incluso que Orsinis podría considerarse una Rayuela
más radical.
Ismael,
tío del yo narrador, es una caja de resonancias: nombre bíblico (su padre se
llamaba Ezequiel, también nombre bíblico, p. 56); narrador de Moby Dick (“Llámenme Ismael”, empieza la
novela de Melville); escritor a contracorriente que termina por aislarse en el
Tigre y no da un peso por el mercado ni por la supuesta sensatez humana, mezcla
de Morelli y Macedonio (Macedonio tuvo un proyecto juvenil de rejunte grupal en
una isla del Paraná arriba). Aparece también conectado con otro desencajado
social: “tiene en su poder la primera carta manuscrita de Felisberto Hernández:
es un río Ismael, un río el mundo, créame”
(p. 54).
Felipa
es tía de Batsheva Giménez, a quien se trajo niña de Villa Mercedes y la
instaló en una pieza ad hoc de su
casa de Flores. De nombre hebreo y apellido español, Batsheva parece judía al
menos por vía materna: mamá Greta le cantaba canciones en ídish (p. 193). Batsheva
escribe y hacia el final quema sus manuscritos en el antepatio, poniéndolos en una palangana y revolviéndolos, mientras
se desdramatizan entre las llamas, con un palo viejo que conserva restos de
caca de gallina (p. 236). El narrador y Batsheva tienen tres (otro tres)
breves escenas de sexo en Orsinis,
que yo recuerde las únicas escenas de sexo en las cuatro novelas de Néstor, y
apenas reconocibles como tales gracias a que aparece el verbo penetrar. Difícil
ceder a la tentación de imaginar detrás de Batsheva a Vicky Slavutzky, mujer de
Néstor en esos tiempos.
Felipa
ha tenido “el apremio obsesivo de perfeccionar el armonión” (p. 57), para lo cual viajó a la India con el objetivo de
traer pinus deodora, cedro del Himalaya,
madera sagrada. Esa conexión con Oriente y ese afán de perfección a través de
un instrumento se me ocurren relacionados con Gurdjieff. Pero hay a su vez una
conexión explícita con Macedonio: Felipa va a Morón a visitarlo con la caja de pinus deodora y el armonión (pp. 138-9). Se me ocurre que ese raro instrumento
trascendental podría tener alguna relación con la máquina macedoniana que
imaginó Piglia en La ciudad ausente.
Otro de los tantos cabos sueltos que requerirían una beca para investigar.
Felipa
e Ismael han estado juntos: el capítulo 6 (dos veces tres) está dedicado a
ellos. Se conocen en una casa de la calle Sarandí, como aquella donde yo leería
el libro y me visitaría algunas veces Néstor.
Un
último detalle sobre quizá personajes, ya que estamos en vena macedoniana de
quizá novela. Los Yuyos, Yuyo grande y Yuyo chico, son hijos de una curandera
de Ingeniero Maschwitz, que una vez los trae a Buenos Aires y los deja solos
mientras entra en una casa de San Telmo para algo que resuena a reunión
Gurdjieff. De la profesión materna le viene quizá el nombre: los yuyos de la
curandera. Yuyo grande se compra un boliche y sirve un té raro: yuyos. Luego va
o imagina ir a carpintero: maderas, así locales como la sagrada de la India.
Dejo
al resto de los quizá personajes. Sólo trazo líneas para acompañar una lectura,
para mostrar que una lectura atenta y entusiasta va a encontrar a montones
líneas de fuerza que se entretejen, que no hay historia convencional ni
personajes convencionales pero hay escritura riquísima de leer.
Conexión Macedonio
Museo de la novela de la Eterna,
libro con el que Macedonio amenazó gran parte de su vida pero nunca daba por
terminado, apareció post, editado por su hijo Adolfo de Obieta, en 1967, cuando
Néstor iba a entrar en Orsinis. Como
a su manera antes Papeles de Recienvenido, La Eterna es una descarga de artillería contra la estupidez y las
convenciones: convención del cuentito, convención de los personajes, convención
de la estructura novela.
En
Néstor como en Macedonio hay humor desolemnizante,
sorna, ironía. Sin embargo, en Macedonio hay risa, trágica en el fondo pero a
carcajadas, mientras que en Néstor hay sonrisa amarga, como la del payaso en el
camarín.
Macedonio
desarma ideas por el absurdo, Néstor por la música.
Conexión Gurdjieff
Néstor
conecta con Gurdjieff después de Siberia.
Literariamente sabe que llegó lejos y no encuentra camino en la chatura local
del compromiso. Personalmente necesita ir más a fondo, la muerte le toma la
sopa desde que murió el padre cuando él tenía 18 años.
Va
a Chile, de allí a Lima, donde conoce a gente Gurdjieff, vuelve a Buenos Aires
con datos de un instructor (lo dice en una de las citas que leí al principio). De
esa época es Orsinis.
Sé
muy poco de Gurdjieff. Confieso que le tengo resistencia, como a todo lo de
algún modo esotérico, y cierta tirria porque lo asociaba a destrucción en
Néstor. Pero ciertas charlas con Matilde Michanié, que prepara un documental
sobre Néstor, y alguna lectura que ella me sugirió, más unos emails intercambiados por Claudio y
Matilde con Teresa, mujer de Néstor en tiempos gurdjiéfficos,
me hicieron repensar la cuestión con ojos más abiertos. Se me ocurre al cabo
que nada así destruye a nadie que no se hubiera destruido caso contrario de
otra manera.
En
Orsinis aparece varias veces un tal
P.R. Por los contextos en que aparece, se me ocurrió relacionado con Gurdjieff.
Hugo Savino me preguntó quién sería y le dije lo que se me había ocurrido. A Claudio
Sánchez se le ocurre relacionarlo con Privitera, Rodolfo. Rodolfo Privitera era
un viejo amigo de Néstor en quien se inspira el personaje del Obispo de Siberia blues. Hugo se encontró una vez
con él y él le dio a entender que en Orsinis
y Cómico Néstor había expuesto cosas
secretas que no se revelan. Es decir, algo muy vinculable a lo Gurdjieff.
Una
de las apariciones de P.R. en Orsinis,
y ahí aparece nombrado tres (otra vez tres) veces en un párrafo (p. 44,
capítulo 4, el siguiente al de los mosqueteros más D’Artagnan), se lo ubica en
Lima, donde Néstor hizo contacto Gurdjieff. En la página anterior aparece el
Mar Caspio, muy relacionable con Gurdjieff.
Para
Cómico Néstor en parte se inspiró en
Trabajo Gurdjieff en la selva peruana del que le contó Teresa, su mujer cuando
él escribía esa novela (lo cuenta él mismo en la entrevista de Fossey). En Orsinis quizá eso sea más vago. Pero ya la
idea del rejunte en una casa y ceremonias como la fumata marihuánica conjunta me hacen imaginar aquí un
antecedente de Cómico en esa línea.
Encuentro
una clara confluencia entre el camino artístico de Néstor y el camino
Gurdjieff: ambos se proponen ir a contrapelo del hábito para hacer las cosas a
conciencia, a profunda conciencia.
Carlos
Riccardo, a partir de lo que le dice Néstor en ese pasaje de El drama sin atenuantes que cité al
principio, asocia la fragmentariedad orsínica con el Trabajo Gurdjieff. Yo la
asocio más con el jazz, pero ambas posibilidades no tienen por qué oponerse
entre sí.
Escritura jazz
Voy
a terminar con un breve esbozo de lo que en principio me había imaginado como
cuerpo central de este trabajo: el repertorio de temas, motivos, resonancias,
notas, acordes, sobre el que Néstor construye la música de Orsinis.
Me
he referido ya un par de veces a la irrupción constante de lo multiartístico. El
loro Orsini viene de un cuadro de Manet, repite palabras de un poema de Dylan
Thomas y termina despanzurrado por un disparo de Colt 45 propio de un western. Otro cuadro de Manet, El flautista, aparece nombrado, sin
explicitación tipográfica de que se trata de un título, en un párrafo donde
luego aparecen una flauta traversera y un
clarinete bajo que es casi un saxo, es decir, pintura y música fusionadas en
literatura. El libro entero está lleno de esos cruces entre cine, fotografía,
pintura, música, literatura.
La
cantidad de escritores mencionados, citados, aludidos o parafraseados es
inmensa. Me permito sumar apenas dos a los que ya traje a colación: Joyce y
Eliot. Diría que en ese orden de importancia.
Joyce
aparece nombrado una sola vez: “el flaco Joyce”, p. 163. Pero aparece plagiado
y aludido de manera mucho más significativa en otro caso: en pp. 50-1 hay un
pasaje que evoca aquel del Ulises,
dentro del capítulo de las preguntas y respuestas que era el que más a menudo le
he escuchado recordar a Néstor, en que se sigue el recorrido del agua desde la
canilla hasta el río de donde viene; Néstor hace algo parecido aunque más
breve, y, como un delincuente que deja pistas porque quiere ser descubierto,
nombra por allí entre medio a “Maruja Bloom”. Néstor valoraba lo que valoramos
todos los que disfrutamos del Ulises:
su inagotable repertorio de recursos. Y eso es también a su manera Orsinis.
Eliot
aparece nombrado una sola vez en Orsinis:
como autor de uno de los epígrafes: And all is always now, “Y
todo es siempre ahora”, de Cuatro
cuartetos, frase inspirada en las Confesiones
de San Agustín. Pero luego aparece y reaparece un tipo eliotiano con
portafolios e impermeable que ronda la casa de Flores y termina siendo “el que
la quiso toda la vida”. Y en medio de sus apariciones y reapariciones hay, en
el capítulo 23 (pp. 169 y 171), tres (otra vez tres) citas o paráfrasis de
“Prufrock”, la primera de ellas: “habrá tiempo para el humo amarillo que
resbala a lo largo de la calle frotando su lomo (o su total ausencia de lomo)
sobre las vidrieras”. En esa cita o paráfrasis puede a su vez observarse una
cita o paráfrasis eliotiana del Eclesiastés:
habrá tiempo. Pues bien, el Eclesiastés
era uno de los libros de cabecera de Néstor, y la construcción superlativa
hebrea recurrente allí “vanidad de vanidades” recurre en Orsinis por docena: “calle de calles” (p. 117), “amuleto de
amuletos” (p. 121), “deterioro de deterioros” (p. 148), “dolor de dolores” (p.
150), etcétera etc.
Entre
las tantas conexiones literarias que dejo de lado por síntesis se destacan
sendas frases de Breton y Novalis que recurren significativamente.
Descendiendo
de nivel de abarcamiento, ciertos arsenales de vocabulario recurrente:
instrumentos musicales y terminología musical, lugares del mundo y de la ciudad
de Buenos Aires, telas y prendas de vestir y accesorios, comidas y bebidas e
infusiones, habitaciones y espacios de la casa, maderas y árboles, marcas
registradas. Oración aparte para las frases hechas, coleccionadas por Néstor
para usar de un modo peculiar que deshacía lo de hecha: “si se quiere”, “a la
altura de las circunstancias”, “traído de los pelos”, “en resumidas cuentas”,
“en honor a la verdad”.
Luego,
algunas figuras privilegiadas: el zeugma de resonancias borgianas (“castaña y
huidiza”, “desnudos y reiterativos”), la aliteración de sonidos iniciales a la
inglesa (“paralelo al paredón”, “la fruición felática”,
“el ruido a reloj”), la repetición lisa y llana (“se acentuaba y se acentuaba”),
la repetición con variaciones (“el olor singular, el olor singular imborrable y
expresionista”).
Luego,
ciertas peculiaridades sintácticas: frases truncas (“no abandonar la
hospitalidad de esa casa sin”), construcciones con adverbios traspuestos (“con
atrás un clarinete bajo”), usos raros del paréntesis (como en la cita de
“Prufrock” hecha más arriba), frecuentes ausencias de puntuación.
Luego,
a nivel morfológico, el regodeo en ciertos prefijos y sufijos: prefijos
aplicados a lugares de la casa como en antepatio,
traspatio, semivestíbulo, ex living; prefijos
aplicados a verbos como en entreoyendo, entrever, semiapoyarse; sufijos de participio activo como en leyente, descalabrantes, acatante; otro sufijo que
también convierte verbos en adjetivos como en perfeccionable,
diferenciables, irremisible; sufijo de diminutivo como en pañuelito, pasitos;
un sufijo de origen griego que transforma sustantivos en adjetivos como en oréjica, orsínico, lórico, yúyico, bastíllico (marca
registrada en Néstor, a veces sustantivados con artículo neutro lo: “lo cóstrico”); sufijos de superlativo como en extensísimo,
remotísimos; adverbios modales con sufijo -mente (proscritos por García Márquez
que se los pierde).
En
fin, con esos y otros elementos en las alforjas, la escritura nestoriana orsínica
arma y desarma y rearma un fraseo musical cargado de resonancias. Descreo, de
todas maneras, en que eso fuera pura improvisación: era más bien acumular
pacientemente materiales en cuadernos de notas y usar lo que sirviera a la
ocasión, tachando y revisando y revisando y tachando. El resultado, en
cualquier caso, es música de la más excelsa que haya plasmado la lengua
rioplatense. ¿Qué hacen los virtuosos del jazz? Le sacan a su instrumento
sonidos nuevos, desconocidos hasta ese momento, a veces resistidos aún décadas
después. Así Néstor a su lengua materna. Uno puede simplemente abandonarse a
gozar de ese fluir casi extático como si estuviera escuchando una sesión de
jazz, o puede leer con máxima atención y releer y releer hasta que en la supuesta
oscuridad va haciéndose la luz, que siempre estuvo ahí. Como sea, quienes esperen
historias entretenidas e ideas que no quiten el
sueño seguirán pasando seguramente de largo (yo anoche no me podía
dormir después de escribir esto).
Una hipótesis indemostrable a manera de conclusión
Después
de la cadena ascendente Nosotros dos
– Siberia blues – Orsinis, a Néstor sólo le quedaba
retroceder o repetirse, hacer libros quizás excelentes para los cánones
normales como Cómico o La condición efímera, pero que a él ya
no le aportaban nada nuevo como experiencia de escritura. Pueden buscarse otras
explicaciones personales o psicológicas o lo que sea. Yo prefiero quedarme con
ésta: como el pendejo Rimbaud, Néstor se fue a su África y murió en su sífilis.
22.10.2014