14.3.13

Diario de sueños, por Basilio Pescante



  


Polizón

Bajaba unas escaleras del andén y me metía en un ascensor destartalado, apareció mi abuela despidiéndome, un fondo con cama tendida y velador prendido; salí, tenía algo que hacer, iba para otro lado, combinaciones; el eterno del plata pasa como vid de neutrinos titilantes en la noche morada, qué estaré haciendo, el sueño se pierde, hay una estación que visité estos días, una diagonal ferroviaria para junto a la autopista, los autos van muy por arriba, ya ni se ven, me encuentro con amigos de la infancia que tengo en el facebook; estoy dejando un vagón amarillo, veo otro amigo, una diagonal nueva me aturde y en un parpadeo veo en mi pecho una estrella grande, blanca, chupando mi plexo con filigrana de mondongo, me recompone, callosos tentáculos gustativos soportan mi cabeza de puro y fulgente aloe vera.



La brecha

Con el ánimo de los bustos plutónicos arrancados del seno del Vesubio, César se retiró al campo : cúpulas con culos de vaca rematados en penetrantes relámpagos como pararrayos de la estancia , desde donde colgaba el coaxil por donde se emitía en directo el remate de los campeones mas broncos y cercanos al Olimpo; el glauco minotauro miraba los torpes culturistas de carne comestible; cada toro tenía su corral tapado con una enorme capa roja en punta, adentro los animales hacían poleas y pesas para sostener parnasos de provincia; martillados con grilletes estos se exhibían encadenados con imposibles cadenas de romper, que eran estiradas para estirar y contraer los glúteos que tanto escaseaban, puro hueso privado por milenios de rebotar pomposas nalgas enmierdadas; el animal en cuatro patas vive para su febril rémora y recibe las cándidas nalgadas que se arrogan arrobadas la divina potestad de su dueño que yace tendido en la bosta con el sexo ladeado y goteante . Su excelencia, el menos mortal, veterano creador de guerras sagradas, un ecologista amante de estos detritos inexorables, había vaticinado la nueva generación de gases que fueron dando los frutos que condensaban engarzados como perlas a la punta de su carpa circense la vanguardia expansiva del universo; la simiente, cae plañidera en horizontes vertiginosos y como lanzas se clavan al oscuro paredón tierno y mohoso, y se encaraman dormitando como espejos derramados  en el vacío, como plegaria del culto de quienes soplan el ánimo analítico de su ilusión ciclope, desértica, y sacuden restallos de arena en la filigrana dorada de los circuitos que son el vello del enigma en el pecho guerrero que sueña y que alerta a los mares, que tragan y empujan en un mismo acto vastas corrientes de recién llegados.



La vid y el campanario

Caminando por el comedor, franciscanos de arpillera lo miran sobre sus escudillas. Trabajando la vid , la cresta de luz que cortaba el halo del campanario le traía el cansancio; eufórbico, sorbía el eufórico atardecer vitivinícola, y hundía en el fuego coral el agreste silencio de su reserva; como adherencia púrpura de las uvas azules, se rascaba en la dilatada pausa en sus tareas; el sacrosanto oficio se anudaba al campanario, como fragua, cordal de  látigo; y rezaba, por su destino cenital; con el fruto de sus nalgas enclavadas en un balde, autárquicas, y sin limpiarse, corría a la huerta con el gracioso caldo chorreante que volcaba en la tierra horadada; en los veranos, ebrio a media tarde se tomaba de las manos y mirando al cielo suspiraba y empezaba: dios, burila las aletas de tritón, laquea las cálidas tetas de María, colma las mesas de milanesas de nalga y untuosas sopas, en perpetuas remesas; entalla las fabulosas fábulas de estado; encrespa las crestas con dulce vino perlado, nuestra sangre: y se escupía tímbricos haces fétidos, que  frotaba en los rostros de las encantadas turistas que como delfines en el cuerpo de doncellas, vibraban vomitaban y reptaban ondulantes.



Contrapunto

Al momento de morir, el chakra de la corona cenital, rodeado de una oleosa argolla de oro, es ensartado por neutrinos, vulgarmente conocidos como el esperma divino que los bailarines conciben y cultivan durante su vida, pues viajan con la fuerza que producen los bucles de su movimiento que el vacío chupa y comprime en el espacio hasta parir la única materia pulsada capaz de aumentar su velocidad consumiendo nada más que compases de tiempo donde esos campos de diamantes que después de horas de prados ripios y corrientes melódicas aparecen como refucilos chispeantes a ciertos abnegados ejecutantes que pueden testificar que la denostada, mal llamada improvisación, descubre, no siempre, la infinita vibración del vacío que por un momento reflejo se adhiere al campo mas grávido con garras de sonido que auscultan, con los más sensibles alveolos, el cuerpo del abismo; es entonces cuando el músico deja ser quien capta para ser captado y llevado en parte por una dimensión de múltiples planos y de gran fluido simbólico, que brilla perceptiblemente ,a veces, después de la lluvia, en el empedrado del frente de mi casa.



El veneno de las musas

Sus secretarias renunciaron por el trato inhumano y le entablaron truculentos juicios que ya no la dejarán en paz, por eso se dedica a disfrutar de sus hijos pequeños, son dos, heredarán la empresa si llegan a adultos, en el estado que estén; siempre su obra será un refugio de pasillos tornasolados dentro de la montaña, su última adquisición, una mina abandonada por peleas estatales ha quedado a tiro de la ciudad, hemos montado un taller de orfebrería artesanal, donde científicos de todo el mundo abren túneles para seguir el plegamiento rocoso y sus microscópicos acoples, ya que la trama del universo rara vez deja rastros tan libres de misterio, el ritmo de la composición sólo se ve, al comienzo, midiendo las temperaturas sobre los rastros de piedra que entallan dos garzas copulando sobre un pie de cromo, científicos enloquecen raudos los ávidos ases magnéticos que distorsionan las señales de radio Mitre para insuflar al inocente anciano de las mañanas la agenda de tal o cual empresa minera de los suburbios.



El buscavidas

Aquella tarde, para asustar a los antiabortistas, me presenté como un vendedor de fetos internacional, la oligarquía carraspeó, vomitando, pero pronto fueron simpatizando con las fotos que les fui mostrando, mi producto fue muy popular  y entregamos toda clase de fetos que la naturaleza pudiera dar, sólo con el propósito de observarnos, cuando comemos todo tipo de animal; los entrego en frascos, suspendidos en agua natal, a doscientos pesos los vendo, por más que la inversión cueste diez mil, para lograr la mejor forma y la máxima duración, en un envase duradero, irrompible que mantiene siempre la misma temperatura interna, que sólo pueda ser destruida en un horno de fundición; quisiera enfrascarme en el mar más azul, desde adentro corromperme  en temperaturas cósmicas en esa misma y quieta densidad, acarreado por las corrientes, con los ojos perforados, rebotar, bollar, seguir laburando con la misma ilusión.



La corriente del registro

Naves de vela se encienden como cebo torneado flotando en la brisa, afanosas borlas nievan sobre las vergas enhiestas, el viento anuncia tierra firme, como la llegada derrama el seno del volcán, la cera aplaca las costas, congelan el puerto y curvan el agua anclada de la floja orilla mohosa, láminas labradas aguardan briosas, cada cual espera el don, las babas glaciales de los comensales, el recuerdo los encuentra como viejos guerreros enfrentados, seduciendo las huestes con lirios borlados, los sueños, las flores, el fruto de la peste y el sueño de los mejores.



El vector plutónico

Tibias manos engarzan la vida que consumen los astros como vino festivo, las máquinas olvidan la piedra en sí y sólo se busca en sus entrañas, pero el mero ardor que los rige es un impulso que vibra para abrir vergeles en la caverna y saciar y bañar los gorriones que emigran a otros continentes, éstos, que no conocen de aduanas, de barreras que descansan planeando en las corrientes más elevadas: los soplidos pueden recorrer el ínfimo infinito de las grietas,  discurrir en una  cresta enrulada, mientras comemos en lánguidas veladas y el tufo de salsa alza narices de vidrio en el magma soplada.



Camila

Soñé que de golpe estaba en Iguazú en los preparativos de mi boda con una mina que me ponía loco. El sueño vino en dos tandas:  la recuerdo en un edificio al que se entraba por un camino de tierra, era como esos hoteles de Dubái, ella tenía puesto un largo vestido beige con tajos a los costados que le llegaban hasta la mitad de los senos y mostraba más curvas de las que le pude ver cuando trabajábamos en la misma empresa, íbamos en un ascensor, luego ella se fue; no hablamos, apenas habíamos cambiado diez palabras en toda la relación, yo tenía un sentimiento tan sereno y dulce pero supongo que ella ni se lo imaginó porque no lo reflejaba en mis ojos ni mis actitudes, ni ella acusaba recibo de nada; me desperté y me vine a la compu a escuchar música porque se me corto la conexión a internet, me fumé un pucho y me volví a acostar: entonces salía a una cancha de rugby por ese camino de tierra, era de noche, un equipo  entrenaba en plena oscuridad, reconozco a uno que jugaba conmigo en la infancia y me acerco, se acerca también el entrenador y fui cayendo en cuenta  de que este era mi futuro suegro, pintaba sentado sobre un caballete la escena del entrenamiento; por esa calle salí a otro edificio donde me dieron un traje azul con camisa celeste, me vi al espejo y me gusté, desfilaban amigos de mi familia y parientes, en eso me llama por teléfono ella, sólo escucho que dice mi nombre y luego la voz de mi hermano que me pregunta, riéndose: ¿vos le viste las tetas?