Habíamos
arreglado para encontrarnos a las cinco de la tarde en la puerta, pero nunca
aparecieron. Esperamos más de media hora y finalmente decidimos entrar de todos
modos. Nos dijeron que perdimos nuestro turno y que deberíamos pagar de nuevo,
aunque como era nuestra primera vez el empleado decidió cobrarnos tan solo el
50 % del abono. Tuvimos suerte porque uno de los equipos de las seis también
había fallado y pudimos entrar a jugar con ellos. Sino no hubiese sido posible.
Habíamos
arreglado para encontrarnos a las cinco de la tarde en la puerta con los del
Departamento de Capacitación de la empresa donde trabajamos. Nosotros somos de
Cuentas a Pagar. La idea surgió porque uno de los chicos de la oficina ya había
ido y le pareció una experiencia alucinante. Durante meses estuvimos amagando
para hacerlo, diseñando los posibles equipos e incluso deliramos proponer a
Recursos Humanos la organización de un campeonato interno como actividad
recreativa con los empleados de la compañía.
Ya
en el vestuario, reemplazamos camisas, pantalones de vestir y zapatos por
uniformes militares, coderas, rodilleras, chaleco con un sensor -o algo así- y
una pantallita de cristal líquido con números rojos. Los cinco coincidíamos en
que los de Capacitación eran unos pelotudos y unos cagones.
Martín dijo que los de Capacitación eran unos
pelotudos y unos cagones.
Adrián agregó: sí,
tal cual, pero bueno… a divertirse de todos modos.
El Colo gritó desbocado: ¡ahora hay que salir a mataaaar…!
Yo
dije: bueno, bueno es tan solo un juego,
pero sí, claro, salgamos a ganar.
Claudio
no dijo nada, seguía concentrado en los cordones de sus botas.
Me
pareció extraño que los otros cinco que serían nuestros adversarios en el campo
de juego no estuvieran cambiándose con nosotros. Luego me enteré de que por
cuestiones profilácticas en relación con la violencia cada equipo utiliza un
vestuario distinto y geográficamente opuesto.
Salimos
a un pasillo. Un hombre obeso que vestía una remera de Motörhead nos iba
entregando a cada uno fusiles de plástico y máscaras de un material sólido, con
una especie de visor a la altura de los ojos. Les recomiendo que se tapen el cuello, sugirió. Al parecer, mis
compañeros estaban al tanto de este detalle ya que habían llevado bufandas,
cuellos polar y otros elementos por el estilo. Pero yo no, con lo cual activé
un sistema mental de alerta para evitar ser interceptado en esa zona sensible.
Los
seis salimos afuera del pasillo. En la antesala al bosque (a esa hora bañado
por el reflejo anaranjado del atardecer), el hombre obeso que vestía una remera
de Motörhead deslizó algunas instrucciones y consejos que no llegué a escuchar.
Yo estaba un poco apartado del grupo, aunque no tanto, pero sí desconcentrado y
claustrofóbico, debido a la suma de máscara, uniforme y chaleco. Decidí seguir
a los demás, imitando -cual mono de laboratorio- sus maniobras. Nos ubicamos
detrás de un árbol grande. Mediante un handy, el hombre que vestía una remera
de Motörhead intercambió algunas palabras con otro y nos informó que el juego
acababa de comenzar.
Entonces
Martín ordenó: ustedes dos vayan por la
derecha. Ustedes, ábranse camino por el otro lado, avancen formando un
semicírculo. Yo le doy derecho por acá, en línea recta. Les pido a los cuatro que me cubran, ¿estamos
de acuerdo?
Asentí
al igual que los demás, sin saber muy bien la razón. La cuestión es que de
repente El Colo empezó a trotar medio agazapado y lo seguí. Pasamos sobre unos
yuyos y nos tiramos cuerpo a tierra detrás de una planta bastante alta y
frondosa con flores. A pesar del silencio de voces humanas, podían escucharse
el crujir de la gramilla quemada y amarillenta debajo de casi una decena de
botas, tronquitos quebrarse, ramas alterar su posición original por el impacto
con cuerpos que las mecían.
Luego
de flotar unos minutos en esa frecuencia paranoica, algo fuera de lo ordinario
parecía estar ocurriendo a pocos metros sobre nuestro lado izquierdo: corridas,
susurros, puteadas por lo bajo, imágenes veloces atravesando el campo visual
fragmentario, estampidas secas que seguramente fueran las bolitas de pintura
impactando sobre uniformes o sensores de los primeros participantes
descalificados. Al fin y al cabo de eso
se trata, conjeturé.
Sin
embargo, el revoloteo entre las ramas se amplificó y ahora había gritos y
puteadas teledirigidas y pasos firmes y veloces y golpes y más gritos y el
sonido de un disparo mucho más intenso que el de los rifles de plástico y el
atardecer le estaba dando paso a la nochecita y un hombre enorme apareció
detrás nuestro y nos dimos vuelta aterrados y vimos que su uniforme era negro
con el efecto camuflado en azul de distintos tonos y recordé la vulnerabilidad
de mi cuello y El Colo empezó a llorar debajo de la máscara y podía escucharlo
y ver el interior empañado de su visor plástico salpicado por gotitas pequeñas
y el hombre nos apuntó con su rifle que no parecía ser de plástico o quizá era
una imitación perfecta y dejé mi arma a un costado y formé una equis con los
brazos para protegerme y dije por favor
no me haga nada sólo vine acá a jugar y el hombre me respondió con una
pregunta ¿te parece que esto es un juego?
y asentí y el hombre empezó a oscilar su cabeza de atrás hacia adelante como
riendo a carcajadas dentro de un archivo punto zip hasta que se quitó la
máscara y pude ver su cara desenfundada y se trataba del hombre obeso con la
remera de Motörhead que nos había entregado las armas y los uniformes y El Colo
seguía llorando desconsolado y yo expulsé un chorro de pis que quedó sepultado
bajo la tela del uniforme y el hombre cargó su arma y le apuntó al cuello
descubierto de El Colo que a esa altura ya se había despojado tanto de la
máscara como de la bufanda y el hombre disparó y un algo que no era pintura se
clavó en la zona de sus amígdalas y los ruidos a nuestra izquierda a la
distancia se hicieron más intensos y escuché más gritos y corridas y golpes y
entonces me apuntó a mí y dijo ¿sabés
porque no te disparo a vos? porque sos una gallina muy putita ¿sabés? y
dramatizó un gesto violento como para pegarme un culatazo en el pecho pero se
detuvo a pocos centímetros de mi cuerpo y se rió a carcajadas y murmuró estos pelotudos caretones progre… y dio
la vuelta sobre su propio eje y caminó riendo en dirección a la zona de los
vestuarios hasta que su cuerpo se esfumó entre la vegetación y entonces yo -a
diferencia de El Colo que yacía paralizado- pude articular un plan B respecto a
la idea de muerte y derrocar la monarquía íntima del vértigo y recobrar cierto
equilibrio frágil en mi sistema cardíaco.
Este relato forma parte de Cablerío, publicado en la tercera tanda de Exposición actual de la narrativa rioplatense.