15.5.14

Cáncer Round Up, por Gustavo Calandra






I

Un día Sofía tuvo que salir a pelear por la salud de los suyos. Había perdido un hijo y otros dos estaban enfermos. El glifosato de Monsanto los estaba matando. Gente, plantas, animales padecen el envenenamiento diario de unos pocos egoístas cuya ambición vale más que la vida. Ni gobiernos, ni científicos, ni comisiones científicas del gobierno se hacen cargo del desastre. Entonces ellas, “las locas” les dirán, las madres de esos chicos inocentes de toda corrupción, deberán salir a la calle, a protestar, a hacerse oír, a combatir contra los hacendados, contra los dueños de los campos, contra la policía.

No es ya novedad que le descubran un tumor a algún vecino. El herbicida produce infortunios humanos y arruina ecosistemas enteros. Y ellas levantan su pancarta: NO A LOS AGROTÓXICOS. No queda otra que la difusión.

Sin embargo, ese estigma los excluye a todos, les cierra puertas a posibles trabajos en lugares cercanos, que “el barrio envenenado”, “lxs cancerosxs”; bajan el precio de terrenos y casas. Se genera descontento en aquellos vecinos que no creen que el glifosato devaste la zona. Por eso, no sorprendió tanto a Sofía, cuando iba a trabajar en el colectivo, que una vecina copetuda, tras subir en la siguiente parada, se sentara detrás y la increpara:

–Hola Sofía, ¿sabés quién soy? Soy Pilar, tu vecina y vos me estás perjudicando con todas esas pavadas. Déjense de joder, ¿me entendiste? Te juro que te atropello a tus hijos, ¿me entendiste?

La escena que sigue parece muda: impotencia, vacilación, bronca. Tal vez esto pueda pararse. Voces y sombras se pierden en el horizonte.

En algún momento esa gente de los agroquímicos produjo gases y explosivos para matar vietnamitas.

Ahora ellas y ellos habían sido acorralados por agroquímicos. ¿Estaban ciegos que no podían darse cuenta?


II

Poco a poco, ese humo lacrimoso comienza a disiparse y permite ver inmensos campos verdes que rodean aquél pueblito rectangular cerca de la capital cordobesa. Inmenso tapete color dólar donde se juegan las cartas del hambre y la riqueza. El avión terminó su recorrido: la fumigación estaba realizada al igual que todos los martes y los sábados. Serían las once. Pero no, eran las diez y veinte. Pasa que el piloto andaba medio descompuesto y cortó antes. Ella no lo sabe. Por un instante se concentra en la tijera: instrumento de estética o arma homicida. Su pura maldad se enciende con la radio: FM Libre reproduce el testimonio de dos mujeres pertenecientes a la asamblea ambiental. Supura maldad de un grano que ella no se ha visto porque le salió en la espalda. Se recuesta un toque y se muerde la lengua.

Ni siquiera aún la peluquera había terminado de acomodar su peinado, cuando ella apretaba la cartera con ansiedad. Debía hacer trámites, ir al médico a llevarle un estudio y, por qué no, comprarse algo en la tienda de ropa por Obispo Salguero. Parpadeó. Sería un juego de luces, el espejo le devolvía una imagen de monstruosa malformación. No quiso ver, giró ya con el billete violeta entre los dedos.

Algunas partes del cuerpo de los seres vivos, como las uñas y el pelo, están compuestas de células muertas, el sistema las expulsa y pueden ser cortadas. El piso del local abundaba en mechones de todos los colores. Ahora si se mete mano en el resto de un organismo y se arman combinaciones nuevas con pedacitos de ADN, el resultado puede ser tenebroso y poblar esta pesadilla de mutantes transgénicos.

Ituzaingó despierta. El cielo, aún, permanecía nublado.  Otra vez arrecia ese viento polvoroso hijo del desmonte, que tanto jode y que no han conocido los ancianos.

Aunque era un día “hábil”, aunque venía de las afueras, el colectivo estaba medio vacío. Ya nadie trabajaba ni transitaba el desierto verde. Los campesinos migran hacia los márgenes de la ciudad. Este nuevo campo funciona solo; a lo sumo, la lluviecita de agrotóxicos. Ya nadie oirá el croar de un sapo o el zumbar de una abeja. Ya ningún niño soñará con atrapar un bichito de luz.

Cuando abre el semáforo, el chofer tiene que parar: una mano trémula casi vencida hace una cabriola de dedos anunciando sus deseos de subir. Es ella, Pilar, la vecina copetuda. Con la misma mano aferra el caño y se da el envión para ascender los escalones del bondi. En la otra lleva un sobre.


III

Finaliza la jornada laboral. No termina el trabajo. Siempre se trabaja. Es una lucha. La lucha se contagia de trabajo. Y también es necesario el descanso. Volver a casa. Regresa a casa Sofía. Ojerosa, malhumorada, después de ocho horas. Nunca un cobre. Siempre templada y firme como el acero. Su hija mayor la espera con el mate dulce. En el barrio se respira un silencio de dignidad. La radio no hace más que repetirlo: en unas semanas empieza el juicio oral contra tres terratenientes locales que utilizaron agroquímicos. En la ventana se enfría el pan casero que huele tan bien. Unos chicos juegan con un barrilete rojo desafiando al avión que milagrosamente hace días que no pasa. Pasa que el piloto está internado. Pasa que no puede comer sólidos. La comida no le pasa. Ni un higo, ni una pasa. Pero pasa y viene otro. Por la plata baila el mono. Que pase el que sigue. Ladran los perros. Uno de ellos, Titán la recibe a lamidas y coletazos.

¡Qué bronca!, Sofía había estado enchinchada todo el día. Desagradable sorpresa fue cruzarse a la vecina copetuda otra vez en el viaje al laburo. Suerte que en esta ocasión no había ni siquiera amagado a reprocharle todo el esfuerzo que hacen para erradicar la muerte de Ituzaingó. Silencio sepulcral. Su boca, una tumba. Monsanto es la muerte. Una forma de eliminar lo que al rico no le interesa. Y esta mina que se preocupaba más por sus riquezas materiales. ¿De qué pueden servirles luego? Si no hay amor mejor matate, dice el metal. Alma-fuerte.  Es preciso tener un Almafuerte… no te des por vencido

Tomá uno, mamá, está calentito.

Gracias, hijita, no sabés a quién me encontré, hoy, de nuevo, cuando había empezado mi día de lo más relajada: a la vecina, a Pilar. Lo raro es que no me dijo nada.

Bueno, mamá, supongo que iría muy preocupada. De regreso a su casa se suicidó tirándose del puente. El doctor le había diagnosticado cáncer terminal.