8.2.11
Sobre La piel de Caballo de Ricardo Zelarayán, por Gabriel Cortiñas
A pesar de que Ricardo Zelarayán diga que La piel de Caballo “narra la incursión fugaz en Buenos Aires de un provinciano pequeño burgués, marginal y resentido” (La piel de caballo, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 1999), nosotros nos aventuramos a decir que es mucho más, que esa frase no es más que el esqueleto del personaje, ya que la novela es una muestra fidedigna de un realismo que explota su objeto y no por eso abandona su contexto, no por eso lo encapsula. La piel de Caballo es un trabajo minucioso con el lenguaje y a la vez un rodeo, un intento de definición de la idiosincrasia de una ciudad, intento que se cristaliza en el peronismo, en el tango y en la violencia de una época. Escrita poco tiempo después de la muerte de Perón, es el presagio de algo negro: 1975, el fracaso de la vanguardia política, y todo lo que vino después.
Según Martín Prieto (Breve historia de la literatura argentina, Buenos Aires, Taurus, 2006, cap. XV), la vida nacional para los realistas (y aquí une a Zelarayán con el grupo Literal) no pasa por la representación, por la figura o la idea que sustituye a la realidad, sino que pasa exclusivamente por el lenguaje. De ahí que Zelarayán trabaje con restos de lenguaje, con retazos, que a su vez traen su huella, su marca geográfica, según Laura Estrin: “esa voz que es la geografía que la literatura puede acercarnos” (Prólogo a Lata peinada y otros escritos, Buenos Aires, Argonauta, 2008). Así como Juanito Laguna estaba compuesto por restos de basura, de materiales, Chuck tiene un lenguaje por momentos heterogéneo con fuertes marcas regionales combinadas con un habla más formal y menos colorida: “¿Cómo que no viá salir? (…) Yo estaba medio confundido: ¿A este correntino no me lo habían puesto adrede para tirarle la lengua?” (…) “¡Salí paragua policillón! ¡No te me llevés la putita, no te me la llevés, taquero matero, cachaco tripa verde!” (…) “Y bueno, allí en la misma oficina de atrás del mostrador donde una semana antes el principal me dio aquel golpecito duro de callo como bloque de mármol, me esperaba el mismo Cardoso en mangas de camisa y un cabito idem que se encargó de escribir a máquina mi última declaración…” (La piel de caballo)
Zelarayán compone su personaje de diferentes discursos porque entiende que no existe la propiedad privada del lenguaje y por lo tanto que a un sujeto lo atraviesan infinitos discursos al mismo tiempo. El narrador adapta un habla más regional, emparentada a su origen, a su juventud, para hablar de igual a igual con los policías, para poder “entrar” en el mundo circunstancial que le toca vivir (la comisaría) y pasarla lo mejor posible, sabe que sacando a relucir su provincianismo obtendrá un mejor trato. Pero no deja de demostrar que posee una lengua más “pulida” a la hora de narrar.
Esto es sólo un comienzo, la lengua regional, la voz geográfica, se vuelve (con el transcurso de la novela) en un verdadero monumento vocal (Estrin, ob.cit.). Entra en juego aquello que el mismo autor dijo en el Posfacio con deudas de La obsesión del espacio: “Si la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje.” (La obsesión del espacio, Buenos Aires, Atuel, 1997). El realismo de Zelarayán conoce su objeto pero no se queda ahí, va más allá, busca una torsión del mismo, eso, es lo que nos quiere devolver. Francis Ponge decía que la escritura tiene la indefectible pretensión del proverbio, que tiende hacia el objeto, hacia las cosas, que uno escribe para una futura repetición, para una futura utilización de ese objeto: la escritura proverbial. “Creo que cuando se escribe, aún cuando no se haga sino un artículo periodístico, se tiende hacia el proverbio (en el límite, por supuesto). Se pretende que eso sirva varias veces, y en el límite, para todos los públicos, en toda circunstancia, que gane el lance cuando sea bien colocado en una discusión. Incluso en un mercado, quien saca a relucir un proverbio (cuando dos personas discuten), quien emite un proverbio en el momento justo, ha ganado. En eso consiste el juego. Cuando uno escribe parece que en el fondo fuera para eso, ya sea que uno se dé cuenta de ello o no. Así se tiende a una especia de cualidad oracular. Pero entonces ¿cuáles son los verdaderos oráculos? ¿No serían acaso justamente algo distinto de los enigmas, por perfectos que fueran? ¿Acaso no serían los objetos? Las cosas, ¿qué se puede interpretar siempre de cualquier manera? Entonces, desear crear algo que tenga las cualidades del objeto, nada me parece más normal. Se me ha reprochado que tienda hacia el objeto (…) me parece que es en el fondo a lo que tienden (…) todos los que escriben, quienesquiera que sean.” (Francis Ponge, Tentativa Oral, trad. Silvio Mattoni, Córdoba, Alción, 1995). Escritura objeto, escritura utilizable que al igual que el proverbio puede ganar una partida si es utilizada en el momento justo. La máxima de Ponge en su conferencia de 1947 era que “se trata de no pretender más que lo que se encuentra objetivamente realizado.”
Zelarayán dobla la apuesta cuando va más allá de ese objeto. Por momentos toma prestada una voz y construye, como cuando escucha una conversación de borrachos, festeja el acontecimiento porque de ahí saca su materia prima. Pero decíamos que no se queda en ese primer paso de recolector-constructor (como el ejemplo que dimos en el párrafo anterior) sino que iba más allá, y ese más allá es cuando toma un objeto-proverbio y lo rompe, lo transforma, para fabricar otro. Tomando al lenguaje como si fuese vidrio, se sirve de éste en todas sus formas, construye literatura con pequeños restos que encuentra por ahí, en la ciudad, en el campo, en los barrios bajos (la avenida Caseros y el sur, Sarandí), un bar, una oficina; pero además de servirse de estos deshechos toma los objetos más definidos (los dichos, los refranes) y los tritura como al vidrio de una botella para formar otra, rompe el objeto y fabrica otro. Al parecer, algo del orden de lo real no es lo que parece. De lejos un caballo regalado pero de cerca un caballo desbocado, algo ha cambiado. Si el contexto había que buscarlo en el propio texto, en sus huellas lingüísticas, La piel de caballo es la piel rota de un habla: “A caballo desbocado no se le miden los trotes”, “¡Más porteña será tu madre! ¡La boca se te haga a un lado…”, “¡No hay peor mudo que el que no quiere hablar!”, “Abro y se mete nomás como Pedro por su casa.”, “¡Cuando hay hambre no hay pan duro, ni blando!” (La obsesión del espacio)
La prosa de Ricardo Zelarayán es poesía que pide ser leída en voz alta, y este mismo trabajo que veíamos con los refranes (con los objetos-proverbios bien definidos) también lo vemos de forma más solapada con el tango. Por momentos pareciera que en la novela se filtra la voz de Julio Sosa (“la milonga entre magnates con sus locas tentaciones”) cantando un fragmento de Mano a mano (1918): “¡La milonga entre bacanes y la pelota entre grandotes!”. Y aún más visible es con el tango Tiempos Viejos de Manuel Romero y Francisco Canaro (1926) que dice “dónde están los muchachos de entonces/ barra vieja de ayer/ dónde está/ yo y vos solo quedamos hermano/ yo y vos solos/ para recordar/ te acordás las mujeres aquellas/ minas fieles de gran corazón/ en los bailes del aura peleaban/ cada cual defendiendo su amor”: “¿Dónde estarán los amantes de entonces, dónde el amor al raso, dónde el amor campiriño, ahuyentado del barrio? Y mis amigos frescos de entonces… La barra del remolcador… ¿Dónde el Jeta´e Bagre? ¿Dónde la Chirusita Alcira? ¿Y el Reynaldo y el Carmelo?” (La piel de caballo)
La novela –si es que se la puede llamar así– se abre y se cierra con un episodio de violencia desmedida e injustificada, al menos desde el punto de vista de la narración. Esto no es un dato menor, ya que como habíamos adelantado al principio, se escribe entre el mes de diciembre de 1974 y enero de 1975, pocos meses después de la muerte de Peron. Momento de la historia argentina donde se cruzan el ápice de la lucha armada y la antesala de la dictadura más sangrienta de la historia. Recordemos que durante ese año (1975) se llevará a cabo el llamado “Operativo Independencia” en la Provincia de Tucumán donde se enfrentarán la compañía de monte “Ramón Rosa Jiménez” del E. R. P y las FF. AA cuyo comandante en jefe ya era Jorge Rafael Videla.
La escena final del colectivo representa una paródica lucha de clases (entre el tuerca y el colectivero) que no sólo no es apoyada por el protagonista sino que ni siquiera es comprendida: el combate desopilante se lo presenta como una farsa. Nancy Fernández dijo que Zelarayán: “evoca la primera y la tercera presidencia peronista” (Fernández, Nancy, Cucurto y Zelarayán, En Rev. El interpretador Nº29, Diciembre, 2006), en La piel de Caballo decimos que más que la primera y tercera presidencia peronista (sin negar las referencias textuales que existen en la novela) lo que está presente es la coyuntura política donde los actores han cambiado. Por eso el protagonista dirá: “¡Cómo se me han desteñido los cabecitas del 17!”. Y Chuck, no comprenderá a la juventud (viendo a ésta como suicida y utópica) que lejos de una reforma, va por el todo y osa pedir la revolución: “¡Una manifestación ingresaba rumorosa por el costado del prado irlandés! (…) ¡Y giraron disciplinadamente! (…) Las hormiguitas humanas seguían dócilmente su senda por el verde campito hacia allá, a lo lejos, donde ondeaba una bandera roja y se divisaba una mesa sobre el pasto con tres hombrecitos, uno de ellos vociferando megáfono en mano.”
La crisis ideológica, personal y nacional de la que hablaba en el prólogo de la novela se hace presente continuamente. El personaje no comprende a los actores políticos que a su vez no comprenden al sujeto social. Tanto Pilar Calveiro en Política y/o violencia (2005) como Eduardo Weisz en El PRT-ERP (2006) sostienen que algunas de las claves para entender la derrota de la vanguardia política en los años 70 son: exceso de militarismo, falta de política e imposibilidad de comprender al sujeto social. Esto sumado al reflujo de masas del año 75 y a la cruenta ofensiva de las FF. AA. Algo de esto, de lo que será la antesala del genocidio posterior, brota inocentemente en la novela de Zelarayán: “De pronto la Chirucita llora. “¡Vamos a buscarlo al Jeta entre los dos, flaco, prometeme!” “Ya te he dicho que sí”, le contesto. “Mirá flaco, si ahora apareciera el Jeta, ¡te juro que me daría miedo como si fuera un aparecido!” La piel de caballo
Lukacs dijo que “Una poesía de las cosas, independiente de los individuos, de los destinos individuales, no existe en literatura.” Cuando hablamos del trabajo que Zelarayán hace con el objeto, tomamos por éste al proverbio-objeto, a los refranes, a los dichos y en menor grado a las letras de tango como aquello que es creado para su utilización y re-utilización futura, de la misma manera en que se crea un vaso (Ponge). Si para Zelarayán no habría mediación u idea de representación más que el lenguaje en tanto que realidad, lo histórico en La piel de caballo ingresa –está inscripto– en esa rotura de la lengua, de esos objetos de lenguaje.
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