14.1.11

La ficción crota, por Gustavo Calandra




El croto fue conocido por sus actividades, por su vestimenta y por sus códigos de comunicación. Perteneciente a una subcultura trashumante, se dedicó a recorrer vías y caminos; un territorio –el del ferrocarril– de cuarenta y cinco mil kilómetros de largo por catorce metros de ancho, el largo y angosto país de los crotos. Cálculos oficiales estiman que entre las décadas del ´30 y del ´40, una masa de trescientos mil crotos recorría el trazado ferroviario. Se les conocerá como golondrinas –pues regresaban luego de la cosecha– o lingheras/linyeras –nombre del atadito de ropa que llevaban. Su forma de resistir: una empecinada voluntad de defender su individualidad en tiempos en que todo ya se masificaba y despersonalizaba. Si bien existen leyendas medievales acerca del País de la Cucaña –más próximas a la utopía popular del carnaval bajtiniano– y antecedentes de poesías goliardescas, la literatura argentina seguirá las variantes narrativas que nacen en Europa en la segunda mitad del siglo XIX. La historia de la pobreza y sus fenómenos coalescentes, hambre, miseria, desclasamiento, desclasificación social, tuvieron un espacio relevante, así como también el miserabilismo y su expresión folletinesca. De Gálvez y Almafuerte, pasando por la línea de Boedo, Castelnuovo y los Tuñón, se organizan, en dos secuencias, las formas de la novela popular: por un lado, la miseria laica y proletaria, la relación de asalariado y patrón, el paro, la huelga, la insurrección; por otro, la miseria cristiana, el pietismo, las preocupaciones filantrópicas. El caso del croto es diferente. Se cree que un gobernador de Buenos Aires, José Camilo Croto, dispuso que en la provincia viajaran, gratuitamente, en los trenes de carga, aquellos vagabundos que iban a trabajar la cosecha del país. Desde entonces, se los llamó crotos. Este nomadismo es de larga data en las pampas argentinas y, una vez alambrados los campos, el gaucho deviene vago y mal entretenido. No sorprende, entonces, que la biblia de los crotos sea la “Carta Gaucha” de Luis Woollands (Juan Crusao) que define toda una ética y estética. El vagabundeo pone en funcionamiento la máquina de escritura. Lo sabemos por la flanería y por la popularización que hizo de ella Walter Benjamin. El combustible renovable del viaje croto, el auténtico viaje del linyera sea, tal vez, un viaje de ida, de fuga. Y se configura en esta ficción crota, de migrantes desterritorializados, un paisaje especial ferroviario, donde confluyen errancia y militancia, un vocabulario propio, la observación y aprendizaje de la naturaleza, las bibliotecas ambulantes y el compañerismo. Este mundo ha desaparecido y casi no quedan testigos, aunque la literatura argentina no lo desestima. En ficciones, de manera directa, Juan Filloy, Bernardo Kordon, configuran un probable universo crotil y vagabundo, en algunos cuentos y novelas, de manera indirecta, Julio Cortázar, citando a Filloy, con sus clochards parisinos de Rayuela.