“Me fascina la idea de poder contar la historia del bien contra el mal” N.F.C.
En esta
entrevista, el joven escritor Nicolás Fierro Correa nos habla de sus primeros
años de estudiante, el arribo a la capital y, por supuesto, Súcubo, su primera
novela.
Lo conocí cuando aún se
llamaba Nicolás Correa, y Fierro era
apenas el personaje de Hernández. Fue hace casi una década. Los dos coincidimos
en las primeras materias de la carrera de letras, y estábamos justo en un
momento en el que no se tenían las cosas demasiado claras pero en el que a la
vez algo nos decía que, pese a entender poco y nada, ese era nuestro lugar en
el mundo. Puan 480, entonces, fue donde nos vimos las caras por primavera y la
dirección en que nos volvemos a encontrar después de años sin saber de la
existencia del otro. En el medio hubo de todo, pero para sintetizar, sólo diré
que el entrevistado fue programador de un teatro, luego empezó a dedicarse a la
gestión cultural y que hoy está presentando Súcubo, la
primera de una trilogía de novelas que publicó el sello independiente de
narrativa actual Wu Wei, y que cuenta
las vivencias de un exorcista dentro de una cárcel.
Isaac Castro
Estás instalado en la Capital Federal pero sos
del gran Buenos Aires, ¿cómo se da esta transición?
La
realidad es que cuando se estudia en el centro todo se hace muy difícil. El
hecho de que para poder llegar tenga que viajar una hora complica bastante las
cosas. Pero como lo demanda el cronograma académico y se supone que los altos
estudios están acá, la transición fue bastante cruel, porque para poder
estudiar tenés que pasar por varios trabajos que no son precisamente los
mejores. Ahora vivo acá, pero recuerdo muy bien esos primeros años.
¿Cómo era esa época?
Yo
trabajaba en una panificadora. Me levantaba a las cuatro de la mañana y me
daban ganas de llorar. Arrancaba antes que mi viejo. Tomaba el colectivo hasta
la estación de Hurlingham, y de ahí hasta Caseros. Me bajaba del tren y tenía
que ir corriendo hasta la fábrica. Esa fue una experiencia que me emociona. Ahí
me hice hombre, digamos. Y además empecé a entender cómo podía ser uno de los
posibles mundos de la realidad.
¿Por qué decidiste estudiar
letras?
Porque
me gustaba leer. Primero arranqué psicología, pero eso era un fraude. Lo más
atractivo eran las mujeres (risas). Y en ese momento tenía la idea de que para
ser escritor el mejor lugar donde caer era la Facultad de Filosofía y Letras.
Creo que elegí bien porque la carrera es una herramienta formadora. De todos
modos creo que el principal instrumento para la literatura es la vida y estar
cerca de la experiencia en tiempo real.
¿Cómo surgió la posibilidad de publicar la
novela?
Estaba presentando
un libro de poesía, y llegaron unos editores que buscaban manuscritos. Se
trataba de los dueños de un sello independiente pero con la particularidad de
disponer de fondos propios. Y les gustó mi novela, me dijeron que tenía cosas
que no habían visto en otros escritos. Así que firmamos un contrato, me
cuidaron mucho y me trataron como a un escritor profesional.
El cine trabajó mucho con los exorcistas, ¿qué
tiene de original el tuyo?
En principio lo
que quise lograr fue ser fiel con mi propia historia, y quise trabajar el
problema de las instituciones y la marginalidad a partir de alguien que
practica exorcismos sin ser cura, que está corrido de la realidad, en la cárcel
por un crimen que no comete y que debuta exorcizando a un presidiario travesti.
Algo que, aunque parezca absurdo, no era un detalle menor, ya que ese hecho
está relacionado con la experiencia cercana que me transmitieron y que dejaron
cierta pregnancia en mí. Además tomarme la libertad de pensar al texto así, fue
una forma de rendirle homenaje a mucha gente que conocí.
¿Por qué elegiste
crear un texto con estas características tan inusuales?
Porque es lo que
a mí me come la cabeza. Me fascina la idea de poder contar la historia del bien
contra el mal y quise ser fiel a la historia de mi vida, porque entendí que eso
era lo mejor que podía ofrecerle a un lector y no traicionarlo. Busqué
información acerca de otras obras que traten de exorcistas pero no había nada,
sólo se referían al tema de una manera muy lateral.
Hay muchas alusiones a zonas, lugares y
personajes propios del conurbano, ¿eso qué le aporta a tu escritura?
Soy de
Hurlingham, de sus bordes y eso le aporta a mi recorrido una suerte de épica,
un condimento extra a la biografía personal que no puede dártelo nada ni nadie.
Pese a que ahora mi vida se desarrolle en la capital, su idiosincrasia no es la
mía. No es ni mejor ni peor, es distinta. Yo me crié frente a los campos del
INTA y eso fue algo muy importante y formativo, que uno lleva consigo a todas
partes.
¿La inclusión de tantos elementos biográficos
fue algo que se dio de manera premeditada?
Eso es algo que
sale, aparece así. Hay cosas que uno no puede disociar. A la hora de escribir
no podía pensar en otros barrios que no fueran estos, porque además no quería
alejarme de mi propia experiencia y de la mitología que creé a partir de ella.
Y pese a que yo soy de una zona intermedia entre Los Patitos y San Alberto,
elegí ubicar la historia en Santa Clara porque ese barrio, junto al peladero,
siempre me resultó muy atractivo. Por otra parte está el vínculo de Alejandro
Sokol con ese sitio. Y el Bocha, al menos para mí, fue alguien de un valor
simbólico muy elevado.
Es interesante el tipo de
narrador por el que optaste.
Es que
al estar como carta interpela a una segunda persona. Además te incomoda por ese recurso de anticipar cosas que nunca
vienen. Lo epistolar me agrada, te permite jugar con la confusión. Tenía la
novela y utilizar el formato carta fue una excusa para poder desarrollar al
lector destinatario. El narrador te convoca y alimenta el fuego. Al principio
desconfiaba mucho de esa persona, no me gustaba pero después terminé
reconociendo que era ideal para
este tipo de texto ya que lo que se cuenta es una tragedia.
¿Crees que tiene ciertos
matices folclóricos? El texto tiene algo de las películas de Leonardo Favio.
A Favio
lo tengo ahí, es una referencia. Lo que
más quería lograr dentro del artificio era poder plasmar la aparición de esa
figura extraña del peronismo a fines de
los ochenta, con todas las paradojas que tiene este movimiento. Es muy
significativa esa imagen de un matador a punto de ejecutar a la víctima que
dice ¡Viva Perón! Y que quien está por ser ejecutado grita lo mismo.
Bueno, la contradicción es uno
de los componentes del peronismo. Basta pensar el asesinato de Rucci.
Ahí tenés,
es una fuerte paradoja. El trasfondo
político era muy importante para mí, y el gran símbolo de esa época era la
figura de Ménem, que representaba una especie de nuevo caudillaje en un momento
en que el justicialismo se debatía qué rumbo seguir.
El título es bastante
paradigmático, ¿te costó elegirlo?
Sí, tuve
muchas dudas. En un principio se iba a llamar Gualicho porque la novela, en parte, está muy relacionada con el
universo ricotero, pero quizás era mucho tomar cosas del Indio. Y el editor
sugirió Súcubo y me gustó.